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66: ¿Y si jugamos a ser novios?

Este capítulo está dedicado a los cinco usuarios de la imagen de arriba porque fueron los que más se acercaron a adivinar el regalo de Sina. Ya lo verán abajo.

Ahora sí, bienvenidxs de vuelta al abismo.

~~~

Axer se pone alerta apenas me ve salir de la cocina luego de hablar con Vero. Su hermano está a su lado, jugando con sus dedos en el borde de su taza humeante.

¿No va a decirme una palabra en toda la noche?

—¿Podemos ir abajo? —le pregunto a Axer.

—¿Tengo opción?

Volvemos al vestíbulo del piso de abajo. Axer se sienta en su sillón de cuero blanco, a más de metro y medio de distancia de mí, y, con un claro suspiro de obstinación, me dice:

—Espero que me hayas hecho bajar para darme mi regalo.

—Ay, lo lamento, ¿tenías algo mejor que hacer allá arriba?

—Por supuesto que sí. —Al ver que lo taladro con mi mirada de odio a la humanidad, se ve obligado a añadir una aclaratoria—. Planear el asesinato de mi hermana.

—No estoy para esas bromas ahorita.

Lo peor es que no estoy segura de que sea una broma lo que dijo.

—¿Qué te dijo Veronika?

—Eso no importa —zanjo y me cruzo de brazos, huyendo a su contacto visual.

A veces lo odio tanto como lo deseo.

Él suspira y se endereza, inclinándose hacia adelante, sus codos puestos sobre sus rodillas.

—¿Cuál es tu plan? —pregunta—. ¿Pasar toda la noche con esa cara de tragedia, luego irte mañana a tu casa con la sensación de que tu relación falsa es un fracaso y pasar el resto de estos seis meses ignorándonos?

—En líneas generales me parece un buen plan.

—Ese no es un juego divertido, Schrödinger.

Me da mucha rabia lo fácil que soy de ablandar cuando me dice Schrödinger, así que pego mi espalda al respaldo del sillón, mis hombros erguidos, mi mentón elevado a la altura de mi ego, mis cejas arqueadas en señal de escepticismo en ese ángulo que sé que favorece mis facciones, y le pregunto:

—¿Se te ocurre algo mejor?

Él decide que, si va a responder, no lo hará con palabras.

Cuando lo veo levantarse, me yergo todavía más, como un animal que detecta una amenaza, y contengo la respiración porque ese es el efecto de su cercanía. Lo tengo de frente, sus piernas casi rozan mis rodillas desnudas y su mano se extiende en mi dirección.

—¿Qué? —pregunto, mirando su gesto como un arma que es apuntada hacia mí.

Él no contesta, pero tampoco desiste. Su mano sigue ahí, a la espera de ser aceptada o rechazada.

No sin cierta aprensión y un vuelco magnético en mi pecho, la tomo, y experimento el mareo del vértigo cuando él me atrae hacia sí con fuerza. Choco contra su cuerpo y su otra mano me aferra justo en mi espalda baja, dándome estabilidad tanto como desequilibra mis emociones.

No pierde su efecto. No deja de sentirse como una caída cuando él me sostiene.

Lo miro a los ojos, con miedo de revelar que ya ni siquiera recuerdo por qué estaba a la defensiva, y siento que quiero besarlo hasta que el reloj se quede sin horas.

Él me descubre mirando sus labios y una sonrisa arrogante se asoma en sus comisuras.

Quiero pegarle.

Me aparto un par de pasos y él no me detiene, por lo que sus manos rompen el contacto con mi cuerpo y experimento una especie de vacío similar a la abstinencia.

—¿Y bien? —insisto—. Sigo esperando que me digas si tienes un mejor plan.

Sus manos se esconden dentro de los bolsillos de su pantalón, su rostro se ladea y me estudia mientras dice:

—¿Has pensado en disfrutar esta noche?

—Era mi plan original, pero me temo que la cena ha acabado por desecharlo del todo.

—Tu deducción no es admisible dados los hechos, Schrödinger.

—¿Y de qué hechos hablamos, Sr. Frey?

Cuando se encoge de hombros, sus labios reprimen una sonrisita de sabelotodo.

—La noche no acaba.

Admito que no puedo argumentar nada en contra de ese razonamiento.

—¿Y qué quieres hacer? —le pregunto, cruzándome de brazos.

—Lo que tú quieras. —Al hablar, lo hace con una mano en el pecho, como si dramatizara un juramento—. ¿Quieres que esperemos a que se duerman y escabullirnos a la cocina para hacer un pastel de barro y cebolla? Hecho. ¿Quieres que nos escapemos a un concierto de música clásica en París con la vestimenta incorrecta? Lo haremos. ¿Quieres recrear el castillo de Hogwarts con Legos junto a mí? Lo hacemos.

—Pero... —carraspeo, la emoción se me nota en la voz—. ¿Por qué?

—Responsabilidad moral. Te lo debo luego del desastre de la cena.

—¿Y si solo vemos una película hasta quedarnos dormidos?

Por la expresión que pone, parece que lo acabo de invitar a comer arepas sin queso. Sin embargo, se nota que intentó contener sus comentarios habituales cuando con una sonrisa forzada dice:

—Bien, el cuarto de televisores es al fondo. ¿Qué película quieres ver?

—Ni puta idea, escoge tú.

—Las palabras, Nazareth.

—¿Qué? ¿Me vas a pegar?

«Porque no me molestaría nada que lo hicieras», pienso.

Pero él no cae en mi provocación y dice:

—Escoge la película, Nazareth.

—Bien, pues... ¿Viste la última temporada de La casa de papel?

—¿Tú no? —inquiere con el ceño fruncido.

—Sí, claro, pero... No sé, podríamos verla juntos y celebrar con algo de vino el final del atraco.

—Qué horror, Nazareth.

Anonadada, me quedo inmóvil mientras lo veo darme la espalda. No entiendo qué dije para ofenderlo, y mientras decido qué pudo ser, lo veo volver con una botella en una mano y dos copas en la otra.

—El final de un atraco como ese no se celebra con vino, Schrödinger —explica alzando las copas y la botella—. Se hace con champagne.

~~~

Estamos tirados en su salón de entretenimiento sobre una especie de sillones puff de terciopelo que son más cómodos que una nube. Tenemos en frente inmensa y muy delgada pantalla curva cuya definición me hace sentir dentro de la imagen que proyecta. Junto a nosotros hay una mesa con bocadillos y otra botella de champán. Las copas las tenemos en la mano.

No sé qué episodio de La casa de papel está puesto, dejé de prestar atención en cuanto empecé a beberme el champán como si fuera jugo. Nunca lo había probado, pero ahora entiendo la referencia de estar «probando las estrellas».

Cuando Axer llega con un edredón caliente me sorprendo, estoy tan felizmente mareada que no noté que se había ido.

—Tienes una sonrisa preocupante para estar viendo una escena de tiroteo tan triste, Schrödinger.

Mientras dice esto, hunde su rodilla con cuidado junto a mí, con la distancia suficiente para que no nos rocemos, y extiende el edredón para envolverme con tal delicadeza que me hace sentir una mariposa de papel abrigada. Sus manos están tan próximas, aunque cubiertas por la tela mientras me envuelve, y su rostro tan cerca del mío que... Dios, sus ojos son tan buenos mentirosos que casi me creo ese brillo de adulación.

—No voy a enamorarme de ti —suelto sin pensarlo, por lo que él se ríe de una manera que me hace sonrojar—. ¿Qué?

—Tal vez ya has bebido demasiado champagne.

—Para eso se hizo, ¿no?

—No lo sé, Schrödinger, aunque no lo creas, la carrera de medicina no se especializa en el estudio de los propósitos de cada licor.

—La carrera de medicina no se enfoca en muchas cosas y de todos modos parece que tú lo sabes todo.

Él retoma su lugar en el puff contiguo al mío sin siquiera usar un cuarto del edredón que me trajo. Se acomoda, ladeándose para mirarme, y contesta:

—Pues no sé cómo librarme de ti todavía, así que podemos concluir que estás equivocada.

Su comentario me parece tan gracioso y a la vez tan cursi, que siento el calor escalarme hasta la frente mientras me rio y rio y me sigo riendo.

—¿Te parece si jugamos algo? —me pregunta.

—¿A qué?

—A ser novios.

Lo miro. Sus labios se contienen para no sonreír, sus ojos me asfixian con una mirada tan seria que casi no se nota que está bromeando.

—Me parece un juego interesante —digo—. Pero no entiendo por qué tú querrías jugarlo.

—¿Y por qué no? Quiero hablar contigo esta noche, te lo dije antes. Quiero que me cuentes lo que no se puede investigar, eso que solamente existe cuando sale de tus labios.

—¿Como qué, genio?

—Como tu color favorito.

—Tampoco te pases que te denuncio, eh. —Me rio con mucha más libertad que de costumbre, aunque él permanece tan plácido y e inexpresivo como siempre—. Pero está bien. Si tú también respondes a mis preguntas. Quiero conocer a Axer Frey. La persona, no el genio.

—Pues la persona sigue siendo genio.

Es tan insufrible que no puedo evitar torcer los ojos, aunque estoy tan mareada que algo me dice que rodé la cabeza completa.

—A este paso jamás te voy a dar tu regalo, cada vez te lo mereces menos —musito entre dientes.

—Ah, pero yo ya lo vi.

Me incorporo en el puff, anonadada y ofendida. ¿Cómo que ya lo vio?

—¡¿Cuándo?!

—Mientras te tragabas el champagne a chorros y te reías de las escenas tristes.

—Eres un tramposo... —Con mis manos en la cara, espero que no se note que estoy sonriendo—. ¿Y bien? ¿Qué te parecieron?

—No voy a usar eso.

Pongo los ojos en blanco, aunque ya lo esperaba.

—Amargado.

—Loca.

—Vamos, Frey, tienes que admitir que fue un detalle único.

—¿Por qué Hannibal y Carrie?

El regalo eran dos camisas, una para él y otra para mí. La suya dice «Novio de Carrie Ferreira» y la mía «Novia de Hannibal Frey». Es raro, retorcido y posesivo, pero ese es el encanto de la situación.

—Hannibal por tu nombre de usuario en Wattbook. Te llamas RedDragon por el primer libro en el que aparece el caníbal Hannibal Lecter, ¿no? —Asiente por toda respuesta, lo cual es un alivio. Habría quedado como payasa de lo contrario—. Y Carrie por Carrie White. Haces tantas referencias a King que pensé que si no has leído Carrie, al menos debiste haber visto la película.

—«Las», Nazareth. Son más de una.

—¿Me vas a dejar terminar o prefieres explicarme el mecanismo del universo cinematográfico de King?

—Termina —concede—. Del mecanismo de su universo cinematográfico ya hablamos luego.

—Okay, es que...

—¿Sabías que Stephen King odia la adaptación de El resplandor? No quiere ni asumir que existe, la odia en serio.

Lo miro con el ceño fruncido y los ojos tan entornados que puedo anticipar los rayos lásers. Lo veo en sus labios temblorosos, en el brillo de su mirada que nada tiene que ver con la luz del salón: lo ha hecho para molestarme.

Es que lo adoro.

Pero eso no se lo voy a decir.

—¿Terminaste? —inquiero.

—Prometido.

—Bien, te decía que...

Pero no había terminado de interrumpir me.

Me silencio al percibir cómo su mano se cuela bajo el edredón. Siento cómo sus dedos se acercan a tientas a los míos, sopesando el roce como si se tratara de un terreno inhóspito y atemorizante. Casi distingo el pulso en su piel cuando envuelve mi mano en la suya, y contengo la respiración mientras nuestros dedos se entrelazan.

Jane Austen y su icónica escena de las manos en Orgullo y Prejuicio no podría emular jamás el confort que siento bajo el agarre de Axer. Es vertiginoso; sé que podría dejarme caer en sus brazos, y no porque piense que no me dejará tocar fondo, sino porque estoy segura de que va a arrastrarme.

He decidido ya no leer más libros de romance, porque sus páginas no tendrían a Axer Frey, intentando tomarme la mano sin entrar en crisis, fingiendo ser un humano para agradarle a su novia de mentira.

Su otra mano viaja a mi mejilla, acariciándome, y luego ambas van a mi garganta. No están presionando, pero están ahí, advirtiendo que podrían hacerlo.

Lo peor de pensar en el contrato que nos envuelve es recordar esa cláusula donde dice que no puedo saber, ni preguntar, cuándo, dónde y cómo va a matarme. Así que podría ocurrir en cualquier momento. En este preciso instante, mientras me toca por primera vez está noche sin necesidad de actuar frente a nadie, podría arrancarme la vida. Y esa paranoia tengo que someterla fuerte, muy consciente de ello, y aferrarme a la idea de que, pase lo que pase, él me resucitará.

Siempre he creído que las esposas de Viktor, esas mujeres tan enamoradas como para ceder su vida en matrimonio, estaban locas. Pero tal vez ellas pensarían lo mismo de mí. Al menos ellas tienen que morir una sola vez.

Pronto, las manos en mi cuello usan sus pulgares para elevar mi rostro y llamar al contacto visual.

Y cuando lo miro a los ojos, todo temor desaparece. Podría matarme en este instante y no me importaría, porque no podría estar así de bien en ningún lugar que no sea con él.

—Tu regalo es una hermosa jugada de anulación —dice. En ajedrez, se llama jugada de anulación cuando se clava una pieza en medio de otra, impidiéndole al oponente terminar su acción—. Dices que no te enamorarás de mí, pero claramente no esperas que yo tenga la misma suerte.

—Odiaste el regalo —le recuerdo.

—Pero no el gesto.

—Entonces póntela —lo reto.

—Lo haré.

—¿Cuándo?

Su mano se alza sobre mi cabeza, sus dedos deteniéndose en las orejas de gatito del cintillo y jugando en ellas sin prestarle atención a mi pregunta.

Espero un rato, pero él sigue sin responder, así que me frustro y pregunto lo que me da la gana:

—¿Por qué tu hermano no me habla?

Él se aleja de nuevo, acomodándose con la vista en el televisor ahora muteado. Con la sequedad suya a la que estoy acostumbrada, me contesta:

—Porque yo no quiero que te hable.

—¿Cómo que no...?

Axer vuelve a llenar nuestras copas de champán y me extiende una.

—¿Por qué no quieres que tu hermano me hable? —insisto luego de darme un trago. Si sobria soy testaruda, con alcohol en el sistema no hay quien me calle.

—Porque no.

—Axer.

—¿Qué?

—¿Por qué no quieres que tu hermano me hable? —repito, lo que lo hace contener la respiración como si así domara su impulso asesino.

—Porque es un narcisista presumido que necesita demostrar cada vez que abre la boca lo experto que es con los idiomas y lo buenísimo que es leyendo mentes.

—¿Y...?

—¿Y... qué?

—¿Cuál es el problema con que tu hermano sea un narcisista presumido? Suena a alguien que conozco.

Por la manera en que me mira, parece bastante disgustado por mi comentario, pero estoy tan anestesiada que me río sin tapujos de su expresión.

Él permanece un momento mirándome con el ceño fruncido mientras mi carcajada se potencia, hasta que parece decidir que su mal humor no va a silenciarme, así que, negando con la cabeza con un gesto decepcionado, me contesta:

—Yo no presumo de nada, yo solo existo. Aleksis necesita que todo el mundo sepa que es superior, celestial e inigualable. Odia a la gente pero ama la adoración ajena. Y no quiero que te hable en francés.

—¿Habla francés?

No sé en qué tono lo habré dicho que hace a Axer adoptar una expresión asesina. Es tan afilada que me callo al instante, aunque tengo que contener la risa dentro de mis mejillas.

—Entonces... —indago con cautela y bebo otro trago—. ¿Te da miedo que me una a su secta de adoradores?

—Pues no es precisamente esa mi idea de una relación ideal.

—Una relación falsa ideal, querrás decir.

—¿Cuál es tu fascinación con sabotearte? Siempre haciendo énfasis en el contrato y en que esta es una relación falsa.

Pongo los ojos en blanco y me bebo lo que queda en mi copa. Por un momento, echo el cuello hacia atrás y siento que se me viene el techo encima, pero por suerte se pasa rápido.

Le extiendo a Axer mi copa para que me la vuelva a llenar y le contesto con indiferencia:

—Es la realidad, Frey.

—Si quisieras vivir en la realidad no me habrías obligado a modificar el contrato para hacerme tu novio.

—¿Sabes qué me ayudaría a disfrutar más esta mentira?

—Sería un lindo detalle que lo aclararas, Nazareth, puesto que a veces eres más complicada que las jugadas de Capablanca.

Aunque he leído bastante sobre Capablanca en mis libros de ajedrez, en este momento su nombre me suena medieval y escupo al soltar la carcajada que me provoca.

—¿Decías? —insiste Axer luego de que mi ataque de risa aminora un poco.

—Ah, sí: honestidad. Eso ayudaría mucho.

—Algo contradictorio, ¿no?

—Hasta los mejores engaños esconden verdades, Frey. —Acepto la siguiente copa de champán antes de continuar—. Quiero vivir este lo más honestamente posible. No puedo disfrutar todo esto si sé que estás planeando un jaque a la descubierta. Un día moverás una pieza aparentemente inofensiva para que me confíe y, detrás, tendrás preparado el alfil con el mate.

Su silencio me dice todo lo que necesito saber, incluso antes de que me pregunte:

—¿Qué hablaste con Veronika?

—¿Cómo sabes que...?

—Ni siquiera lo intentes y dime qué te dijo.

—Nada. —Me encojo de hombros, pero estoy tan mareada que boto la mitad del contenido de mi copa en el proceso—. Solo confirmó lo que yo ya sabía: que me tienes un mate preparado.

Axer parece estar haciendo un esfuerzo enorme por ignorar el desastre que ocasiono, fijándose en mis ojos con la mandíbula tensa para no ver lo que mis manos destrozan.

—Esto es lo que hacemos, ¿no? —cuestiona—. Jugadas y contrajugadas. ¿Es que ahora quieres que te desvele todo y termine la partida?

—No, no, es que... Es solo que siento que esta vez es distinto. Que será... Un mate peligroso.

—No te voy a matar. —Parece pensarlo mejor y añade una aclaratoria—. De forma definitiva.

—Sí, pero... Me siento en una clavada de ajedrez, inmóvil mientras las piezas se mueven a mi alrededor porque al mínimo desplazamiento habré descubierto a mi rey, dejándolo expuesto a tu jaque.

—En esa oración acabas de describir por qué estamos juntos. Es lo que hemos hecho todos estos meses: prolongar una partida que va de tablas a jaque a cada nuevo desplazamiento, pero que nunca acaba. No me pidas que nos quite lo que más nos gusta de esto, no me pidas que te desvele lo que tú deberías prever y evitar. —Se pasa la mano por el cabello, como si nuestra conversación fuera tan trabajosa como caminar kilómetros—. Si tienes cualquier otra pregunta puedes hacerla, Nazareth. Aprovecha esta noche de champán y confesiones.

—Las blancas mueven primero, así que pregunta tú.

—¿Irás conmigo al viaje a Mérida?

Que traiga ese tema de nuevo a colación me recuerda lo que dijo su hermana en la cena, lo que insinuó cuando estábamos solas en la cocina, la evasiva de Axer cuando Anne preguntó delante de mí su lista de invitados.

—Primero deberías decirme por qué no me querías llevar en un principio —argumento de mal humor.

—Deja de estar escuchando a Vikky, ¿quieres?

—Es bastante difícil dado que la tengo siempre pegada a mi oído.

—¿Es necesario que te diga, luego de lo de aquella vez, que quiero a mi novia muy lejos de mi hermana?

—Dile a ella que se aleje. Y no soy tu novia realmente. Aunque quisiera, y no sé por qué, porque me caes mal. Aunque eres tan ruso y...

Me doy cuenta de que estoy diciendo estupideces y me muerdo la lengua.

Axer, conteniendo las ganas de reírse, me responde fingiendo que no escuchó nada de mi vergonzoso divague.

—Ella no se va a alejar, Nazareth. Aléjate tú. Además, ella no te traerá nada bueno. No maneja muy bien la derrota.

—Dijo el que le robó el experimento a su hermana porque no pudo superar que una estudiante promedio venezolana le ganara en un partido de ajedrez escolar.

Lo digo a modo de chiste, pero, incluso desde la bruma del nuevo trago de champán, noto que su seriedad se torna tétrica y atemorizante. Será mejor que no insista con esos chistes, si es que el alcohol me deja.

—Dime —insisto luego de recordar el cambio de tema—. ¿Por qué no querías que fuera a Mérida contigo?

—No es así. Solo lo estaba pensando. Como podrás notar, no es el mejor de los escenarios tenerte a ti y a mi familia juntos.

—Ya. O sea que no tiene nada que ver con que quisieras evitar una escena de celos, ¿no?

—¿Por qué debería? No eres mi novia realmente, ¿o sí? Mientras cumpla con la cláusula de exclusividad puedo hacer con mis pensamientos lo que me plazca, así que no hay lugar para tus celos. —Herida, abro la boca para responder, pero él prosigue—. E incluso así: no. No me preocupa que algo pueda ponerte celosa porque, en general, soy bastante...

—Asocial.

—Digámoslo así.

Y, sin embargo, no le creo. No del todo.

—Axer.

—Schrödinger.

Lo pronuncia con tal solemnidad que creo que va a pedirme matrimonio. Tal vez es el champán.

—Una vez —digo, esforzándome porque mis palabras no se atropellen entre sí—, cuando me tomaste la muestra de sangre en tu habitación... Ese día yo hice una broma insinuando que parecías... Virgen. ¿Lo recuerdas?

—Sí.

Y por el tono que usa, sé que también entiende a dónde quiero ir a parar.

—Me dijiste: «He tenido suficiente sexo en mi vida, si esa es tu pregunta».

No dice nada, así que me toca insistir.

—¿Quién es ella?

—¿Por qué asumes que es mujer?

—Porque solo así me preocuparía.

Estoy mintiendo, por supuesto. Puedo odiar a toda mujer que se le acerque, pero lo asesinaría a él si termina yéndose con... Es que ni siquiera voy a pensarlo.

Se acomoda en el puff, sus rodillas tocando mis piernas desnudas pues la falda de mi vestido se ha subido.

—No mientas.

Se inclina hacia mí y, por algún motivo, temo. Es esta tortuosa aceleración en mi pecho, el inminente nerviosismo a su proximidad. Sigo sin estar preparada para existir cerca de él, y eso me encanta tanto como me debilita. Con su mano en mi barbilla, apenas en un roce, levanta mi rostro y me hace mirarlo.

—Tú no quieres compartirme con ningún ser que respire.

—¿Cómo podrías saber eso?

—Tal vez por tu mirada de Carrie White, o puede que sea porque eso es justo lo que me pasa contigo.

Le sostengo la mirada y él hace lo mismo. No parpadea, no traga. Mantiene su intensidad mientras yo lucho por no flaquear. Pero reconozco que esta vez he perdido, que debo ceder.

—Tienes razón —concedo—. Entonces dime, ¿quién es esa persona o persone? Y no me preguntes por qué asumo que es humano porque te juro por Cristo que me lo voy a creer y preocupar.

Sus labios se contorsionan. Ha estado a punto de sucumbir a la risa y no puedo creer lo mucho que eso me ilumina el rostro. Axer en su infinita seriedad es bastante atractivo, pero en medio de la vulnerabilidad de una risa es mi absoluta perdición.

—No ha sido nadie en particular —explica, visiblemente incómodo por la conversación—. Nunca ha sido más de una vez con una misma persona y tampoco han sido demasiadas personas. Te lo dije ese día: no es algo de lo que disfrute lo suficiente. Soy más de... juegos previos.

—Como conmigo.

—No. Contigo es distinto. Me fascina el sexo contigo, Nazareth. ¿Eso querías escuchar?

Cuando lo escucho quedo tan absorta que olvido por completo mi nombre, dónde estoy sentada y que tengo una copa en la mano, porque se me resbala y derramo todo el champán en mi vestido. Por suerte la copa queda intacta, pero tirada junto a mis tacones.

Me agacho para recogerla y mis dedos rozan la mano de Axer. Él se detiene al instante y me sostiene por la muñeca mientras recoge la copa con otra mano. Me sirve más champán y me la devuelve.

—Entonces... —No tengo ni puta idea de qué decir—. ¿Por qué conmigo...?

—Porque tú me dejas ser —añade, aunque no llego a hacer mi pregunta—. Es emocionante porque no estoy fingiendo absolutamente nada. No hay nada qué fingir.

—Pues... Me siento sexualmente halagada.

—Bebe —ordena él por toda respuesta, sin hacer contacto visual. Y se lo agradezco, porque tengo la cara tan caliente que imagino que debo parecer un bombillo. 

—Oye... —insisto luego de tragar—. ¿Por qué nunca me has hablado de esas experiencias tuyas? Es decir, no conozco esa parte de ti. Tenía una idea distinta, ya que habías dicho que no eras de novias...

—No soy de novias pero una cosa no tiene nada que ver con la otra. Y si no te he hablado al respecto es por la misma razón por la que no te he preguntado por tus experiencias antes de mí: porque no importan.

—O porque no te interesa.

—Oh, créeme, si no me interesara no me molestara en lo absoluto tu cercanía a... tu ex.

Bien, en definitiva no quiero hablar de Soto, así que entiendo el mensaje: no me contará nada más sin pedirme información a cambio.

—De acuerdo. Nada de hablar del pasado. Entonces... Hablemos de María. ¿Qué hace aquí?

—Está pasando por un mal momento y Veronika la ayuda. —Se encoge de hombros, como si no me estuviera diciendo que su hermana asesina está peligrosamente cerca de una persona a la que consideré mi amiga por meses—. Es todo lo que sé.

—Va a matarla —concluyo.

—Si fuese así, María tendría que dar su consentimiento.

—Cosa que no pienso permitir...

—No. Ni se te ocurra contarle absolutamente nada, ¿okay?

—Pero yo...

—Nazareth, escúchame bien: si desvelas nuestro secreto, te jodes. Con mi padre y con todos. No puedes decirle nada sobre Veronika. No la verdad. Busca otra manera de alejarlas.

—¿Por qué no lo haces tú? Habla con tu hermana, pídele que se aleje.

Axer se ríe.

—Ya le quité un espécimen, generando casi una guerra civil, y ahora que se están calmando las aguas... ¿quieres que le quite el nuevo?

—Tienes que hacer algo, por favor. Si a María le pasa algo...

—Hablaré con ella. Pero solo para saber qué pretende. No puedo persuadirla de nada y no lo voy a intentar.

—Bien, pues cuéntame cuando hayan hablado.

El silencio pasa a volverse tenso, después de mucho rato volvemos a subirle el volumen al televisor y a prestarle atención a la serie. De vez en cuando damos algunos tragos al champán, pero nada más.

Hasta que el atraco llega a su fin.

Estamos tan eufóricos junto a los personajes que se nos olvida la conversación pasada. Yo salto y grito. Estoy tan mareada que el salón y el televisor dan vueltas como flashes a mi alrededor aunque se supone que estoy parada en un mismo sitio.

Axer se levanta detrás de mí, al principio creo que para festejar conmigo pero enseguida entiendo que se ha lanzado a atraparme, sus brazos en mi espalda un segundo antes de que tocara el suelo, mis tacones doblados y la copa volando en el aire, derramando el champán burbujeante sobre nosotros.

Me siento avergonzada pero él no parece molesto, solo contiene una sonrisa.

Con su rostro tan cerca del mío, solo hay una cosa que se me ocurre decirle...

—No me gustan los caballos.

Tal vez tomándome por loca, pone los ojos en blanco y me carga con la facilidad que se levanta una bolsa de harina. Camina unos pasos antes de tirarme de nuevo en mi puff.

—Los caballos me confunden —añado.

—Te felicito, Schrödinger —dice, recogiendo los vidrios de la copa que acabo de partir.

—Es que son tan... raros. ¿Por qué tienen que mover en L?

Se detiene, sus manos a medio camino de alcanzar otro pedazo de cristal, sus cejas arqueadas, sus ojos fijos en mí.

Es tan sexy...

Espero no estar babeando.

—¿Hablas de los caballos de ajedrez? —pregunta.

—¿Y de qué más, Freeeey? Concéntrate.

—Ajá.

Reanuda su limpieza, luciendo más digno y atractivo que ningún otro hombre recogiendo un desastre.

—Es que cuando hago una jugada —explico—, siempre veo tarde que con el caballo pude haber hecho una mejor. O... Cuando mi oponente tiene una posible jugada ofensiva, nunca las logro prever si son con los estúpidos caballos.

—¿Quién lo diría, Schrödinger? —Se levanta para dejar los vidrios en una de las repisas llenas de adornos—. Eres una chica de torres: para adelante y para atrás, sin sorpresas.

—Tampoco. Me gusta jugar con la dama. Las damas son como la representación de Bad Bunny en el ajedrez. —Axer me escruta, visiblemente perdido, con una ceja arqueada—. Hacen lo que les da la gana, duh.

—Yo odio jugar con la dama —dice él al sentarse en el puff junto al mío.

—¡¿Por qué?! ¿Odias ganar?

—Pues, precisamente porque odio perder es que me rehúso a usarla. Perder la dama... —Niega con la cabeza, en sus labios una sonrisa radiante. Está cómodo en esta conversación y no puede ocultarlo. No quiere hacerlo—. Más vale darse por vencido. Prefiero guardarla como un arma secreta. Creo que la protejo más a ella que al rey en todo el juego.

—Aww, eres tan cursi... ¿Las personas saben que eres humano?

Extiendo mi mano a su cara con intensión de apretar sus mejillas pero él se echa ligeramente hacia atrás, mirando mis dedos como si estuviesen llenos de tierra.

Pero no me inmuto, estoy de muy buen humor.

—¿Saben los demás que detrás de ese mentón marcado, pómulos definidos y... esos ojos de villano sexy... hay un hombre excéntrico que le dedica metáforas de ajedrez a su novia falsa casi borracha?

—Las personas me caen mal, así que no tengo ni la más sukin syn idea de lo que saben ni lo que piensan.

Amargadoooo.

En lugar de responder a mi insulto, mi querido Frey se levanta y busca otro par de copas para llenarlas de champán. Parado a unos pasos de distancia de mí, me tiende una de las copas, llena hasta la mitad.

—Ten.

—¿Quejesto?

—Lo que has estado tragando toda la noche.

—Sí, sí, pero, ¿por qué me lo das?

—Porque quiero brindar con mi novia. ¿Tienes algún problema con eso?

—Tú me puedes dar un porro de crispi y yo me lo mastico sin preguntar, pero... ¿Por qué? ¿Qué motivo hay para brindar?

—Por los caballos y las damas, por hacernos los juegos más difíciles, porque eso es lo que los hace divertidos.

—Tú, Axer Frey, eres definitivamente el hombre más raro que conozco. Y eso no lo digo porque esté borracha.

Me levanto, en mi mente desfilo derecha hacia él y choco nuestras copas con elegancia, pero mi elegancia parece estar desmedida, puesto que escucho el estallido del cristal segundos antes de ver los fragmentos y los chorros salpicar en todas direcciones.

La mano de Axer me estabiliza cuando doy un paso atrás, y, contra todo pronóstico, él comienza a reírse conmigo. Es una genuina carcajada que espero que el alcohol no pueda borrar de mi memoria, porque quiero llevármela hasta el altar.

Nos dejamos caer en los puff, juntos. Yo estoy encima de su brazo mientras su mano libre me aparta el cabello húmedo de la cara.

Creo que estamos en el cielo. Imagino que sí, porque veo tres Axers borrosos y muchas estrellitas. O tal vez son los bombillos difuminados por el mareo...

—Es porque quiero —escucho que dice, pero no proceso. Mi cerebro está en cámara lenta.

—¿Perdón?

—Me preguntaste por qué actúo así aunque me estás forzando a esto. Y es exactamente por eso: porque quiero. Independientemente de todo, eres y siempre serás mi primera novia. Eso es significativo, aunque no parezca. Lo que más temía al tenerte cerca era perder el control, y cuando tú me quitaste eso... contigo quitándomelo todos los días... Te aborrezco, es verdad, pero no puedo evitar sentir... —Siento sus manos acariciar mi rostro y cierro los ojos. No entiendo nada de lo que está diciendo, tengo demasiado sueño. Creo que sonrío, es que todo me da risa—... cierta libertad. Porque ya lo he perdido todo. De aquí en adelante, todo es ganar. Y decidí que quiero vivir esto «en serio» contigo. Aunque haya empezado de manera controversial, aunque sea efímero y su sentencia esté firmada. Quiero ser tu novio estos seis meses, Nazareth. Con todo lo que eso implica.

Tendré que pedirle en otro momento que me repita lo que dijo, pues creo que me quedé dormida a la mitad.

Nota:

Momento para qué me cuenten qué les pareció el capítulo punto por punto. ¿Cuál fue su parte favorita?

Confirmen si son más team Sinaxer que ayer pero menos que mañana, o soy solo yo.

Este capítulo se alargó más de lo que imaginaba así que tuve que dividirlo, pero la estancia de Sina en la casa de los Frey todavía no acaba 😈🔥

Confirmen si todos gozamos con Sina borracha jajaja.

¿Ustedes qué dicen? ¿Sina debería acompañar a Frey al viaje a Mérida?

¿Ya se esperaban que Axer haya estado con otrxs o no habían pensado en eso?

¿Qué piensan de las cosas que le dijo Axer a Sinaí y que ella mañana no vaya acordarse?

Iba a decir que esta capítulo está en mi top de favoritos, pero todo este segundo libro es tan Sinaxer que todas las escenas son mis favs jajaja

Díganme qué piensan del regalo de Sinaí.
Nota importante: Sé que en la versión que está aquí en Wattpad Axer se llama Princeofhell en Wattbook, pero en la edición corregida que saldrá en físico ese detalle cambia y su usuario es RedDragon por los motivos que explica arriba Sinaí.

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