UNO
✦GANAS O MUERES ✧
✦✧✦✧
Los rayos de sol que se filtraban en medio del cielo gris y encapotado característico de Andras me daban de lleno en la cara, cegándome a momentos, el calor era insoportable, el sudor caía por mi frente haciendo que se me pegaran mechones de cabello grasientos en el rostro.
Recapitulemos.
Estoy a punto de ser ejecutada públicamente por un carbón con complejo de superioridad, que cree que la vida es una moneda de cambio que puede gastar cada vez que le dé la gana, con la excusa de que es un "mal necesario" mientras una oleada de gente igual de estúpida me observa con un morbo enfermizo.
Probablemente esperando ver cómo me asfixio por la soga que se ajusta a mi cuello, y poniendo fin a mi miserable existencia encerrada en estas murallas, no me sorprende que incluso en los más "respetables" habitantes del distrito noto ese brillo perverso, miles de miradas curiosas, miradas que juzgan, miradas que me repudian centelleando a mi alrededor.
Tampoco me sorprende que hasta el grupo de obedientes devotos que predicaba a gritos sobre la misericordia que tenían los ángeles y cómo debíamos seguir su ejemplo a diario se mantenían expectantes a lo que pasaría, murmurando injurias contra mí.
Nunca fui una mujer de fe, nunca fui religiosamente los domingos a la iglesia, nunca me detuve cuando testigos de Jehová me abordaban en las calles, en la familia que crecí no me enseñaron tales cosas, así que no se mucho sobre religión, pero estoy segura de que en sus mandatos no está el de "joderle la vida al resto para compensar sus aburridas existencias"
Panda de hipócritas.
Pensé comenzando a sentir los músculos de los brazos agarrotados en mi intento por cortar con disimulo las cuerdas, estaban tan ajustadas que apenas si podía moverme.
—Esto pasa cuando desperdicias tu vida haciendo cosas malas— murmuraba una señora cercana a la plataforma.
Mi atención inmediatamente fue dirigida a ella, una señora robusta, y bajita con la piel blanca y el cabello recogido en apretados rizos que hacían ver su rostro aún más redondo de lo que ya era, a juzgar por sus ropas debía ser una de las monjas que estaba al servicio del canciller, se mantenía rodeada al menos de cinco niños que no debían sobrepasar los ocho años de edad, todos vestidos con ropas en buen estado e impecables a diferencia de la mayoría de Andresianos que estaban tras ella, hijos de algún alto mando, que se mantenían observando con ojos curiosos.
Tanta atención me hacía sentir como un animal de circo, cosa que no podría estar tan lejos de la realidad, viven enjaulados, mueren enjaulados, pero siempre rodeados de miradas desconocidas y llenas de morbo por presenciar cual será el siguiente truco, ¿podrá el león atravesar el aro en llamas? O ¿Solo caerá derrotado por el agotamiento y los malos tratos? ¿Morirá ahora? O ¿Vivirá otro día para una nueva función?
—No señora, eso sí que no— contradije molesta y lo suficientemente alto para que todos me escucharan — esto pasa cuando idiotas como tú ponen en el poder a estúpidos como Blade, no arrastre a la ignorancia a esas pobres criaturas.
Se escucharon algunas risas camufladas por el repentino brote de murmullos que mi comentario había causado.
—Por Dios como te atreves a usar ese lenguaje — grito con el rostro enrojecido por la humillación — hay niños aquí.
Juraría haber escuchado un susurro de advertencia de parte de Sergei, un «no lo hagas Vett»
Pero él estaba sentado al lado del canciller, fingiendo que mi existencia no podría importarle menos, aunque por el rabillo del ojo refulgía un "no lo empeores" casi suplicante
Para mí eso se vio como un «adelante con el plan», ya estaba condenada a ejecución, nada podía ser peor que eso.
—Dos cosas queridas — sonreí con cinismo—Primero: no metas a Dios en esto, hace mucho que nos abandonó— puse mi mejor expresión inocente —segundo: ¿Importa más mi lenguaje que dejar que niños pequeños vean una ejecución pública?
La mujer pareció atragantarse con los que sea que fuera a decir al escuchar a uno de los pequeños preguntar curioso:
—Señorita Beatriz ¿Que es una ejecución pública?
Por supuesto que no lo sabrían, todos los pequeños jamás sabrían lo que es la muerte, en cierta forma envidiaba esa ignorancia, no tenían percepción de los horrores que se vivían fuera, porque en este mundo devastado y agonizante no existía tal cosa como morir.
Al no obtener respuesta de parte de la mujer que parecía haberse bugueado sus enormes orbes oscuros se fijaron esperanzados en mí.
—Es cuando personas mediocres como ella— señalé a la mujer con el mentón —quieren ver cómo lastiman a alguien porque no soportan enfrentar la verd...
—¡Suficiente! — Blade elevo la voz sobre la multitud al ver el revuelo que había formado —alguien haga que se calle.
Tan rápido como dijo aquello uno de los guardias que se mantenía a mi lado se acercó a mí para taparme la boca con cinta adhesiva, al pobre le temblaban las manos, era un muchacho joven, probablemente nunca antes había ejecutado a nadie.
Fije mi mirada en Blade, si de mí hubiera dependido, habría cortado la soga y lo habría estrangulado con ella hasta matarlo, pero esa misma impulsividad ya me había metido en suficientes problemas, y a su lado estaba el promotor de todo, Nathan Blade, mi ex novio.
—Ciudadanos de Andras, hoy me dirijo a ustedes ejerciendo mi deber de guiarlos hacia un futuro de grandeza y estabilidad. —vociferó Octavio, con voz firme y clara —En este glorioso momento, debo recordarles que el poder reside en manos capaces, en manos decididas a tomar medidas audaces por el bien de todos.
Si no lo conociera, me hubiera tragado ese cuento, pero lo habían elegido a él para mantener la ley y el orden, la parte adinerada claro está, porque los que eran como yo no fuimos escuchados, sólo sometidos, legalmente, si es que aún tenía sentido esa palabra en este caos, ya no éramos personas, éramos menos que basura en una esquina, desechable e innecesaria hasta que necesitaban algo que estuviera fuera de las murallas, comida enlatada, herramientas, o alguna otra cosa útil.
—En nuestra búsqueda de grandeza, debemos entender que la disciplina y la obediencia son fundamentales. La disidencia solo siembra caos — el canciller continuó hablando —y es nuestra responsabilidad erradicar cualquier amenaza que se interponga en nuestro camino hacia la grandeza absoluta. La lealtad es la columna vertebral de nuestra sociedad, y aquellos que desafíen este principio sólo cosecharán la ira de la autoridad.
Había que tener caradura para pregonar sobre justicia luego de todo el mal que había hecho, retorcí mis muñecas para seguir cortando lentamente la cuerda, las manos me hormigueaban por la falta de circulación.
—En este viaje hacia la grandeza, los sacrificios son inevitables, pero son sacrificios necesarios. A medida que consolidamos nuestro poder, construimos un distrito más fuerte y resuelto. — una de sus nudosas manos me señaló — Las voces de aquellos que buscan debilitarnos deben ser silenciadas, para que podamos avanzar sin distracciones hacia la utopía que merecemos, como líder indiscutible, prometo protegerlos de las influencias externas y de aquellos que se atrevan a socavar nuestra grandeza. En este nuevo orden, se recompensará la lealtad y la conformidad, mientras que la disidencia será castigada con firmeza.
>>Ciudadanos, hoy marcamos el comienzo de una era dorada, donde la unidad y la fuerza nos elevarán por encima de todos los demás. Sigamos juntos, sin miedo, hacia un futuro que solo puede ser moldeado por la mano firme y decidida de un líder infalible. ¡Que Andras prospere y que el mundo entero se doblegue ante nuestra grandeza!
Aquel discurso provocó el griterío de los presentes, el canciller levantó su brazo formando un puño con sus manos haciendo que el revuelo se detuviera y reinará el silencio en la plaza.
Se giró hacia mí con una mano en el pecho, recitando de manera solemne parte del lema andresianos.
—Que tu supervivencia sea larga...
—Y rápida tu muerte — lo secundaron sus seguidores en coro.
Como si esa hubiera sido la señal para desatar el caos, enseguida comenzaron a escucharse disparos a la lejanía, disparos y gritos de personas aterradas, cosa que era poco común en el centro de Andras, nadie disparaba a menos que....
—¡Penitentes! —un soldado con la mitad de su rostro cubierto de sangre arribó a la plaza agitado y con una expresión horrorizada — todo el mundo debe evacuar inmediatamente, han derribado parte del muro, no podemos retenerlos a todos.
Luego de dar su informe, el hombre se desplomó y quedó inmóvil en el suelo, la gente aterrorizada comenzó a correr desesperada cuando el mismo soldado comenzó a convulsionar en el suelo y a botar espuma por la boca.
Un infectado
Fue lo primero que pensé, sintiendo un latigazo de miedo que me recorrió todo el cuerpo, el soldado caído se retorcía en ángulos extraños en el suelo en medio de la oleada de gente que corría despavorida a su alrededor, el soldado doblaba los brazos en giros imposibles y arqueaba la espalda sobre el pavimento, a tal punto que podía escuchar sus huesos crujir, se parecía a la niña del exorcista.
Puede ver como Sergei, daba órdenes desde su posición para que todos regresen a sus casas y se atrincheren en ellas, hasta nuevo aviso, se tomó un momento y me dedicó una mirada que parecía preocupada, para después desaparecer junto a la rata de Blade que repentinamente se ocultaba tras su hijo, rumbo a la habitación del pánico de uso exclusivo para él y su familia.
Sentí mis pulsaciones ir a mil por hora, había planeado muchas cosas para ese día, pero entre mis planes no estaba convertirme en bocadillo de penitentes, estando en la plataforma, atada, amordazada, sobre un banco inestable y con una soga en el cuello, básicamente tenia escrito "comida gratis" por todos partes, sería mi fin.
El guardia finalmente se irguió de forma antinatural, tenía los ojos inyectados en sangre, una espesa baba de color oscuro chorreaba desde su boca entreabierta.
Carajo. Carajo. Carajo
Pensé al sentir la adrenalina a tope en mi sistema mientras el bichejo emitía un sonido, seco, raspado y desagradable, si se tratara de un ser torpe y lento estaría bien, pero yo sabía de primera mano lo rápidas que podían ser esas cosas.
Entre tanto caos, me apresure a mover con más brusquedad la navaja tratando de cortar la cuerda que aprisionaba mis brazos, al tiempo que esa cosa se preparaba para correr hacia la plataforma y morder a cuanta persona se le atravesase.
Y justo cuando lo creí todo perdido, un motociclista apareció y lo embistió, el cuerpo del penitente cayó desparramado varios metros lejos de nosotros, del sistema de altavoces comenzaron a sonar a todo volumen las primeras notas de Welcome to the jungle.
Tenía que ser una broma, hacía mucho que nadie escuchaba música, toda se perdió cuando entramos a Andras.
Desde una de las ventanas de un edificio aledaño alguien lanzó una bomba de humo, no una de gas lacrimógeno por suerte, más me parecían las que usan en la revelación del sexo de un bebé en un baby shower solo que más potente, alguien debió haberla modificado, y solo había una persona lo suficientemente desquiciada en Andras para montar esos espectáculos.
Los guardias junto a mí, me quitaron inmediatamente la soga del cuello y me bajaron del banco de madera, supuse que me llevarían de vuelta al pozo, pero en su lugar me quitaron la cinta de la boca y cortaron las cuerdas que aprisionaban mis manos.
Lo que más me desconcertó no fue eso, si no el color de dicho humo.
Azul, azul intenso, como el cielo.
—No tenemos mucho tiempo —le oí decir a uno de los tipos mientras me sujetaba de un brazo y me apresuraba hacia la persona de la moto.
—Nos hará picadillo si no te regresamos en una pieza —escuche la voz del otro guardia tras de mí sobre el griterío de la gente.
Otra bomba de color estalló no muy lejos del motociclista esta vez de un rosa pálido.
—Maldita sea —se quejó uno de ellos— solo a esa demente se le ocurren estas excentricidades.
A pesar de que no tenía ni idea de quienes era mis rescatistas, sí que sabía quién era la persona vestida con pantalones de cuero y una cazadora de cuero con alas bordadas en su espalda.
—Ciao bella—saludo, divertida con su acento italiano bajo el casco de motociclista con el cristal ahumado— ¿Lista para una salida dramática?
Ágatha Valentine, ya me había extrañado que no se hubiera presentado con un lanza granadas en medio de la plaza, mas bombas de humo restallaban aleatoriamente por todas partes, era un mar de color en medio del gris polvoriento y aburrido de la ciudad, un soplo de aire fresco.
—Sergei va a matarte —dije en medio de mi incredulidad y euforia por lo extraño del momento, subiendo a la motocicleta.
—Si haces algo, lo haces bien, si no ¿para qué? — contestó antes de acelerar a fondo y sacarme de ese caos.
La gente aún corría despavorida gritando aterrada, pero esto era precioso, podía sentir la brisa acariciarme el rostro y revolver mi cabello, rodee la cintura de mi salvadora y me permití descansar mi rostro en su espalda deseando que el momento no se acabe nunca.
¿A esto debía referirse Sergei cuando dijo que sus mejores hombres me echaban de menos?, conducimos lejos de la zona central, serpenteando entre varias calles estrechas para despistar ya podía ver los dibujos abstractos de polillas pintadas con spray en varias paredes de los precarios edificios que comenzaron a rodearnos, la marca de las almas perdidas SILHAM, mi hogar.
En cuanto estuvimos frente al garaje de Sergei, comprendí que era la llave que me había dado, la saque de mi bolsillo y vi que tenía un trozo de hoja envuelta en la base, en el que se podía leer claramente.
Feliz cumpleaños Vett.
Se había acordado y como regalo, me obsequio tiempo, sentí las lágrimas arder en mis ojos, hoy sin duda era un gran día, desordenado y caótico pero hermoso, no podía estar más agradecida.
Irónicamente desde el ataque, las puestas de sol han sido gloriosas. Fuera de la ventana del condominio el cielo arde en llamas, con explosiones de color que me recuerdan a las pinturas de Ágatha naranjas vivos, rojos intensos y morados etéreos, las nubes se incendian con los colores del atardecer y aunque han pasado tres años desde ese día, temo que aquellos que estamos atrapados debajo, no incendiados también.
—Realmente estás loca— susurre viendo las diestras manos de la mujer frente a mi tratando de abrir un viejo gabinete empotrado en la pared.
La luz amarillenta que se filtraba por las ventanas en la habitación donde el papel tapiz de las paredes poco a poco había comenzado a desprenderse, le daba de lleno en la cabellera que había teñido de un azul verdoso, mire sorprendida como maniobraba con unas delgadas piezas de metal en la cerradura del gabinete de licores privados de Sergei
—Los locos abren caminos que más tarde recorren los sabios, pequeña saltamontes —canturreo divertida girando la ganzúa en un ángulo extraño mientras hundía el ceño totalmente concentrada.
—Espero que eso sea suficiente para evitar que Sergei nos convierta en shashlik— señale desde la puerta vigilando la calle cercana.
En todo el día no han parado de ir y venir guardias y soldados, pensé que probablemente me estarían buscando a mí, o incluso al penitente de antes, pero hay una vibra extraña en torno a todo esto.
En un mundo civilizado en donde existen leyes, escuelas y supermercados, ser un paranoico es un problema importante, pero en un mundo donde las escuelas y supermercados se utilizan por bandas como estaciones locales de tortura es realmente una ventaja que puede salvarte la vida.
—Hoy es un día especial, nadie va a impedir que celebremos el día de tu nacimiento vita mía.
La cerradura hizo un sonido extraño, una expresión de triunfo se dibujó en el rostro de Ágatha, se había quitado la cazadora de cuero, ahora llevaba una raída camisa descolorida de nirvana que dejaba al descubierto sus brazos llenos de tatuajes, a Rue mi sobrina, le encantaban, algunos mostraban caricaturas, otros personajes de videojuegos o sus cómic y series favoritas, todos llenos de colores vibrantes.
— Además — se pasó una mano por su cabello al estilo undercut —¿Qué es la vida sin un poco de riesgo? — matizó, sacando una botella de vino del gabinete sonriendo de forma maliciosa.
Nos encaminamos sigilosamente a la terraza de aquel edificio, por si se lo preguntaban se trataba de un edificio que había quedado como una obra gris o al menos eso aparentaba desde fuera, pues al parecer Sergei había movido algunos cables para que sea habitable sin llamar demasiado la atención, pero esto era un recordatorio, un doloroso recordatorio del día cero, el día donde la humanidad lo perdió todo, tomamos asiento cerca del borde, desde la altura la vista de Andras era espectacular, al fin el calor había remitido y corría una agradable brisa, se sentía como un sueño poder respirar fuera de mi celda.
Las calles de lo que alguna vez había sido Atlanta se veían totalmente desoladas, los autos volcados, los tanques del ejército y conos naranjas en las calles protagonizaban el entorno en donde a veces nos
acechaba una oleada de penitentes, pero hoy podía ver a ninguno por ahí caminando sin rumbo y arrastrando los pies con torpeza.
Era más inquietante no verlos, esas cosas son estúpidas, pero más rápidas que yo dando excusas cuando llegaba tarde a algún lugar, y esa velocidad era lo que hacía tan difícil dispararles a la cabeza, la única forma más o menos efectiva de acabar con ellos era dañando su cerebro, pero nadie había vivido lo suficiente para intentarlo así que se mantenía como un simple rumor, internamente me pregunté si mi madre también rondaba cerca, o si había sido devorada antes de estar totalmente infectada.
—No está ahí—Ágatha me paso una copa con expresión analítica, probablemente se había quedado viendo mientras me perdía en mis pensamientos — luego de que ya sabes ...las aguas se calmaron un poco, la busqué, pero no había rastro alguno de Carol.
Volví mi rostro hacia las calles devastadas, si aún había estado viva cuando la lanzaron fuera, probablemente los penitentes la habían devorado.
—Supongo que es lo mejor—tome un largo trago de mi bebida, dejaba un regusto dulce y afrutado, pero quemaba la garganta como los mil infiernos — conociéndola no hubiera querido convertirse en una de esas cosas, gracias por siempre ayudarme Aggie.
—¿Para qué estamos las amigas? —comentó Ágatha mientras chocaba su copa con la mía a modo brindis— no tienes que agradecer nada, además ya echaba de menos a mi hermana de armas.
Le sonreí recordando todo el jaleo que había armado, un par de horas después el canciller había dado un mensaje totalmente furioso por aquella falta, condenando a la persona responsable a una ejecución inmediata por haber interferido con el orden público, desafiar a la autoridad, ser cómplice de una amenaza para la sociedad entre otros miles de cargos que ni siquiera sabía que existían.
—¿Cómo es que encontraste música y el humo de colores? —cuestione curiosa.
—Un mago nunca revela sus secretos —me guiño un ojo con complicidad
—¿Y lo del penitente? Casi me da algo cuando lo vi
—Fui a cobrar algunos favores por ahí — se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa.
Entorné los ojos con sospecha, estaba desorientada por el alboroto en medio del escape, pero pude escuchar claramente como uno de los guardias había dicho co9n voz temblorosa que lo harían picadillo si no me entregaba en una pieza.
—¿Qué hiciste Ágatha Valentine? —interrogó con seriedad.
Se le achinaron los ojos cuando trato de sonreír inocentemente frente a mí.
—Nada, solo les ofrecí a esos adictos un par de gramos de mi amiga María —levantó las cejas repetidamente en un gesto gracioso —Tú me entiendes.
No pude reprimir la risa al imaginarme lo que haría Blade si se enteraba de como habían sobornado a sus perros.
A su manera me habían dado una gran sorpresa de cumpleaños, nadie nunca había hecho algo semejante por mí, bueno supongo que nadie había hecho eso por nadie antes si tomamos en cuenta el hecho que de literalmente me había salvado el pellejo, Ágatha se las había ingeniado para encontrar una de mis músicas favoritas y lo había teñido todo del intenso azul del cielo que tanto había extrañado ver durante mi tiempo en prisión, me había dado mi momento medias de abejita, de no ser por todo el problema que se desencadenaron después, podría haberle dicho que me dio el día más feliz de mi vida.
—¿Qué harás con Sara? —cuestionó en voz baja, de manera dubitativa como si temiera tocar alguna fibra sensible.
Me apoyé en su hombro con cuidado, cerré mis ojos disfrutando de la suave brisa que mecía mi cabello y de la paz momentánea que me había regalado.
—Aún no lo sé —confesé en un hilo de voz. — no puedo traerla conmigo, la ejecutarán si descubren que somos hermanas y a Rue...no quiero ni imaginarme lo que le harían esos enfermos.
—No es que vivir con un maldito abusivo sea diferente a una condena de muerte — la escucho murmurar entre dientes por lo bajo.
—Si te digo que vallamos a castrar al idiota de su esposo a la antigua esta noche ¿te apuntas?
—¿Tijeras, navajas o una sierra eléctrica? — respondió con la vista fija en algún punto lejano, probablemente recordando lo de esta tarde.
En una zona poco concurrida, una cocina clandestina del distrito se alzaba como una sinfonía de eficiencia y organización, era el único lugar donde aun podías sentir que el mundo no se había ido al diablo, no recordaba la última vez que había venido aquí, el lugar estaba equipado con ollas enormes, estufas industriales, hornos que funcionaban con leños y un gran congelador que estaba protegido con varios cerrojos, gracias a los esfuerzos de un par de chicos que estudiaban algo relacionado con electricidad, es que aún podían almacenar algunas carnes, por desgracia ya no estaban entre nosotros.
Las mujeres del lugar me recibieron entre cálidos abrazos y algunas que otras lágrimas de alivio, la mayoría eran personas que habían llegado a Andras con mi familia y habían sido ayudadas por mi madre con sus heridas.
Más que un simple lugar de preparación de alimentos, me gustaba pensar en la cocina de este lugar como el epicentro de la camaradería, donde cada plato servido era un eslabón en la cadena que fortalecía a aquellos dispuestos a tender una mano amiga a quien lo necesitará, teníamos esto gracias a Sergei.
En medio de los saludos inesperadamente un par de brazos se sujetaron a mi cuello como cadenas de acero, reconocí el inconfundible cabello rizado y negro de mi hermana.
—Circulen, círculos señoras— le escuche decir a Ágatha a la distancia — no hay nada que ver aquí.
Sara me arrastro a una zona apartada de la cocina, nos sentamos el suelo para estar más cubiertas por si acaso.
—Estaba tan asustada —dijo Sara entre sollozos abrazándome con tanta fuerza que creí que me rompería algo—creí que no volvería a verte.
—Tranquila, ya estoy bien—asegure sintiendo un nudo en la garganta, me aleje un poco para tomar su rostro entre mis manos.
Viéndonos tan diferentes, nadie sospechara que estábamos emparentados por la sangre, supongo que debía agradecer que fuéramos hijas de padres diferentes, mientras yo tenía la piel caucásica ella iba tirando un poco más por una tonalidad canela, ella tenía rizos preciosos, y yo pelo de escoba, sus facciones eran delicadas, me recordaba a una de esas modelos que antes veías en Pinterest, lo único que habíamos logrado sacar igual debían ser los ojos azules de mamá.
—Te vez cansada —señalé sintiendo que un sollozo también escalada por mi garganta — ¿Comes lo suficiente? ¿Duermes bien? Si el imbécil de Nicolás te ha lastimado juro que....
—Shh...shh, Vett estoy bien —negó con suavidad — No hablemos de cosas tan tristes ahora que al fin estamos juntas de nuevo.
Era fácil decirlo, pero sus ojeras eran demasiado visibles y sus pómulos también estaban remarcados, me recordaba a las semanas en las que huíamos de los penitentes, antes de quedar atrapadas aquí.
—Casi lo olvido — dijo con sorpresa mientras rebuscada en los bolsillos de su delantal — Rue quería que te diera esto.
Entre sus esqueléticas manos sostenía una hoja de papel doblada, tenía muchos dibujos de flores amarillas con botones rosas, que adornaban la palabra "Feliz cumpleaños Tía Vett".
La tomé sintiendo algo desconocido, cálido que me llenaba el pecho, una vez que extendí la hoja me encontré un dibujo abstracto de hombres de palitos que representaban a una mujer con delantal, a otra persona con el cabello azul y a un hombre con barba y el cabello recogido en una coleta, a sus pies había otro pequeño mensaje, los trazos eran descuidados y las letras fácilmente podrían ser confundidas con jeroglíficos.
"¿Regresaras pronto a casa?, todos te extrañamos, por favor vuelve."
Maldije en mi fuero interno, tratando de contener las lágrimas, desde que salí de esa celda todo lo sentía mil veces más intenso de lo que era o talvez esto era lo normal.
—Ya sabe escribir —pensé en voz alta.
—Cuando Ser le dijo que volverías, se esforzó mucho, Agatha le consiguió crayones de todos los colores imaginables. — se apoyó contra la pared — la ayuda a no pensar en su condición.
Sentí un tirón en el pecho, antes de ser encerrada hice hasta lo imposible por recolectar todo lo necesario para tratar su enfermedad, pero estando limitados por murallas y siendo controlados por los guardias que tomaban todos los implementos médicos cada vez que regresábamos de los alrededores, fue una tortura no saber si había hecho lo suficiente por ella
—¿Cómo está? — me atreví a preguntar guardando la hoja en el bolsillo de mi chaqueta. — la fibrosis sigue...
—Hay días mejores que otros —me interrumpió dedicándome una sonrisa conciliadora— no te tortures tanto, haz hecho más por esa niña de lo que ha hecho su propio padre.
✦✧✦✧
Ocurrió muy tarde esa misma noche, todos ya se habían refugiado en sus casas provisionales, en las lúgubres calles de Andras no se veía ni a un alma, hasta que el sonido de una trompeta hizo eco entre las murallas y los edificios deshabitados.
Habían llegado.
Me levante con la cabeza dándome vueltas por la forma abrupta en la que había salido de un estado extraño entre dormir y estar en vigilia, más cansada de lo que me había acostado en la cama improvisada con varias capas de sabanas en el piso, Ágatha estaba a mi lado, tenía el cabello revuelto, parecía un nido de pájaros, me habría reído de no ser por la mirada asesina que tenía, luego de un largo día trabajando lo último que uno quiere es que lo despierten.
Si hubiese sido una persona normal ya estaría dándole mi sentido pésame, pero habíamos escuchado la trompeta, eso significaba tener que dejar todo lo que estabas haciendo e ir obligatoriamente a la plaza central, no había excepciones, niños, ancianos, prisioneros, perros y gatos, nadie podía faltar, de lo contrario las consecuencias serían terribles, la última vez habían desollado vivos a una docena de rebeldes y los colgaron de un edificio por no asistir.
La espalda me estaba matando, había estado ayudando en los huertos toda la tarde para intercambiar algunas píldoras por vegetales, al menos estaba oscuro, nadie me reconocería en medio del gentío en torno al centro de la ciudad, las antorchas titilaban débilmente por una brisa fría que corría débilmente por las calles, era el tipo de frío que te eriza la piel 6 te hace pensar que algo siniestro ronda cerca.
—Tengo un mal presentimiento— le oí susurrar a Ágatha.
—¿Por qué habrán venido a esta hora? —me atreví a preguntar también en un susurro.
—No lo sé —Ágatha se estiró y busco con la mirada entre la multitud — la vita mía debe saber algo
A lo lejos en medio de las penumbras pude ver como Sergei y un par de guardias sacaban a los prisioneros del pozo, esqueléticos y demacrados a tal punto que no podrías diferenciarlos de un penitente.
Sergei nos encontró con una mirada y nos hizo una seña con las manos, un «Hablamos después».
Era difícil caminar entre la multitud evitando que se cayera la capucha de mi abrigo, Ágatha me llevaba de la mano viendo desde su altura algún lugar menos concurrido para posicionarnos, si hay algo que odiara más que estar encerrada era estar en medio de una multitud, pues la última vez que estuve en una casi me dividen a la mitad y se comen a Rue.
El batir de un par de enormes alas, levantaron una espesa capa de polvo sobre nosotros, a veces me preguntaba cómo es que podían volar con ellas, los vi descender limpiamente sobre la plataforma de madera donde se llevaban a cabo las ejecuciones, dos de ellos, se pararon en medio de Sergei, Blade y otros dos sujetos que no reconocí.
Observaban inquisitivos la multitud, todo mi cuerpo se estremeció hasta ponerme la piel de gallina, en su presencia siempre te sentías observado desde distintos ángulos como si hubiera cientos de ellos por todas partes, vigilando, tus movimientos, tus palabras y aunque no lo sabía a ciencia cierta aun, creo que, hasta tus pensamientos, instintivamente lleve mi mirada hacia las armas que tenían, la rabia abrió un agujero en mi pecho, frustrándome y llenándome de impotencia.
No, no le temía al canciller y sus amenazas, no les temía a los penitentes, pero a estos hijos de puta, sí.
Apoyados en sus grandes lanzas que parecían fabricadas de oro y plata, vestían con uniformes que emulaban a los que suelen usar los humanos en desfiles militares en el que predominaba el rojo, el dorado y el negro, cinturones dorados bruñidos y grabados con dibujos angelicales.
Siempre precedidos por sus sedosas cabelleras sin un solo pelo fuera de su lugar, como si todo en ellos rebosara perfección.
Los guardianes de Meeren.
¿Qué hacían aquí? Mi mirada chocó con la de Sergei que se mantenía quieto en su posición, se veía igual de confundido que todos en este lugar.
— ¿Todos están presentes? — preguntó uno de los alados con voz imperiosa dirigiendo su mirada hacia nosotros.
Este tenía el cabello áureo, y los mismos ojos dorados que les había visto a todos hasta el momento.
Nadie le respondió, ni siquiera el canciller que se veía demasiado aterrado para moverse siquiera, había perdido el color y sudaban profusamente presa del pánico que provocaba la presencia de aquellos dos seres celestiales.
Si has vivido en este mundo tanto tiempo como yo, sabrás que no hay algo que los ángeles odien más que esperar.
—Todos están presentes, señor — un hombre que se encontraba en primera fila respondió con la voz temblorosa.
— Mmm...— se limitó a responder el alado al tiempo que extendía un extraño pergamino frente a su rostro inexpresivo.
Recogieron sus enormes alas que en la oscuridad del distrito resplandecían de forma argenta y hermosa.
—Saludos, monos Andresianos, como ya les habrán comunicado hace un par de meses, la nueva reforma ha sido aprobada, y por ello pronto se celebrará en Meeren un torneo, en donde podrán probar su lealtad con el acero, y dejar en alta gloria el nombre de su distrito— habló con voz alta y autoritaria — aquellos que decidan participar deben saber que probablemente no regresen en una pieza, así que como muestra de misericordia por parte de nuestro líder se les dará suministros, y cualquier tipo de atención médica que necesiten.
Todo el mundo comenzó a murmurar, era como si el virus de la tos se hubiera desatado y contagiara a todo aquel que hubiera escuchado aquel aviso.
Un fuerte sonido metálico nos hizo callar, el otro ángel nos veía con desaprobación.
—Este es un momento sombrío en su historia, elijan con cuidado, sabiendo que la grandeza y la tragedia reposan sobre los hombros de aquellos que participarán y hagan que sus nombres resuenen en sus conciencias como recordatorio de la dura realidad que enfrentan.
Para ser seres que supuestamente aportan paz y misericordia, parecía que deseaban ensartar con sus armas a cualquiera que se les atravesase.
—En un par de días, regresaremos —finalmente su acompañante habló, tenía la voz frívola, y una mirada fiera, nos estaba amenazando de forma sutil — y por su bien espero que tengan listos a los participantes.
En ese momento humanidad recibió un triste recordatorio...el de que vivíamos con miedo de los ángeles, de lo que había allí fuera, hundidos en la deshonra de vivir dentro de estas jaulas que solo son un salón de espera para lo inevitable y llamamos distritos.
El pánico colectivo no se hizo esperar, mientras con voz fría y altiva nos enviaban de regreso a nuestros puestos
—¿Torneo? — inquirió en voz baja Ágatha caminando a mi lado.
—Más bien suicidio, esas cosas no conocen la palabra misericordia, créeme —susurre fijándome en las personas de mi alrededor mientras regresábamos al departamento
—A mí todo esto me parece una versión barata de los juegos del hambre. —vocalizo en medio de un bostezo.
Estuve a punto de agregar algo, pero algo me llamó la atención, más buen alguien, Sara, estaba parada frente a la puerta enrollable, veía paranoicamente a todos lados mientras empujaba una silla de ruedas en mi dirección
Nos acercamos rápidamente a su lado para encontrarme con la sorpresa de que tenía el labio reventado, le temblaba el cuerpo, se notaba que había salido con prisas, probablemente huyendo, había un bulto de mantas en la silla, no entendía de qué se trataba todo esto, hasta que reconocí un par de largo mechones rizados y castaños sobresaliendo de las mantas.
—Es Rue —dijo con la voz quebrada mirándome con los ojos inundados en lágrimas — no sé qué le pasa, no puede respirar
Se me callo el mundo al piso en cuanto escuche los ruidosos jadeos provenientes de la silla.
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