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Cuando tenía cincuenta y tres años, visité el cementerio con mi mejor traje y un ramo de flores blancas. Tan pronto como llegué a aquella lápida, me derrumbé sobre el césped y me puse a llorar.
- Te amo tanto... - susurré.
Pero ella ya no me escuchaba.
Alguien se acercó a mí y me abrazó.
- Tranquilo, mi amor. Ella está mejor ahora -. Felix llevaba toda la semana tratando de tranquilizarme, sin haber tenido éxito alguno.
- Quiero a mi mamá de vuelta, Gatito. La quiero más que nada.
Y, bajo el soleado cielo de verano, lloré la muerte de mi madre en brazos de mi esposo.
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