
3
Dante cayó de rodillas, el dolor estallando en su cabeza, como si una bestia le estuviera desgarrando, esparciéndose y atravesando su cuerpo como una brutal llamarada.
El mundo se volvió borroso y él también gritó. Gritó con todo su ser y a su alrededor el suelo se cimbró ante los ojos atónitos de Luka y los demás. Desde el interior de la tierra llegó un lamento y el piso se rompió, como la cáscara de un huevo.
Los sonidos se entremezclaron, creando un gemido de ultratumba que erizó los vellos de todos los que lo escucharon y los pobres humanos que estaban alrededor presenciando la escena corrieron como si el Apocalipsis se estuviera manifestando ahí, frente a ellos, en un pobre y perdido punto de Louisiana.
Bien cierto era que los humanos sabían de las existencia de las brujas y de que una academia repleta de ellas operaba en una de las zonas más centricas de la ciudad pero muchos de ellos, en su infinita ignorancia, se habían decantado por ignorarlo o creer que era simple palabrería, que los documentales sobre la Academia Robichaux solo eran falsos y destinados a atraer el turismo.
Pero la realidad se estaba desplegando ante sus ojos... Y no era el Bibidi Babidi Boo que estaban esperando.
El cuerpo de Dante, de rodillas en el suelo quebrado, comenzó a oscilar a medida que se quedaba sin voz y sin energías. Su bronceada piel palideció y sus ojos empezaron a tornarse opacos, sin ver a nada ni a nadie. Su cabeza se llenó poco a poco de memorias borrosas, de tiempos más felices, de piel morena y palabras suaves, de canales brillantes y catacumbas sombrías.
Luego cayó.
Y Lucy estaba ahí para sostenerlo mientras clamaba su nombre.
–¡Dante!–
Las lágrimas se resbalaban por el rostro de la chica de ojos color miel, una preocupación inmensa y un terror que la opacaba por mucho creciendo en su pecho. Temblaba y tenía ganas de gritar y ponerse en posición fetal, protegerse de aquel sonido horroroso que parecía surgir de las entrañas del infierno mismo.
En apariencia, Lucy siempre era la positiva, la que tenía una sonrisa y un comentario relajado en la peor de las situaciones. Siempre había sido así, viendo el lado bueno o encontrando la forma de reírse de la desgracia. Así se mantenía fuerte, así se mantenía cuerda.
Pero en aquel momento toda ella sentía su mundo caerse en mil pedazos, sentía la presión de la realidad. Ver el vacío en los ojos de Dante le recordaba al vacío que había en su vida, en su propósito, en la máscara que a veces usaba cuando creía que ella debía ser el apoyo de los demás sabiendo que nadie la apoyaría a ella.
El grito del bosque continuaba, estrangulado y aterrador, recordándole cada mala experiencia en su vida, cada momento de dolor y angustia; el grito le destrozaba el alma como quien quita el papel tapiz de la pared, con lentitud y placer, dejándola con la única falsa protección que le brindaban sus ojos fuertemente cerrados.
Los minutos se alargaron hasta parecer eternos, antes de que, finalmente y de igual manera como surgió ese sonido se desvaneciera, sin dejar rastro. El silencio que le siguió fue tan ensordecedor que a Lucy le tomó algo de tiempo reponerse y que sus sentidos volvieran a su estado normal. Por ello no se dio cuenta de que aferraba entre sus brazos a Dante que permanecía caído hasta que abrió sus ojos.
La chica tenía su frente contra la del chico que mantenía acunado entre sus brazos y él se mantenía con los ojos firmemente cerrados y la respiración agitada. Su piel comenzaba a recuperar un poco del color que había perdido y la ojiverde no pudo evitar sonrojarse de golpe y contener la respiración. A pesar de su forma de ser, tan liberal, coqueta y desvergonzada, nunca había estado en una posición tan íntima con alguien. Y era íntima no por la cercanía, a la cual estaba bastante acostumbrada, más bien era por los sentimientos que se agolpaban en su pecho a causa de aquel muchacho al que no conocía. Algo en él le provocaba ternura, un deseo desmesurado por tenerlo a su lado y que le dejara amarle.
De golpe, Dante abrió los ojos, mostrando sus orbes aquamarina y mandando a Lucy inmediatamente hacia atrás por la sorpresa.
Parecía que por un momento sus ojos se habían tornado ¿naranjas?
Antes de que pudiera encajar lo que acababa de ver, el ojiazul se salió de su agarre con soltura y se incorporó con rapidez, aparentemente recuperado, antes de salir disparado en dirección al bosque sin mirar atrás ni por un segundo.
–¡Dante, espera!– Llamó la chica, con el corazón estrujandose por el aparente rechazo y despreocupación del joven.
Seguramente se hubiera quedado ahí, de rodillas y preguntandose que demonios le ocurría a aquel chico si no hubiera sido por Alex. Sin que Lucy se diera cuenta esta se había acercado y cuando Lucy le devolvió la mirada bufó de forma sardónica mientras elevaba una ceja con burla.
–Casi me creí que estaban en medio de un momento romántico– Dijo mientras se daba la vuelta y comenzaba a andar tras el rastro de Dante. Con una sonrisa satisfecha se preparó para correr justo después de terminar su oración –Pero usualmente los chicos no huyen de un beso de esa manera–
Lucy no pudo más que fruncir el ceño y levantarse para correr detrás de la pelinegra. Y aunque estaba enojada por sus palabras sabía que tenía la razón.
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La vegetación era un borrón mientras Dante corría con todas sus fuerzas tratando de llegar al origen del grito que lo había derribado. Aún no sabía muy bien el por que le había ocurrido eso pues aunque a los demás aparentemente también les había hecho daño, fue él el primero en caer.
Y no era por presumir, pero estaba seguro de que era el mejor preparado para enfrentar amenazas de cualquier tipo, basado solamente en su conocimiento de la magia.
Si ese era el caso entonces ¿por que aquel dolor desgarrador logró lastimarlo tanto? ¿como logró aquella magia penetrar tan profundo en su ser?
La respuesta estaba tan clara para él que casi parecía una perdida de tiempo pensar en ello, pero si no lo hacía su mente comenzaba a desviarse a preguntas menos agradables, todas ellas relacionadas con cierta castaña que estaba en peligro en algun lugar de aquel maldito bosque.
Los pensamientos pasaban por su mente casi tan rápido como los árboles por su lado, y aunque sabía que era mala idea correr por un bosque en penumbra poco le importaba en realidad.
Apesar de lo que había pasado entre él y Quetzal, Dante sabía que siempre estaría preocupado por su bienestar. Y quizá ella algún día lo perdonara por ser un imbécil.
Pero aquellas cuestiones solo se solucionarían si la susodicha se mantenía sana y salva.
Una luz se distinguía a lo lejos, mientras más se acercaba Dante se preparaba para lo peor pues aquella fuente de luz no podía ser natural, no en aquel bosque tan sombrío.
Cuando llegó al sitio donde se originaba el resplandor y su visión se adaptó a la luminosidad el horror surgió en su pecho.
Quetzal estaba en medio del claro y su apariencia recordaba a una muñeca bizarramente rota, rodeada de una luz que la hacía parecer un espectro infernal y con solo su ropa interior puesta pues era lo único que había logrado ponerse en la mañana antes del desastre. Varias fracturas expuestas se distinguían claramente por todo su cuerpo, el hueso al aire libre y manchado de sangre la hacía parecer alguna especie de demonio; cortes profundos dejaban al descubierto su carne y la sangre aún manaba de estos lentamente; como si fueran las cuerdas cortadas de una marioneta, lianas y lo que parecían raíces de árboles se enroscaban por su cuerpo, siendo en apariencia lo único que la mantenía entera.
Pero lo más aterrador eran sus ojos.
El cálido marrón que solía llenarlos se había ido por completo, quemado por un blanco cegador, brillante y voraz como el fuego, inclemente y sin expresión.
Con un movimiento rígido y descontrolado ella volteó su cabeza y su cuello hizo un sonido antinatural. Su cabeza cayó sobre su hombro y sus ojos parecían dirigirse al aterrorizado chico que estaba al borde del claro, pero era difícil decir si lo estaba mirando a él.
Una sonrisa espeluznante se deslizó con pesadez por los labios sangrantes de Quetzal y esta soltó una risa ronca que sonó más parecida a un graznido. Sus dientes también estaban llenos de sangre.
–Gracias por abrir la tierra– Dijo con una voz grave y quebrada que a duras penas se acercaba a la que poseía hasta esa mañana.
Su cabeza se movió de nuevo, cayendo sobre su espalda y en ese momento los demás chicos llegaron al claro justo cuando la tierra comenzó a temblar de nuevo. Dante no los miró a pesar de sentir su presencia pues solo podía ver a la aparición en la que se había transformado la chica a la que había amado. Era imposible que ella siguiera viva.
Sin embargo él sabía que los muertos no podían hacer magia aunque en vida hubieran poseído la habilidad o el poder necesarios para ello. Y si los muertos no podían hacer magia ¿quien estaba haciendo aquello?
La tierra se removió y una garra de hueso pulido salió de ella como en una típica pelicula de zombies. Más manos y garras esqueléticas comenzaron a brotar cual flores dantescas, mientras el brillo que manaba de la aparición con el rostro de Quetzal disminuía, dejandolos sumidos en sombras.
Los esqueletos de diversos animales y personas se arrastraban para salir de su perturbado sepulcro, algunos con carne pútrida aun aferrada a su estructura ósea, la mayoría tan antiguos que brillaban bajo la luz. Aquellas teribles osamentas se arrastraron e incorporaron impulsadas por una fuerza inquietante y obscura.
Cuando los estremecedores esqueletos estuvieron todos fuera de la tierra y la luz casi habia regresado por completo a su lugar de origen, Quetzal, con notorio esfuerzo enderezó su cabeza, las lianas que rodeaban su cuello tenzandose y enroscandose para colocarla y mantenerla en aquella posición. Su sonrisa sanguinolenta desapareció y alzó con el mismo sistema su brazo derecho más rapidamente de lo que cabría esperar. Mientras este se elevaba una especie de sombra comenzó a formarse detras de este y a adoptar forma ovalada, llegando a tener la altura de Quetzal. Entonces aquella sombra se solidificó y pasó a ser lo que parecía un espejo completamente negro. En su interior parecía arremolinarse una especie de humo que poco a poco comenzó a manar de aquel cristal.
La voz de la chica sobresalto a todos cuando se hizo presente de nuevo, en especial por las palabras que pronunció y que implicaban mucho más que una traición.
–Ahora... Matenlos–
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