69: All too well
Hice este aesthetic flash para que vean cómo viste Axer, sobretodo en este capítulo y los dos que vienen. Los amo.
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Sinaí
Hoy más que nunca entiendo lo que sentía Taylor Swift cuando escribió All too well, porque, mientras la escucho derramar su historia de forma apasionada en los versos de su canción, pienso en Axer, y en todo lo que recuerdo demasiado bien como para que, justo ahora, cuando quiero olvidarlo, no duela.
Piensa en su mano sobre el primer peón, a punto de hacer la apertura de nuestra historia. Escucho mi primer «jaque mate», y las reglas de esa primera apuesta. Y veo antes, en esa primera carcajada que compartimos, luego de que cayera dormida de cara a su entrepierna.
Vuelvo a aquel contacto, cuando me permitió acariciarle el cabello mientras dormía. Ese mismo día tomamos una siesta juntos, y abrazados, aunque no nos conocíamos realmente.
Vuelvo a estar bailando Angels like you, y al momento en que me recibió con un abrazo luego de casi morir en un tanque de agua en su presentación académica. Regreso a la entrada de mi casa vestida de gatita mientras él, disfrazado de doctor, pasa a buscarme para la fiesta.
Duele recordarlo todo tan bien, porque me deja impotente. ¿Cómo es posible que él no sintiera nada cuando yo, al rememorar, parecía sentirlo todo?
Recuerdo las jugadas, las persecuciones, las horas que pasé investigando, las que invertí en stalkearlo. Fui una espectadora de su grandeza, y en un parpadeo pasé a ser su novia. Y con la misma rapidez desperté de la mentira que yo sola me había contado.
Axer y yo hemos jugado siempre el uno con el otro, pero yo me involucré de más. Es momento de corregirlo.
Todo el mundo odia los lunes. Pero este lunes en particular es mi némesis.
Tengo que lidiar con Soto.
Tengo que lidiar con ver a mi novio falso en el colegio, y no poder siquiera saludarlo.
Esto va a ser más difícil que superar la impotencia de que Harry Potter and the cursed child sea canon.
Me estoy cepillando sin ganas de vivir, le doy repeat a All to Well 10 minute version y veo que la puerta del baño se abre.
Mi madre tiene la llave en una mano y un brazo en posición de jarra, por lo que supongo que ha estado tocando la puerta como loca mientras yo canto a voz en grito con los audífonos puestos.
Veo que sus labios se mueven en una pregunta, pero el volumen está tan fuerte que no escucho nada.
Tengo todavía el cepillo en la boca y la espuma hasta la barbilla, así que me limpio rápido y me quito los audífonos.
—¿Qué dijiste?
—Que te calles, coño, que no cantas precisamente como la Cenicienta y me duele la cabeza.
—Mamá, estoy a mitad de una terapia emocional, no puedes mandarme a callar.
Ella alza los ojos al cielo y se lleva los dedos al entrecejo.
—¿Estás despechada?
No le puedo decir a mi madre lo que me pasa. No lo entendería. Además, ¿cómo le explico que me da celos que mi novio falso haya mandado a su hermana a matar a un enemigo de mi ex? Necesitaría un libro entero para explicar esa vaina, y luego un abogado, porque vaya cosas que pasaron entre medio.
—No, mamá. No se necesita estar despechado para escuchar Taylor Swift y gritar All too well como si te hubiesen apuñalado el corazón.
—¿Era Taylor Swift lo que escuchabas? Sonaba como una cabra a mitad de un parto.
Entorno los ojos, no puedo creer que cante tan mal.
Pero, si resulta estar diciendo la verdad, voy a pasar mucha vergüenza en la canción que debo cantar en clases.
—Al menos tienes un buen inglés —añade con un encogimiento de hombros en un intento de consolarme—. No habrá demonios recién invocados danzando por mi cocina.
—¿Viniste a burlarte de mi cultura, madre?
—Vine a sacarte a patadas del baño, vas a llegar tarde a clases.
Sí, si con tarde se refiere a «meses», pero eso no se lo digo.
—¿Estás lista? —insiste con los brazos cruzados.
—¿Parezco lista? —balbuceo con el agua en la boca mientras me enjuago los dientes.
—Pues vas a tener que salir así, no sé qué decirle al chófer.
—No tenemos chófer, mamá.
—Lo sé.
—¿Entonces de qué hablas?
Ella resopla con frustración.
—Lo sabrías si salieras, Sinaí Nazareth.
Me termino de enjuagar los dientes y me pongo una toalla para salir. Este chisme no puede esperar hasta que me vista.
Abro la puerta apenas un poco para no salir a la calle semidesnuda, y tal como me temía, Linguini está afuera.
—Buen día —digo con educación, pues él es un empleado, no tiene la culpa de que su jefe sea un robot—. ¿Qué pasa?
Pero apenas veo su expresión recuerdo que no lo soporto porque es antipático y porque en todo el tiempo que lleva haciendo de chófer para mí a petición de Axer, no me ha dicho ni su condenado nombre.
—¿Lista? —pregunta él con fastidio.
Otro más al que me gustaría responderle «¿Parezco lista?».
—¿Lista para qué?
—Vengo a llevarla al colegio.
—¿A petición de...?
—Usted sabe de quién.
—Pues, por favor, dígale a «quien usted sabe» que sé llegar sola al colegio.
Él se encoge de hombros y me tiende una bolsa de panadería que tiene entre las manos.
Yo lo miro como si fuese una bolsita de cocaína. Ni siquiera lo toco.
—¿Y eso? —pregunto.
—Su desayuno.
—No entiendo.
—Solo lo mandó «quien usted sabe» —explica Linguini con una odiosa sonrisa.
—Pues muchas gracias pero no lo quiero. Dígale que también sé cocinar.
—Pues, será adivino quien usted sabe, porque me mandó a hacer énfasis en que lo acepte, pues duda mucho que sepa cocinar croassants. Además, no es que me importe, pero la comida no se debe desechar.
Me arde admitirlo, pero tiene razón.
—Gracias. —Acepto la bolsa—. Se lo daré a mi madre.
Mentí, por supuesto. No se lo pienso dar a mi madre, amo los croassants.
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Mi novio es demasiado hermoso, lástima que no nos hablemos.
Está recostado en la estatua del patio central del colegio, igual que la primera vez que lo vi. Tiene las manos y los ojos inmersos en su teléfono. Y no tiene puesto ni una pieza del uniforme. Solo la camisa que le regalé.
Si la primera vez que se la vi me dejó en shock, esta vez me reinicia el Software. Ya se la había puesto una vez, no pensé que fuese de los que repitiera ropa.
Revisé Wattbook hace un rato, no ha actualizado el segundo libro de A sangre fría en meses. Revisé párrafo a párrafo los comentarios del epílogo del libro 1 y no, no ha respondido nada recientemente. Tampoco ha subido fotos o una story a su Instagram. ¿Entonces qué demonios hace con el teléfono tanto rato?
Tal vez está hablando con Soto.
Claro, eso no es peo mío. Yo lo odio y no tendría que estar pendiente de lo que hace o con quién lo hace. Además, él dejó muy claro que le doy tan igual que ni siquiera quiere que seamos amigos.
Pero es que... Algunas costumbres son inevitables.
Prometo que voy a cambiar.
Pero de celular, pues sigo usando el que él me regaló. Tengo que borrarlo de mi vida.
Aunque de hecho no puedo hacerlo. Tenemos un contrato, y aunque ya me valga verga la cláusula del noviazgo, ya firmé y mi cuerpo le pertenece. Y no en plan Christian Grey, más bien a lo Viktor Frankenstein.
Lo peor es que prefiero a mi Vik que a ese Christian Grey. Al menos mi Frankenstein no me engañó en ningún momento. Yo sabía a lo que me atenía al jugar al borde de su abismo, es solo que, por muy deliciosa que fuera la caída, el golpe resultó ser mucho para mí.
Un chico se acerca a Axer, le levanta la mano a modo de saludo, esperando que él la choque con la suya. Pero Axer, como es de esperarse, no le corresponde. De hecho, apenas sube la mirada de su teléfono y lo observa con una ceja arqueada.
Como los venezolanos tenemos la mala maña de gesticular mucho con las manos cada vez que hablamos, supongo que el tipo le está pidiendo la hora a Axer, pues se señala la muñeca.
Axer le sostiene la mirada un segundo con el ceño fruncido, como si esperara a que le aclarara que es un chiste. Termina por entender que es en serio y vuelve a la pantalla de su celular, ignorando en rotundo al extraño frente a él.
El muchacho se marcha, mirando a todos lados nervioso, como para asegurarse que nadie lo vio pasar esa pena. A mí no me nota, obvio, pues estoy escondida para que Axer no piense que todavía me importa como para espiarlo.
Pero estoy escondida para Axer, no para los que vienen detrás de mí. Como la voz que me sobresalta ahora.
—¿Lo estabas mirando? —me pregunta el chico detrás de mí.
No lo he visto nunca, debe ser uno más entre los muchos estudiantes que tal vez conocería si hubiese asistido a clases en el primer lapso.
Yo me aclaro la garganta antes de contestar.
—No lo estaba mirando, es que...
—Es inevitable, lo sé. Pero olvídate de eso. Es un tipo es frío, distante, hostil, asocial, despectivo, perfecto e intocable. Ni siquiera lo pienses.
Ay, si yo te contara...
~~
La madre de Soto me abre la puerta. Se supone que hoy, a esta hora, teníamos que ensayar juntos para la canción de inglés, pero la mujer me dice:
—No es un buen momento, Jesús te llamará cuando pueda recibirte.
Y, pese a sus palabras, la puerta se abre de nuevo detrás de ella y su hijo aparece ante mi vista. No fue hoy a clases, y ya me imagino por qué. Luce enfermo, congestionado. Está sin camisa, con el cabello desordenado como si recién se levantara.
—Supuse que dirías algo así —dice Soto—. Estoy perfectamente bien para recibir visitas. Y tenemos que hacer tarea.
—¿Estás seguro?
Él ignora a su madre y hace espacio para que yo pase por la puerta.
Le doy una sonrisa incómoda a su madre y lo acompaño al cuarto.
Este viaje de vuelta a la habitación de Soto me trae recuerdos dolorosos. Sí, me duele lo que nos dijimos cuando terminamos. Me duele recordar cómo se burló de mí, pero más duele que mi mente vuelva a los momentos que perdimos. Las risas, los juegos de Stop, GTA, los fructus, la confianza... Otra ilusión que me creí demasiado fácil.
—¿Quieres beber? —pregunta él tomando una botella de junto a su cama.
—Vine por la tarea de inglés, Soto.
Él se encoge de hombros y le da un largo trago a su bebida.
Se sienta en su cama y sin esperar nada, dice:
—Bien, salgamos de esto: no voy a cantar nada de Ariana Grande ni de Harry Styles. Cantamos la canción de Movistar y listo.
He perdido la cuenta de cuántas personas he escuchado cantar la canción del comercial de Movistar en las evaluaciones de inglés. No será «esa persona», me niego.
—No vamos a cantar la canción de Movistar —espeto—, no me jodas.
Él da otro trago a la botella y me mira con una ceja arqueada.
—¿Te vas a quedar ahí parada todo el día?
—No me has invitado a sentarme.
—¿Hace falta una alfombra roja para que Sinaí Ferreira me honre con el honor de posar su culo en mi cama?
A regañadientes, me siento lo más lejos posible de él, al borde de su cama.
—Puedo venir en otro momento —le digo—. La evaluación es para el miércoles igual.
—¿Crees que voy a amanecer mañana con menos ganas de estar muerto? —Niega, tomando otro trago—. Olvídalo. Salgamos de esto hoy.
—Bien, pues... Podemos cantar una de Ed Sheeran...
—Si canto una canción de Ed Sheeran en el salón me harán bullying hasta que me jubile.
Gruñendo, me llevo las manos a la cara. No tengo mucha paciencia en este momento.
—¿En serio no quieres ni un trago? —insiste. No parece tener mucho interés en la tarea.
Tal vez pueda aprovecharme de eso.
—Te acepto el trago si me responde una pregunta —propongo.
—¿Por qué de pronto sí quieres hablar conmigo?
—Porque parece que hoy no estás para chistes.
Él asiente.
—Bien. Suelta tu pregunta, así me distraigo un rato... Espera, déjame adivinar: quieres saber si nuestra amistad fue real.
No era eso precisamente lo que quería preguntar, y mucho menos de ese modo, pero ya que estamos sí me gustaría saber la respuesta.
—Pues... Algo.
Él suspira y deja la botella en el piso junto a su cama.
—Fuiste demasiado ingenua, una amistad no se crea tan rápido. María y yo tenemos un vínculo fuerte, se forjó con eventos que nos pusieron a prueba, que nos llevaron a confiar el uno en el otro. Tú... te aferraste a mí porque no había ningún otro ser humano dispuesto a hablarte en la escuela.
Tragué en seco. Vaya que va sin filtros hoy.
Tengo que aprovechar este momento. Si va a ser sincero, yo también lo seré. No quiero irme de aquí sin todas estas dudas resueltas, necesito este cierre.
—Le he dado muchas vueltas, ¿sabes? —digo—. Casi no puedo creer cómo acabó todo. Pensé que en serio... No sé, hay cosas que no se pueden fingir, tú no podías estar cerca de mí sin querer...
—¿Y cómo surgió? —corta con una sonrisa altiva—. ¿Nunca te pareció extraño que yo te tratara mal desde el primer momento en que te vi, pero que justo cuando me di cuenta de que acaparaste la atención de Axer en ese juego de ajedrez hasta me lanzara a besarte?
—No —admito—. Porque fue un beso muy malo.
—Y, aún así, me ofrecí a ir a tomarte las fotos en persona. ¿En serio creíste que les tomo fotos a todos mis clientes? María misma te lo dijo ese día que preguntaste: yo vendo las fotos, no las tomo.
Se me está erizando hasta el culo de miedo.
—Me parecía extraño... —empiezo a decir, la garganta seca. Pero niego con la cabeza. Está exagerando todo, lo sé. Yo estuve ahí, lo recuerdo todo demasiado bien—. Cuando te ofreciste a tomarme las fotos me pareció extraño, sí. Pero no te creí capaz de aprovecharte de una situación así, y menos porque ese día yo te besé a ti porque malinterpreté...
Me detengo, y río de mí misma. Ahora entiendo.
—No malinterpreté nada, ¿verdad? Cuando me estabas tomando las fotos y pensé que ibas a besarme, cuando terminé besándote yo... Si habías intentado besarme pero quisiste dejarme toda la responsabilidad a mí para quedar como un buen amigo, como que no habías planeado eso.
—Qué chica tan lista. —Soto alzó la botella como si brindara en mi honor y se bebió un trago casi eterno—. En mi defensa, diré que nunca tuve intensiones de acostarme contigo. Por eso no llevaba preservativo ese día, creí que podría mantener todo en la línea de los besos y ya está.
—Por él.
—A mí no me miraba, pero a ti sí. Tenía que intentarlo.
—Eres un hijo de puta, Soto.
Pero él no se siente ofendido. De hecho, se encoge de hombros.
—Te estoy halagando, ¿no? Sinaí Ferreira me volteó la jugada sin saber que estaba jugando. No esperaba desearte, pero vaya que me lo pusiste difícil.
—¿Difícil? ¿Crees que me consuela pensar que te saqué una maldita erección a mitad de tu juego? ¡Yo te creí mi amigo, Soto!
Esto me vuelve a doler.
—Tampoco te deseo el mal ni nada, hasta me caías bien. Es que eres muy dramática. El mundo no se acaba porque a tu primer novio resultara gustarle tu crush y no tú.
En serio siento que necesito ese trago. Pero me abstengo, no quiero darle el gusto.
—Bueno, te felicito mucho —le digo, y hasta yo me sorprendo de ser capaz de fingir con tanta facilidad una sonrisa irónica—. Eres todo un ganador, hasta me arrodillaría ante ti pero imagino que ya hay muchas personas haciendo fila para felicitarte. Así que me voy y te dejo con tus fans.
—¿Y la tarea?
«Prefiero ir a reparación».
Pero lo que digo es:
—No nos compliquemos: cantamos la de Movistar. Otra victoria para el gran Jesús Alejandro Soto.
—No seas malcriada, se supone que íbamos a llevar esto bien. Tú preguntaste, yo solo estoy respondiendo. Es una manera de dejar todo ir, ¿no?
—¿Qué esperas? Me estás diciendo que no fuimos amigos, pero me vives jalando bolas como si quisieras recuperar esa mentira que teníamos.
—Te dije: me caías bien.
Niego con la cabeza.
—¿Quieres que me siente a beber contigo, Soto? ¿Quieres que finja que somos los mejores amigos del mundo y que no recuerdo todo lo que acabas de decir, todo lo que pasó? Hazme un favor.
Él parece sorprendido y arquea una ceja.
—¿Qué favor?
—Estás trabajando de almacenista en Frey's empire.
—¿Te lo contó él?
«No, estuve estudiando la empresa y el edificio de los Freys mientras se suponía que estaba de vacaciones de navidad y di con esa información».
—Sí —miento y me cruzo de brazos—. Renuncia.
—Ni por coño, es el mejor trabajo que he tenido.
—¿Porque estás cerca de él?
Soto frunce el ceño.
—Porque pagan bien. Axer ni me habla desde... Equis, ¿por qué me estás diciendo esto? ¿Crees que voy a intentar algo? ¿O es por él? —Se ríe—. ¿No confías en el tipo que te llevas a la puerta del salón para besarlo frente a mi cara?
—No confío en ti.
—Ya era hora.
No me he terminado de levantar cuando mi teléfono suena.
No tiene sentido que mi mamá me llame en este momento, le dije para dónde venía.
Me queda una opción obvia e innombrable.
No puede ser él.
Pero apenas veo la pantalla lo confirmo.
¿Por qué mierda me llama?
—Dime —respondo con sequedad.
Solo recibo una orden por su parte, una palabra, directa, pronunciada de manera abrupta y sin mediar la posibilidad de una discusión. Él espera que le obedezca.
—Sal —me dice.
—¿Qué?
¿Cómo demonios se atreve?
Entiendo que había antes un acuerdo tácito entre nosotros en el que yo disfrutaba de este tipo de arrebatos por su parte. Me parecían un desequilibrio en su perfecta coraza de control, y ser yo quien los provocara me hacía sentir poderosa.
Pero ya no es lo mismo. Ya no me genera más que desagrado porque mientras yo celebraba por momentos como estos, Soto se llevaba la mejor parte. La genuina, la especial. Aquella que, como dijo Aleksis, vale más que chocolates y flores.
—Olvídalo, no importa —añado—. No estoy en mi casa.
—Lo sé. Te dije que salgas.
No es posible...
¿O sí?
Lo mato si está afuera.
—Ya me voy —le digo a Soto. Sea una broma o no esta llamada de Axer, no pienso regresar aquí.
Así que salgo a la calle y...
Maldita sea, sí está afuera.
Camino hasta su auto. Él está recostado de la puerta del piloto, por lo que imagino que ha venido sin Linguini.
Sería más fácil superarlo y mantener la coherencia en mi ira si no vistiera tan bien el condenado genio. Todavía no nota mi presencia, o finge que no lo hace para esperar que esté más cerca, mirando al infinito a través de sus lentes cuadrados, con una mano en el bolsillo de su pantalón. Tiene un abrigo de un marrón muy claro, largo, encima de un jersey blanco de cuello alto.
Siento que estoy por interrumpir una sesión de fotos.
Cuando al fin lo alcanzo, estoy a punto de insultarlo cuando, sin que él me dedique ni un vistazo fugaz, abre la puerta del auto.
—Súbete —me dice.
—¿Qué?
Él se lleva una mano a la cabeza, sus dedos enterrados entre su cabello masajeando su cuero cabelludo mientras su rostro parece clamar paciencia al cielo.
—Que te subas al auto, Nazareth —repite.
¿Ahora sí soy Nazareth? ¿Después de que me dijera Sinaí y añadiera que ni siquiera quiere ser mi amigo?
Pues no. Que se joda.
—Tú tienes que estar loco —digo con una risa amarga.
—Sí, ya dejaste claro que crees que todos estamos locos. Lo superas en el camino. Súbete.
Él sigue señalando al interior del auto, pero me va a tener que esposar para conseguir subirme.
Eso no se puede malinterpretar, pero juro que no lo digo en el mal sentido.
—No me voy a subir —insisto, cruzando mis brazos.
Axer suspira y cierra la puerta, volteando a verme directo a la cara por primera vez.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¿Me estás pidiendo que te explique por qué luego de habernos peleado y dejado de hablar no me quiero subir a tu auto cuando apareces de la nada exigiendo cosas sin darme explicaciones? ¡Pues porque no! ¿Cómo me encontraste?
Ahora es él quien se cruza de brazos para explicarse con indiferencia, como si esa parte fuese la menos relevante de la situación.
—Mi padre me dijo que te invitara a pasar por el edificio, fui a buscarte a tu casa y como no estabas rastreé tu teléfono.
—¿Que hiciste qué? —Me esfuerzo en ignorar el hecho de que su padre me invitara personal y voluntariamente a pasar por el hogar de los Frey—. ¡¿Por qué mierda hiciste eso?!
—Por favor, Nazareth, si tú pudieras me pondrías un rastreador en el tobillo.
Y no está equivocado, pero ese no es el punto.
—Eres... No te entiendo. No solo me rastreas sino que vienes aquí a... ¿Qué?
—¿A qué?
Axer se ríe y niega con la cabeza, estupefacto.
—¿Por qué no te pones en mi lugar? Si yo tuviera una ex y tú lo supieras, ¿estarías tranquila sabiendo que estoy encerrado con ella desde hace horas en su casa?
Me río con histeria. Ahora sí se volvió loco. Es decir, tiene razón, pero esto es distinto por los motivos que casi le grito:
—¡Tú no eres mi puto novio, Axer!
—Pues hay un sukin syn papel que dice lo contrario.
—¡Pero no es real!
—¡Es real para mí!
Es como si me patearan el estómago, matando la mariposas, transformándolas en murciélagos que me devoran por dentro.
Niego con la cabeza. No sé por qué tengo tantas ganas de llorar.
—No hagas eso —ruego en un hilo de voz—. Es muy bajo, incluso para ti.
Él lo recibe como un golpe, y también habla con la voz en vilo.
—¿Qué te hice, Nazareth? No logro entenderlo.
Nada. Él no hizo nada nuevo, fui yo que entendí tarde que no iba a poder cambiar nada en él. Soto tenía razón, todas aquellas cosas que me dijo cuando terminamos. En ese momento lo sentí como crueldad, hoy entiendo que solo estaba siendo honesto. «¿Esperas que ahora te llame para formar una relación y que tengan una familia?»
Más honesto de lo que yo fui conmigo misma.
Me arrastré por un tipo al que le doy igual. Yo creía que no, pensé que había conseguido mover «algo» en él. Pero fui muy crédula. Eso ya estaba más que «movido» desde antes, y no por mí.
—Tú no has hecho nada —le digo.
—¿Entonces...?
—Hay días en que las personas se levantan sin ganas de jugar y ya está. Supéralo.
No entiendo por qué tiene esa cara, como si lo estuviese escupiendo. No le estoy diciendo nada incierto. ¿Es que nunca se planteó que, en lugar de que el juego terminara por la coronación de un ganador, estaba la posibilidad de que el otro, simplemente, se rindiera?
—¿Quieres estar con él? ¿Es eso?
—¿Con Soto? —Casi quiero vomitar, pero lo reprimo—. Da igual, no es de tu incumbencia.
Él da un paso hacia mí.
—¿Qué es lo que no entiendes? —digo retrocediendo.
—Nada. No entiendo nada.
—Ya era hora de que supieras cómo se siente.
Él ríe con amargura, y una parte débil y estúpida de mí siente remordimiento. Casi siento que soy yo la que lo está lastimando.
—Eso no es justo —dice.
—A mí me lo parece.
—A mí no. Porque cuando tú no entendías nada, puede que yo supiera de todo el proyecto que había detrás, pero entendía mucho menos que tú de esto.
—¿Esto qué?
—Esto. —Insiste en avanzar hasta que está tan cerca que sus manos pueden tomar mi rostro—. Dime si sientes algo por él, por favor. Y me alejaré, klyanus.
—No necesitas escuchar eso, yo te estoy pidiendo que te alejes.
Él niega.
—No. No mientras quede la duda.
—¡¿La duda de qué?!
Una de sus manos bajo por mi brazo, lo acaricia hasta llegar a mi muñeca donde su pulgar aprieta. Toma mi pulso, mientras su otra mano sigue tan gentil sobre mi mejilla.
Mierda, todavía no he enseñado a mentir a mi corazón.
Él me descubre, por supuesto, y sus ojos viajan a los míos. Siento que me están asfixiando, que estoy a punto de caer. Me abstengo solo porque sé que no habrá nadie que pueda levantarme.
Entonces hace algo que me sorprende. Todavía con su pulgar en mi muñeca, lleva mi mano a su pecho y lo presiona para que yo pueda sentir el compás insólito de su corazón.
El corazón de Axer Frey estaba desbocado en mis manos.
—Eso...
—Es desespero, Nazareth. Vivo así siempre que no estás cerca.
Trago en seco, y siento una lágrima atravesar mi mejilla. Puta traicionera.
—Lo siento por ti —le digo— pero ya he estado mejor sin ti.
La mano en mi rostro acaricia mi mejilla, su voz baja y pasiva parece arrullar mi oído.
—¿Por qué lloras, bonita?
—Yo no...
—¿Por qué me estás tratando así? Dime qué fue lo que hice. Necesito saberlo, no puedo volver a hacer eso jamás en mi vida.
—No hiciste nada... —Mi voz sale adolorida, comprimida por las lágrimas—. Solo no quiero seguir haciendo esto así. Tú eres... Tú. Yo no tengo tu suerte, Axer. Yo sí siento.
—Yo estoy sintiendo. —Presiona más fuerte mi mano contra su pecho—. Esto no miente.
—No te gusta perder, lo sé. —Sorbo por mi nariz—. Pero no es lo mismo. Solo me estoy cuidando a mí misma. Además, no sé qué te sorprende en mi trato. Tú lo dijiste: no quieres ser mi amigo.
—Claro que no, Nazareth. Soy tu novio.
—No lo eres.
Él resopla, obstinado.
—No lo soy, de acuerdo. Quiero serlo.
—¿Cómo puedes querer algo que no escogiste? Yo te obligué.
La voz de Axer sale mucho más acalorada cuando vuelve a hablar. ¿Ira? ¿Frustración? ¿Ambos? No lo sé, pero ahí está cuando dice:
—Mi firma también está ahí, Nazareth. Nadie me obligó a eso.
—Yo quiero... Quiero creerte. Pero sé cómo eres y...
—Te lo voy a preguntar otra vez: ¿Sientes algo por él?
—¡No!
—¿Sientes algo por otro?
—Que no, yo...
—¿Sientes algo por mí?
Abro la boca, pero no puedo decir nada.
¿Cómo podría responderle algo que ni yo entiendo?
No tengo nada qué decirle así que mis ojos luchan frenéticos por encontrar una salida a la cual desviarse.
En los ojos de Axer hay algo más, como si pudiera leer el silencio.
Entonces, sus dos manos se aferran a mi rostro con fuerza, y me dice:
—Con eso basta para mí.
Y se lanza a besarme.
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Nota:
Hola, amores. Espero les haya gustado este capítulo. En mi ausencia adelanté mucho esta historia en borrador, lo que quiere decir que si ustedes están activos podemos hacer maratón.
Si se mueren por saber qué pasa, les tengo un trato. Si este capítulo llega a 2k comentarios hoy mismo, subo inmediatamente el siguiente.
Para animarlos, les aviso que el próximo capítulo es un +18 con un suceso que muchos han estado esperando. O sea que SE VIENE FUERTE.
Queda en sus manos lectoras. Pero eso sí, si se logra y subo el +18 hoy, por favor denle mucho apoyo también a ese capítulo así seguimos la maratón y todos felices 🔥
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