49.
Cuando tenía noventa y dos años, estaba sentada en mi balcón, observando a mis bisnietos jugar en mi jardín. A un lado, mis nietos conversaban mientras preparaban una barbacoa. Y mis hijos conversaban con Camila, quien tenía la sonrisa más bella que había visto en toda mi vida.
Miré una vez más a todos ellos. A mi familia. Suspiré, y di gracias a Dios por haberme dado una vida feliz.
Cerré los ojos, y me dejé llevar.
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