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Munich Alemania, noviembre de 2001;
Movió sus manos por su rostro, evitando observar el reloj que colgada de la pared de concreto. Los segundos tardaban una eternidad en transcurrir, aumentando los nervios de Robert. Su mujer había entrado en estado de parto hacía cinco horas y, desde que los médicos la internaron en una sala privada del sanatorio, no había tenido información alguna.
Para aumentar aún más su preocupación, sus compañeros se hallaban en una misión en la lejana ciudad de Madrid, en España. Según los reportes de su hermana menor Karen, Richard se había infiltrado en una conversación en un bar de la ciudad y había logrado obtener algunos detalles de una posible reunión de varios agentes de alto rango de HYDRA. Robert no tuvo más remedio que darles la orden de perseguir a los probables personajes y reducirlos antes de que concretaran sus planes.
Tomó el télefono móvil entre sus manos, apoyando el auricular en su oreja. Unos segundos después, la tranquilizadora voz de su hermana atravesó el artefacto:
—¿Ya ha nacido?
—Ningún avance de la última vez— respondió, dejando escapar un profundo suspiro.
En sus treinta y dos años de vida había sufrido tanto como aquella noche, pese a que varias misiones en el pasado habían acabado con dolorosas torturas. Una mezcla de sensaciones se desataban en su interior: angustia, felicidad, curiosidad, impaciencia.
—¿Y? ¿ES UN MOCOSO O UNA MOCOSA? —luego de la indagación de Alexander, se escucharon varios golpes y exclamaciones de dolor. Robert reprimió una risita— ¡QUE SALVAJE ERES, MUJER! ¿Qué clase de hermana tienes, Robert?
Antes de que pudiera formular una respuesta, la entrada a la sala de parto se abrió.
Theon Williams apareció por el pasillo del sanatorio, revisando una carpeta de documentos. Su rostro reflejaba asombro absoluto, como si acabara de descubrir una especie nueva de vida. Theon removió sus castaños cabellos, ofreciéndole a Robert la carpeta.
—¿Cómo está, Georgie?
Las palabras le brotaron involuntariamente.
Su compañero suspiró. Los ojos de Theon le transmitieron algo de temor a Robert. Esa mirada significaba sólo una cosa: problemas.
—Tenemos problemas —respondió, tomando asiento en una de las bancas de madera.
—¿Qué clase de problemas?
El terror lo había invadido por completo: la integridad física de su mujer, Georgie, podría correr peligro, también el pequeño ser que llevaba en su interior.
—¿Georgie ha estado fuera del cuartel durante el embarazo?
—Sí. Fue a visitar a su hermana, Doroty, a Berlín durante dos semanas —respondió Robert, asintiendo— ¿Qué sucede?
Aún recordaba el momento que su esposa le había informado acerca del pequeño viaje. Robert se había negado a dejarla partir, por su vulnerable condición física y psicológica, además por las amenazas que recibían del gobierno constantemente. Luego de varias discusiones con sus compañeros y peleas de matrimonio, habían llegado a un acuerdo: Georgie se quedaría una semana con su hermana Doroty.
—Parece que Doroty también estaba obsesionada con la experimentación, al igual que su padre. Toda la familia de tu esposa está demente, ahora comprendo por qué no quería regresar a su hogar.
—¿El bebé posee alguna mutación especial?
—La bebé –Theon hizo un énfasis en la palabra “la”. El corazón de Robert comenzó a latir de manera desenfrenada—. Es más que eso, Robert, me temo que tu pequeña se ha convertido en algo esencial para el universo.
Robert frunció las facciones de su rostro, confundido. ¿La recién nacida era algo esencial para el universo? La única respuesta que apareció en su mente le parecía descabellada, imposible de realizar.
—No comprendo a qué quieres llegar con la conversación.
En ese instante, una enfermera de mediana estatura apareció por la puerta, sosteniendo un bulto envuelto en una sábana blanca. Con una sonrisa que mostraba sus dientes blanquecinos, se la ofreció a Robert.
Un delicado rostro asomó por el hueco de las sábanas. Robert se percató de las pequeñas pecas que invadían las mejillas de su pequeña, su anhelada niña. Pero lo que captó su completa atención era el color de sus ojos: un profundo color azul marino, que resultaba inquietante.
—Es la gema mente. Se encuentra en sus sistemas, en su sangre, en su ser completo —comentó Theon, señalando a la niña—. Ella es la gema mente, Robert.
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