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꒰ 004 !

capítulo . :: cuatro
turno nocturno  ˚ ݂


Carlisle estaba sentado detrás de su escritorio con la vista fija en la mesa y su mente divagando en otro lugar. Por lo general él era el de las ideas pero ahora mismo no podía pensar en nada, no con ese maravilloso aroma inundando sus fosas nasales. Quería pensar en algo para ayudar a Edward, sin embargo, sólo podía pensar en Lydia y en lo mucho que necesitaba estar junto a ella.

Alguien llamó a la puerta con suavidad, regresó a la realidad y se acomodó en su asiento mientras fingía que había estado trabajando en algo. Ya había terminada con todo, pero nadie tenía por qué saber eso.

—Adelante —habló con voz suave y amable.

La pequeña figura de Sarah se adentró a la oficina. Cullen la miró con una sonrisa amable. Podía ver lo nerviosa que estaba, aunque esa jamás fue su intención.

—Disculpe que lo interrumpa, doctor Cullen. Pero la directora Roberts lo espera en su oficina.

Carlisle se puso de pie.

—Entiendo, Sarah. Gracias.

La enfermera salió y Carlisle también pero cada uno tomó rumbos diferentes. Estaba por llegar a la oficina de la mujer cuando el conocido aroma de toronja y miel se hizo más fuerte. Lydia estaba en esa oficina. Por alguna razón, eso lo emocionó bastante pero era muy bueno disimulando.

Llamó un par de veces pero no esperó respuesta cuando decidió abrir la puerta. Lydia estaba sentada en una silla frente al escritorio con los brazos cruzados. Parecía algo cansada, más de lo habitual y eso no le gustó.

Cuando le pido a Edward que no le dijera los pensamientos de Lydia era simplemente porque quería descubrirlos por sí solo. Y seguía en pie esa idea. Iba a descubrir cada uno de los secretos de esa chica e iba a ser ella misma quien se los diría.

—Carlisle, que bueno que llegas. Toma asiento por favor —le dijo Maia, señalando con su mano el asiento libre.

Hizo lo indicado, tomando asiento junto a Lydia, quien no se había molestado en mirarlo. Pero sí puso los ojos en blanco cuando el hombre se sentó. Le resultó bastante divertido.

—¿Está todo bien?

—Sí, y yo diría que de maravilla. Desde que llegó Lydia al hospital el rendimiento general ha mejorado bastante.

La chica sonrió orgullosa.

—Es bueno saberlo —Carlisle aún no entendía por qué lo habían solicitado, claro que no le molestaba.

—Ustedes dos son mis mejores médicos y como bien saben, tenemos falta de personal por lo que les estoy suplicando que tomen el turno nocturno la siguiente semana. Jonathan y Scott, los doctores de base de la noche, decidieron renunciar porque consiguieron trabajo en un hospital en la ciudad. El turno nocturno es más calmado pero hay mucho menos personal que en el día —miró a ambos— Sólo será una semana mientras hago algunas llamadas y encuentro a alguien.

—Yo no tengo ningún problema —habló con suavidad el rubio.

Lydia suspiró y se acomodó en su asiento.

—Yo tampoco.

—Perfecto. Entonces el lunes ustedes dos entrarán a las ocho de la noche y saldrán a las ocho de la mañana. Además de ustedes, tendrán a su disponible a otros dos internos y cuatro enfermeras. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —contestaron los dos a la vez.

Lydia fue la primera en ponerse de pie y salir de aquella oficina. Carlisle quiso seguirla con la mirada, pero no quería ser tan obvio frente a otras personas. En cambio, le sonrió a su jefa amablemente y también se puso de pie, acomodando su bata en el proceso.

—Regresaré al trabajo si eso es todo.

🫀

El lunes llegó demasiado pronto para Lydia y demasiado lento para Carlisle.

Cuando Lydia estacionó su auto, fue evidente la gran falta de autos de los demás médicos y personal del hospital. Seguramente la mayor parte del personal ya se habían ido a casa. Bebió lo que quedaba de café en un vaso antes de decidirse a entrar al hospital.

Básicamente estaría a solas con Cullen toda una semana, ¿qué tan malo podría ser? Sólo tendría que ignorarlo y no quedarse dormida. Además de encontrar algo que hacer para no morir del aburrimiento. No era la primera vez que trabaja en el turno de la noche de un hospital, pero si era la primera vez que lo hacía en uno de un pequeño pueblo como este.

No tenía ni idea de qué esperar.

Al entrar, se dio cuenta de lo silencioso que estaba el lugar. Apenas eran audibles los ligeros ronquidos de aquellos pacientes que pasaban la noche en observación. Saludó a la enfermera de la recepción y caminó a los vestidores.

Una vez lista, fue a la sala de urgencias, allí había otra enfermera pero le indicó que todo estaba en orden y por ahora no era necesaria su presencia. Se animó a recorrer el pequeño hospital, dándose cuenta de que era más oscuro de lo que pensaba y cada vez que pasaba junto a una ventana y observaba la oscuridad de afuera, un fuerte escalofrío la recorría de pies a cabeza. Y sin embargo, aún no había visto a Cullen.

Carlisle había estado muy ocupado resolviendo el asunto de Edward que casi había olvidado que tenia que ir a trabajar por la noche. Había encontrado una buena excusa para su sobrino y con ese pequeño asunto arreglado, todos en la casa se sintieron un poco mejor. Sólo un poco.

Rosalie era la más molesta por lo que había hecho Edward y ciertamente no la culpaba. El chico había actuado muy precipitadamente y por su descuido, todos tendrían que pagar las consecuencias.

No quería abandonar ese pueblo tan pronto, en realidad, ninguno de los Cullen quería hacerlo pero si Edward seguía siendo tan descuidado, no tendrían opción.

Cuando Carlisle miró su reloj de muñeca, se percató de lo tarde que era. Faltaban sólo cinco minutos para las ocho y por más rápido que condujera, no iba a llegar a tiempo. Aún así, tomó sus cosas a prisa y se despidió de su familia para ir a su trabajo. Estaba por entrar al auto cuando una presencia lo hizo detenerse en seco y mirar a sus espaldas, se encontró con Alice, que tenía la mirada perdida.

—¿Alice? —la llamó con suavidad y se acercó a ella— ¿Qué sucede?

La chica regresó a la realidad de pronto y miró a Carlisle confundida.

—Tuve una visión.

Carlisle la tomó de los hombros con suavidad.

—¿Qué fue lo que viste? ¿Hay algo mal?

La expresión de confusión de Alice cambió repentinamente a una de extrema felicidad, lo que confundió por completo a Carlisle. Alice miró a su contrario con mucha emoción y también lo tomó de los brazos.

—¡Lo sabía! Antes había sido un poco confuso pero ahora es más claro. Es tu compañera —casi lo grita, pero no lo pudo evitar. Desde que conoció a Carlisle estuvo esperando por ese momento. Ese hombre merecía lo mejor del mundo luego de todo lo que había hecho por ellos.

El rubio frunció el ceño.

—¿Quién es?

Alice negó algo confundida, como si tratara de recordar algo.

—No estoy segura, usaba una bata blanca, su cabello es negro y en mi visión estaban los dos hablando en tu oficina del hospital. Ella parecía muy molesta por algo. Es la misma chica que vi aquella ves que te dije que esperaras en el auto. Sus vidas se entrelazaron en ese momento.

¿Lydia? ¿Hablaba de Lydia? Casi rogaba que fuera así. Por todos los cielos, ¿Lydia era su compañera? Estaba en un estado de shock pero inexplicablemente feliz a la vez. Y Alice lo notó, ese fugaz brillo que iluminó los ojos de Carlisle por un segundo. De pronto, el hombre ya no lucia tan cansado.

—Ya sabes quien es —volvió a hablar Alice con una sonrisa.

—En realidad, solo son especulaciones. Y no hay que precipitarnos con esto —dejó un beso en la frente de su sobrina— debo ir a trabajar.

—Deberías ir a comprarle un café, le gusta sin azúcar y con crema. Se terminó el suyo antes de llegar.

Carlisle asintió en agradecimiento por el consejo y rápidamente subió a su auto. Se desvió un poco para pasar por la cafetería de veinticuatro horas y pidió un par de cafés. El suyo era solo para disimular un poco y en realidad podría simplemente tirarlo y llevar el vaso vacío.

Su estancia en la cafetería duró un poco más de lo esperado y eran más de las ocho treinta cuando llegó al hospital. Dejó su auto junto al de Lydia, que era el único.

Él no se cambiaba de ropa a menos que tuviera que entrar a cirugía, por lo que simplemente se colocó su bata y checó su entrada. Estaba seguro de que Lydia estaría muy molesta por su gran retraso o muy feliz por tener treinta minutos sin su presencia. De todas formas, siguió su aroma, con ambos vasos de café en cada mano y se detuvo en el comedor de médicos que también funcionaba como una pequeña sala de descanso en ese momento.

Allí estaba Lydia, sentada en una de las sillas y leyendo un libro del que no pudo ver el título. Se aclaró la garganta y la chica levantó la mirada. No parecía molesta ni feliz, más bien parecía cansada. Carlisle se adentró y tomó asiento a una distancia considerable.

—Lamento la tardanza, tuve unos inconvenientes en casa.

La chica se encogió de hombros. No tenía ganas de hacer alguno de sus comentarios ingeniosos. Tenía sueño y hambre.

—Bueno, este lugar es tan aburrido como el infierno y las enfermeras tienen todo bajo control.

Carlisle asintió.

—Te traje esto como disculpa —deslizó el vaso de café hacia la chica y aunque ella frunció el ceño, lo tomó y le dio un sorbo.

—¿Cómo supiste que me gustaba sin azúcar?

Carlisle sonrió un poco.

—Supongo que fue una coincidencia. Lo tomo igual.

Ella asintió agradecida.

—Gracias. Pero no por esto me agradas —Carlisle sonrió.

—Lo sé.

No hubo más palabras. En la tarde era un caos, pero en la noche era completa calma o al menos por ahora. Nunca dices eso en un hospital pues es de mala suerte y todos lo saben.

—¿Qué es lo que lees? —se animó a preguntar luego de un momento.

Lydia miró el libro que había dejado a un lado y lo deslizó por la mesa para que Carlisle lo tomara.

—Sólo un pequeño repaso de procedimientos quirúrgicos. Es más un cuaderno de anotaciones, pero la pasta dura hace que parezca un libro.

Carlisle miró el libro con curiosidad, en realidad no era un libro, como ella había dicho, era un cuaderno.

—¿Nunca dejas de estudiar? —preguntó ligeramente divertido mientras hojeaba.

—En realidad no. Me gusta mucho estudiar y con la medicina siempre hay algo nuevo que aprender. Nuevos procedimientos, nuevos medicamentos, nuevas enfermedades. Suena muy ridículo de mi parte pero en serio me encanta estudiar.

El hombre le regresó el cuaderno y se puso de pie.

—No creo que sea ni un poco ridículo. Ven conmigo.

Lydia iba a reprochar pero no le dio tiempo cuando el hombre ya estaba junto a la puerta, la cual había abierto y esperaba a que Lydia pasar primero. Se puso de pie a regañadientes, tomando su vaso de café y avanzando por el pasillo junto a Cullen.

Entraron a la oficina del hombre, Lydia se dio cuenta que era bastante grande pero no dijo nada al respecto. Ella tenia apenas un consultorio de cuatro por cuatro y eso ya era decir mucho.

Carlisle buscó algo en el librero que abarcaba una pared completa y cuando encontró el libro que buscaba se lo entregó a Lydia.

—Yo también trato de mantenerme al día, y hace un mes pedí algunos libros. Este es sobre enfermedades cardiovasculares, lo sacaron a principios del año y está bastante actualizado. Te lo regalo.

Lydia miró el libro y a Carlisle alternativamente. Esos libros valían una fortuna y Cullen simplemente se lo estaba regalando como si le estuviera regalando otro café.

—No es necesario.

—Insisto, ya lo leí y tengo una excelente memoria. Si te gusta, tengo otros libros. Se dividen por aparatos y sistemas y todos son nuevas ediciones. Están en mi casa y te los puedo traer cuando quieras... o puedes ir por ellos.

Lydia reprimió una sonrisa abrazando el libro.

—Esto tampoco significa que me agrades.

Él sonrió mostrando los dientes, auténticamente divertido. Por primera vez escuchó el corazón de Lydia acelerarse y era un gran paso personal para él. Levantó las manso en señal de rendición.

—Lo entiendo, solo quiero ser amable. Tengo muchos libros y no me importa dártelos si te ayudan de algo.

—Gracias, Carlisle.

—Me alegra que me llames por mi nombre. Doctor Cullen no era mi favorito.

Y Lydia dejó escapar una risa. Una auténtica y verdadera risa. Carlise deseaba más, mucho más.

—No te emociones.

—Doctores —escucharon una voz a sus espaldas, ambos voltearon y vieron a una enfermera en el marco de la puerta— una ambulancia está en camino. Al parecer un auto se salió del camino y una pareja viene en camino, los paramédicos indican que están delicados.

Lydia dejó el libro y el vaso de café sobre el escritorio de Cullen antes de salir corriendo para prepararse. Carlisle hizo lo mismo y esperaron a que llegara la ambulancia.

La chica estaba inconsciente pero con un severo traumatismo en la cabeza, por otro lado, el chico estaba muy acelerado pero había una gran mancha de sangre a lo largo de su pierna y no paraba de preguntar por la chica.

Lydia se dio cuenta rápidamente que eran sólo unos niños, no tendrían más de diecisiete años.

—Yo me haré cargo de la chica —le dijo Lydia a Carlisle y él estuvo de acuerdo.

Aparentemente regresaban a casa luego de una cita cuando un animal se interpuso en el camino y eso los descarrilo. Par fortuna de ambos, los dos estarían bien aunque sus padres llegaron muy alterados y preocupados por sus respectivos hijos. Lo que era razonable.

Fue el único incidente de esa noche y por la mañana, ambos regresaron a sus respectivos hogares. Lydia estaba realmente agotada pero no dejó de pensar en aquel libro que Carlisle le había regalado y que ahora descansaba en la mesa de noche junto a su cama. Ya tendría tiempo de leerlo luego de dormir un poco.







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