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꒰ 001 !

capítulo . :: uno
hospital   ˚  ݂

Cuando Lydia despertó esa mañana estaba exaltada. Se había quedado dormida y ya era muy tarde. Anoche había olvidado conectar su teléfono y se había apagado. Se levantó lo más rápido que pudo y se cambió de ropa. No quería causar una mala primera impresión, pero ya era muy tarde para arreglarse lo suficiente y llegar tarde no le ayudaría en nada.

Tomó su bata y en una mochila guardó la pijama quirúrgica junto con cualquier otra cosa que pudiera necesitar. Una vez en el auto, manejó con cuidado debido a la fuerte lluvia. No dejó de maldecir en voz baja todo el camino. ¿Por qué justamente tenía que pasarle ese día? Cada dos segundos miraba su reloj de muñeca o el reloj en el tablero del auto y cuando se dio cuenta que faltaban cinco minutos, aceleró un poco más.

Al llegar al hospital, dejó el auto en el estacionamiento y salió corriendo para no mojarse tanto. En la entrada, un guardia de seguridad la miró con curiosidad y Lydia sonrió algo nerviosa. Aquel hombre tenía el ceño fruncido, conocía a todos en ese pequeño pueblo y una extraña resaltaba bastante. Lydia asintió tímidamente en forma de saludo y se adentró al lugar.

No era un hospital muy grande pero vaya que tenía bastante movimiento. Se dirigió a la enfermera de recepción pero ella no pareció notarla cuando estuvo frente a ella.

—Hola —saludó animada. Una gran sonrisa adornando su rostro.

La mujer miró por sobre sus gafas, bastante aburrida y algo cansada.

—¿Te puedo ayudar en algo?

Lydia sonrió. Debía mantenerse positiva incluso en sus peores días.

—Sí, estoy buscando... —miró el papel entre sus manos— a la doctora Roberts, Maia Roberts

La enfermera la miró con curiosidad.

—¿A la directora?

—Sí. Soy Lydia, la nueva doctora —explicó con una gran sonrisa que dejaba ver sus dientes.

Aquella enfermera asintió con un pequeño suspiro. Se notaba bastante cansada.

—Dame un minuto, le diré que estás aquí.

—Gracias.

Lydia observó el gafete colgado en su filipina, Marlene, era lo que decía. Y justo debajo decía: "jefa de enfermería". De inmediato supo que debía llevarse bien con esa mujer si quería sobrevivir en ese lugar.

La enfermera tomó el teléfono junto a la computadora y Lydia no escuchó lo que dijo pero ella la miraba fijamente.

—Ya viene.

Olivia siguió con su trabajo y no volvió a mirar a Lydia. Pero sólo unos minutos después apareció una mujer muy elegante. Tendría alrededor de cincuenta años, pero lucía bastante radiante. Aunque su sola presencia intimidaba mucho. Se acercó a Lydia y le dirigió una cansada pero amable sonrisa.

—Lydia Knox, ¿cierto?

La nombrada asintió con una gran sonrisa.

—Sí. Usted debe ser la doctora Roberts. Hablamos por teléfono hace unas semanas.

—Sí, lo recuerdo. Ven, te mostraré el lugar.

No era un hospital grande, por lo que el recorrido fue bastante rápido. Tenían sólo lo básico y esencial, Maia le indicó que en casos especiales o más complicados, mandaban a los pacientes a Seattle a que los atendieran ya que no contaban con muchas especialidades. También le presentó al personal y le mencionó que ella debía entrar por atrás igual que los demás médicos para checar su entrada.

—Hay un pequeño comedor común, donde pacientes y personal pueden comer, pero también hay un comedor sólo para médicos —caminaron por un largo pasillo— aquí están los vestuarios de mujeres, adentro hay duchas y baños. Si quieres puedes ir a cambiarte y te veo en la recepción para seguir hablando —sacó algo del bolsillo de su bata y se lo entregó a la chica— este es tu gafete, será mejor que lo cargues siempre, con este también podrás entrar al estacionamiento del personal.

—Gracias. Entonces no tardaré.

La mayor asintió y dejó sola a la chica en los vestuarios.

🫀

Carlisle Cullen se miraba en el espejo mientras acomodaba su corbata. En unos minutos se tenía que ir a trabajar pero no encontraba una corbata que fuera de su agrado. Al final escogió una color azul oscuro con rayas blancas. Combinaba bien con su camisa blanca y traje azul marino.

El hombre adoraba su trabajo más que a nada en el mundo, aunque probablemente adoraba aún más a su familia. Pero lo cierto es que había caído en una rutina bastante aburrida. Era un inmortal capaz de hacer lo que quisiera, pero estaba seguro de que no le gustaría estar en ningún otro lugar más que en ese, aunque también sentía que necesitaba algo más, algo que lo hiciera sentir vivo nuevamente. No literalmente, porque él ya estaba muerto. Sólo quería algo de emoción nuevamente. Tener más de trescientos años hacía que vivir experiencias nuevas fuera algo bastante inusual, pero siempre estaba abierto a lo que fuera.

Salió de su habitación cuando estuvo listo y se dirigió a la sala, donde algunos sobrinos adoptivos estaban reunidos esperando a ir a la escuela. Les dirigió una corta sonrisa y luego caminó a la cocina, donde estaban su hermano y su cuñada.

Evander estaba frente a la computadora, seguramente trabajando y Esme estaba al teléfono, seguramente también trabajando. Se despidió de ellos levantando la mano para no interrumpirlos, ambos le devolvieron el gesto con una sonrisa y Carlisle se dirigió a la cochera.

Estaba por abrir la puerta de su bonito mercedes cuando vio a Alice adentrarse al lugar. La miró preocupado, pero al ver su sonrisa traviesa, se dio cuenta que no pasaba nada malo.

—¿Qué sucede Alice?

Ella se acercó un poco más, parecía muy emocionada.

—Carlisle, cuando llegues al hospital... ¿podrías esperar dos minutos y trece segundos antes de salir del auto?

La miró con el ceño fruncido.

—¿Alguna razón en particular?

—Me lo agradecerás luego.

El rubio sonrió de lado y asintió. No había razón para desconfiar de Alice. Aunque era una solicitud muy específica.

—De acuerdo. Entonces nos vemos más tarde.

—Que tengas un lindo día.

Subió a su auto y arrancó. Normalmente sería un recorrido de treinta minutos, pero en sólo diez ya estaba llegando al estacionamiento del hospital, listo para ayudar a personas. De acuerdo a las instrucciones de Alice, miró su reloj y esperó.

Apenas abrió la puerta del auto cuando algo extraño ocurrió. Un peculiar aroma llegó a sus fosas nasales, uno que nunca antes había olido. Estaba presente el típico aroma a sangre, medicamentos y antisépticos del hospital pero además había un sutil aroma a toronja y miel, era peculiar y estaba seguro de que de haberlo sentido antes, no lo olvidaría nunca.

Sacó su bata con cuidado y se la colocó. En la puerta trasera había un guardia, Franco, era su nombre. Cullen le dirigió una amable sonrisa mientras entraba, más concentrado en llegar a la fuente de ese agradable aroma. Trató de no parecer desesperado o impaciente pero en realidad lo estaba. Ni siquiera era capaz de escuchar a las enfermeras que lo saludaban coquetamente igual que siempre.

Estaba por llegar a recepción, donde el aroma se había hecho más intenso cuando una de las enfermeras se colocó frente a él. Carlisle la reconoció como Sarah.

—Doctor Cullen, buenos días —saludó. El hombre podía escuchar su corazón acelerado por lo nerviosa que estaba— disculpe que lo moleste tan temprano pero el paciente de la quince escapó y comió tres paquetes de galletas, por lo que su cirugía será re programada para mañana. También el paciente de la diez hizo algo de esfuerzo y abrió su herida. Por último, ¿podría firmar esta alta?

Le entregó la tabla con el documento junto con un bolígrafo. Carlisle la tomó y le dirigió una sonrisa antes de comenzar a leer la hoja rápidamente, cuando terminó, miró a Sarah y le entregó el documento.

—No está completa la ficha, ¿te molesta llenarla, Sarah?

La mujer se sonrojó y miró nerviosa el documento, casi asustada por cometer un error tonto. Todos querían impresionar al gran doctor Cullen.

—Como lo siento, doctor Cullen, ya lo lleno.

Él negó con amabilidad.

—No pasa nada.

La enfermera se fue a paso rápido y Carlisle finalmente dio media vuelta para seguir el rastro de aquel dulce aroma. Dio sólo un par de pasos cuando alguien se estrelló contra su pecho. Tomó la pequeña figura entre sus manos para evitar que se cayera y la miró con sorpresa. Era ella, era el olor de esa chica.

—Lo siento —se disculpó adolorida, dando un paso atrás.

Él estaba en una clase de shock, como si de pronto toda su existencia tuviera sentido y el autocontrol que había formado desde su conversión, no hubiera servido de nada. Jamás había sentido ese pequeño descontrol, pero luchó con todas sus fuerzas para mantenerse en su lugar.

—No pasa nada —contestó con amabilidad. Y ella se fue a paso rápido. Carlisle la miró alejarse y quiso seguirla pero Sarah regresó para entregarle la ficha de alta.

—En serio me disculpo por mi error, doctor Cullen.

Él negó con una pequeña sonrisa.

—No es nada, Sarah. Incluso a los mejores nos pasa.

—¿Quién es él? —escuchó la voz de la chica de antes. Sonrió para sí mismo.

—Es el doctor Carlisle Cullen —reconoció la voz de Olivia, con un tono bastante soñador.

—¿Él es el doctor Cullen? —no la vio pero sabía que sonrió— ¿siempre parece tan... radiante? Parece un actor de televisión.

—Siempre —contestó Olivia en voz baja— es el soltero más codiciado del hospital y del pueblo. Gracias a él los pacientes llegan puntuales a sus citas aunque también se inventan enfermedades.

Escucho a la desconocida reír por lo bajo.

—Ya entiendo, conozco a los de su tipo —Carlisle sintió curiosidad por lo que estaba por decir— se creen seres superiores e inalcanzables y me encantaría que me pagaran por cada que conozco a alguien así —la escuchó bufar.

—Gracias, Sarah.

La enfermera sonrió con las mejillas sonrojadas y se alejó a paso rápido.

Por su parte, Carlisle dio media vuelta y se acercó a la recepción, donde Olivia y la desconocida hablaban en voz baja. Desde su lugar, vio su gafete. Lydia Knox. Doctora. Caminó casualmente hasta Olivia y le sonrió a la enfermera tras la computadora.

—Hola, Olivia. Buenos días.

La mujer dejó salir una risa nerviosa.

—Buenos días, doctor Cullen —lo miró mientras trataba de disimular un suspiro pero esos ojos soñadores la delataban.

Carlisle entonces miró a Lydia quien también lo miraba con los ojos entrecerrados. Pudo percibir los latidos de su corazón y estaban bastante calmados. Por lo general él ponía nerviosas a las personas, estaba acostumbrado a eso pero ella no parecía ni un poco alterada. Para ser sinceros, Carlisle se sintió decepcionado e intrigado.

—Hola, soy Carlisle Cullen —extendió su mano— chocamos hace un momento.

Lydia parecía examinar al hombre, luego recordó que tenía la mano extendida y rápidamente la tomó. Estaba muy fría pero firme.

—Un gusto. Soy Lydia Knox, la nueva doctora.

—Es todo un placer, señorita Knox —Carlisle le sonrió con amabilidad pero ella seguía sin tener alguna reacción.

Entonces apareció la doctora Roberts.

—Lo siento, Lydia. Hubo un problema en radiología y tuve que ir a resolverlo —vio al rubio y también sonrió e incluso pareció rejuvenecer algunos años— doctor Cullen, veo que ya conoció a la doctora Knox. Es nuestra nueva integrante.

—Sí, recién nos presentamos. Espero que tengas una buena estadía aquí, doctora Knox.

—Se lo agradezco, doctor Cullen.

—Entonces me retiro, hay mucho trabajo que hacer. Si necesitas algo, no dudes en decirme.

Las tres mujeres lo miraron alejarse. Lydia decidió entonces que no le agradaba para nada ese hombre. Seguramente era un egocéntrico y presumido de primera. Tal vez lo estaba juzgando demasiado rápido, pero había tratado con tantos hombres así, que era como un patrón.

—Ven, Lydia. Te seguiré mostrando todo. Como puedes ver estamos algo cortos de personal y tu llegada es un milagro para nosotros —comenzaron a caminar— aquí son bastante frecuentes los accidentes automovilísticos o ataques animales. Así que mejor prepárate para ver bastante sangre.

—Estaré bien.

Llegaron a la sala de urgencias. Era una sala bastante grande con varias camillas a ambos lados y cada una se cubría con una cortina, aunque en ese momento no había tantos pacientes.

—El personal de enfermería se hace cargo de casi todo y te llamaran si es un caso más severo pero puedes ayudar en lo que gustes. Cullen y tu comparten el turno, su horario es de ocho a ocho, tienen que dejar todo su papeleo en orden para que los doctores del turno nocturno estén al tanto de todo.

—Comprendo.

Maia le entregó un par de guantes a Lydia.

—Disfruta tu primer día en el hospital de Forks. Si me necesitas, ya sabes donde está mi oficina, en caso de que no esté, puedes consultar lo que sea con el doctor Cullen.

Y entonces se marchó dejando sola a la chica. Suspiró un poco antes de acercarse a una camilla y leer el expediente.

🫀

Fue a eso de las tres de la tarde cuando Lydia se dirigió al comedor común. Aún no conocía a nadie muy bien como para ir al comedor de médicos y aún así se sentó sola en una mesa mientras disfrutaba de la horrible comida de hospital. Era mejor eso que quedarse sin comer.

Alguien tomó asiento a su lado, era una enfermera. La reconocía por el nombre de Cristina. Ella le sonrió de oreja a oreja y Lydia frunció el ceño.

—¿Hola?

—Hola, ¿te molesta si me siento contigo?

Negó.

—Para nada.

—Gracias —se acomodó y comenzó a comer— Yo también llegué recién hace tres meses y no logro adaptarme del todo. Todos aquí ya se conocen y me siento fuera de lugar. Además me han dicho que hablo mucho y no a todos les gusta.

Lydia le sonrió.

—No pasa nada. A mi también me gusta hablar bastante —dio un bocado a su comida— ¿de dónde vienes?

—Vivía en Texas —explicó— no fui la mejor de mi clase así que fue un poco complicado para mi encontrar trabajo y aquí en Forks me contrataban sin pedir mucho así que era mi mejor opción —cerró los ojos con fuerza— para que sepas, no soy mala en mi trabajo, de hecho he aprendido mucho aquí así que por favor no pienses que soy una incompetente.

Lydia dejó salir una corta risa y colocó una mano en el hombro de la enfermera.

—Jamás pensaría que eres una incompetente, estoy segura de que eres muy buena en lo que haces.

Cristina le sonrió tímidamente.

—¿Tu de dónde vienes?

—Bueno, en realidad yo crecí aquí y luego viví por un tiempo en Londres cuando regresé comencé a vivir en Minnesota y tuve algunos problemas por lo que regresar a Forks era mi mejor opción.

Era un comedor pequeño, por lo que fue fácil ver entrar al doctor Cullen acompañado de otro doctor que le habían presentado a Lydia como Thomas.

—¿No es muy guapo el doctor Cullen? —habló Cristina mirando al rubio con una gran sonrisa.

Lydia la miró confundida, miraba a Cullen justo como la gran mayoría del personal del hospital. Como si fuera alguna clase de ser celestial. Claro que no podía negar ni por un momento que el hombre era muy atractivo y esos ojos dorados eran muy cautivadores pero no había nada más para decir que era un hombre especial.

—Supongo que sí —lo miró mientras tomaba otro bocado de comida— ¿lo conoces bien?

Cristina salió de su ensoñación y miró a Lydia.

—No realmente. Él es muy reservado, amable pero no se relaciona mucho con los demás.

Asintió.

—¿Sabes qué edad tiene?

Lo pensó por un segundo.

—No estoy segura, escuché a Olivia decir que era muy joven, tal vez veintiséis o veintisiete. Llevo poco tiempo aquí así que todo lo que sé es por voces de otros.

—Realmente luce muy joven. Y parece que todos lo respetan.

—Eso es cierto. El doctor es muy amable con todo el mundo y hace un trabajo espectacular.

Carlisle escuchaba con atención aquella conversación, no era exactamente intencional pero su gran oído complicaba las cosas. Además, estaba su nombre de por medio, ¿cómo no interesarse en eso? El hombre volteó a ver a ambas chicas, vio a Cristina sonrojarse y apartar la mirada, luego vio a Lydia quien sólo rodó los ojos mientras apartaba la mirada también. Sonrió por lo bajo y regresó su atención a Thomas.








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