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prólogo








          OPHELIA FORGER era dulce y tierna como un bizcocho de miel, por eso no era sorpresa para nadie lo protector que solía mostrarse su esposo.

Loid Forger, por otro lado, solía mostrarse distante, como si fuese un ser inalcanzable para el resto. Pero esa fachada desaparecía cuando entraba en escena su esposa; una risita y ojos dulces eran lo único que parecía necesitar ese hombre para sonreír.

Era una vista adorable para la señora de las naranjas del quinto piso.

Los dos pintaban una escena tierna de lo que debería ser un buen matrimonio; lleno hasta el borde de respeto, confianza y amor. Porque ellos se completaban y salían adelante en aquello que fallaban, pero también podían hacerlo por si mismos sin ningún problema.

Las discusiones terminaban en risas y besos cariñosos, con notas dulces y decisiones que llegaban a un punto medio entre ambos.

Su compromiso para con el otro iba más allá de un simple amor hecho de ilusiones y verdades a medias; ellos eran compañeros, ellos estaban en un compromiso de seguir al otro hasta el final. Se prometían no lealtad sino comprensión, estar ahí para el otro y escuchar la historia desde el principio hasta el final.

No habían promesas de amor eterno porque habían promesas de confianza, de poder contar hasta el problema más absurdo y no encontrar una mirada juiciosa o desprecio. De tener la valentía y poder hablar hasta el cansancio o hallar un consuelo silencioso, de reír a carcajadas del, incluso, más simple chiste hasta llorar a mares por comerciales conmovedores.

Por eso solían ser la envidia, así como podían ser la causa de los suspiros soñadores de los más románticos.

Porque Ophelia estaría ahí para Loid y Loid estaría ahí para Ophelia.

Y esa era una de las razones por las cuales la señora de las naranjas siempre llegaba con un pastel de naranja y miel los jueves, trayendo sus consejos de señora sabia y alegrando un poco más las tardes del joven matrimonio.


























Ophelia, para la incredulidad de su esposo, siempre comía sus pasteles de naranja acompañado de una taza de leche con canela, miel y una pizca de chocolate.

Loid siempre tomaba algo amargo para equilibrar las cosas.













—Estás embarazada.

Eso fue lo primero que dijo la señora de las naranjas una vez que Ophelia le abrió la puerta, entusiasmada por otro jueves de pastel e historias de antaño.

No esperaba eso.

—¿Y-Yo? —alcanzó a balbucear mientras se echaba para atrás, dejando que la señora entrase con su característica canasta de mimbre. Ophelia no sabía si esperar que fuese una broma, aunque ella no hacía bromas, o morir de vergüenza por la mirada que le estaba dando. —¿No será Carol la embarazada? Recuerdo escucharla decir que sus malestares lo indicaban pero que no se hallaba segura...

La señora de las naranjas la observó con una pulcra ceja rubia en lo alto y Ophelia quiso esconderse en algún lugar, tenía esa misma mirada en sus ojos chocolates que su abuela cuando la oía decir incoherencias en la espera de huir de la conversación.

—Niña —comenzó la señora de las naranjas suavizando su mirada, bando la canasta y tomando sus manos un poco húmedas debido a la ducha reciente y al calor de los nervios. —, puedo reconocer éstas cosas; tengo siete hijas y más de quince nietos.

Ophelia sintió como sus ojos se humedecían debido a las nostalgia, su corazón anhelando que esos ojos fuesen tan azules como el cielo veraniego, que su cabello rubio bien peinado fuese salvaje y marrón. Deseó que su rostro redondo marcado por los años fuese uno casi tan afilado como su temperamento y tan joven como sólo su madre podía lucir, las marcas de sus risas y sus lunares que hacían honor al cielo nocturno.

Pero no era su madre.

—Pero... ¿y si no es? —Ophelia bajó la mirada y se removió incómoda en su lugar. Luchando contra las ganas de salir del agarre de la señora. —No quiero... no quiero hacerme la ilusión y que termine por ser algo que no es.

—Por su puesto que lo es, pero puedes ir al hospital para confirmarlo.

Los tiernos ojos celestes de Ophelia tenían un brillo melancólico e inseguro. Era como si considerase todo como un sueño o fantasía producida por su mente aburrida.

Aquello tiró un poco del corazón de la señora.

—Esperaré a que venga Loid para arreglar todo el asunto. —Ophelia se recompuso lo mejor que pudo y le regaló una sonrisa tímida a la señora, tratando de ocultar la repentina preocupación que asaltó sus sentidos. —Por ahora centrémonos en el pastel, ¿por favor?

La señora de las naranjas cedió con un suspiro.

—Cómo quieras.










































Ophelia se acurrucó en el regazo de su esposo, ambos habían tenido una fiesta de llanto después de abrir sus corazones al confirmar que sí; estaba embarazada.

Y mientras los brazos de Loid se apretaban un poco más sobre ella, Ophelia sintió como un amor abrumador se abría paso en su corazón al recordar que ahora una pequeña vida estaba creciendo en su vientre.

Ella sería madre.

Y se sentía en las nubes al pensar en poder sostenerlo entre sus brazos y...

—Te amo.

Ophelia soltó una risita húmeda.

—También te amo.

Los labios de ambos en encontraron en un beso de promesa; amar y proteger al pequeño brote de esperanza que crecía dentro de Ophelia.

Quizás no serían los mejores, pero se esforzarán por hacer que su bebé sea feliz y viva una buena vida.






Twilight se juró a si mismo hacer hasta lo imposible para proteger a su familia.





















NOTA:
¡nadie puede detenerme!
*risas malvadas*

ya, hablando en serio, llevo mucho buscando una historia así.

¿es mucho pedir una historia donde la protagonista no sea ni espía, ni asesina, ni mercenaria, o similar?

quiero que sea algo dulce, ¿está bien?
quiero una familia sin angustias de... identidades ocultas, mentiras, misiones de asesinato, violencia, baja autoestima, negación de sentimientos u otras.

sólo quiero ser feliz.

además, las chicas pueden ser fuertes sin la necesidad de tener una profesión cuestionable o peligrosa.
➳ mi mamá puede confirmarlo.

en fin, que tengan bonita noche.

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