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Sueño teñido de rojo y desesperación


Lo primero que Tania vio en aquella oscuridad fue un pequeño punto de luz a lo lejos. Sentía el cuerpo entumido y las piernas a duras penas podían mantenerla en pie, con cada paso que daba se tambaleaba como un títere de tela. Intentaba llegar a aquel punto iluminado, pero cada vez, por más que caminaba su destino seguía viéndose demasiado lejos, como si, por  cada paso que Tania diera aquella luz retrocediera cien.

Así estuvo andando por mucho tiempo, no podía decir con exactitud cuando había transcurrido. ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Días? ¿Años? 

Desconocía ese dato, simplemente podía decir que llevaba demasiado andando, pero por alguna razón no podía parar.

Notaba como poco a poco su cuerpo iba desgastándose más, sus músculos desaparecían, y, si antes sus piernas vacilaban para sostenerla ahora era peor. No podía verse a sí misma pero sentía que algo en ella había cambiado.

Después de un tiempo el suelo por el que andaba comenzó a humedecerse, Tania hubiera pensado que aquello que pisaba era agua pero el olor a hierro en el aire le hizo percatarse de que en realidad se trataba de sangre.

¿Sangre?

No recordaba estar herida, pero tampoco habría razón para que aquella sustancia roja que cada vez era más le perteneciera, podría tratarse de una alucinación tan real como falsa. Se acostumbró rápidamente al olor que la sangre desprendía, por muy sofocante que fuera y sin prestar mayor importancia continúo su andar rumbo a la luz.

Había avanzado nuevamente cuando lo más extraño comenzó.

Aquella luz dejó de alejarse, eso le alegró, y, aunque sus piernas ya estaban por rendirse volvió a presionarlas para que avanzaran lo más rápido posible con tal de llegar de una buena vez a ese destino que anhelaba con locura.

Su andar se volvió torpe conforme más se acercaba y aceleraba, tropezó en repetidas ocasiones y las sangre la cubrió, dejó de tomarle importancia cuando cayó por quinta vez.

Esa ocasión, en cuanto se levantó notó unos bultos tirados justo debajo de lo que parecía una farola de cuentos de hadas, eran bultos muy grandes como para pasar desapercibidos. Tania sintió entonces una corazonada de que algo no andaba bien, algo allí estaba mal, más mal que el resto del entorno, que, de por sí ya era bastante turbio y retorcido.

Con más lentitud y calma que antes, se levantó chorreando sangre, para luego seguir avanzando dispuesta a desvelar el misterio que envolvía ese entorno y a esos bultos extraños que seguían tirados, esperando.

Un olor fétido y pútrido llenó sus pulmones en cuanto estuvo a unos tres metros de aquellos seres extraños regados en el suelo, era un olor tan penetrante que resultaba sofocante, su nariz le quemaba al inhalarlo. Apestaba a descomposición, carne contaminada y fluidos coagulados.

Tania tuvo que contener las nauseas y armarse de valor para seguir avanzando, pero, al estar lo suficiente cerca para poder ver a la perfección aquellos bultos un grito de horror escapó de su garganta.

Aquella escena frente a sus ojos era una terrible obra, sangrienta y grotesca. Lo que se encontraba regado en el suelo de sangre, no eran otra cosa que cuerpos humanos, cuerpos que, para su mala suerte, Tania conocía muy bien.

R, Charlotte, Ruby, Romina, Henna, Minerva, Nilsu, Emma, Penny, Iktan, Dakota, Idunn... Dahana.

Tania tragó saliva, intentó sacar aquella imagen de su memoria pero no pudo, quería apartar la mirada pero una fuerza invisible la retenía allí, obligándola a ver ese escenario que era digno de una película de horror.

Todas estaban muertas, estaban colocadas de tal forma que parecían marionetas listas para llevar a cabo una obra que solo trataría de muerte. Sus cuerpos ya estaban en un estado avanzado de descomposición y por ende miles de roedores e insectos comenzaban a acumularse dentro y fuera de aquellas chicas alimentándose se su carne y órganos.

R se encontraba a un lado de Charlotte, ambas tenían las manos entrelazadas, simulando una tragedia amorosa. La boca de R estaba cosida con cabellos rubios, sus ojos estaban huecos y llenos de gusanos que arrancaban sin piedad la carne de las cuencas, su mano libre había sido rota y sus huesos molidos y reemplazados por agujas de metal. A la altura de su cintura tenía un corte de donde manaban sus órganos internos, además de que el culpable de todo aquello había arrancado su corazón para coserlo en el ojo derecho de Charlotte. 

Charlotte por su parte tenía el vientre abierto y sus piernas destruidas, los órganos y un feto en sus últimos meses de gestación asomaban de la abertura en su estómago, la cual igual estaba abarrotada de pétalos rojos de rosas y pequeños ratones con dientes afilados que se daban un buen festín con todos los restos que tenían a su alcance. Henna, Romina, Iktan y Dakota estaban iguales, sentados como si esperaran presenciar algo, con los ojos arrancados y cosidos en la boca, las manos unidas por cabellos y sesos, las tripas afuera y cada uno sosteniendo un corazón que no le pertenecía.

Emma parecía haber caído protegiendo a Penny, ya que su cuerpo la envolvía siendo atravesada por las plumas metálicas de las alas de esta, ambas tenían el cuello roto y la boca llena de tripas y agujas oxidadas. Ruby e Idunn eran las siguientes, abrazadas como solían hacer, con las cabezas cortadas justo por la mitad dejando ver su cerebro y las alimañas que ahora lo consumían. Las dos carecían de piernas y ojos, los cuales habían sido reemplazados vil mente por más pétalos de rosas.

Minerva mantenía sus alas fuera, estas estaban crucificadas al suelo, sobre su pecho se recostaba Nilsu, ambas igual habían perdido los ojos, pero a diferencia del resto sus cuencas habían sido llenadas por clavos. Nilsu tenía la columna rota al igual que las piernas, pero lo más aterrador de esa escena era las garras que le sobresalían, garras similares a las de los monstruos a los que Tania temía cuando era mucho más pequeña.

Aún así, todas aquellas escenas turbias quedaban muy por debajo de lo que representaba el cuerpo de Dahana.

Tania se sintió desfallecer al observarla.

Los bellos ojos de la joven estaban en su lugar pero ahora tenían clavados varios dardos, su boca estaba cosida con su cabello y rellena de gusanos y órganos, al igual que Minerva había sido clavada al suelo con enormes agujas de reloj. Su busto estaba lleno de cortes de los cuales asomaban alimañas, a la altura de su corazón había un hueco repleto de huesos que Tania dedujo, eran costillas. El vientre y estómago de la chica estaba como el de Charlotte, solo que en vez de mostrar un solo feto dejaba ver más de seis, todos igual de pútridos que su carne. Las plumas de metal que tanto odiaba Tania se habían enterrado de forma cruel en las piernas de su pareja doblándolas en una posición anormal.

Era demasiado...

Para Tania aquello fue más de lo que pudo soportar. Todo lo que más amaba, muerto frente a ella... 

No podía aceptarlo. No cuando ellas no merecían ese final, debían estar bien, no podía acabar así.

El pulso y la respiración de Tania comenzaron a alterarse, estaba perdiendo en control sobre sí misma, sus manos, su cuerpo, todo en ella temblaba, su cabeza estaba causándole un dolor tan fuerte que pensó en arrancársela solo para apaciguar aquel tormento.

Con horror notó como sus manos se deformaban hasta volverse aquellas garras que tanto temía, sintió su cuerpo crecer y llenarse de odio, todo giraba, todo daba vueltas.

Las imágenes comenzaron a ponerse borrosas y lo último que alcanzó a escuchar fue un rugido proveniente de su ser, luego cerró los ojos para sumirse en una oscuridad aún mayor a la que ya se había enfrentado.

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