CHAPTER TWENTY TWO
Una vez que Davinia abandonó la estancia, su madre se abalanzó contra Santino y comenzó a golpearlo en el pecho, mientras chillaba desesperada.
-¡Nos mentiste, nos mentiste! – Exclamó la mujer – Dijiste que estaba muerta y ahora has traído de nuevo al demonio a esta casa.
-Shelby me aseguró que ella... - Balbuceó Santino mientras intentaba quitarse de encima a su suegra.
-¡Shelby, Shelby! – Gruñó Evangelina – Cómo si ese tipo fuera tan confiable – Murmuró - ¡Tú debiste asegurarte y no fiarte de ese hombre!
-¡Por favor! – Intervino Silas que hasta ese momento se había mantenido al margen – Debemos verle el lado positivo al regreso de Davinia – Sonrió – Ya no tendré deudas...
-¡Esta vez te asegurarás que esté realmente muerta! – gritó Evangelina mirando con ojos de loca a Santino – Davinia es peligrosa... ¡es una bruja! No nos conviene tenerla cerca.
-¿Estás loca? – Exclamó Silas al escucharla - ¿Qué es lo que estás planeando, mujer? – Murmuró su marido – No vamos a matarla... ¡no de nuevo!
Santino los miró con los ojos desmesuradamente abiertos. De momento, su mente era una maraña de confusión y necesitaba reordenar sus ideas y escuchar la discusión de sus suegros no le ayudaba en nada. Aunque le daba la razón a Evangelina en cierta parte, ¡Davinia era peligrosa! El regreso de la mujer podría causarles muchos problemas, porque Davinia no regresaba en son de paz, ¡ella tramaba algo! ¡Hasta un tonto podía darse cuenta de sus intenciones!
El hombre salió rápidamente de la sala, dejando a los Dankworth enfrascados en su discusión. No le convenía tener a Davinia como enemiga, hablaría con ella para calmar las aguas, incluso podía pedirle perdón y arrodillarse a sus pies. Quizá con algo de suerte, Davinia lo perdonaría.
Santino subió con dificultad las escaleras y caminó por el pasillo hasta detenerse frente a la puerta de la habitación de Davinia. Suspiró un par de veces para recuperar el aliento y llamó suavemente.
-¿Davinia? – Preguntó al no escuchar respuesta - ¿Podemos hablar?
-Adelante, Santi – Murmuró la mujer – Puedes pasar.
Coppola entró y cerró lentamente la puerta, Davinia se encontraba sentada delante del espejo, mirándose mientras cepillaba su cabello rojo. Él permaneció de pie, observándola embobado. Davinia siempre le parecío una mujer muy hermosa, pero ese día, ella se mostraba más radiante que de costumbre, su piel tenía un brillo especial, era sensual y perfecta. El rostro de la joven estaba adornado por una hermosa sonrisa y sus ojos reflejaban felicidad. ¡Parecía otra persona! Y al darse cuenta de ello, el hombre se sorprendió. ¿Sería cierto lo que Evngelina decía? ¿Y si realmente Davinia murió y regresó de la muerte?
-¿En qué puedo ayudarte, Santi? – Preguntó la mujer al tiempo que se ponía de pie y caminaba hacia él.
¿Santi?, ¿Santi? Se preguntó el hombre, ¡ella jamás lo había llamado así! Le decía de todo, menos palabras o apelativos cariñosos. No era común que se dirigiera a él con un diminutivo. Santino suspiró, negó con la cabeza y se acercó a Davinia para tomarla de las manos.
Ante el contacto con Santino, Davinia se estremeció, el más mínimo contacto con ese hombre le provocaba una profunda aversión. Sintió el impulso de soltarlo para después lanzarse sobre él y hacerlo pedazos, matarlo lentamente y con el mayor sufrimiento posible; pero se contuvo. Amplió la sonrisa y apretó las manos del hombre, mirándolo a los ojos.
-Este... yo... - Balbuceó Coppola al sentir la mirada penetrante de Davinia sobre él – Yo... - Bufó – La verdad es que...
-¿Por qué no me tienes confianza? – Murmuró Davinia fingiendo una mirada de dulzura - ¿Acaso piensas como Evangelina? ¿Crees que volví de la tumba...?
-No, no, no, perdona que te lo diga, pero tu madre está loca, ¡yo no creo en esas cosas! – Bufó Santino algo nervioso – Esta es tu casa y tu puedes volver cuando quieras, ¡siempre vas a ser bienvenida! – Exclamó tratando de sacudir el nerviosismo.
-¿Estás seguro? – Preguntó ella arqueando las cejas.
-¡Absolutamente! – Murmuró y en su rostro se dibujó una sonrisa torcida y lanzó un suspiro - ¡Quiero pedirte disculpas! – Dijo por fin – Lo que te hice no...
Davinia apretó los labios, ¿ese bastardo trataba de pedirle disculpas? ¡No tenía vergüenza! ¡No! Lo que le hizo no tenía perdón, ¡ella jamás lo perdonaría! Davinia apretó los puños para tratar de contener su ira, debía estar serena y fingir. Su plan estaba en marcha y no tenía porque levantar sospechas. La chica trataría de ganarse la confianza de Santino y la de sus padres... aunque de sobra sabía que jamás se ganaría a Evangelina, ¡su propia madre la odiaba! Y tenía que ser muy cuidadosa al respecto, así que primero se desharía de Evangelina, ella podría alertarlos y le convenía que todos creyeran que su madre estaba loca. Después terminaría con Silas y Santino.
-Sí Santi – Murmuró ella sin borrar la sonrisa de su rostro – No hay rencor, supongo que lo que yo te hice no fue una gracia... ¡pero también estoy arrepentida!
-Entonces – Exclamó el hombre - ¿Borrón y cuenta nueva? – Preguntó sintiéndose más aliviado.
-¡Sí, sí! – Respondió Davinia.
Santino se abalanzó sobre Davinia y la estrechó con fuerza, besándola en ambas mejillas. La mujer hizo un esfuerzo sobrehumano para no vomitar, por contener las ganas de apuñalarlo por la espalda o de sacarle los ojos con las uñas. Se contuvo para poder aguantar la cercanía de ese hombre. Necesitaba terminar con eso cuanto antes o de lo contrario explotaría y todo se saldría de control. Suspiró y con lentitud apartó a Santino de ella.
-Perdón, Santi – Sonrió Davinia – Mis costillas están frágiles y...
-¡Lo siento! ¡Lo siento! – Dijo el hombre apartándose de ella – Voy a dejarte sola para que descanses, ¿bajarás a cenar?
-Sí, desde luego – Murmuró – Te veré en la cena.
Santino salió de la habitación, su conciencia estaba tranquila. Davinia lo había perdonado y eso era bueno para él. Davinia bufó y casi grita de rabia mientras se dejaba caer en la cama y suspiraba sonoramente. ¡Iba a aguantar! Porque si en sus manos estuviera, sería capaz de cerrar puertas y ventanas para después prenderle fuego a esa casa. Por fortuna, Santino se lo había tragado todo. Con Silas también sería fácil, el hombre estaba ansioso y hambriento de dinero. Aunque con Evangelina, las cosas iban a ponerse un poco más difíciles, pero tenía planeado darle el susto de su vida, ¡conocía su mayor temor! y pronto iba deshacerse de ella para siempre.
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Silas, Evangelina y Santino cenaban en el gran comedor. No había rastro de Davinia, para fortuna de su madre, quién suspiró aliviada, ¡al menos podía cenar en paz! Y sus ojos se librarían de la imagen de la bruja de Dina. Ahora más que nunca estaba convencida que la madre de su marido había reencarnado en su propia hija, dotándola de poderes sobrenaturales, de lo contrario, ¿cómo había burlado a la muerte? Por eso la odiaba, porque esa chiquilla era un monstruo que le trajo sólo penurias desde el momento en que nació.
-¡Buenas noches! – La voz de Davinia resonó alegre y cantarina en todo el comedor – Perdón por llegar tarde, pero me quedé dormida, ¡estaba tan cansada! – Suspiró - ¿Cómo están todos ahora? Yo no quepo de felicidad al verlos reunidos aquí, en el comedor... Cómo una gran familia feliz - Murmuró dedicándole una mirada de profundo odio a su madre.
Mientras hablaba, Davinia se acercaba a la mesa, contoneándose con gracia y tomó asiento en el gran comedor, seguida de su chofer y la nana, quienes también se unieron a los demás en la mesa. Silas y Evangelina fruncieron inmediatamente el ceño, ¿qué hacían los sirvientes sentados en la mesa? ¡Debían estar en la cocina con el resto de la servidumbre! Ese era el sitio que les correspondía. ¿Cómo se les ocurría mezclarse con la clase alta?
-¿Qué hacen ellos aquí? – Preguntó la madre de Davinia mirando fijamente a los acompañantes de su hija - ¡A la cocina! – Gritó, señalando el camino con el dedo - ¡Largo, gentuza! – Bufó y miró con odio a Davinia
-Ellos me acompañan – Respondió Davinia acomodando la servilleta en su regazo – Ya no forman parte de la servidumbre, ¡son parte de la familia! – Sonrió y los tomó de la mano – ¡Y se sentarán en el comedor con nosotros! – Exclamó con firmeza - ¡Todos los días! Te guste o no, madre – Murmuró la chica.
-¡Yo no soy tu madre! – Gritó Evangelina arrojando la servilleta al piso - ¡Tú no eres mi hija! –Exclamó apretando los dientes – Eres la reencarnación del mal, una bruja... ¡un demonio! – Gimió y cruzó las manos sobre su pecho - ¡Tú eres Lilith! ¡Por eso tu cabello es rojo! En él, tienes reflejado el fuego del infierno – Dijo y se santiguó - ¡Qué dios nos ampare a todos!
-¡No seas exagerada, mujer! – Gritó Silas y la tomó del brazo para obligarla a sentarse de nuevo – Yo estoy feliz con el regreso de nuestra niña, ¡deberías unirte a nuestra alegría! – Comentó el hombre, desbordando hipocresía en cada una de sus palabras.
-Davinia no nos guarda rencor – Añadió Santino mirando a sus suegros - ¡Ella nos ha perdonado! Y está dispuesta a darnos otra oportunidad...
-¡Ella es la reencarnación del mal! – Volvió a repetir Evengelina – Regresó del infierno para vengarse de todos nosotros – Gritó y se echó a correr rumbo a su habitación, pidiendo auxilio a gritos.
Silas y Santino se miraron con incredulidad, un tanto incómodos ante el comportamiento de Evangelina. Parecía que la mujer había enloquecido, ¡estaba completamente desquiciada! La nanny y el chofer de Davinia también se mostraron algo perturbados por la manera de actuar de Evangelina, sin embargo, Davinia se mostraba serena y radiante, comiendo con gusto su cena y dedicándoles sonrisas a todos.
Después de cenar, Davinia se disculpó, quería retirarse temprano a su habitación para continuar descansando, aunque en realidad deseaba alejarse de todos en esa casa y correr a refugiarse en los brazos de Alfie.
-¡Davinia, hija! – La mujer se detuvo a mitad del camino, suspiró y cerró los ojos al escuchar la voz de su padre.
-¿Se te ofrece algo, papá? – Murmuró la joven dándose la vuelta.
-¿Podemos hablar? – Dijo Silas y la tomó de la mano.
-Estoy cansada, ¿no puede ser mañana por la mañana?
-¡No voy a quitarte mucho tiempo, Davinia! – Respondió el hombre mientras la conducía hacia la biblioteca.
Davinia le dedicó una mirada de fastidio a su padre y se sentó en uno de los sillones de la biblioteca, tomó uno de los volúmenes que se encontraban sobre la mesa y comenzó a hojearlo despreocupadamente.
-Necesito que firmes unos cheques – Exclamó Silas en tono exigente mientras quitaba el libro de las manos de Davinia - ¡Es cuestión de vida o muerte! Me urge pagar el dinero que perdí en la casa de apuestas – Gimió – Mis acreedores no me van a dejar en paz, ¡sólo tú puedes ayudarme!
¡Dinero! ¡Cheques! ¡Apuestas! Pensó Davinia bufando fastidiada. ¡Siempre lo mismo! ¿Acaso Silas nunca aprendería? La chica se levantó del sillón e hizo un ademán con su mano, restándole importancia al asunto.
-Hablaré con el señor Nilsson mañana por la mañana – Sonrió Davinia – No debes preocuparte, padre, esas cuentas van a liquidarse tan pronto como sea posible, ¡yo me encargaré!
Silas asintió y sonrió ampliamente. Su rostro irradiaba tranquilidad, ¡acababa de quitarse un enorme peso de encima! Confiaba en Davinia, su hija siempre había pagado sus deudas y nunca le recriminaba cuando se excedía. La chica dio media vuelta y pasó como un rayo junto a su padre para salir de la biblioteca. ¡Ella estaba hecha una furia! Sabía que no podía aguantar a esa gente durante mucho tiempo, ¡sus padres eran unos parásitos! Davinia en realidad no se dirigió a sus aposentos, caminó directamente rumbo a la salida y subió a su auto, volvería con Alfie, pasaría la noche con él, ¡no podía estar más tiempo ahí!
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Abracé a Davinia, llenando de besos su cabello. Ella suspiró aliviada y apretó su cuerpo contra el mío, depositando delicados beso sobre mi pecho. Yo sólo pude sonreír y le acaricié la espalda con suavidad. Debo decir que me tomó por sorpresa el verla regresar a casa luego de unas horas fuera y arrojarse a mis brazos, mientras comenzaba a besarme con desesperación e intentaba despojarme de la ropa.
-¡Tranquila, cariño! – Murmuré contra los labios de Davinia – No es que no quiera hacerte el amor, pero...
La aparté suavemente de mí y la observé detenidamente, el rostro de Davinia estaba arrebolado y respiraba agitadamente. Ella también me miró, arqueó las cejas, sonriendo provocativamente y con lentitud, sus manos comenzaron pasearse sobre su cuerpo, tocándose por encima de la ropa.
-Quiero que me hagas el amor – Gimió mientras desabrochaba su vestido y lo lanzaba al piso – ¡Quítate la ropa! – Suspiró.
-Despacio – Exclamé sujetando sus manos para llenarlas de besos – No llevamos prisa, tenemos toda la noche... pero dime, ¿qué te hizo regresar tan pronto?
-¡Los odio a todos! – Gritó ella y apretó los puños – Son unos sinvergüenzas – Murmuró y cerró los ojos - ¡Santino me pidió disculpas! – Gruñó - ¿Puedes creerlo? ¡Y Silas me pidió dinero! – Exclamó - ¡Pero Evangelina...! – Y guardó silencio.
-Lo imagine – Murmuré estrechándola entre mis brazos para intentar tranquilizarla – Una terrible pesadilla – Suspiré – Por ello me opuse a que volvieras a la casa paterna – Dije mientras la besaba en la frente - ¿Y cómo actuaste delante de Santino y tus padres? - Pregunté con curiosidad - Porque por la expresión en tu rostro, puedo deducir que la única que no se tragó el cuento fue tu madre. Seguramente ella cree que fuerzas sobrenaturales te otorgaron vida eterna.
-¡Santino es un imbécil! – Respondió Davinia - ¡Se moría de miedo! Casi se caga al verme llegar a casa, ¡pero se contuvo! Por ahora está suave como la seda y cree que lo he perdonado – Bufó - ¡Pero el gordo bastardo no sabe la que le espera! – Gritó y después comenzó a reír – Respecto a Silas, sabes que su dios es el dinero, accedí a pagar sus cuentas – Suspiró – Lógicamente no lo haré y dejaré que sus acreedores se encarguen del resto – Murmuró – Pero en cuanto a Evangelina – Creo que será un poco más difícil con ella, ¡tienes razón al decir que no se tragó el cuento!
-¿Y qué harás respecto a tu madre? – Pregunté, mientras ella me miraba pensativa – Si tu madre es tan supersticiosa como dices, ¡deberías usar eso a tu favor! Conoces su punto débil...
-Ella es mi objetivo principal ahora – Suspiró y se frotó contra mi cuerpo – Voy a darle un susto de muerte – Gimió mientras sonreía de manera perversa – Por ahora, ¡ya no quiero hablar de ellos! – Susurró y rozó mis labios con los suyos – Así qué, ¡quítate la ropa, Alfred!
La obedecí sin poner reparos mientras reía a carcajadas. Mi ropa salió volando por todas partes y pronto quedé desnudo delante de ella. Davinia me contempló y se lamió los labios, acariciando sus senos, gimiendo delicadamente. Permanecí de pie, observando cómo sus pequeñas manos recorrían sus apetitosas curvas, tocándose y lanzando pequeños gemidos. Mi pulso se aceleró, solté un gemido, un par de palabrotas y mis ganas crecieron considerablemente.
Davinia rió con sensualidad y tiró de mi mano, haciéndome caer sobre la cama para colocarse de inmediato sobre mí, haciéndome cosquillas en el cuello y llenando mi pecho de besos. Suspiré cerrando los ojos cuando Davinia se sentó a horcajadas sobre mi vientre, besando mi rostro y acariciando mi pecho. Le sonreí tomándola por la espalda y la cintura e invertí la posición, dejándola debajo, mientras la besaba con pasión y premura. Su mano libre se deslizaba sobre mi rostro y mi brazo.
Tomé su pierna y la levanté sobre mi cadera, llenándola de caricias y apretando su carne. Davinia gemía sin dejar de besarme. El beso crecía en intensidad y erotismo. Mi mano continuaba tocando sus muslos, hasta que mis dedos rozaron la entrada de su feminidad, jugué un breve instante con su humedad e introduje dos dedos en ella, arrancándole un gemido. No dejé de besarla, nuestras lenguas estaban enredadas en una danza de pasión y lujuria y sus caderas iban y venían con agresividad. Lentamente retiré mis dedos, apartándome de ella y los lamí. Mi chica se mordió los labios, mirándome cómo saboreaba sus mieles.
-¡También quiero probarte! – Susurró en mi oído.
Reí, sabía lo que se traía entre manos y, como si se tratara de una muñeca, la sujeté por la cintura, dándole la vuelta para que su trasero y su feminidad quedaran frente a mi rostro. Ella se echó a reír también mientras sostenía mi pene con su mano y comenzaba a besar el glande, pasando de cuando en cuando la punta de su lengua caliente. Lancé un gruñido antes de centrarme en lo que tenía frente a mis ojos, me abracé a su cintura y comencé a dar lengüetazos a su vulva mojada.
Mi lengua trazó algunos círculos sobre su clítoris y mis labios tomaban sus pliegues, apretando y chupando con deleite, de vez en cuando la penetraba con los dedos o le daba un pequeñísimo mordisco, logrando que su cuerpo temblara y se retorciera de gozo. La cabeza de ella iba y venía con lentitud, introduciendo mi sexo en su boca, hasta tocar su garganta, volvía a sacarlo y recorrerlo en toda su longitud con sus labios. Durante un buen rato estuvimos dándonos placer mutuamente con nuestras bocas.
Cuando estaba a punto de correrme, la sujeté con fuerza levantándola y obligándola a sentarse sobre mi cara para continuar disfrutando de su sexo. Davinia gemía y jadeaba de manera entrecortada, frotando velozmente su sexo sobre mis labios. Sus manos se apretaban sobre mis brazos y sus uñas se clavaron en mi carne. Su espalda se arqueó y gritó cuando mis labios apretaron su clítoris, su cuerpo tembló completamente y cayó de bruces sobre mi vientre, retorciéndose al experimentar el orgasmo. Pese a eso, no me detuve y continúe chupando su feminidad, hasta que sus dientes me mordieron el vientre y ella se apartó de mí.
La miré de manera perversa, Davinia jadeaba y aún temblaba poseída por el placer. Como estaba vulnerable, me aproveché y la lancé sobre el colchón, abriéndole las piernas e impidiendo que las cerrara. Mi vista se centró en su feminidad brillante y rosada. Ella se ruborizó y me sujetó del cuello para obligarme a que la mirara a los ojos. Le sonreí, inclinándome para besarla profundamente y sin prisas, degustando ese beso.
Cuando me aparté de ella, ambos estábamos sin aliento. Yo estaba cada vez más excitado, poco más que ella. Tomé su pierna y la coloqué sobre mi hombro, Davinia cerró los ojos y se mordió el labio inferior, arqueando la espalda. Me agaché un poco para besar sus senos y lamerle los pezones. Su cuerpo reaccionó de inmediato, su piel se erizó y un gemido ronco brotó de su garganta al tiempo que mi masculinidad acariciaba su sexo para mojarse con su fluidos.
Besé su pantorrilla y la penetré con lentitud. Davinia levantó su brazo izquierdo, colocándolo debajo de su cabeza, y su mano derecha me acarició el pecho. Frenéticamente empecé a empujar mi pelvis contra ella, abrazándome a su pierna. Ambos gemimos presas del placer, mientras nos dejábamos llevar por nuestros instintos más primitivos. Estaba encantado con las expresiones de su rostro cada vez que la penetraba, una sonrisa traviesa se dibujaba en sus labios que mordía de vez en cuando, poniendo los ojos en blanco, embargada por el éxtasis.
Deslicé mi mano por su pierna hasta su vientre, de ahí a su pecho y lo apreté con ganas. Mi mujer arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás, levantando las caderas. Mis embestidas comenzaron a ser más salvajes, empujando su cuerpo y haciéndola estremecer. Davinia gemía, jadeaba y gritaba clavando las uñas en mi brazo, entretanto, yo gruñía y bufaba como un animal en celo. El delicioso vaivén de nuestros cuerpos se convirtió en algo brutal, ella se aferró a la colcha y comenzó a gritar, empujando sus caderas contra mí. Los músculos de su vagina se cerraron en torno a mi pene, aprisionándolo y eso me hizo perder la cordura.
Lancé un grito ronco y primigenio, entregándome al placer. Ella gimió y ronroneó como una gatita, apoyándose sobre sus codos. Me incliné y seguí penetrándola mientras la besaba salvajemente y con posesión.
-¡Te amo, primor! – Susurré y volví a besarla.
-¡Alfie! – Gimió Davinia apretándose a mi cuerpo - ¡Te amo! – Murmuró y arqueó la espalda, dejándose llevar por el placer.
Ambos caímos sobre la cama, exhaustos, pero satisfechos. La abracé, repartiendo besos por todo su rostro y su cuello.
-¡Mi pequeña! – Murmuré recostándome sobre su pecho – Por ti soy capaz de cualquier cosa.
Ella no dijo nada, besó mis cabellos mojados por el sudor y me acarició la espalda, aferrándose a mi cuerpo en un abrazo.
♠ ♠ ♠
Los días pasaron lentamente y estar en la casa Dankworth, para mí era un verdadero infierno. Tener que fingir que no le guardaba rencor a Silas, Santino y Evangelina me ponía de pésimo humor. ¡Los odiaba con toda mi alma! Pero necesitaba tener mucha paciencia y una fuerza de voluntad inquebrantable. Lo único que aliviaba esa tortura eran mis noches junto a Alfie.
Después de cenar junto a mis padres y mi marido, me escabullía para reunirme con él en su casa, hablábamos de tantas cosas, le contaba mi día y él a su vez me hablaba del suyo. Trazábamos meticulosamente nuestros planes y luego nos dejábamos arrastrar por la pasión haciendo el amor durante toda la noche, o simplemente dormíamos abrazados, hasta que la luz del sol bañaba nuestros rostros y teníamos que despedirnos para volver a nuestra rutina.
Por algunas semanas me mantuve con un perfil bajo, casi nunca me alteraba, hablaba animadamente con mi padre, quién sólo me dirigía la palabra para pedirme dinero y así regresar a las casas de apuestas para continuar perdiendo dinero y acrecentando sus deudas. Yo sólo me limitaba a abonar unas cuantas libras a esa deuda interminable, así mantenía un poco al margen a los acreedores, quienes carecían de paciencia. Bien sabía que muy pronto ajustarían cuentas con Silas y le darían su merecido.
En cuanto a Santino... ¡bueno! Mi "amado esposo" estaba tan manso como un cordero recién nacido. Ya no me levantaba la voz, ni me miraba de manera amenazante, mucho menos me recriminaba el hecho de no pasar la noche en la casa. A decir verdad, parecía que Santino, más que respeto, me tenía miedo. Si lo miraba directamente a los ojos, él no podía sostener mi mirada e inmediatamente volvía el rostro. Cuando me acercaba a él y lo tocaba, sentía como se estremecía de miedo, a veces prefería alejarse y encerrarse en su habitación. Y por supuesto, no soportaba el hecho de quedarse a solas conmigo, ya que balbuceaba cualquier excusa para retirarse y emprender la huida. Para mí eso era un alivio, yo tampoco soportaba su presencia, mucho menos el tenerlo a mi lado. Pero fingía amabilidad, felicidad, ¡incluso amor! Sabía que me estaba rebajando al hacer ese tipo de cosas, pero no me importaba, mi plan de venganza se había puesto en marcha y no podía dar un paso atrás.
Sin embargo, mi relación con Evangelina era muy hostil, mi madre no podía fingir el miedo y la aversión que sentía por mí. Cada que nos cruzábamos y me detenía a saludarla, con un abrazo o un beso, ella implemente se apartaba bruscamente, gritando como loca y encerrándose en su habitación. En ocasiones la descubrí espiándome y santiguándose o lanzando agua bendita desde lejos. Yo me empeñaba en seguir molestándola, también la seguía, escondiéndome en los rincones de la casa, para aparecerme delante de ella a cada momento. Aprovechaba que no había nadie en el pasillo y la miraba fijamente y sonriéndole de manera siniestra. Esas acciones la hacían gritar de terror, corría y huía despavorida, santiguándose.
Para poder atormentarla y llevarla al borde de la total locura, le pedí a mi nana y a mi chofer que me ayudaran a llevar a cabo mi plan, el cual era muy simple. Había escuchado decir a Evangelina que constantemente sufría de insomnio y que siempre despertaba alrededor de las tres o cuatro de la madrugada. Se levantaba de la cama y miraba por la ventana hacia el jardín de la casa, según ella, eso la tranquilizaba un poco. Pues el brillo de la luna y las estrellas le otorgaban usa sensación de paz.
Con esas revelaciones, decidimos llenar de terror esas noches de insomnio y tanto mi nana como su hijo aparecían disfrazados en el jardín. Mi nana usaba un vestido que había pertenecido a mi abuela Dina y él vestía de negro, con un par de cuernos en su cabeza, lo que le daba aspecto de demonio ante la tenue luz de la luna y el cielo estrellado. Ambos se paseaban por el jardín y encendían una pequeña fogata frente a la habitación de mi madre para danzar alrededor de ella. Ante esa horrible visión, Evangelina gritaba y despertaba a toda la servidumbre, a mi padre y a Santino, quiénes al no encontrar nada en el jardín, atribuían sus visiones a una irremediable pérdida de la razón.
Así que con el paso de los días, Evangelina se notaba cada vez más nerviosa, y aterrada, lo que yo aprovechaba para aparecer constantemente delante de ella y con un simple "¡buuu!", la hacía correr. Por supuesto, con el paso de los días, el hilo de su cordura se iba haciendo cada vez más delgado. No tardaría mucho en romperse y así, completamente enloquecida me desharía de ella. Incluso, mi padre y Santino notaban el cambio en ella y a menudo hacían comentarios poniendo en duda la salud mental de Evangelina. Silas estaba dispuesto a encerrarla en un asilo, ¡ya no la soportaba!
Esa mañana, a la hora del desayuno, Evangelina no bajó a tomar el desayuno. De hecho desde hacía un tiempo que no bajaba al comedor, ni siquiera pidió que le llevaran la comida a la habitación. Los criados decían que apenas si tocaba la comida que le llevaban.
Santino, Silas y yo charlábamos en el comedor, respecto a una nueva huelga suscitada en una fábrica de acero. Los hombres se quejaban del movimiento comunista y maldecían a los obreros por ser haraganes y unirse a ese tipo de movimientos. Yo los escuchaba, pero me mantenía en una postura neutra, de hecho, había dejado que ellos se apoderaran de la conversación y discutieran acaloradamente sus opiniones.
De pronto, ambos hombres guardaron silencio y miraron estupefactos hacia la entrada del comedor. Ahí estaba Evangelina, sucia, despeinada y vistiendo aún la ropa de dormir. Sus cabellos despeinados y revueltos y la horrible expresión en el rostro de la mujer, la hacían ver como alguien que ya no estaba en sus cinco sentidos. Sus ojos estaban vidriosos y opacos, los labios resecos, así como su piel. Había adelgazado considerablemente y para rematar, las ojeras y las canas en su cabello rubio eran bastante notorias. Parecía que había envejecido en muy poco tiempo... su aspecto era el de una loca.
Evangelina caminó y ni siquiera prestó atención a los hombres que la saludaron con fingida amabilidad. A decir verdad, su mirada estaba clavada en mí y por una fracción de segundo pude notar un brillo asesino en ellos.
-¡Madre! – Exclamé poniéndome de pie - ¡Qué gusto verte! Pensé que no vendrías a desayunar con nosotros – Murmuré esbozando una encantadora sonrisa mientras me acercaba a ella con la intención de abrazarla y depositar un beso en su mejilla.
Con un movimiento veloz, Evangelina se apoderó de uno de los cuchillos que estaban sobre la mesa del comedor, mientras que lo esgrimía amenazadoramente frente a mi rostro y gritaba como loca.
-¡Atrás! – Murmuró y yo retrocedí asustada - ¡Atrás, Satanás! – Y blandió el cuchillo - ¡Aléjate de mí asquerosa bruja del infierno!
-¡Madre! – Gemí cada vez más asustada - ¡Por favor! Baja ese cuchillo.
-¡Yo no soy tu madre! – Gritó de nuevo sin bajar el arma - ¡No te me acerques o te lo hundo en el pescuezo!
-Evangelina, ¡por Dios! – Murmuró Silas - ¡Es nuestra hija! ¿Cómo te atreves a tratarla así?
-¡Esa bruja inmunda no es nuestra hija! – Respondió mirando a mi padre con odio - ¡Es un ser de otro mundo! – Murmuró - ¡Es la puta de Satanás! ¿Crees que no la he visto danzar en el jardín junto al demonio?
-¡Estás completamente loca, Evangelina! – Murmuró mi padre - ¡En el jardín no hay nada!
-¡Por favor, Evangelina! – Intervino Santino que durante unos minutos no había podido reaccionar – Contrólate, ¡esas visiones tuyas son producto de tus nervios! ¡Estás muy alterada! Y eso se debe a que no has podido dormir... el médico dijo...
-¡LOS MÉDICOS NO SABEN NADA! – Respondió mi madre cada vez más alterada - ¡Yo la he visto! Se pasea por el jardín e invoca al diablo delante de una hoguera... ¡es una bruja! ¡Una maldita bruja que planea matarme! – Gritó - ¡Pero yo la mataré de nuevo y la enviaré de regreso al abismo! – Exclamó mientras se abalanzaba sobre mí.
Yo grité, realmente me tomó por sorpresa. No esperaba que mi madre apareciera de la nada e intentara asesinarme. Aunque por una parte, estaba feliz de que mi plan hubiera dado resultado. ¡Evangelina estaba completamente loca! La demencia se apoderó de ella, sus ojos desorbitados estaban perdidos, vacíos y sin vida. Sus desvaríos la llevaron a la desesperación y a tomar medidas drásticas. Era una fortuna que decidiera hacerlo delante de todos, ¡así su locura no quedaba en duda!
Santino sujetó a Evangelina, mientras que Silas pedía que llamaran a una ambulancia, o al manicomio para que la sometieran y la encerraran en un sitio donde no pudiera hacer daño a nadie.
En su intento por detenerla, Santino recibió una cuchillada en el hombro, nada de cuidado. Por fortuna, ante el alboroto, varios de los sirvientes aparecieron y entre todos pudieron someterla, ya que debido a su locura y desesperación, Evangelina parecía una fiera y era imposible someterla.
Luego de un rato, varios hombres vestidos de blanco aparecieron en la casa. Alguien se había encargado de llamar al asilo para enfermos mentales. Rápidamente le colocaron una camisa de fuerza a Evangelina que lanzaba grandes alaridos y maldiciones en contra mía. Después la subieron a una ambulancia y se la llevaron lejos... esa fue la última vez que volví a ver a mi madre.
Días después recibimos la noticia que Evangelina Dankworth había muerto, en un intento desesperado por mandarme al infierno, había invocando ella misma al demonio, su habitación se incendió con ella dentro y nadie pudo hacer nada para salvarla.
♠ ♠ ♠
¡Ya cayó la primera cabeza! Davinia consiguió que su madre fuera presa de la demencia y de esta forma, la encerró para siempre en un manicomio. Ahora sólo falta que se deshaga de Silas y de Santino. Y por supuesto, que también le dé su merecido a Thomas Shelby. ¿Qué les pareció este capítulo? Recuerden que estamos más cerca del final de esta historia, ¡no se pierdan los últimos capítulos!
Maria Decapitated
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