33.
Cuando tenía cincuenta y seis años, el menor de nuestros hijos se fue a la universidad.
Camila y yo nos paramos en la puerta y observamos el auto alejarse hasta que se convirtió en un pequeño punto a la distancia, y luego desapareció.
Cuando volteé a verla, ella tenía lágrimas en los ojos.
—Eso fue todo —susurró con la voz entrecortada—. Crecieron, Lern.
Le di mi mano; y, juntas, entramos a nuestra casa.
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