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Capítulo 2: Enid, la minera

Enjuaga la espada en la orilla del río, quitando los restos de los monstruos, su reflejo en la cristalina agua muestra su expresión decidida mientras se pone de pie. Tiene que aprovechar la claridad del día, priorizar y definir con precisión sus necesidades actuales, saber qué hacer a continuación, trazar un plan de acción.

Camina hacia donde había quedado su cofre, agradeciendo que todo estuviera ahí. Primero: necesita obtener piedra para un refugio resistente a los ataques de las criaturas explosivas. Segundo: construir dicho refugio que le ayudará a pasar la noche sin la necesidad de combatir hasta casi desfallecer o tener que hacer trincheras apresuradas (no quiere volver a esconderse bajo tierra, pero, por cómo va su situación, eso tendrá que hacer). Tercero: conseguir comida a como dé lugar, porque estar corriendo de un lado a otro comienza a bajar los muslos en su brazo.

Aprovechó el hueco que dejó la explosión de aquella criatura verde y, con sus manos ya curadas, comenzó a mover todas sus cosas al espacio que, aunque reducido, prometía lo que escasamente había tenido durante la noche: seguridad. Hay un tiempo de calma antes de que la tormenta llegue, pensó. Sin embargo, su mente ansiosa no le permitía relajarse. Coloca la mesa de trabajo y trajo el cofre poco después, para posteriormente vaciar el contenido de su escarcela.

Se sentía más a salvo ahora.

Quién sabe con qué monstruo podría toparse en pleno día.

Un vistazo a todo, mientras organiza el contenido del cofre, y se da cuenta de que sus suministros de comida empezaban a mermar, ya se ha comido todos los panes y ha reservado un par de manzanas para una emergencia, además de que tiene esa carne podrida y no quiere ingerirla. Su estómago gruñe, la saliva se acumula en su paladar; si tuviera una caña de pescar, pescaría en el río, pero no tiene hilo suficiente ni sabe cómo se deben hacer; podría sembrar trigo y esperar para hacer panes, pero eso tardaría demasiado, y el hambre que siente amenaza su existencia.

Sacrifica una de las manzanas, no queda de otra.

La planicie es extensa, casi llana, y el espacio podría ser aprovechado -cuando logre su cometido de ampliar el terreno- para sus futuros proyectos (el refugio es lo principal, ¡pero piensa más allá!), pero primero lo primero, piedra para hacerse un horno porque no va a comer nada crudo, a pesar de estar muriéndose de hambre (muy literalmente).

Con palitos y tablas de abedul, se hace un pico extra, en caso de necesitarlo. Abrió un nuevo hueco en la tierra, cerca del pequeño lago donde aquel esqueleto casi la mata, si algo sale mal puede romper un bloque de tierra y caerá agua que amortigüe su caída; siguió cavando hasta que llegó a la piedra, empleó -entonces- el pico de madera, y empezó a cavar hacia abajo, para obtener más.

Fragmentos cuadrados de adoquines caían, ella se apresuraba en guardarlos en su escarcela, picando con más entusiasmo.

Clink. Clink. Clink.

Resulta que no solo había piedra, de la que obtuvo más adoquines, sino también trozos de carbón y tierra, ¡seguro el carbón le serviría como combustible! Y continuó cavando hacia abajo y un poco hacia los laterales, guardando en su escarcela el carbón obtenido, quizás si continuaba minando hacia abajo también conocería los límites de este mundo o lo que había debajo de tanto.

Densas nubes de polvo volaban por el aire, manchando los brazos de Enid y su rostro sudado-. Necesito más. Más adoquines. Más carbón -habla en voz baja cuando el pico se destroza en sus manos y se queda sin nada, pero no eso importa, tiene el extra consigo. Se sienta, la piedra se siente fría contra su espalda sudada-. Necesito dejar de hablar sola.

¿Estará volviéndose loca?

Se pone de pie, empieza de nuevo, con más fuerza, con más ánimo. Clink. Clink. Clink.

Y...

- ¡HIJO DE PUTA! -gritó y, con un último golpe de su pico, hace un pequeño agujero que se convierte en un pasaje diferente: una cueva más amplia.

Siente dolor, cayendo de sentón, mientras se soba la cabeza, donde también se había golpeado. Entreabrió los ojos, parpadeando, hasta que su vista se aclaró. Sus ojos no podían creer que lo veían, frente a ella había más menas de carbón y una estructura de tablas de roble, vigas y varios soportes, oscuros pasillos... Removió entre su escarcela, sacando una de las antorchas para después encenderla, alumbrando un poco más.

Una mina abandonada.

Con cautela, se abrió paso a través de las oscuras galerías de piedra y madera, siguiendo con la mirada los vestigios de una civilización que había estado por esos mismos pasillos; el brillo de su antorcha era la única luz en aquella oscurana. Conforme se adentraba, la sensación de claustrofobia le hacía tragar en seco, el aire enrarecido y el olor a tierra húmeda le recodaba lo lejos que estaba de la superficie.

Gira la cabeza hacia la izquierda, hay una extraña galería con agua, telarañas, raíles de tren; curiosa, pica uno de los raíles de tren para apreciarlo más de cerca, no era tan pesado y parecía hecho de madera y metal; a su derecha, una escena similar, con un pasillo oscuro con granito y diorita en las paredes, telarañas colgando sobre su cabeza...

-Esto es...

Bruscamente, gira la cabeza hacia el frente, donde conduce a otro pasillo casi bloqueado por soportes, escucha el sonido de algo ardiendo, un crepitar lejano que rompía el silencio sepulcral de la mina. ¿Quizá más antorchas? ¿Quizás un horno encendido? Su corazón latía con fuerza, un tamborileo ansioso que resonaba en sus oídos con cada paso, el eco de su andar sobre el suelo de piedra y sobre raíles viejos, recordándole que no estaba sola en esta oscuridad, que quizás había más de esas criaturas que la habían atacado en la noche.

Quizás podría morir aquí abajo y no habría nadie que pudiera salvarla.

Los soportes le estorban en el camino, decide romperlos para abrirse paso al nuevo pasillo. Se detuvo un instante, la luz de su antorcha nerviosamente, proyectando sombras alargadas en las paredes.

"¿Es solo mi mente jugando conmigo?", se preguntó en silencio, tragándose la creciente inquietud, avanzado por el nuevo pasillo, entonces, el sonido se volvió más nítido, más cercano. Era un zumbido, un murmullo de llamas que se alzaban en algún rincón oculto de esta vasta oscuridad.

Decidida a descubrir el origen de ese sonido, avanzó con cuidado, el sudor comenzando a resbalársele por la frente. Su curiosidad se mezclaba con el temor y, a cada paso, la posibilidad de caer en una trampa, o de pisar en donde no era. Sin embargo, su deseo de explorar, de descubrir lo que había más allá de aquellas galerías, la empujaba hacia adelante.

Pero en el horizonte de su visión, algo se movía.

Su aliento se cortó al ver una silueta oscura al final del pasillo: era una de esos monstruos negros que había visto la noche anterior. Su figura alta y delgada se erguía en uno de los pasillos más espaciosos, los ojos morados y resplandecientes parecían contemplarla con una intensidad aterradora.

Contuvo el grito de espanto y retrocedió, devolviéndose por el camino que había iluminado con anterioridad. Tenía tantas emociones arremolinándose en su mente que cada vez se le dificultaba más pensar con claridad. Ahora, ¿cómo podía irse de aquí? No veía cómo hacer escaleras, y empieza a entrar en pánico ante de la idea de que aquel monstruo venga a por ella justo en ese instante.

- ¡Aquí espantan, aquí espantan! -susurra, presa del pánico.

Rebusca en la escarcela, saca la madera que trajo consigo (realmente no había considerado esta situación cuando empezó a picar, pero que bueno que se la trajo), hace una mesa de trabajo de forma rápida y fabrica un cofre apresuradamente, para cuando vuelva en un futuro cercano.

Hace varios palitos como una autómata, quizás con ellos podría hacer escaleras, piensa, y ordena los palitos en la mesa de tal forma en que parezcan una escalera... ¡Y funcionó! Con siete palitos obtenía tres escaleras, y todavía le quedaba madera. Fabricó muchas escaleras, quizás más de las que necesitaba, pero era mejor que sobraran a que le faltaran.

Se paró debajo del agujero que había hecho y colocó las escaleras en la pared y empezó a subir hasta donde podía, su pecho inflándose con cada respiración agitada y el sofoco de aquel estrecho agujero; conforme avanzaba, colocaba escaleras hasta ver la claridad y volver a la superficie.

Tenía bloques de adoquines más que suficientes para hacerse el horno y un par de herramientas, es lo que más le importa en ese momento. Respira hondo, inhalando y exhalando hasta calmar su agitado corazón.

Tiene hambre, mucha hambre.

Se aproxima hacia su trinchera, se deja caer y pone manos a la obra. Un palito y dos adoquines: ¡una espada de piedra! Mucho mejor que su desgastada espada de madera. Asoma la cabeza fuera de su trinchera, ve a las vacas masticando el pasto y luego a la espada de piedra en su mano, para de nuevo volver a mirar a las vacas.

No que otra opción.

Su pecho se apretó, la compasión en conflicto con la necesidad-. Lo siento -susurró antes de lanzarse a atacar.

La vaca mugió de dolor y trató de huir lejos de ella, Enid no tuvo otra opción que perseguirle y volver a atacar. Cuando la primera vaca murió, pudo con la segunda, la tercera y las que siguieron después. Perdió la cuenta después de la quinta. De las vacas pudo obtener cuero y carne cruda. Por fin, comida para saciar su hambre y sobrevivir.

Se mira a sí misma, está sucia, necesitaba darse un baño, camina hacia el río, quitándose únicamente la escarcela, se lanza a las aguas con la ropa puesta.

El agua fría se siente demasiado bien en su piel, el cielo empezaba a cambiar poco a poco, tiñendo el cielo de tonos anaranjados, y la brisa traía consigo el aroma fresco del bosque. El agua le acaricia la piel, despojándola de la fatiga acumulada, del cansancio, mientras se restriega la ropa para quitar las manchas de polvo.

Allí, en el corazón de la naturaleza, se siente libre.

A medida que se sumerge más y más, pescaditos acarician su rostro y el sonido del agua apagaba los ecos de la incertidumbre. Se siente como si cada gota estuviera lavando no solo su cuerpo, sino también su mente, liberándole de los pensamientos oscuros. Sin embargo, no puede evitar sentir un leve escalofrío recorrer su espalda, como una advertencia sutil.

Está consciente de que la tranquilidad podría ser efímera.

Emergiendo de las profundidades, respira hondo y, por un momento, olvida que el mundo exterior sigue tal como lo dejó. Pero, en la lejanía, un ominoso rugido interrumpe su paz, seguido del inconfundible sonido de hojas deslizándose, conforme nada hacia la orilla.

La ropa parece secarse al instante que se sale del agua, (todavía no sabe cómo funciona eso); su instinto la llevan a buscar su espada de piedra del cinturón, se siente cada vez más decidida, el eco de sus pensamientos se disipa en el aire fresco del ocaso, mientras se prepara para la siguiente etapa de su travesía.

Vuelve a talar madera, sabe que la necesitará más adelante, reacomoda el contenido del cofre y, frente a la mesa de trabajo, coloca los adoquines, sin un orden especifico, pensando. Prueba de varias formas: cuatro bloques juntos, seis bloques haciendo un arco, seis bloques y un carbón, pero nada de ello daba por resultado un horno. Parte de la tarde se le va intentando de varias formas, incorpora tablas de madera, troncos de abedul, sin embargo, el horno sigue sin aparecer, hasta que...

Ocho adoquines dejando un espacio vacío: un horno.

- ¡POR FIN! -exclamó ella, contenta, y se apresura a colocar el horno junto a la mesa de trabajo.

Alimenta el horno con carbón y coloca a cocinar un poco de la carne, deleitándose por el aroma que le abría el apetito.

Pasa la noche en el hoyo que remodeló, sin poder dormir, pensando en el mañana por venir, come bistec para reponer corazones y los muslos; fue entonces cuando escuchó a los monstruos caminar encima de su refugio. A pesar de tener buena comida y estar mejor, solo salió un par de veces para matar arañas y conseguir más hilo, pero apenas veía a los otros monstruos acercarse, volvía a esconderse en su agujero. Ya ganará experiencia, se dice a sí misma.

El celestial ruido de los monstruos quemándose le devolvió el alma al cuerpo.

El tercer día es decisivo.

"Crear, explorar, sobrevivir" se convirtió en su nuevo lema. Su razón de vivir.

Todo irá bien.

Crear. El agujero al que llamó refugio ya no existe, ahora tiene una pequeña casa (su horno está junto a su mesa de trabajo, eso la convierte en su casa) hecha con tierra y tablas de madera (incluso se atrevió a decorar la entrada con flores de amapola que recogió), le colocó una puerta de roble y las antorchas que acompañaban el cofre de en un inicio.

Explorar. Sus ojos miran el entorno, escaneando a cada figura extraña que pueda captar, ya está conociendo el área, el bosque cercano, una cueva que podrá explorar pronto, una mina abandonada bajo sus pies, y mucho más terreno que puede aprovechar.

Sobrevivir. Con tablas de madera y palitos, hace una azada de madera y se dirige hacia el exterior. En las orillas del río hace una hilera de cultivo con su nueva azada, sembró las semillas de trigo y miró la tranquilidad de las aguas.

-C-E-S, así es, ¡eso es lo que debo hacer! -exclama a viva voz, con renovado júbilo.

Con algunos palitos e hilo, tras batallar en la mesa de trabajo, se hace una caña de pescar, sentándose en la orilla cuando el amanecer llegó, su corazón palpita con una mezcla de satisfacción y una incesante inquietud, calma ahondando en su ser mientras el primer pescado pica el anzuelo, ¡una forma de conseguir alimento!

A media mañana se podía escuchar el sonido de la hierba detrás de ella, el crujido de la tierra, el aire parecía denso, felizmente quiere atribuírselo a las vacas o a los cerdos que han estado rondando, no obstante, después del día anterior ya no hay muchos en los alrededores y a Enid le estaba constando respirar por el miedo; guarda la caña, poniéndose de pie. Sí, puede que esté volviéndose loca, piensa mientras se adentra a su nueva casa, deja el pescado cocinarse en el horno y se recuesta en su piso de tierra, descansando brevemente.

Porque acaba de ver a la sombra de una persona.

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Dos días después, con mejores herramientas, un mejor sentido de la orientación y comida, Enid se encuentra descendiendo a lo más profundo de la mina, la tenue luz de la antorcha en su mano izquierda ilumina por donde pasa. Ha bajado con mucho más material que la vez anterior, se trajo incluso su azada de piedra, en caso de que su espada de piedra y su espada de madera se rompieran, además de traer consigo mucha tierra, producto de que ha estado aplanando el terreno alrededor de su casa.

Con pico en mano, avanza cautelosamente, escuchando el eco de su propio movimiento y el distante sonido de zombis y esqueletos. Mina todo lo que encuentre en su camino, que va desde piedra hasta andesita, tomando también los viejos raíles de tren. Con su espada lista, explora la zona, vigilando los peligros que podrían acechar en la oscuridad.

En su camino, encuentra carbón, recurso esencial para sus antorchas y para alimentar el horno y, rápidamente, pone manos a la obra. Golpea con fuerza la roca, desprendiendo pedazos negros que guarda tan pronto caen. Se concentra en su labor, su mente en sintonía con los movimientos de sus manos. El sudor perla su frente por la ardua tarea, pero su determinación no flaquea.

Con cada golpe, una nueva piedra se rompe y revela lo secreto escondido en su interior: menas de hierro; es su día de suerte.

- ¡Hoy Enid se ganó la lotería! -silba por la emoción. El sonido del pico de piedra al romperse resonaba por toda la cueva, mientras el carbón negro se acumulaba en su escarcela.

Coloca una antorcha en uno de los soportes de maderas, alejando la oscuridad de los túneles. Se detiene frente a la mena de mineral de hierro, el sonido de su pico golpeando resonaba en sus oídos, cada golpe creaba eco mientras trataba de prestar atención a su entorno, en caso de que acercara alguna criatura hostil, sus manos enrojecidas y cansadas seguían aferradas a la robusta empuñadura del pico.

Con cada golpe, el sudor caía por su frente, mezclándose con el polvo y la tierra que se levantaban con cada movimiento. Ve los viejos raíles de tren y también los toma, hará algo con ellos en el futuro, quizás una vía que conduzca a otro lugar, quizás otro proyecto. Hay una entrada a otra galería, rompe el suelo para acceder a ella y...

- ¡No, no, nooooo! ¡También lapislázuli! Hoy estoy en racha -grita a todo volumen mientras se ríe, su voz hace eco en la cueva, en los túneles.

Sus manos se aferraban al pico, sabiendo que cada trozo de mineral extraído significaba una oportunidad de avanzar un poco más en su aventura. Después de extraer el nuevo mineral, se dirige hacia otro oscuro pasillo que se bifurca en varias direcciones. Coloca otra antorcha, sigue hacia adelante, el sonido de lava gorgoteando llama su atención, junto al traqueteo de huesos, la espada permanece atada con firmeza a su cinturón y no dudará en desenfundarla si se halla en peligro.

La penumbra era su única compañía, iluminada ocasionalmente por el resplandor de la antorcha que colgaba en los soportes de madera. El aire frío y húmedo llenaba sus pulmones, haciendo que cada respiración fuera pesada y profunda, con el vaho formándose frente a su rostro.

Llega a una zona bastante despejada, un habitáculo vacío. Coloca otra mesa de trabajo y fabrica un horno con experticia: va a fundir el hierro para hacerse más herramientas. Las llamas del horno encendido arrojan luces tenues al habitáculo, Enid puede ver brillar el hierro incrustado en las paredes, su mano se aferra a su desgastado pico de piedra y se apresura en ir a minar. Es su instinto de minera.

Pero no solo hay hierro, en el techo del habitáculo y en las paredes puede ver menas de carbón, expuestas para que ella las pique antes de que el pico de piedra se rompa en sus manos.

-Oh, no puedo olvidarme de recoger también el carbón, nunca se sabe cuándo lo necesitaré -se dice a sí misma mientras acumula las piedras negras en su mano libre.

El hierro se fundió en tiempo record, consiguiendo hacerse una espada de hierro y un pico de hierro. Prueba el pico en las menas de carbón, es mucho más efectivo, rompe la piedra con mayor eficiencia y la espada, Enid corta telarañas con ella, puede que no suelten hilos, pero demuestra el filo del arma. Ahora sí está preparada para cualquier peligro en la mina. Fabrica un cofre nuevo, deja ahí todo lo que no necesita: las vallas de madera, las semillas de trigo y la mitad de los raíles de tren que ha picado.

Se hace también un par de tijeras, con ellas si puede cortar las telarañas y conseguir hilo, mucho más fácil que estar matando arañas durante la noche oscura.

Al salir al pasillo, con su nuevo pico de hierro en mano, ve una red de más puentes, con una cascada de lava brotando desde arriba; la curiosidad la llama, ella no es una cobarde, avanzada por el mismo pasillo, girando en el recodo, ve menas de oro, no duda en picarlas.

Sigue avanzando, más confiada, más segura de sus pasos, hasta que ve algo diferente: una vagoneta, tiene un cofre, ¡recompensa! Corre hacía ahí de inmediato, abriendo el cofre. Tiene semillas blancas y semillas negras, ¿calabazas y sandías? También hay una hogaza de pan.

Camina de regreso, ha terminado por hoy...

Paso. Paso. Paso.

A medida que Enid regresaba sobre sus pasos, un escalofrío le recorrió la espalda, como si un aire gélido la envolviera de repente. ¿Era acaso su imaginación jugándole una mala pasada, o había algo más entre aquellas profundidades que la acechaban? La antorcha en su mano proyectaba sombras tenebrosas en las paredes de roca, creando figuras que parecían moverse y transformar su forma con cada oscilación.

Se detuvo un instante para escuchar, en el eco distante, entre el crujido de la madera, creyó captar un murmullo. Sacudió la cabeza, desechando la idea como un mal presagio; sabía que su mente podía jugarle trucos en la soledad de la caverna. Ella siguió adelante, volviendo sobre sus pasos para regresar a la superficie, decidida a no dejarse intimidar por aquellas sensaciones fantasmales, pero en lo más profundo de su ser sabía que algo oscuro y siniestra la acompañaba en ese deambular.

Pero no se detendría todavía, sentía un alivio momentáneo sabiendo que estaba un paso más cerca de alcanzar sus objetivos.

-Vamos, cariño, un poco más de hierro y podré hacer esas herramientas que tanto necesito -murmura para sí misma, mientras siga excavando sin descanso-, solo un poco más y podré regresar a la superficie con un buen botín -se dice animada.

Sabía que necesitaba el hierro y el carbón para sobrevivir en ese mundo, pero a veces se cuestionaba si realmente valía la pena el sacrificio y la soledad. Seguía adelante, aferrándose a la esperanza de encontrar algo más que minerales en esa mina abandonada.

"Es solo el eco", pensó para sí misma, insistiendo en que no podía dejar que el miedo dictara sus pasos.

Sube por las escaleras con calma, hasta salir a la superficie. Entonces, se dio cuenta: no estaba sola. Algo acechaba, y ese algo había ansiado su compañía en la profunda oscuridad. Finalmente, Enid emerge de las profundidades de la cueva, cargando consigo su preciosa carga. Su rostro cansado refleja la satisfacción de un trabajo bien hecho, y su corazón late con la emoción de nuevas aventuras por delante en este mundo.

Caminó hasta su refugio de la misma forma que hacía cada vez que realizaba una expedición a la mina, abrió la puerta y entró a su humilde hogar. Dejó carbón en el horno y el hierro y empezó a revisar los cofres, necesitaba hacerse un nuevo pico de hierro, para su próxima expedición.

Pero, no había palitos, ni tablas, ni nada. ¡Se había gastado toda la madera!

-Demonios, me quedé sin madera otra vez -cerró el cofre con fuerza y abrió el de arriba, sacando una desgastada hacha de piedra-. Bueno, no queda de otra.

Sale del refugio con algo de prisa, dirigiéndose al bosque, los árboles que había plantado en el primer día habían germinado y crecido, algunos más altos que otros; se acercó al más pequeño, asestando el primer hachazo, pronto troncos cuadrados cayeron y fueron guardados en su escarcela. Enid se encontraba inmersa en su tarea, se movía con destreza mientras el hacha cortaba la madera de los árboles que la rodeaban.

El sol de mediodía iluminaba la zona, todo parecía en calma, con las vacas mugiendo, el cacareo de pollos y el suave murmullo de la brisa acompañaba su labor.

-Un poco más de madera, y tendré suficiente para hacer más herramientas -murmuró, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

En medio de la tranquilidad de su faena, un sonido extraño rompió la serenidad, era demasiado familiar... lo ha escuchado ya dos veces. Enid levantó la vista del tronco que estaba aserrando, sus sentidos se agudizaron. La brisa había cambiado, un susurro se deslizó entre la hojarasca. Mirando en torno, un escalofrío recorrió su espalda; no había ninguna señal de peligro, pero había algo en el aire que no encajaba.

De repente, un chasquido resonante hizo eco en el silencio, y Enid giró la cabeza.

Era demasiado tarde.

Una de esas criaturas explosivas había emergido de la nada, asomándose detrás de un árbol de abedul. Sus ojos, dos manchas oscuras, la miraban fijamente. Enid sintió como si el tiempo se hubiera paralizado. Su mente se llenó de imágenes de primera noche, cada explosión. Ella sabía lo que hacía ese ser.

- ¡No! -gritó, pero la criatura ya había comenzado a avanzar, acercándose con un paso silencioso pero amenazante.

Enid sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, sin tiempo que perder, se lanzó a correr colina abajo. Los ojos de la criatura brillaban con esa mala intención conocida, y Enid sabía que no había lugar para titubear. Cada zancada la alejó del peligro, pero la criatura, impredecible y silenciosa, la seguía con una tenacidad inquietante.

Cuando finalmente vio a lo lejos su refugio, esperanza resurgió en su pecho, y con un último esfuerzo corrió hacia la puerta. Pero, antes de alcanzarla, una explosión resonó detrás de ella, un ruido ensordecedor que hizo que el mundo se desdibujara por un instante. El suelo tembló, y... ¡No!

-No, no, no, ¡hoy no!

Enid se detuvo en seco, el horror en su rostro mientras la polvareda se disipaba. A pesar de haber salido herida y que ahora hay un agujero en frente de su refugio, ¡está viva!

-Uff... ¡Casi me muero del susto y literal también!

Se ríe en voz alta, casi histérica y, sin más, se gira para entrar a su refugio y conseguir comida, porque esos corazones no iban a regenerarse solos. Pero...

- ¡Noo, mi casa, mi casa!

La mitad de su hogar había sido aniquilada, los cofres se habían destruido y el contenido estaba esparcido en el suelo, su valiosa colección de recursos convertida en un caos de bloques y fragmentos.

La desesperación la llevó a apresurarse, recogiendo frenéticamente sus pertenencias, cada segundo contaba. En menos de cinco minutos, recogió todo con una determinación feroz, acomodándolas en el resto de los cofres grandes, pero en su interior, un pensamiento persistente la seguía atormentando.

Salió para observar el daño causado: la pared había sido destruida, parte del suelo había sido destruido a su paso; con un suspiro entre labios, buscó piedra y arregló el agujero en la pared y rellenó el suelo con más tierra.

Sip, debe mejorar su refugio y estar más atenta.

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Nota del Autor:

¡Sean bienvenidos a un nuevo capítulo de esta historia!

He aquí, mi pequeño regalo de navidaño (un poco tarde). Perdonen la tardanza, muchas cosas pasaron mientras continuaba escribiendo esta historia, pero, en este próximo año 2025 las actualizaciones serán más seguidas y ¡con muchas aventuras por delante para nuestra querida Enid!

Sin más que decirles, les deseo felices fiestas.

¡Feliz día/tarde/noche!

-Jhoan.

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