36. ¡Necesito a Peeta!
Me desperté adolorida y vi que ya no estaba en el aerodeslizador. Estaba en una especie de sala y vi como mi madre adoptiva me miraba con una pequeña sonrisa.
A su lado estaban Prim y Katniss viéndome con lágrimas en los ojos.
—Ni que me hubiera muerto —susurré intentando sentarme en la cama. Me dolía todo, pero era un dolor que sí podía soportar.
Recordé todo lo que había pasado y suspiré. Por mucho que quisiera permanecer acostada, tenía que salvar a Peeta. Ni siquiera sabía de lo que podía ser capaz Snow de hacerle, así que tenía que actuar rápido.
—Necesito salvar a Peeta.
—Eso es un poco imposible, o al menos en estos momentos —miré mal a Katniss, estaba segura de que si se trataba de Gale, todo sería diferente.
—No pienso discutir contigo sobre eso —me levanté como pude y mi madre me ayudó a incorporarme.
—Sigues débil Alina —habló Prim por primera vez.
—Eso en estos momentos no me importa, lo importante es Peeta y no quiero ni imaginarme lo que Snow es capaz de hacerle.
Salí de ahí sin escuchar ninguno de los llamados de mi familia.
Y vi sentado a Finnick, quise acercarme a él, pero estaba enfadada con él. Así que en estos momentos prefería no hablar con él.
Vi a un hombre acercándose a mí.
—Señorita Abernathy. Coronel Boggs, jefe de seguridad del distrito trece. Siento la intrusión, pero la presidenta Coin ha solicitado verla antes.
—¿Hay alguna novedad?
—Solo vengo a acompañarla —suspiré y juntos caminamos por las instalaciones para llegar a nuestro destino.
Ninguno de los dos dijo ni una palabra, lo cual en parte lo agradecía porque no es que quisiera hablar. Aunque es verdad que me sorprendía saber que el distrito trece seguía existiendo.
—Siempre nos dijeron que no quedaba nada del distrito trece.
—El Capitolio bombardeo la superficie hasta arrasarla. Somos militares y hemos aprendido a sobrevivir aquí abajo. Preparándonos y entrenándonos... Para nosotros la guerra nunca termino.
Suspiré y solo me limité a asentir.
Bajamos a la planta correspondiente, donde había gente caminando de un lado para el otro.
Poco después llegamos a nuestro destino y vi a Beetee en una silla de ruedas.
—Ahí está —busqué con la mirada a Plutarch para verlo junto a una mujer, los dos acercándose a mí—. Nuestra chica en llamas. Señora presidenta, déjeme presentarle al Sinsajo.
—Es un honor conocerla —nos dimos la mano—. Es una joven muy valiente, sé lo confuso que le resultara esto. No imagino lo que debe ser vivir las atrocidades de esos juegos.
—Alina, la presidenta Alma Coin.
—Déjeme decirle que es bienvenida. Espero que haya consuelo entre nosotros, hemos conocido la tragedia en el trece.
—Se va a hacer historia, las dos juntas en esta mesa —miré a Beetee.
—Le pido disculpas, ojalá tuviera más tiempo para recuperarse, no podemos permitirnos ese lujo. Por favor siéntese —me acerqué a la silla de su lado y me senté sin decir nada—. ¿Es consciente de lo que ha pasado? Al disparar esa flecha al campo de fuerza, encendió a la nación. Ha habido disturbios, levantamientos, y huelgas en siete distritos. Creemos que si aprovecháramos el momento, podemos unir a los distritos contra el Capitolio. De lo contrario, si dejamos que se desvanezca, tendríamos que esperar otros 75 años para tener otra oportunidad. Todos en el trece están preparados.
Eso en estos momentos no me importaba, lo único que me importaba era Peeta.
—¿Y Peeta? ¿Está vivo?
—No lo sé, ojalá lo supiera. Pero desgraciadamente no tengo forma de contactarme con mis contactos dentro del Capitolio —me respondió Plutarch.
—El Capitolio siempre ha reprimido la comunicación entre los distritos, pero conozco su sistema muy bien —miré a Beetee—. He logrado entrar, ahora solo necesitamos el mensaje perfecto.
—Alina, esto es lo que tenemos que hacer. Tenemos que enseñarles que el Sinsajo está vivo y dispuesto a desafiarles y unirse a esta lucha. Porque necesitamos que cada distrito desafíe al Capitolio como lo has hecho tú —Plutarch hizo una pequeña pausa—. Así que vamos a grabar una serie de video propagandísticos. Yo los llamo propos sobre el Sinsajo.
Les miré a ambos.
—Para hacerles saber que vamos a avivar el fuego de esta Rebelión... El fuego que ha encendido el Sinsajo.
Le miré mal, ¿en serio pensaban que les haría caso después de abandonar a Peeta?
Ambos estaban muy equivocados.
—Le dejaste ahí, dejaste a Peeta en la Arena para que muriera.
—Alina...
Di un golpe en la mesa.
—¡Peeta era el que tenía que salir con vida! ¡No yo! ¡A mí no me importa nada de esto! ¡Debisteis salvarlo a él también porque no costaba nada hacerlo! ¡Necesito a Peeta!
—Señorita Abernathy, esta revolución es de todos, de todos nosotros y necesitamos una voz.
—Pues debisteis salvar a Peeta —me levanté enfadada para salir de ahí lo más rápido posible.
DÍAS DESPUÉS
Habían pasado unos días, desde que vi mi distrito destruido, desde que vi esos esqueletos de toda la gente que no se pudo salvar. Después de ver a Peeta en el Capitolio, entendí lo que debía hacer.
Debía ser el Sinsajo, solo de esa forma podría proteger a Peeta y salvarlo.
Así que caminé hacia la sala de reuniones para encontrarme a Plutarch y a Coin esperándome.
—Quiero que se rescaten a todos los vencedores que están en el Capitolio, y me refiero a Peeta Mellark, Johanna Mason y a Annie Cresta, y que sean absueltos —les dije sin rodeos.
Si querían que yo fuera su Sinsajo, ellos debían salvarlos.
—No —enfadada miré a Coin.
—¿No? Pues entonces búscate a otro Sinsajo que siga tus malditas indicaciones, no creo que te esté pidiendo mucho. ¿Me quieres como Sinsajo? Pues sálvalos, y te prometo que haré todo lo que quieras que haga. Es más, si me prometes que los salvarás, yo desde ese momento seré el Sinsajo, pero quiero asegurarme de que se hará lo que pido. Ellos no tienen la culpa de que vosotros los hayáis olvidado y dejado a la merced del Capitolio. Así que solo eso tengo que decir, no me pienso molestar más por el tema, pero sé que me necesitáis, aunque queráis negarlo, gracias a mí está pasando todo esto y me necesitáis. No estáis para exigir nada, podríais matarme, pero al hacerlo mataríais las esperanzas que tienen los distritos de acabar con todo esto y de derrotar a Snow. Porque yo soy la primera que lo quiere muerto y soy su nieta. Así que cuidado, porque si él es horrible, yo soy mucho peor cuando se trata de la gente que me importa. No tengo miedo a morir porque ya lo perdí todo, pero si puedo recuperar a una parte de la gente que me importa lo haré sin pensarlo dos veces.
—Ahí está nuestro Sinsajo, se lo dije —Coin lo miró y luego me miró a mí.
—Bien, ¿algo más que quieras?
—Que mi hermana pequeña se quede con el gato —ella asintió.
No había sido tan difícil a decir verdad.
Un poco después me encontraba en el comedor.
—Eres un genio —miré divertida a Will, era un amigo del distrito y era hermano de Gale. Le había extrañado un poco, no lo iba a negar.
—Calla —a lo lejos vi a Effie y a Cinna. Sorprendida dejé la bandeja para correr hacia ellos—. ¡Effie! ¡Cinna! —los dos se levantaron con una gran sonrisa y me abrazaron.
—Mi niña hermosa —susurró Effie.
—No puedo creer que estéis bien, estoy tan feliz de que estéis aquí.
Nos sentamos.
—Bueno, extraño mi vida, y pensé que tendría más manga ancha, pero no. Además, no sabes lo mucho que echo de menos mis pelucas y odio con toda mi alma esta ropa —reí.
—Nos contaron que serías el Sinsajo, así que es hora de que veas lo que tengo preparado para ti —miré con una sonrisa a Cinna.
Aunque recordé a mi padre y me sorprendía que no estuviera presente.
Cinna colocó una carpeta negra delante de nosotros y la abrió para dejarme ver todos los bocetos de un traje.
—Es tu traje del Sinsajo —me dijo él.
—Y está aquí Alina —asentí, estaba lista para todo lo que se vendría, pero no pararía hasta recuperar a los que estaban en el Capitolio.
Horas después, nos encontrábamos todos viendo el video, que no era para nada bueno. En mi defensa, la idea que tuvieron era una mierda. ¿Quién demonios podría creerse algo como esto?
—Señora presidenta, si me permite un segundo, por favor —mi padre se levantó para mirarnos a todos, era tan raro verlo sobrio—. Quiero que todos penséis en un momento en el que Alina Abernathy os conmoviera realmente. No cuando os gustó su peinado, o sus vestidos... Me gustaría que pensarais en un momento en el que ella os hiciera sentir algo de verdad.
Effie levantó la mano.
—Cuando voluntariamente ocupo el lugar de sus hermanas, porque salvó a las dos, a pesar de que ella había venido de unos Juegos.
—Excelente ejemplo —mi padre agarró un bolígrafo y borro algunas cosas de la pantalla—. Espero que no hubiera nada importante.
Empezó a escribir resumidamente lo que Effie había dicho.
—Cuando le cantó esa canción a Rue.
—Cierto, a quien no se le hizo un nudo en la garganta viéndolo. ¿Sabes Effie? Me gustas más de esta manera que con todo ese maquillaje.
—Y a mí me gustas más sobrio —papá le dedicó una mala mirada, girándose para escribir.
—Cuando eligió a Rue como aliada —habló Beetee.
—Bien. A ver, ¿y qué tienen todos esos momentos en común? Que nadie le dijo lo que tenía que hacer. Conozco a mi hija mejor que nadie, aunque ella lo niegue, y odia que le digan que hacer, así que prefiere romper las reglas como siempre lo ha hecho —pues me parecía a él entonces.
—A lo mejor debemos dejarle tranquila —concordó Beetee.
—Y lavarle la cara, es una niña, parece que tiene treinta y cinco —mire divertida a Boggs, desde que había llegado, logró ganarse mi confianza y éramos buenos amigos.
—El margen para la espontaneidad obviamente no se da bajo tierra. ¿Así que estás sugiriendo que la lancemos al combate? —miré a Plutarch callada.
—No puedo mandar a un civil, sin preparación al campo de batalla, solo para impresionar. Esto no es el Capitolio —volteé los ojos disimuladamente al escuchar a Coin hablar.
—Eso es justo lo que estoy sugiriendo, que se le ponga en el campo de batalla —que amable mi padre.
—No, no podemos protegerla.
—Tiene que salir de ella, eso es lo que le emociona a la gente. Queréis un símbolo de la revolución, no se le puede dirigir, creedme lo sé.
—A lo mejor hay algún lugar que sea menos peligroso —habló Plutarch ayudando supongo a mi padre.
—El distrito ocho —interrumpió Beetee y todos lo miramos—. Informaron de bombardeos la semana pasada, ya no quedan objetivos militares.
—No garantizamos tu seguridad —me avisó Coin.
—Nunca podréis hacerlo, así que es lo mejor que podemos hacer. Mandarme ahí, no puedo mantenerme escondida mientras los demás mueren por esta lucha que yo he iniciado.
—¿Y que pasara si te matan?
—Pues entonces aseguraros de grabarlo, es obvio.
NOTA DE LA AUTORA
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