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38: ¿Quién dijo amigos?

Soto

Media hora más tarde, Sinaí Nazareth Ferreira se bajaba del taxi con una minifalda negra que hasta el viento podría levantar, un suéter gris con corte por encima del ombligo y unos botines negros de correas gruesas.
Estaba lista para tocar el timbre de la casa de su amigo.

Cuando este le abrió la puerta, tenía el cabello más rizado que nunca, largo como si llevara semanas posponiendo el corte, y alborotado como si se acabara de levantar. Llevaba una camisa negra llena de pelusas, y sus únicos accesorios eran los tatuajes de sus brazos descubiertos.

Sinaí tuve que repetirse varias veces eso de que los Sotos son amigos y no comida antes de creérselo.

—Bueno, Monte, ¿vas a pasar o necesitas una invitación por escrito?

—Aahhh... ehhh... Claro, claro.

La chica entró y se dejó dirigir por Soto a una mesa donde estaban servidos dos platos de arroz con pollo, ensalada rallada con mayonesa y algunas piezas de tajada. Junto a estos platos habían unos deliciosos vasos de Fructus, que podría definirse como un jugo hecho a raíz de un polvo químico que venden en cualquier bodega venezolana.

—Qué elegancia la de Francia, Soto Margarito —silbó Sinaí.

—Si quieres prendo una velita, pero mi mamá me va a joder porque es la que están guardando para mi cumpleaños.

Sinaí rio y negó con la cabeza.

—Misión abortada, no quiero ver cómo tu mamá te jode en mi primera visita.

—¿O sea que piensas seguir viniendo? —interrogó el muchacho con picardía.

Sina prefirió callarse la boca metiéndose una cuchara de arroz gigante a ella.

De ese modo, cesó la conversación y comenzó el almuerzo silencioso de ambos.

Después de comer, los dos se encerraron en el cuarto a petición de Soto para jugar a GTA.

—¿Y María? —preguntó Sinaí al fin.

—Se fue un segundo antes de que tú llegaras por un compromiso repentino, nada sospechoso y en definitiva imposible de posponer.

—¿Nos quiso dejar solos, verdad?

—Pues claro. Pero no te preocupes, estás a salvo. Ya comí.

Riéndose, la chica se sentó en el suelo frente al televisor, recostando su espalda de la cama, y dejó que su amigo se posicionara junto a ella.

—Ten —dijo él ofreciéndole un control—. Tú juegas con ese, la palanca se le está jodiendo y me estresa.

—Ah, claro, dale a la visita el control jodido.

—Agradece que te estoy dejando tocarlo.

Sinaí rodó los ojos y empezó ella a jugar.

En veinte minutos de juego, Sinaí había robado una bicicleta, asaltado a una anciana, masacrado a una docena de civiles, huido de la policía y entrada a un bar de prostitutas.

—Monte, no sé si lo sepas, pero la ide es que sigas el mapa y cumplas misiones.

—Las misiones son para los que cumplen las reglas, eso no sería muy rockstar de mi parte.

Soto, con una vena en la frente palpitando al ver cómo su amiga destrozaba su Bugatti chocando con todos los postes que se le atravesaban, casi como si tuviese un imán que la llevara directo hacia ellos, se levantó y fue a la cocina por otro vaso de Fructus.

Cuando entró al cuarto de nuevo, decidió que ya había pasado demasiado tiempo aguantándose y le soltó a Sinaí lo que había estado queriendo decirle desde que llegó.

—¿Sabes? Si no te digo esto, exploto. —Se sentó de nuevo en el suelo mientras su amiga ponía en pausa el juego—. Pudiste haberme dicho que no querías que llamara a tu teléfono principal porque existía la posibilidad de que Axer viera mi llamada.

Sinaí abrió los ojos con desmesura, anonadada y llena de preguntas. ¿A caso su amigo sabía que Axer tenía hackeado su teléfono? ¿Cómo era posible?

—Yo... ¿cómo...?

—Tranquila, en serio, pero la próxima es mejor que me aclares esas cosas, imagina la pena que pasé cuando me contestó. No sabía qué decirle porque no había forma de saber qué tanto le has contado de... Eso.

—Espera... ¿Cuándo...? ¿Cuándo hablaste con él? ¿De qué hablaron? Yo... Espera, espera... Te refieres a él como si estuviéramos en una relación o algo así. No tengo que contarle nada, ni darle explicaciones de eso porque no pasa nada entre él y yo. ¿Está bien?

—Si tú lo dices... —Soto se encogió de hombros y tomó su propio control, configurando para empezar a jugar él—. En todo caso no tienes que darle explicaciones de eso porque de todos modos tampoco pasa nada entre nosotros.

Sinaí, cansada de las evasivas de su amigo, le puso una mano encima de la que el chico usaba para sostener el control y se lo arrancó, ocasionando que él la mirara como si le acabara de pegar.

—¡Hey!

—No te soporto cuando eres odioso, Jesús Alejandro.

—Yo no te soporto nunca, así que me imagino que estamos a mano.

—Eso no me decías en mi cuarto.

—Tenía como seis meses sin tocar ni a Manuela, no puedes culparme por un momento de vulnerabilidad como ese.

Sina alzó una de sus cejas, inquisitiva. No dijo nada, aceptó el desafío en silencio. Ya tenía práctica en otros retos, al parecer les estaba agarrando gusto.

Soto siguió jugando mientras Sina observaba. A mitad de una misión en el juego, la chica puso una mano un poco por encima de la rodilla de su amigo, quien, a pesar de que el contacto era a través de la tela, contuvo la respiración por unos segundos.

Ella lo hizo sin mirarlo, con indiferencia, como si no se diera cuenta de que ese en definitiva no era el piso.

Soto paró el juego por un momento mientras observaba a su invitada, aguardaba a cualquier reacción de su parte, pero ella seguía inocente a todo con la vista en la pantalla. Así, él decidió que no había nada de malo en copiar sus trucos.

Pasó un brazo por la cintura de Sinaí arrastrándola más cerca de él hasta que el costado de ella estuvo pegado a su cuerpo; luego regresó ambas manos al control y su vista a la pantalla con la misma tranquilidad que ella había fingido.

—¿Yo puedo jugar? —preguntó Sina, cómoda en el abrazo sorpresa, con su cabeza recostada del hombro de su amigo y sus dedos moviéndose sobre la tela del pantalón para hacer todavía más difícil que él ignorara ese contacto.

—No, no te vuelvo a dejar jugar GTA, me estresa verte conducir por la acera.

—¡Es que por ahí hay más gente!

—Eres una psicópata, Sinaí, ¿estás consciente de ello?

Lo que la chica dijo a continuación, Soto fue incapaz de escucharlo. Estaba demasiado distraído intentando recordar cómo respirar mientras los dedos curiosos de su amiga iban cada vez más arriba por su muslo.

—Para —susurró él, mucho más afectado de lo que pretendía escucharse.

—¿Por qué? —cuestionó Sinaí con la maldad vibrando en su voz—. ¿Es que temes sucumbir a la vulnerabilidad que te atacó cuando estábamos en mi cuarto?

—En serio, Sina, deja la mano quieta.

—Okay.

Pero como Soto no había especificado nada sobre las piernas, la chica obediente dejó de jugar en su muslo con sus dedos para sentarse con lentitud en su regazo de espaldas al televisor.

Soto fue terriblemente consciente de lo corta que era la falda de su amiga al ver sus piernas desnudas a ambos lados de su cuerpo. La piel se notaba tersa, pálida y suave, tuvo que tragar grueso para vencer la batalla contra el deseo de poner sus manos sobre ellas.

Y todavía le quedaban muchas luchas pendientes por librar, porque tenía el pecho de su amiga pegado al suyo, haciendo difícil que no se imaginara debajo de la tela del suéter los senos que alguna vez había besado y lamido.

Los brazos de ella estaban alrededor de su cuello como una trampa, y esa cercanía impregnaba al chico de la fragancia de coco que emanaba el cabello azulado de su amiga.

Y lo peor no era eso, lo peor era la panti ella presionando sobre la dureza oculta en su pantalón que crecía con cada segundo de aquel peligroso contacto.

Y ella lo estaba sintiendo, sin duda, porque esa maldita sonrisa de victoria no podía significar otra cosa.

Hasta tragar le dolía a Soto teniéndola  así.

—Sina, mi mamá puede entrar.

—Yo solo quiero ver tus tatuajes de cerca, ¿eso está mal?

Ella puso su mejor intento de una carita inocente, logrando que Soto se mordiera los labios y negara con la cabeza.

—Ni sueñes que me voy a quitar la camisa.

—¿Y quién te ha dicho que eso hace falta?

Soto ya se sentía descalificado del juego, inútil e indefenso. Se le acababan los pretextos, y las ganas de conseguirlos; mientras, su amiga deslizaba las manos por el interior de la camisa de él, leyendo su piel con la punta de sus dedos, delineando el borde de los tatuajes como si quisiera aprenderlos de memoria, acercándose a su cuello para no perderse la confidencia de su respiración atribulada.

Él se sentía torturado por la abstinencia, consciente como nunca del hambre que tenía. Con lentitud, acercó sus manos a las piernas de su amiga y las deslizó por toda piel de sus muslos mientras ella le rozaba la piel del cuello con los labios. Siguió subiendo, lento, lo suficiente para lamentarse por su debilidad y deleitarse con el modo en que ella se quedaba sin aliento.

Mientras introducía sus manos más allá de la línea de la falda, Sina movió sus caderas, presionando con más fuerza la erección de él, jadeando al sentir lo duro que estaba contra su ropa interior.

Ella fue subiendo por la piel del cuello de él, dejando besos furtivos y jadeos robados por el movimiento de su cadera, y entonces Soto supo que no podría más.

En consecuencia a su desespero, cuando sus manos estuvieron bien aferradas a los muslos de Sina, se levantó, cargándola, y la arrojó a su cama como un saco de ropa sucia.

Seguía firme en su terquedad, reacio a caer en la tentación.

—¡¿Qué coño acabas de hacer?!

—Lo siento, Monte. Somos amigos.

Sinaí comenzó a arreglarse el pelo alborotado mientras se sentaba. No era esa la forma precisa en la que había imaginado acabar en la cama de Soto.

—Tú no me ves como una amiga, Soto. No finjas.

—Tienes razón —admitió él metiendo sus manos en los bolsillos de su pantalón—. No somos amigos, pero eres mi compañera de clases, y te llevas muy bien con María. Podría ser el camino a una muy linda amistad, y esta es justo la manera infalible de cagarla.

—Repito que eso no me decías en mi cuarto.

—Olvida eso, en serio.

—¡¿Cómo coño se olvida algo así?!

—De la manera en que yo lo hice, tal vez.

Por el silencio que se extendió en la habitación y la pesadez del mismo, casi podría creerse que el chico acababa de propinarle a su amiga una patada en un seno. Por la cara de ella, también podría interpretarse así.

—Amigos, ¿no? —preguntó ella con una falsa sonrisa.

—Seep.

—Solo me ves como una amiga.

—Coño, que sí.

—Y solo quieres que seamos amigos y nada más —corroboró ella.

—¿Yes?

—De acuerdo, entonces seamos los putos mejores amigos del puto mundo. Compartamos ropa, hagamos pijamadas, hagamos galletas juntos y nos podemos maquillar si quieres. ¿Te parece?

—¿Por qué siento que me estás mentando la madre en alguna parte de esa oración?

—No, nada que ver, solo quiero tener las cosas claras. ¿Es ese el tipo de confianza que quieres que tengamos?

—Eehhh... Sí, supongo.

—Bien, espérame aquí, amigo. Hay una opinión tuya que necesito.

Sinaí entró al baño. Pasó un momento breve dentro, en ese tiempo Soto estaba rascándose la cabeza sin saber a qué atenerse. Su amiga no estaba muy perfecta de la cabeza, así que cualquier cosa se le pudo haber ocurrido.

Cuando la chica salió, tenía el teléfono encendido en la mano y de su torso había desaparecido el suéter que antes la cubría. Solo su sostén de encaje negro ocultaba sus pechos, a medias, porque su circunferencia y volumen se adivinaba a la perfección con esa pieza puesta.

—Ten —dijo ella entregándole el teléfono.

A Soto casi se le cae la mandíbula al suelo cuando vio la foto en la pantalla. Era un nude improvisado de ella en el baño. Estaba posando frente al espejo, sin el suéter y con la falda subida de un lado para que se le notara el hilo que tenía puesto debajo.

—¿Crees que puedas vender esa foto, amigo? —interrogó ella con inocencia actuada.

—No. No puedo. Tendré que tomarte otra mejor.

A la mierda todo. Si Sinaí quería hacer las cosas así, Soto le daría el gusto. Pero el hecho de que estuviera dispuesto a participar no significaba que quisiera ponérselo fácil.

Se acercó a ella y la tomó por la cintura para arrojarla a la cama.

—¿Qué haces? —preguntó ella riendo, pero a Soto se le había acabado la diversión.

Con sus brazos, manipuló el cuerpo de ella hasta tenerla de espalda, luego hurgó en la intimidad de su falda hasta rozar la tela de su panti y aferrarse a ella.

Se la quitó, deslizándola hacia abajo por todo el largo de sus tentadoras piernas, y entonces la obligó a flexionar las rodillas hasta levantarle el culo, dejando su pecho todavía pegado a la cama.

Le tomó los brazos, sintiendo que la risa complacida de su amiga era combustible a su enajenación, y los dobló en su espalda para amarrarle las muñecas con la ropa interior que acababa de quitarle.

—Soto...

—Calla.

—Como ordenes, amigo.

Él levantó la falda hasta dejarla a la mitad de los glúteos de la chica. Solo iba a hacer eso, un paso necesario para preparar el encuadre de la fotografía que había ideado en su cabezaz, pero una vez estuvo expuesto a esa visión privilegiada, comprendió que había sobreestimado su autocontrol.

Pasó sus manos por su piel expuesta, sintiendo la delicia de su suavidad, deslizándose por su circunferencia, consciente de que ella había dejado de reír y que para ambos el chiste había terminado.

Se acercó más, porque más era lo que quería, y pasó la lengua desde la mitad de la pierna de la chica, pasando por toda la tierna piel de su culo, deteniéndose solo para morder y apretar a su antojo mientras su amiga mordía la almohada para que sus gemidos no alertaran a la dueña de la casa.

Con la boca todavía distraída, él llevó una mano más abajo, más entre las piernas, donde sabía que no había ningún obstáculo porque él mismo lo había quitado, atándolo a las muñecas de su amiga.

No tardó en alcanzar la zona que lo intrigaba, hirviendo contra la piel de sus dedos. Con solo ese roce, Sina tuvo que morder más fuerte la almohada. Las ganas de gritar le arañaban la garganta.

Cuando el chico alcanzó la entrada al cuerpo de Sinaí, sus dedos casi se hundieron a su interior sin que él tuviese que hacer nada, fue recibido sin trabas en una húmeda bienvenida, y en medio de ese acto prohibido, ambos emitieron sonidos de desconcertante placer.

—¿Cómo puedes llamarme amiga cuando sabes que te mueres por mojarme? —susurró ella, complacida por el movimiento de los dedos de él.

—No es precisamente «mojarte» por lo que me muero —musitó él—. Simplemente lo acepto halagado.

—Vaya, qué buen amigo eres, Soto.

—Cállate.

Un gemido escapó de Sinaí sin filtro, no hubo tiempo a que ninguna almohada lo silenciara ya que ella no esperaba la sorpresa que los dedos de Soto tenían para ella.

—Sina, haz silencio. Cuando gimes así me sobrepasan las ganas de comerte.

—Dijiste que no tenía nada que temer, que ya habías comido.

—Sí, pero a ti no —confesó él sacando los dedos del interior de ella.

No podía perder la sonrisa, no cuando ella estaba tan empapada por él. Necesitaba volver a su interior, pero no precisamente con sus dedos.

Sinaí se volteó hasta quedar arrodillada en el colchón de frente a Soto, todavía con las manos atadas a su espalda.

—¿Se te ocurre algún otro juego que refuerce nuestra amistad?

—Se me ocurren muchas cosas, pero ninguna puedo pronunciar sin temor a ganarme un boleto directo al infierno.

—Dímelas, y llévame contigo.

Sinaí desató sus muñecas con un par de forcejeos, gateó en el colchón para acercarse a su amigo, quien de pie junto a ella temía y deseaba en porciones iguales lo que sea que se le estuviese ocurriendo. Ella lo abrazó por la cintura y recostó su rostro del cierre de su pantalón, sintiendo cómo la dureza de adentro presionaba contra su mejilla.

Metió las manos en los bolsillos del pantalón de él, hurgó entre las llaves y su teléfono, hasta conseguir el paquete cuadrado que le interesaba.

—Amigos, ¿eh? Pero ibas preparado para cualquier posibilidad.

Por supuesto, a Soto no le volvería a pasar lo de aquella primera vez. Sin embargo, su respuesta fue:

—¿Qué te hace pensar que no esperaba a alguien más?

—Pues... —Sinaí restregó la cara por toda la erección de Soto mientras este, maltratado y complacido a partes iguales, la agarraba por el pelo y respiraba sin control—. Esto.

—El diablo te tendría miedo, Sinaí.

—Pero tú... —Ella levantó su cara, elevándose lo suficiente para rodear a su amigo con sus brazos y mirarlo directo a los ojos. En medio del contacto visual, sus sonrisas maliciosas florecieron con sus bocas a nada de rozarse—. Tú, no. Tú quieres quemarte conmigo.

—Con todo el placer del mundo, amiga mía.

La curva de los labios de Sinaí se expandió tanto que Soto pudo ver sin problema cada adorno de los frenillos sobre sus dientes. Esas sonrisas robadas eran de las adicciones más sanas que el chico había adquirido.

Ella se abalanzó a besarlo, pero los dedos de él hicieron de muro contra sus labios húmedos de brillo escarchado, deteniéndola contra todo pronóstico.

—Pero no así —explicó él con un gesto travieso que le atravesaba el rostro.

—¿Cómo que no así?

—Mañana. Hay una fiesta de disfraces de unos universitarios, pero irá todo el mundo. Lleva a tu príncipe ruso y...

Él se aferró a ella, una mano en su cintura y la otra en su culo, pegándola a su cuerpo, restregando la pelvis de ella, cubierta solo por la tela de la falda, de la erección urgida de él.

—Si me besas delante de él..., si te atreves a hacerlo... Seré tu esclavo, Sinaí. Pero, hasta entonces... Mi consola y mis vasos de Fructus es todo lo que puedo ofrecerte.

—¿Así quieres jugar?

—Tú empezaste, y he comenzado a agarrarle gusto a tu manera de hacer las cosas; pero en todo juego hay una oportunidad para que tu adversario hago un movimiento, ¿o no?

Ella se mordió los labios con su cabeza ladeada. Si algo había desarrollado en las últimas semanas era una compulsiva negativa al fracaso. Sinaí Ferreira solía ser menos que la última opción, esa que nadie siquiera consideraba, pero había pasado a convertirse en la única rival contra la que cualquiera estaría encantado de perder.

—Acepto. Entonces... nos vemos mañana.

       Media hora más tarde, Sinaí repicaba a su segundo teléfono, aquel dinosaurio de teclas que había habilitado para mantenerse fuera del radar de Axer; el mismo que el día anterior había dejado "por accidente" en el primer cajón de la mesita de noche del chico del que se suponía debía huir.

No necesitaba el número telefónico de Axer, él necesitaba pensar mejores evasivas para librarse de la mente de ella.

—¿Sí? —contestó el ruso medio adormilado y confundido.

—¿Señor Frey? Llamo para confirmar su reservación de mañana en la caja de Schrödinger.

—¿Mi qué en dónde?

—Lo he estado pensando y... Si te intriga mi mente, sospecho que hay otras facetas de mí que pueden llegar a fascinarte.

—¿Schrödinger? —intentó corroborar él a través del sueño.

—Tuya, como siempre.

Sinaí lo escuchó reír y sintió que el cielo llovía solo para ella.

—Te dije que yo te buscaría —susurró él.

—¿Y? ¿Qué más da si te busco antes yo a ti? Ah, ya... Comprendo. Déjalo así.

—¿Qué es lo que supones que comprendes?

—Tu miedo, por supuesto.

—Pero... ¿miedo a qué?

—A mí. A que me conozcas y pueda gustarte.

El silencio fue el único trofeo que Sinaí necesitó para declararse vencedora de esa y todas las partidas venideras. Porque sí, él haría cualquier movida para intentar neutralizar el golpe de la chica, pero estas solo terminarían por darle a ella lo que buscaba desde un principio.

—Tú dime la hora y te paso buscando mañana con mi chófer.

Nota:
Yo no sé ustedes, pero yo le rezo a Sinaí. Pero ya, cuéntenme cómo quedaron con ese cierre de capítulo.

¿Qué tal la escena de Soto y Sina? ¿Qué tal el juego con Axer? ¿Qué piensan que va a pasar en esa fiesta? (Spoiler: de todo)

Por cierto, babys, ¿ven que sí subí el cap hoy mismo? Me sorprendieron con los comentarios. No los vuelvo a subestimar.

Pd: la bomba que viene ya está escrita, ustedes saben qué hacer 😈🔥

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