CHAPTER ONE
Mi nombre es Davinia Dankworth y desde mi nacimiento, mi vida ha estado marcada por la tragedia. Soy la menor de dos hijas, para desgracia de mis padres quienes deseaban tener al menos una media docena de hijos, entre ellos, por supuesto, un varón que heredara el título de mi padre y preservara el apellido Dankworth que tiene, al menos, un par de siglos de antigüedad.
Mi madre es una mujer estricta y autoritaria, al igual que mi padre, sin embargo, la señora Evangelina Dankworth es de naturaleza supersticiosa y muy crédula, a pesar de la época moderna y vanguardista en la que vivimos. Yo nací una noche del 31 de octubre, en Halloween o noche de brujas y por supuesto, la víspera de todos Santos. Esa noche en particular había sido una de tormenta y mucho viento. Ellos habían decidido pasar una temporada en el campo, pues mi hermana Agatha estaba enferma y el médico recomendó el aire del campo para sanar su mal.
Mi madre entró en labor de parto esa mañana nublada y fría, mi padre asustado mandó a buscar al médico más cercano, pero gracias a la niebla densa y a la fuerte lluvia que se suscitó, el hombre no pudo llegar ese día, así que los trabajadores de la finca se vieron obligados a buscar una partera. Una gitana vieja y encorvada apareció llevando una bolsa mugrienta donde guardaba sus medicinas y herramientas, ella era la única que se presentó varias horas después mientras mi madre agonizaba sobre la cama sin poder dar a luz.
Cuando mamá se dio cuenta de la presencia de esa mujer en su casa, empezó a gritar como loca, pidiendo que la echaran de ahí, que su sola presencia traía consigo la maldición, las penurias y la mala fortuna a la familia. La gitana ni se inmutó y ordenó prepararlo todo para recibirme.
Durante varias horas, mi madre pujó, gritó, se desgarró en la labor de parto sin poder expulsarme. La gitana le dijo a mi padre que yo venía de nalgas y que en esa posición era imposible parir. Que ambas moriríamos irremediablemente, así que pidió ayuda a uno de los romanís. Un gitano grande y corpulento, experto en hacer parir yeguas y vacas.
En medio de un charco de sangre fui expulsada, la gitana creyó que estaba muerta, pero mis alaridos le hicieron saber lo contrario.
-¡Está sana! – Gritó la gitana mientras me limpiaba - ¡Es una hermosa niña!
Mi padre ni siquiera volteó a mirarme, salió de la alcoba dando un portazo, muy molesto de saberse padre de otra mujer. Entre tanto, mi madre casi muere desangrada debido al desgarre de matriz que sufrió al momento de dar a luz. Ella ni siquiera se dio cuenta hasta varios días después, de que yo estaba en el mundo.
Cuando Evangelina se recuperó un poco, maldijo mi existencia. ¡Yo la había desgraciado! Para comenzar, nací siendo mujer, un 31 de octubre; en la noche en que los demonios y los espíritus malignos andan sueltos. Ella pensó que el hijo que llevaba en sus entrañas fue poseído por un demonio para echarle a perder su cuerpo que ayudaría a mi padre a tener su ansiado hijo varón. Así que ni siquiera se tomó la molestia de tenerme entre sus brazos, me entregó a una sirvienta para que me amamantara y se hiciera cargo de mi cuidado. Por tal motivo, nunca conocí lo que fue el amor de una madre.
Mi padre, Lord Dankworth, o cómo mi madre solía llamarlo; Silas, despreció todo lo que yo simbolizaba. ¡Una verdadera tragedia para la familia! Solía gritar cada vez que yo me cruzaba en su camino. Y para colmo, mi imagen física: tez muy blanca, cabello rojo y mis ojos, extrañamente de color café oscuro; que debido a mi blancura, en ocasiones parecían ser negros. Unido a mi temperamento fuerte y hostil, era una copia fiel de mi abuela; Dina Dankworth. ¡Y Silas odiaba a Dina! ¿La razón? ¡La maldita herencia!
Dina había malcriado a Silas. Cuando mi abuelo murió, siendo mi padre un niño pequeño, la abuela lo sobreprotegió y cumplió todos sus caprichos. Silas pronto se convirtió en un auténtico dolor de cabeza para su madre. Desde muy joven, su adicción por los juegos de azar lo llevaron a cometer varios crímenes. Por miedo a que la familia se viera envuelta en un escándalo, Dina ocultó todo sobornando a cuantas personas pudo y para "cortar de tajo" con los problemas, envió a mi padre lejos de Inglaterra para que pudiera estudiar y se convirtiera en un abogado y así poder llevar la batuta de los negocios de mi abuelo y ocupar su sitio en la Cámara de los Lores.
Para desgracia de Dina, Silas fue todo lo contrario a su padre. Al verse libre, se entregó a todo tipo de excesos, descuidando sus estudios y echando por la borda los consejos de la abuela. Y aunque lo casaron con una mujer de noble cuna y de estrictos principios morales, Silas no cambió, malgastó el dinero que su madre le daba y corrompió a Evangelina. Dina, en un último intento por enderezar la conducta de su unigénito, decidió entregar más de la mitad de su herencia a los pobres y el resto a su hijo y a su familia. Muy pronto, Silas se vio obligado a trabajar, actividad que detestaba, y la grandeza de los Dankworth cayó junto con él.
Por ese motivo, mis padres odiaban a Dina, culpándola de todas sus penurias e infelicidad. Y el hecho de que yo me pareciera a la abuela, reafirmaba la estúpida idea de Evangelina, quién aseguraba que el alma de Dina había regresado de los infiernos para atormentarlos y hacer su existencia más miserable de lo que ya era. A menudo, mamá me lanzaba gotas de agua bendita y me mostraba crucifijos e imágenes santas para expulsar de mi cuerpo el alma de esa vieja bruja y judía que era mi abuela.
La única persona, después de mi nana, que sentía un poco de simpatía por mí, era mi hermana Agatha. Ella siempre trató de protegerme y de cuidarme. En ocasiones llegó a recibir las palizas que iban dirigidas a mí. Yo sentía un gran cariño por mi hermana mayor, la amaba en exceso y ella era mi único paño de lágrimas. Sin embargo, poco llegué a disfrutarla ya que al ser varios años mayor que yo, mis padres decidieron casarla con un viejo conocido de la familia. Un noble alemán que le doblaba la edad y que tenía la cara llena de cicatrices de viruela. ¿Pero eso que importaba? Era dueño de un castillo y de una empresa dedicada a la pesca y la crianza de caballos de carreras. Un hombre con el que mi hermana ya tenía asegurado su futuro.
A pesar de lo inusual de su matrimonio, ¡mi hermana terminó enamorada de ese sujeto! Y aunque su aspecto físico no era agraciado, sino todo lo contrario, en ocasiones causaba terror en quién lo miraba. Johannes era un hombre caritativo, dadivoso, cariñoso e humanitario. Desde el momento en que conoció a Agatha, la trató como ella se lo merecía, la llenó de atención, de amor y desviviéndose completamente por mí hermana.
Después de la boda, Agatha se mudó a América, dejándome sola y con el corazón destrozado. Ahora tenía que soportar al doble los malos tratos de mi padre y mi madre. Ella, lamentándose la partida de su hija favorita, reprochándome el hecho de no haberle sugerido persuadir a su marido de quedarse en Inglaterra y Silas, diciéndome que debí convencer a Agatha de llevarme con ella para ya no seguir siendo una carga para él.
Yo me refugiaba en la biblioteca de mi abuela, leía durante horas esos libros polvorientos que se convirtieron en mis únicos aliados. También robaba los periódicos de mi padre para enterarme de los últimos acontecimientos en la ciudad, el país y el mundo. Durante varios años me mantuve oculta en la casa, siendo la vergüenza de mi familia, hasta que cumplí los dieciocho años.
Recuerdo esa maldita tarde, cuando Silas irrumpió en la biblioteca y me arrebató el libro que estaba leyendo sobre la crianza de los caballos, se sentó delante de mí y me entregó una enorme caja color de rosa, adornada con una cinta de raso de seda.
-No es bueno que las mujeres lean – Exclamó mi padre – Se les llena la cabeza de ideas y abren los ojos. ¡Las mujeres revolucionarias son repudiadas! Una mujer culta es muy mal vista por la sociedad...
¡Y ahí venía su sermón retrógrado! Que conocía al derecho y al revés. Silas tenía la idea arcaica de que las mujeres estaban hechas únicamente para servir y complacer al hombre. Que las mujeres no tenían porque involucrarse en asuntos masculinos, como por ejemplo: leer, escribir, los caballos, arte, medicina y demás ciencias. Para él, su ideal de mujer era una pobre chica ignorante, bonita... ¡una auténtica marioneta! Alguien que se pudiera moldear a su antojo e hiciera su voluntad... ¡como mamá!
-¿Y este regalo, padre? – Le pregunté haciendo a un lado mi libro y mirando con curiosidad la caja, ya que nunca había recibido un obsequio de su parte.
-¡Es un hermoso vestido que decidí comprarte! – Dijo abriendo con premura la caja para revelar el contenido - ¿Verdad que es bonito?
¡Claro que era bonito! Yo estaba acostumbrada a usar la ropa de Agatha o la que mi madre dejaba. Era un vestido a la moda de seda rosa, medias de seda, unas coquetas zapatillas adornadas con perlas y aplicaciones doradas, además de un coqueto sombrero al tono del vestido. Lo miré con los ojos bien abiertos, ¡él no podía darse ese lujo! Y si lo hacía, seguramente no era para mí. Silas traía algo entre manos y yo lo iba a averiguar.
-¿Y cuál es el motivo de este regalo? – Le pregunté con desconfianza mientras lo mirada de manera hostil - ¡Tú nunca me has regalado nada!
-¡Pero Davinia! – Protestó mi padre – Nunca es tarde para querer limar asperezas y consentir a mi pequeña hija... además ¡es tu cumpleaños, mi niña! – Murmuró acariciando mi mejilla.
El simple contacto de su mano sobre mi mejilla me hizo estremecer. Su tacto no era cálido, ¡estaba fingiendo! No había amor ni buenas intenciones en sus caricias, sino algo oscuro y perverso que me heló la sangre en las venas.
-Vendrá un hombre a cenar a casa – Continuó Silas – Su nombre es Santino Coppola...
-Ahora ya entiendo el motivo del regalo – Dije con desdén mientras me ponía de pie - ¡No lo quiero! – Exclamé furiosa, alejándome de mi padre – No soy un objeto de intercambio – Murmuré dándome la vuelta y dedicándole una mirada llena de odio a mi padre.
Silas también se levantó y caminó rápidamente hacia mí, sujetándome del brazo y apretándolo con furia, lastimándome y haciendo que me quejar de dolor.
-¡Ya es hora de que conozcas tu lugar! – Gritó mi padre sacudiéndome como si yo fuera una muñeca de trapo - ¿Acaso no lo entiendes, Davinia? ¡No haces otra cosa más que estorbar! – Bufó lanzándome al piso – Por primera vez aparece un hombre interesado en ti... un hombre rico, de alto estatus social y educado. ¡No quiero que le hagas un desaire! ¿Me oyes? – Gritó mirándome con coraje – Vas a subir a tu habitación, te pondrás ese vestido y bajarás a saludar al señor Coppola.
Silas salió de la biblioteca dando un portazo. Yo permanecí en el piso, pensando en que lo mejor sería salir y lanzarle el regalo al tal señor Coppola y después huir de casa, refugiándome con los gitanos o con cualquiera que decidiera tenderme la mano, pero desgraciadamente tuve que hacer lo que Silas me dijo. Subí a mi habitación, me puse ese vestido y bajé hasta la sala para conocer a ese hombre.
Cuando mi madre me miró, lanzó una exclamación de espanto, pues como acto de rebeldía tomé la decisión de no peinarme, mi cabello estaba enmarañado y caía descuidadamente sobre mis hombros.
-¡Pareces una bruja, Davinia! – Gimió mi madre mientras se santiguaba.
-¡No soy una bruja! – Sonreí – Soy el demonio personificado y he venido por ti, ¡me llevaré tu alma al infierno!
Para fortuna de Evangelina, mi nana apareció y me condujo de regreso a la alcoba para cepillar mi cabello y recogerlo en un moño, me colocó el sombrero antes de volver a bajar por esa vieja escalinata y reunirme con mis padres y ese italiano, cuyo nombre ya me provocaba espanto.
Al llegar a la sala, mis ojos se abrieron desmesuradamente al ver al famoso Señor Coppola. ¡Era un viejo! Podría tener la edad de Silas, ¡incluso más años! No era muy alto y tenía la barriga más grande que yo jamás hubiera visto, así como una enorme bolsa de piel gruesa que cubría completamente su cuello (sí es que lo tenía). Eso sí, vestía con ropas finas y elegantes, pero eso no le quitaba su forma tosca y teatral de comportarse. Hablaba con una amabilidad hipócrita y al verme, caminó de prisa hasta donde me encontraba para hacerme una reverencia y postrarse, con mucha dificultad, de rodillas ante mí.
-Sabía que era hermosa, milady – Exclamó el hombre con un exagerado acento italiano – Y desde hace tiempo que ansiaba conocerla...
Lo mire con repulsión, no me la provocaba su aspecto físico, mucho menos su edad. Había algo más profundo en él, algo que con el sólo hecho de verlo desataba en mí el espanto. Además de sus maneras teatrales y de su gran hipocresía, sus palabras carecían de sentido, eran huecas y muy mecánicas. Parecía que todo lo que decía lo ensayaba delante del espejo para aparentar seguridad y cultura.
¡Era tan diferente a Johannes! Quién hablaba con pasión y gran devoción a mi hermana, ¡al menos ella había tenido suerte de encontrar a un hombre que la amaba de verdad! ¡Pero yo! ¿Qué sería de mí con semejante esperpento? El sólo hecho de pensarlo me provocó nauseas, y también el sentir sus asquerosos y húmedos labios besando el dorso de mi mano.
Le dediqué una mirada que no ocultaba mi asco y retiré inmediatamente mi mano, limpiándola en el vestido que llevaba puesto, y sin decir una sola palabra, me alejé de él, dejándolo ahí, plantado en el piso.
Mientras más tiempo pasaba junto a Santino, más fuerte e insoportable era mi aversión hacia él y no paraba de encontrarle defectos y más defectos. Recuerdo el día en que mi padre me hizo saber que me casaría con ese hombre. Lloré, grité, maldije y hasta amenacé con matarme si me obligaban a casarme con ese italiano depravado. Pero lo único que me gané fue una paliza que me dejó postrada en cama por una semana y, por supuesto, una boda que se celebró unos días después de mi recuperación.
Las palabras que mi madre me dijo después de haberme convertido en la mujer de Santino Coppola aún retumban en mis oídos.
-Deberías estar agradecida con el señor Coppola, Davinia – Dijo Evangelina acomodándome el velo para ocultar los mechones de cabello que escapaban de mi peinado - ¡Lo que daría una mujer en tu condición por casarse con un hombre como él! Por estar ahora en tu lugar, porque acabas de comenzar una nueva vida de lujos, comodidades, riquezas a manos llenas... ¡ni siquiera nos pidió dote!
-Me vendieron a Santino, ¿no es así? – Pregunté a punto de echarme a llorar.
-Él quería un título y una linda esposa, ¡aunque no comprendo donde vio la hermosura en ti! – Murmuró mi madre esbozando una sonrisa socarrona – ¡Eres fea en extremo! Esos pelos rojos que parecen las llamas del infierno, esa palidez de cadáver y tus ojos, cafés, ¿por qué cafés? Los ojos de Agatha por ejemplo, son verdes como los de tu padre y los míos son de un hermoso tono de azul - Dijo levantando las manos como en señal de resignación - Como sea, casarte con Santino no es tan malo después de todo – Suspiró la mujer – Tu padre y yo necesitamos dinero y Santino se ofreció a reparar la mansión y a liquidar las deudas contraídas...
-¡Fue una puta venta! – Grité llena de rabia al escucharla.
La mano de mi madre cayó de lleno sobre mi mejilla, haciéndome volver el rostro. Los ojos de Evangelina centellearon con furia y me miró con odio.
-Deberías agradecernos – Murmuró mi madre - ¡Te criamos! Te educamos, te convertimos en una dama y te mantuvimos en nuestra casa. ¡Es justo que retribuyas algo después de las penurias que nos hiciste pasar! - Gimió - ¡Estás maldita, Davinia! ¿No lo entiendes? - Gritó empujándome para caminar por la habitación - Naciste en la noche de las brujas, en medio de una furiosa tempestad ocasionada por el mismísimo demonio - Exclamó cubriéndose los ojos - Y para mí desgracia, un gato negro entró en el cuarto y se paseó por mis piernas haciendo que soltara el espejo que tenía en las manos y se rompiera en pedazos. ¡Esas son señales suficientes que presagiaban la desgracia!
- Pero yo no tengo la culpa - Grité sin poder contener las lágrimas de rabia que resbalaron por mis mejillas - Soy tu hija, madre. Se supone que el amor de una madre es lo más sagrado que existe - Sollocé - Y que una madre vela por el bienestar...
- Por eso mismo - Dijo Evangelina - Porque velo por tu bienestar, estuve de acuerdo en esta unión.
-¿Al menos tendré tu bendición? - Pregunté con un poco de esperanza mientas la miraba a los ojos.
-¡Sigues sin comprenderlo! - Exclamó mi madre tomándome por los hombros - ¡Estás maldita! Esa noche, las puertas del infierno se abrieron para dejar salir el alma de la bruja de tu abuela. ¡Ella era la amante de Satanás! Y su alma entró en tu cuerpo para poseerlo - Murmuró santiguándose - Pero ella es demasiado fuerte y mis exorcismos nunca tuvieron efecto...
Decidí no seguir escuchando semejante estupidez. Mi madre estaba loca y obsesionada con esas cuestiones, además, ya estaba completamente claro que ella no me amaba, nunca me amó y ni siquiera sentía una pizca de cariño o algo de respeto por mí. Respecto a Silas, prefiero no hablar, él solo buscaba dinero y más dinero, ese era su dios y su vida entera.
Derrotada y con los ánimos por los suelos, salí de esa habitación para buscar un sitio donde refugiarme sin tener contacto con los invitados a la fiesta. No conocía a nadie, la gran mayoría de los presentes eran allegados a Santino, quien por cierto había decidido establecerse en la casa Dankworth y adoptó el apellido de la familia. Ahora se ufanaba diciéndoles a todos que él era Lord Dankworth y que así debían dirigirse de ahora en adelante.
Decidí correr hacia la biblioteca, pero mi gordinflón esposo me dio alcance y me tomó del brazo para arrastrarme detrás de él y presentarme a todo el mundo. Yo sólo escuchaba halagos y felicitaciones por nuestro matrimonio. Esbocé una sonrisa fingida y como una autómata, saludé a todos los invitados. Finalmente, un hombre joven y de ojos azules como zafiros, se acercó a mi marido para felicitarlo de manera efusiva y ofreciéndole un brindis.
-Él es Thomas Shelby, querida. – dijo Santino presentándome al hombre que me sonrió con sinceridad y extendió su mano para tomar la mía y depositar un beso en el dorso de mi mano.
-Es un placer conocerla, señora Co... - dijo Shelby pero lo interrumpí.
-Dankworth, Davinia Dankworth. – murmuré con frialdad.
Shelby me miró sorprendido y después le dedicó una mirada a Santino que sonrió de manera estúpida y se agarró la barriga para comenzar a reír a carcajadas.
-¡Por los nuevos esposos! – exclamó Tommy Shelby alzando su copa – Por un maravilloso y duradero matrimonio. – dijo y todos lanzaron exclamaciones de júbilo.
Yo ni siquiera levanté mi copa para unirme al brindis, sólo la apreté con fuerza, casi hasta romperla y recorrí el salón con mi mirada, una mirada llena de odio y desprecio hacia todos los que se encontraban ahí, especialmente a mis padres que se veían satisfechos y felices de haberme entregado a un hombre a cambio de riquezas.
La velada continuó, no sé de dónde saqué las fuerzas para seguir en fingiendo. Fui presentada a más gente, hablé de no sé qué temas con ellos, bailé con algunos invitados. Sin embargo, al darme cuenta que la fiesta estaba por acabar, me poseyó un miedo atroz y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Pronto se llegaría la hora de retirarme junto con mi esposo a nuestros aposentos, en dónde él exigiría consumar el matrimonio. Apreté los ojos y los puños, deseando que ese momento jamás llegara.
Desesperada busqué a mi nana y me arrojé a sus brazos para llorar y desahogarme con ella, para pedirle un consejo o su ayuda. ¡No quería estar a solas con ese hombre!
-¿Qué voy a hacer, nanny? – Pregunté cayendo de rodillas delante de ella - ¡Dime qué puedo hacer para no tener que dormir al lado de ese hombre!
Mi nana me acarició el cabello y derramó lágrimas junto conmigo. Desgraciadamente ella no podía ayudarme, no tenía ningún tipo de idea funcional para librarme de esa pesadilla, sólo tomó mi rostro entre sus manos y me acarició las mejillas.
-Cuando él esté encima tuyo – Dijo mi nana – Cierra los ojos y piensa en otra cosa. Piensa en tus libros y en lo que te haga realmente feliz. ¡Desprende tu alma! Sabes cómo hacerlo, ¿no es así?
Yo asentí y seguí llorando. Ella probablemente tenía razón. No tenía salida, estaba atrapada, condenada a vivir al lado de ese horrible monstruo que me había comprado por un puñado de monedas.
¡Llegó el momento! Santino me tomó del brazo con violencia y me condujo escaleras arriba a nuestros aposentos entre los aplausos y gritos de los invitados. Yo giré el rostro y miré a mis padres, con la estúpida idea de que posiblemente se apiadarían de mí y detendrían todo ese teatro. ¡Pero no fue así! Mi padre me miró con una sonrisa burlona en sus labios y levantó su copa hacia mí, en una especie de aprobación y gritó.
-¡Espero pronto tener muchos nietos!
Se escucharon montones de carcajadas y aplausos. Santino me arrastró detrás de él, mientras yo comenzaba a forcejear, tratando de huir de él. Pero Santino era fuerte y muy pesado, se aprovechó de ello para someterme y me empujó dentro de la habitación, lanzándome de bruces a la cama.
-¡Ahora vas a conocer lo que es un hombre de verdad! – Gruñó mientras comenzaba a quitarse la ropa – Tus padres me han dicho todo lo que debo saber respecto a ti, zorra desgraciada – Gritó acercándose a la cama.
Yo grité e intenté huir de nuevo, pero Santino logró sostenerme del tobillo y caí al piso.
-¡Ven acá maldita perra! – Gritó el hombre abofeteándome con furia - ¡Eres mía! ¿Lo entiendes? – Gruñó al momento que desgarraba mi vestido de novia - Vas a tener que cumplir, ¡lo quieras o no! – Siguió gritando y por cada dos palabras, me llenaba de golpes – No desperdiciaré mi dinero en una mujer que no sabe cuál es su lugar y que no puede complacer a su esposo.
Volví a lanzar varios gritos, lo arañé y lo golpeé como pude. Pero Santino me sometió colocándose sobre mí, me llenó de besos y de sucias caricias que aumentaron el asco que nacía en mí. Sólo cerré los ojos como mi nana me lo sugirió y pensé o traté de pensar en cosa buenas, cosas hermosas... ¡pero fue en vano! Santino me poseyó con brutalidad haciéndome daño, mientras gemía y gruñía como un puerco.
Cuando Santino hubo saciado sus bajos instintos conmigo, se largó de la habitación, dejándome muy lastimada, pero no sólo en cuestión física; mi orgullo, mi fortaleza y mi entereza fueron destrozados. Y así comenzó mi martirio, durante siete malditos años... hasta que él apareció.
♠ ♠ ♠
Con este capítulo arrancamos esta nueva historia, un fanfic con Alfie Solomons. Como podrán ver, nuestra protagonista no ha tenido una vida feliz, ella misma lo dijo; desde su nacimiento, su vida estuvo marcada por la tragedia. En el siguiente capítulo, Alfie hará su aparición y quizá tengamos un acercamiento inmediato entre los protagonistas. Un momento erótico e intenso.
Espero sus comentarios e impresiones sobre este primer capítulo, así como sus votos y el apoyo a la historia.
La actualización se está historia no tiene día definido, así que podré estar publicando cualquier día de la semana.
¡Muchas gracias!
Maria Decapitated
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