46: Veronika Frey
Veronika
Veronika era letal, inflamable y adictiva.
Una Frey volátil.
Le faltaba la frialdad de sus hermanos menores, la serenidad con la que podían sentarse a planificar cada desplace de una pieza a través del tablero incluso sintiéndose acorralado por el bando enemigo.
Ella no era de las que meditaba cómo voltear el juego a su favor, era de las que quemaba el tablero.
Toda su documentación de meses quedó destruida en un arranque de cólera. Alas de papel disminuidas a añicos desperdigados por el suelo, contando en fragmentos la historia de una persecución ilícita tras las sombras.
Los restos de las fotos y la documentación eran de toda clase de cosas, cada una más insólita que la anterior.
Su presa en la maternidad, vestida con un conjunto rosa tejido, con el pez cristiano bordado en el pecho y un versículo bíblico al pie de la foto.
De niña, cuando le pusieron sus frenillos por primera vez, con un helado en la mano y los ojos llenos de lágrimas porque no podía comer nada sólido.
En el consultorio, a sus doce años.
Una foto captada por un oficial a las afueras de su casa, luego de que acudieran a su llamado de emergencia por la crisis con su padre.
Ella con sus lentes ovalados que no le favorecían, su cabello castaño sin brillo en una coleta que le recordaba a la cola de una ardilla rabiosa, vestida sin preocupación, ocultando sus mejores atributos. Había sido captada a través de la ventana de la dirección del nuevo colegio, el día que fue con su madre a inscribirse a su último año de liceo.
En su cuarto releyendo Harry Potter o comiendo Doritos, cuando dejaba la cortina abierta, como si quisiera darle una oportunidad a Veronika. Como si ella la necesitara, como si no tuviera otros medios de acceder a su intimidad.
En la parada de autobús, una foto de su rostro captada por la pantalla de su celular monitoreado mientras leía la novela del hermano de Vero.
Y como esas, habían cientos.
Diplomas.
Registros médicos.
Recibos de compra.
Envoltorios robados de la papelera de su habitación.
Ropa íntima.
Cabellos.
Accesorios supuestamente perdidos.
Vasos y platos desechables, rescatados de mesas de restaurantes baratos.
Cepillos, de dientes y de cabello.
Historiales de navegación impresos.
Lista de pornos favoritos.
Gráficas de colores en su guardarropa.
Árbol genealógico.
Captures impresos de su biblioteca virtual, tanto en PDF como en Wattbook.
Ránking de sus libros favoritos y más odiados, copias de sus reseñas de aquellos en su top de odiados y amados.
Celulares viejos.
Copias de su tarjeta SD.
Análisis e investigación exhaustiva sobre todos sus amores platónicos y mejores amigos, organizados en carpetas de expedientes y archivados en orden alfabético.
Todo desperdiciado, revuelto en el piso junto a una bolsa de basura que algún día rellenaría con los restos de su proyecto.
El fósforo en su mano; el combustible en su cartera. Ese día Veronika terminaría con cada retazo de su enfermiza obsesión.
—Me han mencionado que tienes nueva víctima.
Su padre tenía un timbre grueso y áspero en su voz, el ruso en definitiva era el idioma de su alma. Hablaba con la profundidad de un abismo, a pesar de que sus palabras siempre eran tan pacientes y serenas, las usuales en un jefe comprensivo.
Veronika se giró, sorprendida de conseguirlo en casa, a la puerta de su habitación. Habría jurado que estaba sola con el personal del servicio. Aleksis estaba en un curso intensivo a esas horas, y su otro hermano estaría preparando la caja para su gato.
El señor Viktor Dmitrievich Frey tenía el par de ojos grises más claros de toda la familia. Su mentón anguloso y sus pómulos cincelados por las diestras manos de un artista griego eran la explicación perfecta al atractivo de su descendencia. Sus cejas castañas tenían el arco perfecto para imponer respeto en un solo gesto, y su barba, cuidada hasta el último vello rubio, estaba definida por la hojilla de algún experto.
Como era predecible en un hombre como él, siempre iba de trajes lujosos, con sus corbatas perforadas por la F de su apellido; o con las prendas de un cirujano y la bata del laboratorio. Menos en casa, donde andaba con despreocupación en pantuflas, en la mano un vaso de Vodka que había estado compartiendo con su esposa, un pantalón blanco holgado y una franela manga corta negra, exhibiendo la musculatura de sus brazos.
—¿Te lo dijo Vik? —respondió Vero al fin.
—¿Me mintió?
—Ni siquiera recuerdo cómo caí en eso. Había bebido demasiado alcohol. La chica no volverá a saber de mí.
—¿Y tú de ella? —inquirió el padre con una ceja arqueada.
—Te equivocas si crees que la voy a perseguir.
—Solo quiero entender, Vikky, quiero entender qué se supone que estás haciendo.
Al final de sus palabras, señaló todo el desastre de papeles desperdigado con odio por toda la habitación. Veronika reaccionó acuclillándose para empezar a levantar la basura e introducirla en la bolsa.
—Cierro ciclos —explicó Veronika con indiferencia.
—Te rindes.
Su padre jamás la había castigo, nunca le pegó, ni le prohibió cosas para enseñarle lecciones de buena conducta. Habría preferido todo eso a aquellas palabras.
—No me rindo, mi proyecto sigue en curso.
—Con un espécimen que te regaló tu hermano menor. Dime, honestamente, si de verdad has llegado a creer que con algo así podrías llegar a impresionarme.
—Yo...
—Me hice demasiadas expectativas contigo —cortó su padre.
Veronika siguió revolviendo el papel en el suelo, intentando ignorar el latigazo que acababa de recibir.
Su padre solo admitía su orgullo por ella cuando quería hacer énfasis en cómo lo había estropeado.
—Sé cuándo desechar lo inservible —dijo ella—. No tenía oportunidad ahí, no valía la pena seguir intentando.
—Sigues dándome la razón. Habría preferido que perdieras como una Frey a que te rindieras como una Ross.
La mano de Veronika vaciló entre el suelo y la bolsa de basura, con un puñado de papel hecho añicos entre sus manos. En su pecho, una hoja de fuego empezó a atravesarla, se abría paso entre sus costillas, desde su espalda. Su padre acababa a apuñarla a traición.
Siempre había sido su favorita, ahora era su decepción.
—Estarás orgulloso de Vik entonces, ¿no?
El señor Viktor Frey cruzó sus fuertes brazos y frunció su ceño, taladrando a su hija con una mirada dura e impenetrable.
—¿Orgullo? ¿Después de todos sus deslices? Lo estaría, si me demostrara que sus impulsos van aunados a la ambición, y no a sus caprichos. Sin embargo, ahora eso ya no importa. No puedo condecorar a nadie cuyos logros se deban a la falta de competencia. Él no está consiguiendo nada, tú lo estás dejando ganar.
—¿Qué quieres que haga, padre? Ya tengo en que centrar mis esfuerzos. Sería inmaduro de mi parte seguir con mis saboteos infantiles, hasta ahora no han dado más resultados que el odio del espécimen porque malinterpreta mis motivos para alejarla de Vik.
—Infantiles, Vikky. Tú lo has dicho. Te estás comportando como una niña. Si quieres mi aprobación, demuéstrame que puedes resolver estas situaciones como una Frey: en el tablero.
»Conoces hasta la más insólitas de las jugadas, las aperturas y los movimientos del ajedrez, pero te falta paciencia para ver caer las piezas. Quieres destruir el tablero a la mitad, y siento que es mi culpa. No te he dejado lo suficientemente claro que nada, ni el fuego, ni los escombros, sabe tan bien como un jaque mate.
Veronika tragó en seco.
—No plantes ideas en mi cabeza que luego no podrás contener, padre.
—Pásame tu tablero.
Veronika se sentó en la cama, sacando de su mesita de noche un tablero portátil de cristal verdoso con piezas de vidrio pequeñas y pesadas; las transparentes simulando ser las blancas, y las de vidrio violáceo simulando las negras.
Las acomodó todas en sus posiciones, dejando el tablero a su lado para que quedara en medio de ella y su padre cuando este acabara de sentarse en el colchón, con sus pantuflas pisando los recuerdos de su delito.
El señor Frey acomodó todas las piezas a mitad de una jugada con las negras acorraladas, a tres pasos de un mate, y habiendo perdido varias piezas vitales a excepción de la dama.
—¿Qué ves ahí? —preguntó el padre a su hija.
—Veo que se va a pendrer todo en un movimiento.
—¿A favor de quién?
—De las blancas, claro.
—¿Y el rey?
—Protegido —respondió ella sin vacilar—, imposible de alcanzar. Si una estrategia le falla, al menos dos más tiene de respaldo. Ganará, sin duda.
—¿Quién es el rey aquí, Vikky?
—Mi hermano.
—¿Qué hermano?
—Axer, por supuesto. Ivan y Dominik están totalmente fuera de esto, y a Aleksis le falta mucho para estar a nuestro nivel.
—Esa es tu percepción. De acuerdo, continuemos. ¿Qué ves en el rey en este tablero?
—Que va a ganar.
—¿Ninguna jugada podría cambiar eso?
—Tendría que ser muy estúpido el rey, o muy poco consciente de su inminente victoria. Vik no es así.
—Sigues pensando en el juego como blancos y negros, hija mía, y te expresas muy mal. La victoria de los blancos es inminente, pero la del rey se puede evitar.
—Me estás diciendo que...
—El rey está protegido, pero no es el único en el tablero. Los peones, los caballos y las torres también pueden jugar. ¿Y qué pasaría si...?
El señor Frey intercambió las posiciones del rey, ya que no había piezas de por medio que interrumpieran el enroque.
—La torre y el rey intercambian de lugar. Obligas al rey a cambiar de estrategia, y te posicionas a ti como la cabeza del juego. En un movimiento, pondrías al rey negro en jaque, y la única posibilidad de defenderlo...
—Sería sacrificando a la dama negra.
—Tú puedes dominar este juego. Solo tienes que recordar la lección que acabo de darte. Nadie tiene una victoria segura, no cuando basta esta en la protección y cooperación de otros. Deja de cooperar y vuélvete la cabeza del juego.
El señor Frey movió las piezas, poniendo al rey en jaque, obligando a la dama negra a defenderlo, permitiendo así que la torre la eliminara, dejando el juego casi perdido para el equipo rival.
—Juega como una Frey, Vikky, o ni se te ocurra jugar a nada.
Una de las cejas de Veronika se arqueó, enmarcando una mirada que ocultaba llamas tras de ella. De sus labios, una de las comisuras se curvó hacia arriba, aprobando el desafío.
—¿Serás capaz? —presionó su padre.
—Tú lo sabes, por eso me instas a salir del margen al que yo misma me recluí. —Ella tomó la liga de cabello en su muñeca y comenzó a recoger su corta cortina rubia en una cola rápida—. Me convertiré en la fobia de las blancas, y el declive de las negras. The queen's Gambith.
Pues... Les advierto que este juego se está torciendo bastante. A partir de aquí, los siguientes capítulos son GIRO tras GIRO. Así que agárrense, porque hemos subido bastante y lo que se viene es caída libre en esta montaña rusa. ¿No mueren por leer lo que viene?
Este capítulo es una sorpresa para celebrar por todos los que me han ido a apoyar a Booknet. Estoy intentando hacerme autora comercial por allá, así que agradecería a cualquiera que me siga, vote y comente en mis historias por allá. Si me siguen apoyando les juro que les actualizo Nerd como si no hubiese un mañana.
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