Cuando tenía treinta y siete años, Felix llegó a casa con un regalo para cada uno, mientras yo hacía la cena con nuestros hijos. Y cuando digo que hacía me refiero a que intentaba cocinar algo medianamente comestible mientras dos niños de cuatro y tres años corrían por todos lados y metían sus pequeños dedos en todos los envases de la refrigeradora.

— Ayuda —. supliqué, mientras mi esposo se acercaba y me daba un beso en los labios.

— Deja eso, Chris. Pediremos pizza — dijo con una sonrisa, mientras se agachaba a saludar a los niños.

— ¡Sí! ¡Pizza! — Jisung gritó antes de salir corriendo y sentarse con su hermano frente al televisor.

— Les tengo una sorpresa. Ven un momento —. Felix me tomó de la mano y me condujo hasta la sala. Acto seguido, nos entregó a cada uno pequeñas cajas envueltas en papel de regalo.

— ¿Quieres ser el primero, Sunggie?

El pequeño asintió con fuerza y abrió rápidamente la caja. Con sus pequeñas manitos sacó una camiseta azul, que decía en letras grandes — Soy el hermano mayor.

— ¡Qué lindo, bebé! ¿Qué se le dice a papi? — le dije a mi hijo al tiempo que lo ayudaba a poner los papeles a un lado.

— Gracias —. sonrió.

— De nada, mi amor. Ahora tú, Innie.

Lo ayudé con su caja, de donde salió una camiseta idéntica a la de su hermano —. Gatito, creo que te equivocaste, Innie es el hermano menor... — me interrumpí al ver su gran su sonrisa — Oh.

— Abre el tuyo, Chris.

Desenvolví la caja con cuidado, y al abrirla encontré un sobre de una clínica que ambas conocíamos muy bien.

— ¿Esto significa lo que yo creo? — susurré con lágrimas en los ojos.

Felix asintió, acercándose a mi rostro y deteniéndose cuando sólo nos separaban unos cuantos centímetros.

— Significa que me tendrás que aguantar inflado como pelota por segunda vez. Vas a ser papá, Bang Chan.

Y lo besé.