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80: There's nothing holdin' me back

Capítulo dedicado a toda esta gente porque tienen el nombre de Axer y han estado comentando con amor los últimos capítulos ✨

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Sinaí

No necesito abrir los ojos para saber que estoy sonriendo.

Tal vez tenga algo que ver la comodidad de las sábanas, la calidez acogedora en medio de un entorno de hielo. Es posible que se trate de los ventanales que dejan pasar la luz apoca de un amanecer entre montañas de nubes que no dejan vislumbrar las montañas, o el simple hecho de que estoy en Mérida, en el mismo hotel y en la misma cama que Axer Viktorovich.

Dormido, casi no parece un pequeño Frankenstein narcisista con un intelecto que podría destruir el mundo, o salvarlo, pero que ha escogido jugar a ser el emperador de la vida y la muerte.

Casi se ve tierno, sensible y dispuesto a cualquier intercambio afectivo.

Y mirándolo así, medio enterrado en la almohada y con las sábanas cubriendo parte de su escultural cuerpo, me digo que me voy a casar con él aunque en serio me toque secuestrarlo.

Cuando lo siento moverse, me subo encima de él y termino de despertarlo con un odioso:

—Buenos días, bebé.

Él se ríe. No es una carcajada, pero se está riendo en serio y sin reprimirse.

Apenas abre un ojo para mirarme un par de segundos  antes de taparse la con su brazo desnudo.

—Buenos días, feto —responde él con una sonrisita en los labios que quiero besar eternamente.

Tenemos tantos chistes privados que podríamos escribir una historia de amor icónica. Si eso no es señal de que debemos estar juntos toda nuestra vida, no sé qué carajo lo es.

Me inclino para besarlo pero su mano aterriza en mi cara y me empuja al otro lado de la cama.

—¡¿Pero qué...?!

—Cepilla tus dientes primero —dice por toda explicación, lo que me hace reír a mi pesar.

—Voy a hacer como que no dijiste eso.

—¿Eso quiere decir que no te vas a cepillar?

—Eso quiere decir que lo haré, pero no porque tú lo dices.

Él se ríe de nuevo y me da la espalda, como si pretendiera volver a dormir. Pero obviamente no lo voy a dejar, así que me arrastro, pasando por encima de él, y caigo al otro lado de la cama para observarlo de frente.

—¿Me vas a decir por qué estás siendo una gatita inquieta? —pregunta con los ojos cerrados.

—Solo quiero cariño.

Él sonríe, todavía sin verme, y me atrae hacia sí rodeándome con su brazo.

—Me encanta lo loca que estás —susurra.

Esto se siente tan bien...

—Pero también me encanta dormir —añade y se da la vuelta.

Lo persigo de nuevo a pesar de sus gruñidos de protesta.

—No puedo creer que duermas tanto —refunfuño, quitándole la sábana.

A ver cómo duerme con este frío.

—Y yo no puedo creer que jodas tanto.

—¡Axer!

Él se levanta supuestamente enfadado, pero veo cómo se esfuerza por disimular sus ganas de reír. Le brilla todo el rostro. Lo que no impide que robe una de las almohadas y me la lance con violencia a la cara, sacándome un gritito de sorpresa.

—Te denunciaré por violencia doméstica —digo mientras me peino.

Intento devolverle el golpe con la misma almohada, pero él ni siquiera tiene que esforzarse en esquivarla, la atrapaba con una sola mano.

—Hazlo —dice, devolviendo la almohada a la cama—. Hasta iré contigo. Tu denuncia por acoso ya está redactada.

Lo veo abrir la puerta del baño y me apresuro a sentarme al otro lado de la cama, de frente a la puerta.

—¿Te vas a bañar? —pregunto.

—¿Cuál es la sorpresa?

—No, solo digo que... Me quiero bañar...  Contigo, digo. ¿Podría? Y no —aclaro al ver la expresión que pone—, no quiero coger.

Eso parece preocuparlo, pues me pregunta:

—¿Te afectó el mal de páramo?

Pongo los ojos en blanco y me levanto para ir tras él.

—Sí. El mismo mal de páramo que te dio hace un par de noches. Aunque vienes de Rusia. Y tu familia obviamente lo sabe. Así que deberías inventar mejores excusas la próxima vez, ¿no te parece?

—Dijo la reina de las mentiras.

—Excusas, Frey. Hablamos de excusas.

Él se recuesta del marco de la puerta y cruza sus brazos, observándome como si intentara descifrar mis palabras, encontrar el mensaje oculto o el jaque bajo la manga.

Pongo los ojos en blanco por su recelo, e insisto:

—Te estoy hablando en serio. ¿Necesitas conectarme a un polígrafo?

Por la manera en la que lo digo hasta parece un regaño, y sé que él lo tomó igual, pues dice:

—¿Vas a bañarte conmigo o me vas a pegar?

Yo también me cruzo de brazos antes de responder.

—Depende, ¿quieres que me bañe contigo o que te pegue?

—¿Quién dice que no puedes hacer ambas?

Y dejándome con una sonrisa sorprendida, termina de entrar al baño y deja la puerta abierta para que lo acompañe.

Sé que dije que no quería coger, pero es que ver a Axer Frey cepillándose los dientes sin camisa con una evidente erección presionando contra la tela de su boxer me hace más débil que la gelatina subsidiada por el gobierno.

Pero tengo que controlarme. Tengo que demostrarle a este papasito ruso que quiero todo de él y no solo sus cogidas asesinas. Aunque estas estén incluidas en el paquete premium.

Me acerco hacia él y lo abrazo por detrás, reposando mi cabeza en su espalda.

Su piel está tibia por las sábanas y la calefacción, a pesar de que estamos en la sukin syn cima de uno de los picos más espectaculares de Mérida, rodeados de nieve que la neblina de hoy no nos deja ver.

—¿Te sientes bien? —me pregunta después de escupir en el lavamanos—. Estás muy pegostosa.

Yo pongo los ojos en blanco y lo empujo, pues necesito cepillarme yo.

Aleluya —lo escucho murmurar mientras se aleja.

Idiota.

Desde el espejo del lavamanos veo cómo se quita el bóxer de espaldas a mí. Podría hacerle un onlyfans solo a ese culo y a esa espalda...

«Focus, Sinaí. Focus».

Intento no ver más, pero escucho cuando abre la papelera y volteo justo a tiempo para verlo meter su ropa interior doblada dentro de ella.

Escupo rápidamente la pasta dental para decirle:

—Dime que no hiciste eso.

—Lo superarás.

Y solo así entra a la ducha.

Bien, ese es mi futuro marido, así que tengo que aceptarlo con todas sus excentricidades.

Sino, siempre está la terapia de pareja. Y la psicológica.

Me quito mi ropa interior y me meto a la ducha con él. El agua caliente es agradable, pero nada como verla correr por las hendiduras de sus músculos, borrando los rastros de la espuma, haciendo brillar su piel envuelta en vapor...

—No sé cómo me estás mirando —dice enjuagando su cabello— pero no tengo duda de que debe ser raro.

—No te miraba —miento descaradamente y agarro uno de los miles de jabones de la galería.

—Ajá.

El agua cae en suficientes direcciones como para que no sea necesario que Axer me haga espacio, así que empiezo a enjabonarme mientras él sigue lavando su cabello con mucho más énfasis del que pongo yo en el mío jamás.

Cuando el chorro de agua le lava la espuma del rostro, él se acerca hacia mí desde atrás y me toma las manos para quitarme el jabón.

—¿Qué? —rio, volteando lo justo para alcanzar a mirar su rostro—. ¿Quieres asegurarte por ti mismo de que quede completamente limpia?

Él sonríe divertido y comienza a enjabonarme sin contestar.

Sus manos recorren mis senos con movimientos circulares, suben a mis hombros y los enjabonan en una especie de masaje que me hace cerrar los ojos para disfrutarlo mejor; sus dedos se hunden en mi cabello y bajan en una caricia espumosa a mi cuello. Se siente bien, íntimo... y se vuelve erótico con la lentitud que sus manos descienden por mi abdomen hasta que sus dedos se cuelan en mi entrepierna.

Es el manoseo más pulcro que me han dado en la vida, y me lleva de vuelta a esa noche en su casa, en ese baño asediado por nuestros reflejos multiplicados. La primera vez que rompimos nuestras propias reglas. La primera vez que nos besamos.

Sonrío con el recuerdo, y siento sus labios besar detrás de mi oreja.

¿Por qué esto no puede ser eterno?

Él deja el jabón y me ayuda a enjuagarme, pero me volteo y lo abrazo de frente.

—¿Por qué sonríes así? —pregunta tomándome del rostro.

Porque me encantas, Axer Frey. Porque creo que no te mentía cuando dije que estaba enamorada de ti, y porque definitivamente hoy lo estoy. Más que nunca.

—Si te digo saldrías corriendo de aquí —digo.

Él refuta mis palabras con un movimiento negativo de su cabeza.

—No quiero ir a ningún lado.

Y le creo. Necesito creerle. Pero ojalá eso aplicara fuera de este baño. Ojalá eso aplicara para toda la vida.

—¿Y tú? —me pregunta—. ¿Quieres irte? Mi familia se irá, pero puedo pagar otra noche en el hotel. Podríamos tomar otro vuelo.

—Me encantaría decir que sí, pero si cedo una noche querré quedarme otra, y otra, y otra y pasarán nueve meses y cuando vuelva a mi casa me esperará mi madre con un hermanito sorpresa. Anda sospechosa.

Él se ríe de mi ocurrencia.

—Cuando estacionemos en tu casa, ¿quieres que me quede contigo y baje a saludar a tu madre?

Admito que esa pregunta no me la esperaba.

—¿Tú quieres eso?

Él se encoge de hombros.

—Tu madre me agrada.

—Y tú a ella, pero no voy a seguir exponiendo su pobre corazón de piedra. Mejor entro sola.

Él, en lugar de lucir desalentado, sonríe con arrogancia.

—Me quedaré con eso de también le agrado.

—Por favor —bufo—, le llevaste Doritos, no creo que tuvieras dudas al respecto.

—Creo que de hecho le agrado porque soy un joven decente y encantador.

—Le agradas porque no sabe nada de lo ilegal.

—¿Lo tuyo o lo mío?

Touché.

Él luce victorioso y vuelve a la galería de jabones para seguir desprendiéndose la piel a punta de espuma.

—Oye, hay cosas que quiero hablar antes de irnos.

Él voltea el rostro para mirarme y su cuerpo se ladea un poco de forma que nuestros costados se rozan. Amo cómo se siente su cuerpo mojado, pero cada vez me cuesta más disimular, fingir que soy consciente de que estamos desnudos y del puto magnetismo que existe entre nosotros.

—Me alegra que quieras hablar —me dice—. No importa de lo que sea. Me alivia creer que podemos comunicarnos. Intentar interpretarte empieza a volverme loco.

—Pensé que te gustaban las adivinanzas, Frey.

—Supongo que hay un momento para todo. ¿De qué quieres hablar?

—¿Y tú de qué crees?

Él arquea una ceja y reconozco que de hecho hay diez mil temas que deberíamos discutir, pero para la mayoría no es el momento. No hasta que le demuestre lo que siento por él.

—De lo de anoche —explico.

—¿Mi discurso?

—¿Sabes algo? La idea de pegarte ya no me suena tan mal.

—¿Te sonó mal alguna vez? —inquiere con un gesto burlón—. De acuerdo, bonita, dime qué exactamente quieres discutir.

—Es simplemente que... ¿Por qué? O sea, ibas a «casi» matarlo y de repente terminamos «casi» cogiéndonoslo.

Él se ríe de mi comentario, aunque intenta contenerse, así que empiezo a echarle agua a la cara para que porte la seriedad que corresponde al momento. Aunque solo parece darle más risa.

—¡Vik, estoy hablando en serio!

—Lo siento, lo siento —dice intentando no reírse, aunque está rojo y sin aliento por el esfuerzo.

En el fondo me encanta verlo así. Si pudiera lo grabaría.

—¿Por qué? —insisto—. ¿Era una prueba o...?

Su expresión se ensombrece y se aproxima para agarrarme de los hombros.

—Escúchame, Nazareth: nunca, jamás, haría nada remotamente parecido para probarte. ¿Por quién chert voz'mi me tomas? No te daría algo que sé que quieres para hacerte sentir culpable por aceptarlo.

Trago en seco y él me suelta.

—Terminemos de bañarnos y hablamos afuera, ¿sí?

♟️♠️♟️

Estamos vestidos, recién bañados. Acabamos de comer nuestro desayuno y ahora estamos acostados uno junto al otro en la cama. Él abrazándome, y con mi rostro en su pecho.

Esta mierda no es ningún juego. No sé cuándo dejó de serlo, pero jamás he vivido nada tan real como las caricias distraídas de Axer en la sensible piel de mis brazos.

Me arrepiento de muchas cosas ahora que mis inseguridades me han dado suficiente espacio para entenderlo.

—Soy científico —explica en tono confidencial y toma mi mano del anillo para besarla—. No me rebano la cabeza con estas cosas. Entiendo que puedes sentir atracción por otros, es una reacción física. Mi lado posesivo no lo acepta, pero eso es mi problema, no tuyo.

—Pero... —Alzo el rostro lo suficiente para mirarlo—. Yo te mataría.

Él se ríe por lo bajo.

—Tengo el suficiente autocontrol para pensar todo en mi vida no una, sino diez veces. Jamás te sería infiel, bonita. Ningún segundo de placer vale el daño que te haría.

«Infiel». Axer sigue pensando en mí como su novia.

Sé que ayer le dijo a Aaron que lo era, pero creí que fue por no dar demasiadas explicaciones. Por simplificar las cosas. Pero él sigue actuando como si tuviéramos una relación.

—Yo tampoco te sería infiel —susurro.

—Y no lo fuiste —me dice—. Lo de anoche fue algo que yo quise darte.

Mantenemos un silencioso instante el contacto visual, nuestros rostros tan cercanos que podríamos besarnos. Y sí acaba en un beso, de hecho, pues sus labios se presionan sobre mi frente.

—No podía dejarte con esa curiosidad encima —añade—. Mientras más rápido te la quitaras de en medio, mejor. Además...

Él mira hacia arriba y una sonrisita extraña se posa en sus labios.

—Tampoco me molestaba la idea una vez puesta en práctica. Te retorcías de placer, tanto que te costaba cumplir mis reglas... Soy demasiado débil ante eso —reconoce.

Yo me incorporo hasta subirme a él y mirarlo desde arriba.

—Te veías sexy —suelto sin filtro.

Él arquea una ceja de forma inquisitiva, seguro ni sabe de qué le hablo.

—Besándolo —explico—. Todo lo que pasó en medio estuvo bien, sobretodo porque estabas tú ahí dominándome, pero eso... Me mató.

Por la manera en que enarca sus cejas, claramente no me cree una mierda.

—¿Tengo que recordarte que eres patológicamente celosa?

—Y tú —le recuerdo—. Y aún así mira todo lo que permitiste. Supongo que es distinto cuando no hay una traición de por medio. Es algo... nuestro.

Él se encoge de hombros.

—Supongo que tienes razón.

—¿Te gustó besarlo?

—No voy a hablar de eso —dice, serio, y se pone el brazo en la cara.

—Te conozco —le digo—. Parecías molesto, así que probablemente te gustó muchísimo.

Aunque sus dedos empiezan a jugar en mi cabello y enseguida me responde, sigue sin quitarse el otro brazo de la cara.

—Mi pequeña Schrödinger... Eso que dices no no tiene mucha lógica.

—Para el resto del mundo, tal vez. Pero tú eres Axer Viktorovich Frey, el prodigio científico, la promesa de los médicos, el genio robótico sin insignificantes intereses humanos. Sé cuánto odias sentir deseo sexual. Vamos, lo viví contigo estos meses: no podías odiarme más porque eras incapaz de desearme menos.

Él se incorpora, apoyándose con las manos en el colchón. Y me mira fijamente.

—¿Por qué te gustó que lo besara?

—No tengo ni puta idea. Tal vez porque los dos son...

Okay, no voy a decir eso. La última vez que le dije que Aaron es atractivo casi le da un patatús, no me arriesgaré a decirle que además es sexy.

—Ya sé por qué —finalizo con una sonrisa victoriosa.

—¿Y me vas a decir?

—Es que me encanta eso de ti, ¿sabes? No tienes una masculinidad frágil. Te las arreglas para ser sexy y seguro de ti mismo incluso cuando estás delineándome los ojos o besando a otro tipo.

Me encanta descubrir en su reacción que no le ofende nada de lo que digo, con tranquilidad me responde y me hace sentir muy cómoda, como si pudiéramos hablar de lo que sea sin importar nada.

—Es mi crianza, supongo —explica—. Yo no veo el escándalo en lo que mencionas. Mi familia siempre ha tomado la sexualidad, y lo femenino y masculino, como... Pues como nada. No nos importa un carajo, mientras nuestro rendimiento académico sea excelente.

—Eres el hombre de mi vida, Axer Frey.

Él sonríe de oreja a oreja.

—Secuéstrame, Nazareth, ¿tengo que pedirlo por escrito?

Esto me tiene tan feliz que me lanzo a abrazarlo, haciendo que caigamos de nuevo acostados aunque ya deberíamos estar alistándonos para salir. Pero él no me dice nada, así que no voy a desaprovechar esto.

♟️♠️♟️

Antes de irnos de Mérida, pasamos a comer las icónicas fresas con crema. No tiene mucho misterio, son fresas con crema chantillí, y ya las había comido antes, pero no cuenta si no las comes en Mérida o en la Colonia Tovar. O eso dicen.

Pasamos por La Venezuela de Antier, que es una especie de paseo tipo museo donde puedes encontrar todo tal cual estaba en la Venezuela del pasado, un lugar turístico para comprar recuerditos. Le compro un par de pulseras y un jarrón a mi madre, para que no diga que no le llevo nada.

Al bajar del vuelo, Linguini nos pasa a recoger al aeropuerto en un auto que casi parece una limosina. Al principio todos estamos en silencio, como asimilando lo que hemos vivido estos días en este viaje, hasta que el señor Frey dice:

—Cuéntanos, Sinaí, ¿te divertiste?

La mano de Axer busca la mía en el asiento a tientas, sin que él me mire. Nuestros dedos se encuentran y poco a poco empiezan a entrelazarse, mis mejillas se elevan y mis labios se fruncen en una sonrisa incontenible.

Una parte de mí dice «lo hace para que no lo delates, no quiere que su padre sepa que estuvo mal por ti».

Pero tengo que luchar contra eso.

Tengo que decirle a mi inseguridad: «Axer me está tomando la mano porque quiere hacerlo, ¿okay? Déjame en paz».

—Fue un viaje inolvidable —reconozco al señor Frey, mirándolo a través del retrovisor.

—Me alegra que lo pienses así. —Veo cómo ostenta una sonrisa amable en el retrovisor, y le respondo con otra idéntica—. Lo que te mencionaba sobre el Salto Ángel era muy en serio, ¿está bien? Si un día quieres ir solo dile a tu Frey que hable conmigo. Podrías ir con tu madre si así lo prefieres, para que también conozca. Vik me contó que ustedes son muy unidas.

—Por-por supuesto, señor. Y sí, somos como...

«No digas uña y mugre o a tu novio le va a dar una vaina».

—Como madre e hija —finalizo estúpidamente al no ocurrírseme nada mejor.

En mi defensa, el hecho de que el señor Viktor se refiriera a Axer como «mi Frey» me restauró el cerebro de fábrica.

—Bueno, piénsalo. Ir al Salto Ángel es una experiencia que todo el mundo debería vivir alguna vez en la vida. Tocar las faldas del tepuy y bañarse con el agua que desciende por estas... Es el salto de agua más grande del mundo. Las cataratas del Niágara no le llegan a la mitad, ¿lo sabías?

—Sí, señor. Algo así había escuchado.

—Bueno, piénsalo y nos avisas, ¿de acuerdo? Pero avisa. Somos Frey, pero eso de adivinar sigue siendo una habilidad no desbloqueada en esta familia.

Con una risita le prometo que eso haré. Me pone bastante cómoda por el hecho de que él me hable con tanta naturalidad incluso añadiendo algunas bromas. No me hacen sentir extraña.

Pero al final desvío el rostro hacia la ventana para que no puedan leer mi expresión.

Lo cual no funciona, desde luego, pues se acerca a mi oído para hablarme en tono confidencial.

—¿Por qué esa cara? ¿No te gusta la idea?

Me volteo a mirarlo. Se ve tranquilo, es lo que cualquiera podría intuir, mas yo he aprendido a leer los matices en sus silencios, en sus mil maneras inexpresivos de mirar.

Está atento, en búsqueda de cualquier atisbo de una pista en mi rostro para así aferrarse a ella y sacar alguna conclusión sobre mi estado anímico o mis pensamientos.

Decido que, para tranquilizarlo, le haré el trabajo más fácil.

—No, no es eso. Solo yo... No quiero hacerme más ilusiones.

Él me sonríe con tranquilidad, como si esa idea no lo perturbara en lo absoluto.

—Te llevaré algún día —susurra apretando mi mano—. Lo prometo.

—¿Y si te vas a China?

—Volveré a cumplir mi promesa.

Creo que se me calienta hasta la frente de ternura con eso que dice.

—Haré que lo pongas por escrito —murmuro.

Él sonríe divertido y vuelve a ver al frente. Pero no me suelta la mano en ningún momento.

♟️♠️♟️

—Mamá, más te vale que estés vestida —grito al entrar a mi no muy dulce pero sí bastante caluroso hogar.

Es solo por precaución, no quiero encontrarla en nada raro. No es descabellado pensarlo después de haber visto esas flores sospechosas en su estado de WhatsApp.

Ella me grita desde su cuarto. Entro y la atrapo maquillándose.

—¿Vas a salir? —inquiero.

—No es tu problema. ¿Cómo te fue? O lo que nos importa: ¿qué me trajiste?

Pongo los ojos en blanco.

—Dejé tu bolsa en la mesa.

—¿Se come?

—¿La bolsa?

—¿Quieres coñazo? Estoy hablando del regalo, carajita.

—Yo no sé, vaya a verlo usted misma.

Mi mamá empieza a refunfuñar mientras sale apresurada del cuarto para no dejar el chisme incompleto.

Yo aprovecho su descuido para dejarme caer en su cama, cosa que sería imposible con ella presente.

La cuestión es que, apenas me lanzo de culo al colchón, las patas de la cama chillan, las tablas crujen y caigo en diagonal.

El estrépito de la cama al partirse alerta a mi madre, quien vuelve corriendo a la habitación. Lo primero que pienso al verla es: «Me va a matar».

No solo me monté en su cama sin pedirle permiso, sabiendo que me diría que no, sino que se la partí.

Cierro los ojos esperando el coñazo y...

—¿Estás bien?

Mi mamá me ayuda a levantarme y luego, indiferente a mi cara de shock absoluto, empieza a enderezar la cama como si tuviera práctica en ello.

Cuando termina de arreglarla, suspira y me mira. Sé que viene dispuesta a ver si me he hecho daño, pero apenas nota mi expresión de trauma se paraliza sin tocarme.

—¿Qué?

—¿Cómo partiste tu cama? —inquiero, lo que de inmediato la pone a la defensiva.

—La partiste tú.

—No, ya estaba rota.

—Pues difiero. Estaba muy no-rota cuando llegaste. Además, te vi encima de ella, escuché cuando se partió.

—No, ya estaba rota. Me senté en ella un poco fuerte, tampoco le bailé tambor encima.

—Dejate de teorías conspirativas y sal de mi cuarto —dice empujándome fuera.

—¿Por qué estoy viva?

—Porque Dios es grande y misericordioso y los abortos estaban muy caros.

—¡Mamá!

—¡Tú preguntaste!

—Me refería a, ¿por qué estoy viva si acabo de supuestamente partir tu cama? ¿Por qué no me estás matando de una manera lenta y dolorosa?

Ella calla, un diminuto segundo, pero es suficiente. Eso en mi madre implica que ha cedido.

Ella intenta defenderse de nuevo pero ya no hay marcha atrás, empiezo a hacer gestos de náuseas por las múltiples posibilidades que se me cruzan en la cabeza sobre cómo pudo haber roto esa cama mi madre.

A ella le salva la campana cuando mi teléfono empieza a sonar.

Ni siquiera miro quién es y contesto con la esperanza de que sea Axer.

—¿Hola?

—¿Sina? Es María.

—¿María? ¿Pasa algo? Obvio que sí, ¿qué pasó?

No está llorando, ni está alterada. Se está conteniendo, como si le preocupara mucho más cómo pudiera tomar yo lo que va a decirme que la noticia en sí misma.

—María, habla, por favor, me estás asustando...

—Yo... Wao, Sina, es que no sé cómo decir esto.

—¿Qué? Mierda, habla de una vez, por el amor a Cristo.

—Bien, lo diré sin más. No hay una forma sencilla de hacerlo.

—¡Dime, mierda!

—Soto está preso, Sina.

Al fin respiro cuando dice eso.

—No te ofendas, María, pero no me importa lo que le pase a Soto.

—Sí, eso pensé.

—¿Entonces?

—Te importará. Cuando sepas a quién mató.

~~~

Nota:

Amores, de aquí en adelante vienen los capítulos finales. Así que denle mucho amor a este capítulo y al libro, y cuéntenme qué tal el capítulo, la historia y sus teorías.

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