29: Yo también sé jugar
Este capítulo y mi alma a partir de ahora está fuertemente dedicado a Cecyygab2 por el webtoon que hizo de Nerd. Parte de este lo ven en la imagen de arriba. Estaré dejando una por capítulo a partir de ahora, pero si quieren verlo sin esperar a que actualice pueden ir a su Instagram o al mío.
Sinaí
—¿Qué te hizo? —interrogó María. Estábamos afuera del club, en el estacionamiento. Esperábamos a que su padre llegara a buscarnos, y mientras intentábamos evitar ser demasiado conscientes de que a nuestro alrededor había demasiada gente comiéndose, algunos a nada de quitarse la ropa e ir un paso más allá.
—No me...
Intenté hablar pero la cabeza me daba vueltas. Mi entorno de pronto era difuso y mis pasos erráticos. Era como estar dentro de una pecera llena de aceite que relentizaba mi universo. El alcohol hasta entonces no me había afectado, hasta ese punto, mismo en el que empecé a ser víctima del mareo y malestar que lo caracterizaban. Antes, todo había sido risas y subidones de alegría. Pude haber pasado la noche así, pero el mal trago con Julio lo torció todo.
—No me hizo nada —reafirmé tirándome de culo a la acera.
Mi amiga se lanzó a agarrarme, ayudándome para que me sentara mejor.
—¿Tienes algún ex?
Su pregunta me parecía demasiado surrealista. Tan confundida estuve al respecto que la dejé pasar, como si no hubiese sido conmigo, mientras ella apoyaba mi cabeza en su hombro y me acariciaba el cabello para tranquilizarme.
Al cabo de un rato, mi curiosidad pudo más que mi dignidad y le pregunté:
—¿Por qué preguntas?
—Porque si tienes un ex, preferiría que esta noche hubiese acabado contigo llorando por él en lugar de por lo que sea que te haya dicho Julio.
—No me... no me dijo nada —insistí arrastrando las palabras.
Intenté apartar mi cabeza de María, pero al enderezarme las luces a mi alrededor se mezclaron y sentí que el suelo debajo de mí se fundía en una amenaza de dejarme caer al vacío. Así que regresé mi cabeza al cobijo de mi amiga.
—Nadie llora así por nada —refutó ella, obstinada como nunca la había visto.
—Yo sí. Yo lloro por cualquier cosa, si me conocieras lo sabrías.
—En mi experiencia, el que llora por cualquier cosa no está llorando por lo que le está pasando al momento en que caen las lágrimas, sino por todo lo que hubo antes de eso.
—Yo...
—Puedes confiar en mí —atajó, apoyando su cabeza de lado sobre la mía, como si eso pudiera hacer menos humillante lo que estaba sucediendo para mí.
Estaba tan a la defensiva que prefería hacerle daño que dejar que todo el dolor se concentrara en mí.
—¿Tú confiaste en mí cuando te encontré discutiendo con el Turco?
María guardó un silencio amargo. Alcé la vista intentando no mover demasiado la cabeza y noté que tenía una evidente tensión en su mandíbula.
Mejor así. La prefería molesta que compasiva.
—Perdón por eso —dijo para mi completa sorpresa.
—No te disculpes, fui entrometida. Como tú lo eres ahora.
—Necesitaba ayuda, como tú ahora.
—Jódete, María —dije con mi voz apagada, a punto de quedarme dormida en su hombro.
—Al que voy a joder es a ese desgraciado como me entere que te hizo algo. ¿Te conté cómo conocí a Soto? Da unos palazos criminales, tendré que reclutarlo para...
Me enderecé de golpe. Todo mareo o sueño o signo de borrachera me abandonó como la llama de un fósforo sometida al aire de un ventilador.
—Ni se te ocurra contarle a Soto.
—¿Qué es lo que no le puedo contar? Si me dices que no pasó nada, ¿qué es lo que temes que le diga? ¿Qué te preocupa que descubra?
—Esto es personal, Betania. No le digas nada, ni lo menciones. Es en serio. Es mi decisión a quién le cuento.
—¿A quién le cuentas qué?
—¡Deja de joder! Quiero pasar lo que me queda de la noche en paz, aunque paz signifique quedar vomitando en medio de la carretera. No quiero hablar de Julio.
—¿Y de Jesús?
—¿Quién?
—Soto.
—¿Qué pasa con él?
—¿Te gusta?
No sabía si dar rienda suelta a la nerviosa y compulsiva que me tocaba la garganta, o si mirar a otro lado y cambiar de tema mencionando la belleza de un peatón random, o si contestar su pregunta, negando todo hasta la muerte.
Aunque... No había nada que negar, porque Soto no me gustaba.
Puse mi mejor intento de una expresión ofendida y estupefacta antes de llevar aquellos sentimientos a mis siguientes palabras.
—No sé de qué...
—Ajá, y yo me chupo el dedo.
María se cruzó de brazos de manera en que sus senos cobraron todavía más protagonismo sobre el escote de su camisa roja, y me miró con el ceño fruncido, los labios torcidos y una ceja arqueada.
Era muy buena con las miradas inquisidoras, para cuando tuviera hijos tendrían un máster en la materia y no le mentirían ni porque de su vientre saliera el nuevo Ted Bundy.
—Hoy andas conspiranoica, María —acusé, manteniendo mi postura y mi negación.
Todo ese tiempo había estado usando el hashtag incorrecto para definirme. No era de las de #hastaelmatrimonio, sino de #hastalahorca cuando de mentir se trataba.
—¿Te gusta o no? —insistió María sin darme tregua.
—¿Por qué preguntas?
—¿Por qué no respondes?
—No me gusta, ¿y a ti?
Si María estaba fingiendo el horror de su expresión repentina, tendrían que haberle dado un Oscar por su actuación.
—¿Te pica el culo, Sinaí? ¿Es por eso por lo que no quieres contarme?
—¿Contarte qué? Y, además, ¿por qué tendría que ser tan loca la idea? Ustedes son muy unidos y...
—Asco, ya para. —María hacía señas con sus manos y cabeza para que cerrara la boca—. Soto es el último platillo en mi cadena alimenticia, y mira que mi cadena es tan larga y amplia que incluso te podría incluir a ti, aunque muuuuy, muuuuuuy en el fondo. Es solo para que te hagas una idea de lo definitivamente irracional que es lo que acabas de decir.
—Bien. Pues lo mismo conmigo.
Ella rio con honestidad. No me creía ni una palabra. La odiaba por eso.
—No me jodas —añadió a su risa.
—¿Qué te hace pensar que me gusta?
—No sé, él es tan... él, pero tú reaccionas distinto a mí con eso. Él me hubiese dicho lo de ir a su casa a resolver mi molestia y le meto una patada en las bolas que la sentiría su abuelo. Sé reaccionar a sus bromas, tengo práctica. Pero tú... tú tiemblas. Te pones nerviosa, te muerdes los labios, lo evitas...
—En serio te has hecho un guión para esa película, eh.
—No me digas si no quieres, pero sé que hay algo más.
—¿Y no puede ser de él hacia mí? ¿No es posible que estés teniendo esta conversación con la persona equivocada?
—Él es así, Sina. Tú eres la que actúa distinto. O sea, no dudo que él te seguiría el juego si notara que tiene oportunidad, y de hecho creo que ya se está dando cuenta, y es eso lo que me preocupa.
Tragué en seco y evité el contacto visual al hacer mi siguiente pregunta.
—¿Te molesta la idea de que Soto quiera...?
—No te conozco, pero a él sí. Jesús Alejandro no muestra sus sentimientos, pero los tiene. Y a ti te parte Axer. Puedes comerte a todo el mundo si te provoca y no me interpondré, pero si le haces daño a Soto yo voy a ser la primera en cobrártelo, ¿de acuerdo? Solo te pido que le hables claro, sean cuales sean tus intenciones.
—Me haces sentir horrible, María.
—¿Por qué? Si según tú no hay nada ahí, mis palabras no deberían afectarte. Además, solo estoy siendo honesta. Soto mataría por sus amigos, y hasta ahora solo me ha tenido a mí. Solo quiero que pienses bien qué papel quieres jugar en su vida.
—En resumen...
—No juegues con él.
—¿Me lo puedo comer?
María rio con confianza. Se notó que esperaba cualquier respuesta, menos esa. Incluso a mí me sorprendió mi atrevimiento. Puede que para entonces me hubiese cansado de fingir, al menos en esa discusión, que cada vez que Soto respiraba cerca de mí despertaba una atracción insana contra la intentaba luchar en vano.
—Esos es problema de ustedes. Pero, en serio, háblale muy claro. No le va a doler, lo entenderá. Y es preferible así.
—Siento que estás viendo cosas donde no hay. Soto es bastante... frío. Creo que sus sentimientos van de la alegría a la euforia, y ahí acaban.
—Habría sido distinto si se hubiesen querido comer siendo una desconocida para él. Pero, quieras o no, eres su amiga. Siente cosas por ti, y agregarle deseo a esos sentimientos... —María suspiró—. Es que yo los mato si terminan cagando todo.
—Tranquila. No pasará nada más, le molestó lo la botellita.
—¿Nada más? ¿O sea que ya pasó algo?
—¿Qué? No, me refiero a...
Por obra y gracia de cada uno de los cuatro fundadores de Hogwarts, mi teléfono empezó a sonar justo en ese momento, librándome de mi propia cagada.
Lo saqué y fruncí el ceño al ver lo que decía en la pantalla.
Número desconocido.
—Perdona —dije levantándome—, tengo que contestar.
—Está bien, pero si veo que te alejas mucho de mi vista o que estás a punto de caerte, iré por ti. Y si llega mi papá, no quiero excusas. Al auto.
—Dale. —Me alejé unos pasos de María Betania y atendí la llamada—. ¿Sí?
—Schrödinger.
Tenía que ser una broma.
Su voz produjo una inusual corriente nerviosa por mi espina dorsal. Era imposible en rotundo que fuera él, tenía que ser un mal chiste, o una broma pesada de mi cerebro obsesivo. Sin embargo, tenía que ser él. Su voz la reconocería en cualquier entonación, en cualquier sueño, sea cual sea su volumen.
—¿A-axer?
—Perdona que interrumpa tu fiesta, ¿tienes tiempo para hablar? Solo será un momento.
—¿Perdón? ¿Cómo conseguiste mi número? Estoy totalmente segura de que no te lo di.
«Quisiera yo habérselo dado... Y sí, lo digo en más de un sentido»
Escuché su risa al fondo y me imaginé su rostro iluminado con sus hoyuelos en todo su esplendor. Lo imaginé en su cama de sábanas blancas, recostado de sus cuatro almohadas junto al amplio ventanal de su habitación. Sin camisa, con un brazo extendido por el alféizar, sus dedos moviéndose inconscientes mientras su otra mano sostiene el celular contra su oreja, tan cerca de los reflejos dorados de su cabello.
Me mordí los labios incluso antes de escuchar su siguiente participación en nuestro intercambio de palabras.
—Sé muchas cosas de ti que no me has comentado, eso incluye tu número de contacto.
—Eso es enfermo, Frey, me estás asustando.
Mentía, por supuesto que mentía, pero supuse que eso debería decir una persona normal, aunque no pude evitar que mi voz sonara con mucha más necesidad que espanto.
—¿En serio, Nazareth?
Era la primera vez que me llamaba por mi nombre, aunque fuera por una variación del mismo, aunque fuese por el segundo, el que nadie, salvo mi mamá en casos de extrema molestia, usaba. No sabía cómo sentirme al respecto, aunque tuviese muy claro lo que significaba: sabía más de mí de lo que yo habría supuesto.
Pude haberle reclamado al respecto, era mi oportunidad, pero entonces él me inmovilizó con un jaque tan repentino y eficaz que me arrincanaba al borde de la rendición.
—Me parece mucho más preocupante el video que guardas en tu teléfono de mí en clases. De hecho, te estoy mintiendo. Eso puedo ignorarlo. Me inquietan más las innumerables cuentas falsas que te creaste para acosarme en redes.
Fue como un golpe. Erré un paso por el impacto y estuve a punto de caerme. Solo esperaba que María no lo hubiese notado, no fuera que lo malinterpretara y corriera a buscarme creyendo que no podía con la borrachera.
Solo un pensamiento predominaba sobre las mil preguntas en mi cabeza, y la voz de la vergüenza que tenía un concierto en mis oídos.
«Por el amor a las tangas de Dumbledore, que no sepa de la galería de fotos o me mato».
—¿Quieres comentar algo al respecto?
Aplicaría la misma táctica que con María Betania: negarlo todo hasta la horca.
—Trato de pensar en lo que dices, Frey, dame tiempo. Busco un sentido a las cosas insólitas de las que me acusas.
Él rio al fondo de la llamada.
—Sé que me observas, Sinaí, no estoy pidiendo que me confirmes eso. Recién descubro que cometí el error de no haber hecho lo mismo desde el principio contigo. Si lo hubiese hecho, al menos ahora podría responder la pregunta que me inquieta.
—Haz tu pregunta —lo reté, esperando haber sonado convincente y no en extremo preocupada por lo que pudiera estar pensando de mí.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
—¿Qué quieres de mí?
«Todo».
Bufé. Esperaba ser capaz de dar a mi respuesta el matiz malicioso y desinteresado que necesitaba para patentar mis palabras, para desinflarle el orgullo.
—Nada. Le das demasiada importancia a retos de liceístas.
—¿Eso fueron, entonces?
—¿Qué respuesta esperaba, señor Frey? Porque suena decepcionado.
—Tú nunca decepcionas, Ferreira. Al menos no a mí.
Me mordí un labio con los ojos cerrados con fuerza. Cada parte de mi nombre sonaba perfecta cuando salía de su boca, cuando los empleaba con su acento y entonación característica. Él podría llamarme con el nombre que quisiera, pero con el simple hecho de que se refiriera a mí, yo ya le pertenecía.
Suspiré, y pensé que ya era mi turno de obtener alguna respuesta, porque preguntas tenía miles.
—¿Tú que quieres?
No sonó sorprendido por mi intervención.
—¿Recuerdas el juego de hace un rato? —Hice un sonido afirmativo para que procediera—. No me gustan las preguntas ambiguas, creo que podrías ser mucho más específica. Si lo haces así, te responderé lo que quieras.
—¿Te gusta hablar conmigo, Frey?
—¿Perdona?
Sonreí con una perversa satisfacción por su manera de reaccionar. Lo saqué de su guión, escribiendo sobre él con atajos que nunca consideró, volteando el juego en una partida que no había practicado.
Adoraba ser capaz de ponerlo a pensar más de la cuenta.
—Me llamaste, ¿no? Y sí, podrás alegar que querías una respuesta al tema de hace un rato, pero juegas con tus palabras, y me dejas mover fichas con las mías. Y tienes razón, te he observado, lo suficiente para saber que no das pie a nadie a que interactúe contigo más de la cuenta. ¿Por qué yo, Frey? Dijiste que empezaba a gustarte jugar conmigo, ¿no será que te has dado cuenta de que yo también tengo turnos en esto? ¿No será que le has agarrado gusto a que haga de ti una pieza más en mi tablero?
Hubo un silencio tan largo y profundo que habría creído que la llamada se cortó si no fuera por su respiración al fondo.
—¿Quién va a llevarte a tu casa?
—Yo... —Vacilé, confundida, aunque en mis planes estaba mantener la firmeza—. Una amiga. ¿A qué viene esa pregunta?
—¿Puedes evitarla o es indispensable que te vayas con ella?
No podía creer lo que me estaba preguntando, una parte gigante de mí me gritaba que estaba entendiendo todo terriblemente mal.
—No debería evitarla, perdería su confianza para futuras oportunidades.
—Entiendo. Será en otra ocasión.
—¿Qué? ¿Qué ibas a hacer?
El sonido de su risa me enrojeció hasta las orejas.
—¿Y esas ansias repentinas?
«No son repentinas, papi».
—Odio la incertidumbre, siento que no podré dormir si no me explicas.
—Otro día.
Era un maldito. Lo odiaba, pero eso no quitaba las ganas que tenía de cada partícula de su ser.
—Bien. Acaba de llegar el papá de mi amiga, me tengo que ir.
—Espera.
—¿Sí?
—¿Recuerdas el gato de Schrödinger?
—¿Cómo olvidarlo, Frey?
—Empiezo a pensar que deberíamos arriesgarnos a abrir la caja, o decidir si la dejamos cerrada para siempre.
Abrí la boca para contestar, pero ya había colgado.
Me enviaron muchos memes de los capítulos anteriores, así que tuve que ponerlos aquí sí o sí. Gracias, Axers ♡
Ahora en serio: ¿cómo hacen para ser de un team? Yo estoy más confundida que Sinaí.
Por otro lado: ¿qué tal el capítulo? ¿Qué conclusiones sacaron de esa llamada? ¿Qué creen que pasará ahora? ¿Qué piensan de Axer y Sina?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro