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CERO



ENTRE MONSTRUOS Y FLORES

✦✧✦✧

—¡Todos los sistemas sobrevivientes obedecerán a la primera orden!

Una estruendosa voz atravesó los cielos, perforando la densa atmósfera cargada de un calor asfixiante, cenizas,saturada de sustancias químicas, y repleta del pánico colectivo más profundo que había sentido la humanidad hasta ese día.

Abrace con fuerza el delgado cuerpo de mi hermana y su hija mientras caímos de rodillas por la impresión de lo que nuestros ojos veían.

El atardecer colmaba los cielos con pinzelada doradas, rosas, y naranjas, haciendo que fuera un espectáculo digno de admirar, el tipo de atardecer que atraparía las miradas de las personas, a pesar de la belleza que emanaba no era eso lo que capturada la atención de los sobrevivientes que nos rodeaban.

En medio de una ciudad parcialmente destruida por el combate entre militares, las llamas consumían varios edificios y las masas amorfas de carne putrefacta parecían acercarse a nosotros cada vez más, aunque eso no importaba, el pequeño rayo de esperanza que nos provocaba lo que veiamos nos hizo encontrar cierto consuelo.

Sobre los cielos se elevaban, eran decenas...no tal vez cientos o millares de ellos.

Ángeles.....no personas disfrazadas de ello, estaba viendo angeles reales, batir sus alas con ímpetu.

Con elegantes túnicas del blanco más puro y tocados dorados adornando sus sedosas cabelleras, doradas y castañas, empezaron a descender en picada como aves rapaces hacia sus presas.

Todo esperanza abandono nuestro cuerpo en ese momento, pues nos observaban con algo más que simple desagrado mientras empuñaban espadas y alabardas en nuestra dirección, no en dirección a los infectados por la plaga, si no a los últimos supervivientes de esa densa ciudad.

Ángeles habían descendido, tal y como habían pregonado semana antes en la radio, pero estaba claro que no venían a salvarnos, todo eso quedó confirmado cuando comenzaron a masacrar a las personas que trataban de huir aterradas, escude con mi cuerpo como pude a mi hermana y su bebé, no podíamos morir después de todo, pero eso no impidió que el ardor de los cortes llegará, estábamos perdidos.

No había un poder superior benevolente que viniera a apoyarnos, no había un gobierno que nos resguarda, ni siquiera había a donde huir, porque todo estaba infestado de muertos vivientes.

Ni la justicia, ni los cielos, no había salida.

Nunca habían estado de nuestro lado.

Gritos desesperados, gruñidos de infectados, el sonido de disparos y sollozos por parte de las personas que estaban apretadas a mi alrededor.

Esos mismos ángeles que nos estaban masacrando y parecían extasiados en medio del pandemónium que se había formado, trajeron consigo autobuses de prisión en los que nos obligaron a entrar, para reubicar a los pocos que aún estábamos en pie.

El sonido de las cadenas y grilletes en nuestro cuello azotando el suelo, junto a las largas filas de sobrevivientes entrando resignados a aquellos medios de transporte era lo último que recuerdo con claridad de ese horrible día....lo demás continúa borroso en mis memorias.

Solo se que en mi persistía el feroz deseo de proteger a mi familia, y luego sin previo aviso, todo se oscureció....

El primero de enero de 2019, sucedió.

Era estadísticamente imposible, por lo que todos los medios de comunicación del mundo lo informaron felizmente:

"Hoy fue el primer día en la historia registrada en el que ni un solo ser humano falleció"

El regocijo no tuvo precedentes, especialmente para aquellas familias que tenían algún familiar grave de salud, por primera vez en la historia le ganábamos a la muerte, bueno...al menos los demás si lo hicieron.

Llámenme pesimista, pero algo no iba bien, los días seguían pasando y la misma imposibilidad estadística continuaba presente, aún si tenías una grave lesión, aún si te habían perforado los órganos, incluso si caias de grandes alturas, o tenias cortes profundos, no morías, o al menos eso decían los pequeños noticiarios locales haciendo que una parte de la población comenzará a cuestionarse, ¿Qué diablos estaba pasando?.

Los diversos centros de salud no daban abasto para la cantidad de personas desahuciadas que se acumulaban sin fin en sus salas.

Que no llegaras a morir, no significaba que no sintieras el dolor de las heridas o la enfermedad.

No era ningún superpoder mucho menos lo podías ver como una bendición, pues te mantenías agonizando sin descanso, padeciendo y rogando por que se acabe.

La catalogaron como una extraña enfermedad, una plaga según los religiosos que se paseaban por las calles gritando a todo pulmón que el fin estaba cerca.

Floración Nigromántica

Así la bautizó la comunidad científica, algunos decían que era a causa de una bacteria en la harina, otros que era causada por contaminación con químicos radioactivos en el agua, o componentes extraños en medicamentos, incluso que era un virus en el aire.

Pero al final todo aquello fue tachado de fantasioso, pues nadie había visto a los dichosos humanos inmortales, todo lo que escuchábamos eran rumores, o cosas que aparecían en redes sociales y se sabe que eso nunca es confiable.

La humanidad dejó de tomarle importancia, y continuó con su rutina, demasiado embelesados con la presencia de aquel extraño fenómeno de año nuevo.

Los memes, burlas y análisis no faltaron en aquel periodo de tiempo, nadie creyó cuando empezaron las noticias de varios ciudadanos que sin razón aparente fueron consumidos por una fiebre muy intensa.

—Quieren llamar la atención

Es lo que decían.

Tampoco creyeron cuando comenzaron a circular por Telegram los videos de la piel de dichos pacientes parecía desprenderse de sus cuerpos y volverse grisácea.

—Serán los efectos especiales que están desarrollando en Hollywood.

Alabaron la creatividad.

Tampoco creyeron cuando las noticias de esas mismas personas empezando a comportarse de manera violenta en el metro y a tener convulsiones en media calle encendieron las alarmas de precaución del gobierno.

Fue un chiste para ellos.

La comunidad en redes sociales decía que se trataba de fanáticos de una serie de videojuegos sobre zombies afectados por un hongo que saldría en unos meses, o sobre fans de una película coreana sobre una estación a una ciudad con nombre curioso.

No le tomaron importancia.

Pero para cuando los últimos síntomas se apoderaron de multitudes que agonizaban sin descanso en hospitales, transporte público, escuelas e iglesias por todo el país, llenándose de protuberancias violáceas cargadas de un líquido que expedía un olor asqueroso, ya era demasiado tarde.

Estábamos acorralados por seres violentos, famélicos que habían perdido el raciocinio, y ya no podían diferenciar entre una hamburguesa y las entrañas de sus hijos, padres, hermanos o mascotas.

El departamento de defensa actuó rápidamente, cuando noto que la situación se estaba saliendo de control activando el CONPLAN 8888.

Un decreto que dicta que:

«Toda vida humana está obligada a declarar la ley marcial a nivel nacional » y debería evacuar directamente a las bases militares del gobierno fuera de la ciudad para ser parte del acuartelamiento y fortificación de las llamadas "zonas seguras" para no ser sobrepasados por la amenaza.

Veinte días, eso es lo que le había tomado al mundo irse a la mierda...

Veinte días en donde ni siquiera sospechaba que mi ya ajetreada vida, se volvería aún más asfixiante.

Recuerdo claramente como un sentimiento de esperanza se había asentado en el demacrado rostro de mi madre que por primera vez en semanas luego de estar encerradas en distintas locaciones para evitar ataques de grandes hordas, mostró una sonrisa genuina.

—¿Lo ves Vett?— mi madre me tomó de los hombros y me zarandeó con emoción —. Aún hay esperanza.

Esperanza era una palabra que había comenzado a molestarme en demasía, ¿Que tenía de esperanzador un mundo devastado? ¿Que tenía de esperanzador echar un vistazo por la ventana y ver como varias de esas cosas corrían veloces tras otros sobrevivientes? ¿Qué tenía de esperanzador temer y desconfiar de todo?

Tal vez ella, en su pequeño mundo no podría ni imaginárselo, pero ahí fuera donde antes considerábamos seguro, ahora solo prevalecía la ley de la selva.

Solo los fuertes sobrevivían.

Y al ser la mayor tenía que ser fuerte, fuerte para protegerlas de lo que sea, que pasara fuera.

La esperanza no era un plan.

Ahora estábamos atrapadas en esta red de esclavitud que falsamente algunos llaman salvación, sin notar que somos el ganado con el que los tiranos alimentarán a los monstruos que nos asechan, todo con el fin de proteger a los que sí son útiles, a los privilegiados que habían sido asignados a altos cargos, los fuertes.

Basto una mirada, a la ciudad amurallada a la que nos transportaron para comprender que el mundo ya nunca volvería a ser como antes.

✦✧✦✧

Han pasado tres años desde el incidente con la Floración Nigromántica.

Siento el sol en mi cara, veo árboles a mi alrededor, el aroma a flores y tierra mojada inunda mis fosas nasales, incluso escucho aves trinar en la lejanía, no hay caos, ni hay gritos, ni murallas que obstruyan mi vista, no hay nada más que, cielo azul, aire fresco montañas pinceladas de verde rodeandome, solo hay paz y tranquilidad, ahora mismo no estoy en prisión.

Alguien por fin encontró la cura, y estamos de vuelta a nuestras vidas, puedo cumplir mi sueño finalmente y darme un descanso.

Pero claro, eso también es solo un sueño.

El sonido de llaves abriendo la pesada puerta de metal de mi celda hace que me levante de inmediato del suelo y oculte la navaja con la que había estado jugando bajo la manga mi blusa.

Hoy es el día.

No había notado el paso del tiempo mientras estaba disociando de la realidad esa mañana.

—Laufeyson, de pie — farfulló con voz grave uno de los guardias, que fue delegado a vigilarme hace un par de meses —no quería trucos esta vez. —sentenció, severo.

Esta era la realidad y si la realidad es un asco.

Largue un suspiro hastiada de la maldita situación en la que me había metido por jugar a la chica frágil e inocente que puede cambiar al tipo con complejo de villano.

Alerta de Spoiler, no se puede, no importa cuánto te esfuerces, no importa cuanto arriesgues, no importa cuanto estes dispuesta a sacrificarte por él, no cambiará, haganle caso a la voz de la experiencia.

Si el tipo empezo siendo un idiota, morira como un idiota, y solo por si acaso asegurense de ser ustedes quienes acaben con el desgraciado, antes de que se reproduzca.

Este es el mundo real.

Un mundo que dejó de ser civilizado, un mundo donde la gente se aferra a todo tipo de tonterías para sentir que tienen algún control, están tan desesperados por algo de normalidad en sus vidas que acaban recurriendo a cualquier cosa y a los que son como yo....pues, somos peor que los penitentes que aveces se congregan cerca de las murallas intentando entrar.

Los rebeldes, los inadaptados, así nos llaman, esa es nuestra etiqueta, irónicamente dependen de nosotros para conseguir suministros fuera de este lugar, así pagas tu deuda.

En este lugar hay tres reglas.

Número uno: Haz tu parte, sin trabajo no hay comida.

Número dos: No lastimes a otros habitantes.

Curiosamente el canciller de este distrito parece haber olvidado ese pequeño detalle, pero quien soy yo para juzgar.

Número tres y más importante: Jamás salgas de estos muros si no perteneces a la división de exploración y recolección.

Es la que jamás debes olvidar, este mundo ya no es tierra de nadie, solo sobrevive el más fuerte, aquel que tenga la voluntad y la sangre fría para avanzar sin remordimiento entre los muertos que habrá a su paso.

Aquí y en cualquier otro rincón del mundo ya no importa lo que quieras, reina la ley de la selva, así que míralo desde el lado positivo.

No eres un asesino, solo un sobreviviente, o cualquier cosa que te haga sentir mejor.

El guardia ató mis manos a mi espalda, tomó unos segundo para verificar si estaba bien ajustado y me sacó de la celda.

La mortecina luz gris que se filtraba por los tragaluces en el techo iluminaba débilmente la gran estancia subterránea de concreto sólido y placas metálicas, bien debía haber unas nueve celdas improvisadas aqui abajo, el pozo, así llamaban los andresianos a este sitio, el lugar en donde solo acababan criminales que perturbaran el distrito de Andras rompiendo las reglas o desafiando a idiotas desalmados que andan pavoneandose por ahi en trajes ridiculos mientras sus ciudadanos se mueren de hambre, en su tiempo este artístico lugar fue el pequeño bunker que ocupamos los primeros supervivientes en llegar.

Las paredes grisáceas en las que aún se podían ver algunos garabatos dibujados me llenaron de nostalgia, anhelaba tanto volver a estrechar entre mis brazos a la pequeña que había dibujado aquella flores amarillas con botones rosas en un intento de hacerme sentir mejor.

—Tía Vett, todo va a estar bien—había dicho la pequeña mirándome con sus brillantes ojos castaños y mostrándome una brillante sonrisa.

Hace un año no la veía, ni a ella, ni a mi hermana, sabía que era por su seguridad, la angustia había estado carcomiendome viva durante meses al no oír noticias suyas.

Vi las demás celdas ocupadas por una o dos personas que sollozaban suplicando ser liberadas, delgadas, demacradas, me hizo preguntar que tan mal estaria la situación alla arriba y si lo que quedaba de mi familia habia logrado sobrevivir.

Sentí.

Por primera vez en todo un año donde mis emociones habían estado amortiguadas y apagadas comenzaba a sentir, no era para nada agradable.

Las personas que estaban enjauladas no eran más que niños, el mayor debía tener unos diecisiete como mucho.

El conocido eco de pasos descendiendo por la estrecha escalinata de piedra al final de esa habitación resono de manera siniestra en el lugar, junto a dos guardias más flanqueando su cuerpo para protegerlo, apareció un hombre de tez oscura, calvo, y con un parche en su ojo izquierdo, me recordaba a ese señor que siempre aparecia en las peliculas de marvel.

Octavio Blade, canciller y máxima autoridad actual en Andras, su palabra es ley, y aunque su aspecto es intimidante, este hombre no es más que un cobarde que silencia a todo aquel se oponga en su camino.

—¿Últimas palabras?— preguntó Blade fijando su mirada en mi

Había pasado un año desde ese día.

Nada había cambiado, ni mi desagrado hacia él, ni su desagrado hacia mí, o mejor dicho, hacia mi apellido, la chispa de desprecio en su mirada ardía con la intensidad de mil soles.

En la estancia reinó el silencio, nadie sollozo, nadie suplico, nadie quería sufrir el mismo destino que yo.

Vi sus ropas, demasiado elegantes y en buen estado, para ser algo que usaría un sobreviviente en esta crisis, a juzgar por el aspecto de sus ropajes era relativamente nuevo, ¿tenia recursos para eso pero no para alimentar a los pobres ciudadonos que morian de hambre en el distrito?, sus lustrosos y brillantes zapatos dorados desentonaba por completo el gris característico de este lugar y las raidas prendas que vestiamos los demas prisioneros, me pregunté si finalmente esa latente vena de codicia que tenía en su ser lo había enloquecido.

Bueno, ya saben lo que dicen, si quieres conocer a una persona como realmente es, dale algo de poder y en el caso de este lugar mira cómo se convierte en un hijo de puta sin escrúpulos que no dudara en reducir la población a un Adam y Eva post-apocaliptico con tal de cumplir sus estúpidos caprichos.

Torcí el gesto sin poder disimular mi molestia, tras un año encerrada, finalmente el maldito se dignaba a darme la cara.

—No importa lo que diga, vas a alterarlo para que quede como la mala. — respondí, sintiendo las palabras quemarme la garganta.

—Tienes los ojos de tu madre —comentó él con una sonrisa ladina elevando el mentón con suficiencia.

—No te atrevas a hablar de mi madre, no tienes derecho — escupí entre dientes con la mandíbula apretada

—Sabes que eres una mala persona. — dijo él con fría convicción— el apellido que portas es signo de maldad, le hace daño a todo lo que te rodea.

No sabía si asustarme o sorprenderme por su hipocresía, aun en momentos como estos tenía el descaro de hablar sobre maldad humana, él precisamente quería hablar de malas personas aun cuando su camino estaba manchado con la sangre de inocentes.

—¿Yo soy una mala persona?— se me escapa una sonrisa incrédula — nadie se disculpó conmigo por las cosas que me hicieron, pero en cambio me culpan por la manera en la que reaccioné, no me parece justo.

—Así lo dictan las reglas Laufeyson — respondió con parsimonia — es justicia

—¿Justicia?— cuestione sintiendo la intensa oleada de bilis que comenzó crecer de manera desmedida en mi interior —¡¿Dónde carajos estaba esa justicia cuando tus hombres acribillaron a mi madre Blade?!

—Era necesario — sentenció, con voz sombría.

— Hijo de puta no me vengas con esa mierda de que era necesario —brame furiosa retorciéndome con violencia intentando liberarme.

—Tu madre era una amenaza, ahora probablemente me odias pero era por el bien de Andras — vociferó imponente.

— ¿El bien de Andras? ¿Es realmente el bienestar de este distrito lo que tanto salvaguardas? o ¿es que no quieres dejar el poder?— cuestione en voz alta para que sus guardias también lo escucharan — matas a todo aquel que se quiere marchar de este maldito corral Blade, los condenas a la hambruna y la enfermedad ¿es que no te haz dado cuenta? tarde o temprano más personas notaran que la vida aquí es insostenible, querrán irse, puedes seguir matándolos si quieres, pero un día no quedará nadie para besarte el culo en esta ciudad.

Eso lo enojo de sobre manera, pues sin el menor disimulo, Blade me propinó una fuerte bofetada.

El mundo pareció dar vueltas a mi alrededor mientras sentía ardor en el lado derecho de la cara, seguido del sabor metálico de la sangre en mi boca, sin poder evitar mi molestia le escupí en la cara.

—Perra— bramo listo para asestar otro golpe en mi rostro.

Una mano detuvo su puño en el aire, mi salvador tenía la mano callosa y la piel curtida por el sol.

Sergei Petrovich Ivanok, el capitán de la guardia civil.

—Señor, no podemos retrasarnos — su voz gruesa y con el marcado acento de su país resonó en la sala, de manera calmada.

Blade se soltó de su agarre y clavó su mirada en mi.

Quería matarme, iba a disfrutar hacerlo, lo vi dibujado en su cara, mientras se limpiaba y me daba la espalda para dirigirse a la salida con sus guardaespaldas.

—¿Sigues metiéndote en problemas, Laufeyson? — inquirió Sergei con voz más suave girando en mi dirección.

Al igual que su voz su mirada también se suavizó al verme, me permitió sentirme cómoda bajo esos ojos grises y tormentosos que siempre se veian inquisitivos.

—No sabía que la mafia rusa era tan benevolente, ¿Vienes a cumplirme mi último deseo o algo así anciano? — respondí sarcástica.

—Si está en mi mano haré lo que pueda — habló, poniéndose a mi lado para guiar el camino junto a los dos guardias que me habían sacado de la celda.— no soy benevolente liebling, sigues siendo la mejor entre mis hombres, todo mérito debe ser recompensado.

—Mataría por una cerveza bien fría — confesé

Una risa se escapó de sus labios remarcando las líneas de expresión en su rostro, que mostraba el paso del tiempo en su rostro.

—Nunca cambias— me dio una palmada en la espalda. — pero es un precio justo. — se acercó a mi oído asegurándose de que los perros de Blade no lo vieran y susurro — regreso a casa a las siete.

En un principio no entendí de lo que me hablaba, hasta que sentí como con disimulo depósito lo que parecía una llave en el bolsillo trasero de mis pantalones.

—Los muchachos te echan de menos — agregó haciendo un gesto con la barbilla hacia los guardias a mi lado.— aprovecha su sacrificio, mis hombres no son leales a quien no lo merece.

Mentiría si en este momento dijera que no sentí cierto alivio al ver que a pesar de todo aun había algunos que me hechaban una mano.

—Sin lágrimas, Petrovich — le murmure con burla, al verlo apurar el paso para alcanzar al canciller.

—Sin funerales, Laufeyson —respondió en el mismo tono bajo de espaldas frente a mi.

A pesar de ser un tipo rudo, Sergei era un grandullón noble, de esos que cuando ves catalogarias inmediatamente como «un buen tipo». Si pasabas por alto sus aires de ser parte de la mafia de el padrino, bueno no estaba lejos de la realidad, pero este tipo tenia un codigo de honor que inspiraba respeto entre los que lo seguían.

Desde que lo conocia no habia cambiado nada, alto, fortachón, con la nariz aplastada y un poco torcida por su profesión, la barba de varios días y el cabello entre castaño y rojizo en el que comenzaban a aparecer algunas canas recogido en una coleta baja.

La verdad es que el nos acogió a mi y a mi familia luego de haber llegado aquí, era lo más cercano que tenía a un hermano mayor, no una figura paterna, porque según él estaba en la flor de su juventud a sus cuarenta y seis año, y llamarlo figura paterna era redoblarle su "tierna edad".

Abrieron las compuertas del bunker y la claridad me cegó, finalmente estaba fuera de ese lugar.

No como hubiera querido, pero al menos ya no estaba encerrada entre cuatro paredes estrechas, telarañas y cucarachas.

Luego de estar encerrada un año entero en soledad aprendí a ser un poco más positiva ante lo que sin duda tarde o temprano tendría que enfrentar.

El ambiente sofocante fuera del pozo me recibió en todo su esplendor, habría deseado tener al menos un soplo de brisa fresca en esta maldita ciudad, pero no había nada.

Andras uno de los tantos zonas "seguras", uno de los distrito que se habían formado luego de la invasión celestial y la propagación de la plaga en la nueva nación de Meeren, era solo una cuarta parte de una antigua ciudad que ahora se encontraba rodeada por murallas, debíamos darles crédito a los ángeles que habían colaborado con esto, al menos no estábamos con calles repletas de penitentes corriendo por nuestras vidas.

Aunque con el tiempo descubrias que los distritos no eran mas que campos de concentración para esclavos, pobres supervivientes que encontraban vagando por las autopistas abandonadas de lo que una vez fue Atlanta para que luego comenzaran a cultivar papas y avena, estabamos "seguros" y ellos obtenían su comida así que fue un ganar, ganar para ambas partes, al menos para la parte adinerada del distrito, porque si, ni siquiera en el fin del mundo la corrupción se acababa.

Los ricos siempre serán ricos y los pobres...bueno nosotros tenemos salud.

Hoy cumplía veintiún años, y tenía que admitirlo, se habían esmerado en la decoración, mucha gente reunida en la plaza improvisada hablando sobre mí, guardias personales guiándome como si fuera una famosa, incluso un escenario entero esperando por mi llegada junto a personas importantes, y por supuesto mi ex, a quien Clarisse le sujetaba fuertemente la mano como si temiera que fuera a lanzarmele encima.

Adorable

Para ser mi último día en este mundo de mierda, no estaba tan mal, no era bueno, pero al menos era tolerable.

El guardia que me había atado los brazos, amablemente puso un adorno en mi cuello en cuanto llegamos a mi escenario, la plataforma de madera en la que seguro habian gastado mas recursos a lo pendejo, el adorno que me habian dado era algo rústico y estaba hecho de soga, pero tenía un bonito nudo en su final, formando nueve anillos antes de extenderse como una larga cuerda sujeta en la gruesa viga de madera sobre nuestras cabezas.

Cuanto talento desperdiciado en la guardia civil.

—Sube — ordenó uno de los guardias poniendo un banco de madera desgastada frente a mi.

No tuve deseos de protestar, estaba algo agotada de hacerlo.

— Vett, nunca te di las gracias — susurro Sergei, poniéndose de pie a mi lado nuevamente, a pesar de que tenía la vista al frente pude notar cierta pena en su mirada.

—Vamos, habíamos acordado que sin llorar Ser — respondí en el mismo tono confidente

—Firme como un soldado en las trincheras, me sorprendes incluso en esta situación—continuó dibujando un leve sonrisa de orgullo en sus labios, que no alcanzó sus ojos tristes — Tu padre estaría orgulloso.

—Seguro se molesta cuando le cuente lo que he hecho — bromeó sin apartar la vista de la multitud frente a mi.

—Y con buena razón, sé que no mereces esto mocosa.—asevera con una expresión lastimera.

—No quiero tus lastimas, anciano —suspire algo cansada. —si quieres agradecerme cuida bien de mis chicas en cuanto yo no pueda.

Él asintió disimuladamente a mi petición.

Le di una última vista a la multitud en busca de mi hermana, no estaba por ninguna parte, a pesar de que no habia estado esperando nada, sentí cierta decepción, aunque era lo mejor queria evitarles verme en esta situación, si hubieran estado aquí, todos habrían notado que sufrian por esto y eso solo haria que el canciller las arrastrara al escenario conmigo, no podía condenarlas.

Respire hondo una última vez, permití sentir el aire llenando mis pulmones y levanté la mirada al cielo, seguía gris y repleto de nubes como siempre, desde el incidente no había rastro de la tonalidad azul que con tanto anhelo había deseado ver, una sonrisa amarga se dibujó en mi rostro.

Que injusto

Pensé cerrando los ojos y rememorando la promesa que mi madre me había obligado a hacerle, mientras deslizaba lentamente la navaja que tenía oculta hacia mis manos.

Esa mujer estaría hecha una furia en este momento si pudiera verme, legandole aquel juramento a Sergei.

—Ivette Laufeyson — el canciller de la ciudad hizo resonar mi nombre entre la multitud desde la plataforma en la que estábamos sacándome de un tirón de mis pensamientos.

—¿Si?—Abrí los ojos y lo enfrenté sin miedo.

Que pase lo que tenga que pasar, a fin de cuentas hoy era el día.

Finalmente sería ejecutada.


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