꒰ 007 !
capítulo┊ ✦. :: siete
♡ ﹙explicaciones﹚ ❋ ˚ ݂ ꛒ
¿Un vampiro? Debía ser una maldita broma.
Lydia no pudo dormir en toda la noche mientras pensaba en lo que Carlisle le había dicho y tampoco se presentó al trabajo en su turno. Simplemente se quedó acostada en su cama envuelta entre un montón de cobijas tratando de que su cerebro no explotara de pronto.
Ella era muy inteligente y lo cierto es que no tardó en unir los puntos. Pero había cosas que no tenía sentido, claro que no era una conocedora experta de esas criaturas pues hasta donde tenía entendido, sólo existían en la ficción y no en la vida real.
Pero si Carlisle era uno de ellos, ¿como podía trabajar en un hospital que estaba lleno de heridos y sangre? ¿Como salía a la luz del día? ¿No se supone que eso los quema? ¿Y sus colmillos? ¿Había matado alguna vez a alguien? Ahora tenía sentido su increíble belleza y el hecho de que fuera perfecto en todo. ¿Qué edad tendría? ¿Se podía convertir en murciélago?
Luego de no dormir en dos noches y mantenerse despierta hasta el medio día, su sistema no lo soportó más y entre extraños pensamientos se quedó profundamente dormida. Abrió los ojos un par horas más tarde, dándose cuenta que eran las seis de la tarde y estaba a tiempo suficiente para ir al trabajo.
No quería a Cullen cerca, pero eso no significaba que podía andar faltando al trabajo como si nada. Ya había perdido una noche y media y no necesitaba que le bajaran el sueldo aún más.
Se estaba preparando para salir cuando una idea perforó su cerebro de pronto. ¿Toda la familia Cullen eran vampiros? ¿Esme, Emmett, Alice y todos los demás que no había conocido? Seguramente esa era la razón de por qué se parecían tanto.
Debía dejar de pensar tanto. Ella buscaba una vida simple y normal y si fingía que nada de eso había pasado, aún podía retomar la aburrida vida que tanto anhelaba.
Subió a su auto tratando de no sentir miedo, Carlisle no le haría daño, ¿cierto? De ser así, ya lo hubiera hecho, ¿verdad? Tomó su tiempo en llegar y al estacionar el auto, se dio cuenta que Cullen ya estaba allí.
—Solo finge que no existe —se animó a sí misma.
Corrió hasta la entrada debido a la lluvia, estaba bastante fuerte esa noche y se mojó un poco, pero una vez con el uniforme puesto entraría en calor de nuevo. Entonces se dio cuenta que desde hace dos noches que sus cosas no habían abandonado su pequeño casillero. Suspiró cansada, sólo esperaba no meterse en problemas por haber faltado un día.
Estuvo frente a la puerta de los vestidodores por cinco minutos enteros temiendo salir. Imaginaba que Carlisle ya sabía que ella estaba ahí y eso sólo le aterraba. Cuando reunió la valentía suficiente, salió a paso firme y checó su entrada, donde se dio cuenta, aparecía que la noche pasada había ido a trabajar. Hasta donde ella recordaba se había quedado entre sus cobijas reflexionando sobre el universo. Probablemente era cosa de Cullen y aunque muy en el fondo se lo agradeció, no iba a arreglar nada.
Además, las enfermeras tuvieron que darse cuenta de que ella no había asistido, ¿no? Claro que ellas no tenían por qué saber que su ficha de asistencia estaba perfecta.
Saludó a Lorie, que estaba en el vestíbulo mirando la computadora. Cuando llegó a la sala de urgencias, saludó a Tina, la doctora de la tarde. Sólo estaba esperando a que llegara Lydia para poder regresar a casa.
Todo estaba en completo orden y muy tranquilo y Cullen aún no se había interpuesto en su camino, lo que resultaba un completo alivio. Alivio que no duró lo suficiente. Llegó el aviso de que una ambulancia estaba en camino, eran un par de hombres que habían salido a cazar esa mañana y uno se resbaló y se rompió una pierna, mientras el otro intentaba ayudarlo en lugar de ir a buscar ayuda, también se cayó y se dio un fuerte golpe en la cabeza y se rompió un brazo.
—Hola, Lydia —Saludó Cullen con cortesía.
Ella ni siquiera le dirigió una mirada pero no era como las otras veces, antes ella aceptaba la presencia del hombre, pero esta vez estaba completamente desinteresada.
—Yo me haré cargo del hombre con la pierna rota —avisó.
Carlisle se sintió bastante triste pero no la culpaba. De hecho, lo estaba tomando bastante bien y para su buena suerte, no se lo había dicho a nadie aún.
—De acuerdo —contestó en el mismo tono amable. Y esperó a que la chica le dirigiera aunque fuera una rápida mirada, aunque fuera una llena de odio o terror, lo soportaría. Pero sólo obtuvo rechazo e indiferencia.
Ella no lo miró ni una sola vez. Ni siquiera cuando le pidió ayuda para colocar unos clavos a la pierna del hombre. Y eso ya estaba volviendo absolutamente loco a Carlisle. No iba a presionar ni a insistir, Lydia le había pedido que se alejara y eso era justamente lo que iba a hacer, al menos dentro de lo posible. Pero era muy difícil cuando trabajaban en el mismo edificio y peor aún cuando eran los únicos dos médicos responsables del turno.
Las últimas tres noches fueron demasiado incómodas. Lydia le había hecho la ley del hielo y Carlisle estaba a punto de perder la cabeza. Pero al menos regresarían a su horario normal, donde había más gente y sus caminos no se cruzarían tan seguido.
Fue un mes y medio donde Lydia evitó a toda costa cruzar camino con Cullen y fue el mismo tiempo en que Carlisle no hizo nada para remediar las cosas. En realidad, no sabía cómo hacerlo. Lydia ya no lo retaba en cada oportunidad y tampoco intentaba superarlo cada vez que ambos tenían tareas similares, ese pequeño juego había desapareció y Carlisle lo odiaba. Era como si Lydia simplemente lo hubiera borrado de su mundo.
Era un miércoles a las ocho de la noche, el turno había acabado y Carlisle iba rumbo a su hogar pero para su sorpresa, fue interceptado a mitad del estacionamiento por Lydia. Ella lo miraba fijamente aunque no podría describir qué tipo de expresión era.
—Esto es estúpido —dijo ella— yo sólo quería una vida normal y completamente aburrida. En serio, estaba contenta de que mi vida fuera aburrida y mi única meta era superarte en todo lo que me fuera posible. Pero con lo que sé... ahora es imposible. No puedo simplemente olvidarlo o dejarlo pasar como si nada.
Carlisle la escuchó con mucha atención pero no tenía ni idea de qué decir.
—Tengo preguntas —volvió a hablar luego de un momento.
Él asintió.
—Te invito a cenar... no creo que quieras hablar a la mitad del estacionamiento.
Lydia lo miró con el ceño fruncido, él sabía que ella no estaba ni un poco asustada, pero percibía un toque de nervios.
—La cena no seré yo, ¿cierto?
El hombre rió auténticamente divertido.
—Por supuesto que no y si te hace sentir mejor, nunca me he alimentado de un humano.
Lydia asintió. Miró su auto que estaba al otro lado del pequeño estacionamiento y finalmente se decidió a seguir a Carlisle hasta su auto. El hombre le abrió la puerta y la tomó cuidadosamente de la mano para ayudarla a entrar. Ella no logró evitar el sonrojo que se esparció por sus mejillas.
El viaje fue bastante silencioso, con la radio sonando apenas un poco de fondo. Carlisle miraba de vez en cuando a Lydia, quien se había dedicado a mirar por la ventana todo el tiempo. Parecía tener una discusión interna consigo misma pues tenía el ceño fruncido y apretaba sus manos en puños.
Quería tomar su mano y decirle que todo estaba perfectamente bien. Pero debía esperar un poco más, no iba a arruinar esa oportunidad de oro ahora.
Llegaron a un pequeño restaurante de comida italiana. No era un lugar muy grande pero era lo suficientemente privado y agradable para mantener una conversación sin oídos curiosos. Carlisle abrió la puerta de Lydia antes de que ella lo hiciera y volvió a extender su mano para ayudarle a salir.
—No es necesario que hagas eso —le dijo la chica mientras acomodaba su abrigo.
—No me molesta hacerlo, pero si te incomoda...—
—No es eso —interrumpió y comenzó a caminar pero dio apenas un paso cuando casi cae debido al suelo semi congelado.
Carlisle fue rápido y la tomó con fuerza de la cintura para evitar que terminara en el suelo, Lydia se aferró a los brazos del hombre mientras intentaba estabilizarse.
—¿Estas bien? ¿Te has hecho daño?
—Estoy bien —se aclaró la garganta y dio un par de pasos atrás—. Gracias —susurró.
Carlisle sonrió.
Cuando se instalaron en una mesa, un mesero se acercó a dejarles el menú pero en realidad ninguno le prestó mucha atención. Lydia pidió algo al azar y Carlisle sólo pidió un vaso de agua.
—¿No comerás nada?
—No puedo digerir ningún alimento. Sólo nos alimentamos de sangre.
Asintió.
—Carlisle, ¿prometes que contestaras todas mis preguntas con sinceridad? ¿Y no me guardarás ningún secreto por más extraño o aterrador que sea?
El rubio lo pensó por un momento. Pero iba a decirle toda la verdad.
—Lo prometo.
Lydia extendió su dedo meñique mientras miraba fijamente a su contrario.
—¿Por el meñique?
Sonrió enternecido. Realmente le gustaba esa chica y todas las sorpresas que guardaba. Él también estiró el meñique y lo unió con el de ella.
—Por el meñique —aseguró.
Cada uno se acomodó en su asiento y hubo un largo momento de silencio. Lydia no tenía ni idea de por dónde comenzar.
—Antes... antes has dicho que sólo te puedes alimentar de sangre pero también dijiste que no te alimentabas de humanos.
Asintió.
—Me alimento de animales. Digamos que no me sacia como lo haría la sangre humana pero me mantiene fuerte. Los vampiros que llevan una dieta diferente a la nuestra, tienen los ojos rojos.
—¿Hay muchos vampiros en el mundo?
—No tantos como humanos, pero sí. Supongo qué hay bastantes.
—¿Qué edad tienes?
Sonrió divertido.
—Veintisiete —habló con obviedad.
Ella lo miró mal y no pudo evitar poner los ojos en blanco.
—Carlisle.
—Lo siento, pero tenía que hacerlo —se aclaró la garganta— morí a los veintitrés y me congelé a esa edad, por decirlo de algún modo. Ahora digo que tengo veintisiete para mantener un poco las apariencias, pero he tenido la misma edad poco más de tres siglos.
Casi se ahoga con su propia saliva.
—No puedo creer que realmente me guste un anciano —balbuceo pero Carlisle no lo pasó por alto.
—¿Te gusto?
Lydia no supo qué decir.
—No quise decir... eso no... —se tropezó con sus propias palabras— soy yo la que hace las preguntas aquí.
Levantó las manos en señal de rendición pero la sonrisa que se extendió por su rostro no desapareció.
—De acuerdo, continúa.
—El sol.
—No nos hace nada, aunque sí pasa algo extraño. Cuando un rayo de sol nos da directamente en la piel, comienza a brillar, como un diamante. Forks es un pueblo que siempre está nublado y nos ayuda a mantener las apariencias.
—¿Te conviertes en murciélago?
Rió.
—No. Nada de lo que hayas leído en ficción es cierto. Morimos sólo si nos arrancan la cabeza, el ajo no hace nada, las estacas tampoco nos dañan por completo. No dormimos nunca, somos muy veloces y tenemos una gran fuerza. Lo único que extraño de estar vivo, es la comida. No tiene un buen sabor.
Fue un resumen bastante claro.
—¿Tu familia?
—Todos ellos también son vampiros. Vivimos bajo la misma dieta y no le hacemos daño a nadie, tratamos de vivir como personas normales, dentro de lo posible. Como lo has notado, resaltamos bastante.
El mesero regresó con el platillo de Lydia y el vaso de agua de Carlisle. Les deseó una agradable velada y se marchó.
—¿Y no te has cansado de vivir tanto tiempo?
Esta vez pensó un poco más en su respuesta. Alguna vez lo reflexionó pero no era un pensamiento constante.
—No. Tal vez hubo un momento, pero todos caemos por un precipicio alguna vez aunque no es algo de lo que no te puedas salvar. Me gusta ayudar a las personas, me gusta ser útil en algo.
—¿Cómo te convertiste en vampiro?
—La versión resumida, es que mi padre era un clérigo que cazaba vampiros. En una ocasión me llevó con él pero las cosas salieron mal y terminé por transformarme en uno de ellos. Intenté suicidarme de muchas maneras diferentes porque no era capaz de alimentarme de ningún humano pero nada funcionó y luego descubrí que podía alimentarme de animales. Desde entonces soy así.
Lydia hizo un puchero.
—Ahora me siento un poco mal por odiarte. Realmente pareces una buena persona.
Se encogió de hombros.
—Tu también eres una buena persona, Lydia.
—En todo ese tiempo que has vivido... ¿te casaste alguna vez?
Él negó.
—Las emociones en los vampiros son diferentes en comparación con la de los humanos. Tenemos sentimientos más intensos y cuando nos enamoramos, es algo tan intenso que dura para siempre. Suena muy cliché, pero es así como funciona.
—No te has casado, pero seguramente te has enamorado alguna vez.
Miró fijamente los ojos de Lydia. Llenos de vida y curiosidad.
—Sí.
Ella sonrió.
—¿Quién?
No apartó la mirada ni un segundo de los ojos de su contraria.
—De ti.
Ella desvió la mirada muy nerviosa, quería esconder su cabeza en un bote de agua fría pero no le fue posible moverse de esa mesa.
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