six
Instalaciones de SHIELD, ciudad de Nueva York.
Annie asomó su cabeza, observando ambos lados del pasillo. Los guardias se habían retirados minutos antes, pero necesitaba estar segura de que ningún adulto obstaculazara su misión.
Delante de ella se extendía una gigantesca puerta de metal, detrás de la misma, se hallaba su objetivo. Agradecía que sus habilidades psíquicas básicas no fueran afectadas por el dispositivo que su padre habían creado, al menos lograba leerle la mente a los guardias de seguridad para conocer las contraseñas del edificio.
Sentía la creciente necesidad de averiguar cuáles eran los siguientes pasos a seguir del dios del engaño. Desde el primer encuentro ocurrido en la ciudad de Munich unos meses en el pasado, Annabeth había dedicado parte de su tiempo en investigar al sujeto.
Una suave llovizna había comenzado a caer sobre la ciudad, tomando desprevenida a Annabeth. La pequeña debió refugiarse de un toldo de una tienda para evitar que sus prendas de mojaran.
Sus pensamientos se hallaban atendiendo la única cuestión que se presentaba en su mente: ¿qué excusa tendría aquel día? No podía mencionar que se había escapado para visitar la biblioteca ya que se encontraba cerrada; el museo de historia se encontraba en refacción, Ethan estaba en Polonia visitando su madre. Tampoco podía llegar al cuartel y contarle a su madre sobre su investigación de las demás gemas del infinito. Echaría sus meses de arduas investigaciones a la basura en cuestión de instantes.
Una figura alta y esbelta captó su completa atención. Un sujeto vestido con saco y corbata esperaba en la vereda contraria, parecía poco importarle que el estado meteorológico hubiera cambiado tan bruscamente.
Annabeth cruzó el pavimento con rapidez, una vez que el semáforo le había habilitado su accionar. «No te acerques a él, no te acerques a él», se repetía constantemente. Pero la curiosidad extrema era una de sus tantos defectos, el que provocaba que su vida se pusiera en peligro cada cinco minutos.
—Disculpe señor, ¿sabe usted cómo llegar a la calle cuarenta y cinco?
El hombre la examinó por algunos segundos sin omitir sonido.
—No —masculló, tajante.
Annabeth frunció su ceño, advirtiendo la tonalidad de voz extranjera del hombre desconocido, además de su forma anticuada de vestirse . Centró sus habilidades en tratar de informase más sobre su persona, pero una potente barrera mental reprimió sus intentos.
—¿Pretendes leerle la mente a un dios, niñita?
—No entiendo esa tonalidad de superioridad que utiliza conmigo, señor —El desconocido asomó su rostro pequeña—. Jamás había tenido que lidiar con barreras mentales tan altas. ¿Quién es usted?
—Midgardiana irrespetuosa.
La paciencia de Annabeth empezaba a acortarse. A lo cual, comenzó a mencionar los números naturales a partir del "0" para tranquilizar sus crecientes ganas de golpearlo.
—¿Midgar...? —inquirió, pensativa. Su cerebro hizo un click y contempló al hombre con desagrado—. ¿Eres Thor? ¿El qué destruyó un panel de contención en las cercanías de las instalaciones de la organización a la cual mi padre decidió venderle mis inventos? ¿¡Sabes lo que me ha costado recrear las condiciones de un sistema exterior al nuestro!?
—Hazme el favor de tranquillizarte. Posees un temperamento bastante peculiar, midgardiana —comentó el sujeto, sosteniéndola por los hombros.
—¡Deje de llamarme así! —exclamó, enfadada.
Apretó sus puños, respirando profundamente. «Inhala, exhala, inhala...». Las situaciones en las cuales estaba al límite de perder el control eran cuando su hermano, Josh, le escondía alguna de sus herramientas de laboratorio. Llevaba apenas minutos conversando con aquel sujeto con aires de grandeza y ya quería patearle el trasero y devolverlo a su logar de procedencia.
¿Por qué la seguridad y comodidad habían aumentado drásticamente en presencia de aquel sujeto? Se sorprendía de cómo podía comunicarse con facilidad y, según las palabras textuales de Anthony Stark, transmitir tranquilidad con personas desconocidas.
—Puedo percibir una potente energía fluir por tus venas... Una presencia similar a la que transmite una fuente de energía celestial —Annabeth apartó su anatomía unos metros. Los aires de superioridad, que conozca al destructor de sus experimentos y que supiera sobre las gemas del infinito sólo dejaban a una persona resaltada—. ¿Quién es usted, niña?
Annebeth lo observó extrañada. En su mente apareció un dato que había pasado desapercibido durante la conversación: el sujeto desconocido era Loki, el hermano de Thor. Tuvo la intención de preguntar y confirmar la información, pero optó por quedarse callada.
—¿Los ratones han comido tu lengua, niña?
—¿Puede callarse? Estoy tratando de concentrarme.
Acabó de comprobar las ventajas y desventajas que traería como consecuencias continuar con el intercambio de palabras. Annabeth no podía mencionar acerca de su estado o algo relacionado a la fuerte de energía que le proporcionaba sus poderes. Aunque noches anterior, durante un sueño, la gema de la realidad le había advertido sobre un futuro próximo que sería desastroso para el universo.
Annabeth no se hallaba completamente segura de aceptar su destino. Apenas lograba comprender y aprender sobre sus poderes, pero «un gran poder conlleva a una gran responsabilidad».
Su reloj digital emitió un irritante sonido. Era momento de la cena, por ende, reunión familiar. En caso de no presentarse, su madre enviaría al resto del equipo en su búsqueda y mandaría la planificación a la basura. Sin intercambiar palabra alguna con el dios del engaño, se marchó corriendo.
Las semanas transcurrían con lentitud, cada segundo parecía una eternidad encerrada en el bloque de edificios. Para mantenerla “castigada” por sus peligrosos escapes del cuartel, sus padres habían decidido mantenerla allí dentro, rodeada de agentes y personas de alto rango militar.
Aunque la pequeña no había colorado excusa o mostrado resistencia. Cada minuto fuera del cuartel le habían ayudado a conectarse más con su interior y entender el funcionamiento del universo desde el punto de vista de Loki.
Un uniformado del fondo captó su atención. Sus gestos le parecían conocidos e incluso la manera en que observaba a su alrededor.
—¿Hueles estiércol?
—¿Disculpa?
—Has estado viviendo por más de cinco meses en este lugar, ¿y no te acostumbras a la cultura humana?
—¿Por qué quisiera acostumbrarme?
La pequeña se encogió de hombros. Sacó uno de los dulces que guardaba en el bolsillo de su abrigo y se lo obsequió al de cabellos oscuros.
—Porque así será más fácil.
—¿Crees que me facilitara entender su cultura?
Tomó la gema dorada que sobresalía de su brazalete. Lo arrancó de un tirón y extendió su mano con una de las partes de su alma.
—Sé a qué vienes aquí —mencionó, sintiendo la curiosidad invadir el cuerpo ajeno—. ¿Estás seguro de querer cargar con las consecuencias de tus actos, Loki?
Las advertencias del pasado y las consecuencias del futuro seguían repercutiendo en su cabeza. Había sido una locura entregarle un trozo de semejante poder a una persona sedienta de venganza, pero Annabeth debió entender que aquella era la única manera de finalizar la face uno y más sencilla del plan.
—¿Niña?
Annabeth permaneció unos segundos en su escondite. La habitación estaba siendo vigilada por un grupo de agentes bien entrenados, el cual incluía a su madre y a su tía Karen, y que estarían dispuestos a hacer lo necesario para desmoronar todo.
—¿Lo haces por simple venganza? Entiendo, quieres ser tratado al igual que Thor. Recibir la misma cantidad de cariño y respeto que el verdadero heredero al trono, pero, ¿vale la pena sacrificar tanto por una butaca vacía?
—¿Para quién haces esto, Annabeth?
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