28: Cosa de una sola noche
María y yo estábamos bailando a mitad de la pista juntas. Hubo un montón de muchachos que se acercaron a invitarnos a bailar, pero ninguna aceptó, estábamos en un momento en el que no necesitábamos a nadie más que a nosotras.
Yo seguía repitiendo en mi cabeza una y otra lo ocurrido con Axer, pensando en sus manos mientras meneaba mi cuerpo al ritmo Te mudaste, de Bad Bunny. Imaginaba que un día no muy lejano, podría desplazarme por las pistas bailando con mi señor Frey, y no sola.
Axer ya se había ido de la fiesta, por desgracia. No me habría molestado observarlo toda la noche.
—¿Qué sentiste? —preguntó María al fin, como si hubiese estado conteniendo esa pregunta por mucho rato.
Me reí por lo bajo.
—Ni preguntes, qué pena. Es la segunda vez que el ruso y yo hacemos de exhibicionistas.
—Pero esta vez estaba justificado. No era ajedrez, y no fueron los únicos que hicieron cosas intensas delante de todos. —María puso su mejor cara de perra insinuante—. Además, era inevitable una cosa así. Él tan bueno en matemáticas, y tú que eres todo un problema...
Riendo, la empujé para que se concentrara en mi golpe y no en lo roja que me había puesto por su comentario. Era mucho más sencillo lidiar con aquellas insinuaciones cuando venían de mi cabeza.
—¡Ahora cuéntamelo todo! —reclamó ella después de recuperarse de mi golpe.
—¿Qué esperas que te diga? —Me tapé la cara sin dejar de sonreír—. Obviamente que se me iba a parar el corazón. Ese tipo me tiene muy mal de la cabeza, y... Me estresa. A veces siento que solo juega conmigo. Bueno, sé que definitivamente está jugando conmigo, lo que no sé es a qué coño juega.
María se echó un trago grande directo de la botella antes de contestar.
—¿Pero qué es lo que esperas de él exactamente?
Me encogí de hombros.
—Que me coma. Para empezar.
María se rio y me empujó con su cadera mientras intensificaba su perreo, luego ambas nos pusimos a cantar a voz en grito:
—ANDO MIRANDO LAS FOTOS DE CUANDO CHINGAMOS...
Soto se nos acercó por detrás y se unió al perreo de María. Me daba demasiada rabia su presencia, la naturalidad con la que nos trataba luego de la humillación que me hizo pasar, pero estaba tan inevitablemente feliz por mi encuentro con Axer que no podía proyectar esos sentimientos en mi rostro. Me provocaba darme una cachetada para borrarme la sonrisa.
—Entonces... —dijo Soto pasando un brazo alrededor de los hombros de María—. ¿Monte está a dieta?
—¿A dieta? —pregunté confundida.
—Como no te echaste el banquete de hace un rato...
Se encogió de hombros. Puta sonrisa pícara que tenía. Mis manos querían pegarle pero mis labios querían comerlo de nuevo.
Pero no podía caer en su provocación, incluso cuando esta fuese su actitud natural y el cambio solo estuviese en mi cabeza, que parecía incapaz de entender que los Sotos son amigos, no comida.
Por desgracia, intentando evitar caer en la tentación, me lancé en picada a la opción de manifestar mi amargura.
—Sí, tal vez yo esté a dieta —dije en respuesta a su comentario—, pero de ser así, lo estoy por elección. En cambio, después de lo que hiciste en el juego definitivamente el que se va a morir de hambre es otro.
Soto abrió los ojos como protagonista de Wattbook y se cruzó de brazos sin parar de sonreír. En su rostro, a pesar de la conmoción de mi inesperada respuesta, y tal vez algún atisbo de su orgullo herido, no faltaba esa luminosidad arrogante que siempre portaba: como si todo a su alrededor fuera un chiste.
—¿Tienes algo qué decirme, Sinaí? Te llevo a mi casa y lo hablamos si quieres.
María me tapó la boca antes de que pudiera responder y amenazó a Soto con su dedo acusador.
—Basta. Estamos en una fiesta, no los quiero peleando. Si tienen algo que hablar, lo arreglan en clases. Y tú... —Señaló a Soto—. Deja a Monte tranquila de una... Digo, a Sinaí. Tú me entendiste.
María se giró, todavía con su mano en mi boca, y dijo:
—Te voy a soltar, pero no quiero que te pongas a discutir, ¿okay? Diviértete que esta es tu noche.
Asentí y, tal cual prometió, María soltó mi boca.
—Ahora... ¿les parece si vamos a hacer arepas a mi casa como After party? —sugirió.
—Depende —replicó Soto al instante.
Rodé los ojos con solo escuchar su voz. Me irritaba su existencia más de lo que debería, se supone que no debió afectarme lo que hizo.
—¿Me vas a rechazar una arepa? —se ofendió María.
—Tal vez lo que le molesta es la idea de que yo esté incluida en el plan —repliqué en voz baja, pero ambos escucharon.
Soto se me acercó, sonriendo de oreja a oreja.
—En serio, Sina, si tanto te urge desahogar tu irritabilidad ven a mi casa y lo hacemos.
—¿"Hacemos" qué exactamente?
—Lo que se nos ocurra en el momento.
Su sonrisa típica adornó sus palabras, esa que te hacía pensar que cada cosa que dijera era una inocente broma, pero dejando un pequeño matiz que insinuara que, si quieres, no es broma.
—¿Por qué tenemos que ir a tu casa? —evadí, mientras María se masajeaba las sienes luchando contra las ganas de matarnos a ambos—. ¿Por qué no puedes decirme aquí mismo cuál es tu problema contigo? Digo, así como pudiste decir que ni loco me besas delante de toda la fiesta.
—¿Problema contigo? —Soto se rio. Me daba una extrema arrechera que nada le molestara—. Dije que me sumo al plan de las arepas depende, porque si las vamos a hacer nosotros tengo que saber antes de qué equipo son.
—¿Equipo? —preguntamos María y yo a la vez.
—Sí. ¿Qué va primero? ¿La harina o el agua?
Torcí los ojos, reacia a participar de aquel debate capaz de dividir amistades y familias.
—Obviamente la harina —contestó María, y entonces ya no pude seguir manteniéndome al margen.
—¡¿Cómo que la harina?! Ni que estuvieses haciendo pan.
—¿No me digas que le echas el agua primero? —María bufó—. Ni que estuvieses haciendo panquecas. Soto, ¿tú qué echas primero?
—La sal.
María le pegó en el hombro.
—¡Sé serio, coño! Este es un tema delicado.
—¿Que sea serio? ¿Cuándo en la historia de la humanidad he sido serio?
—Pues deberías empezar a practicar —interrumpí sin poder disimular mi mal humor.
Ese fue el límite de tolerancia de Soto, que con una velocidad alarmante dio un par de pasos hacia mí y me agarró por el brazo. Volteó un pequeño segundo para decirle a María que ya volveríamos, y luego procedió a arrastrarme por la pista entre la multitud hasta que quedamos en la entrada a los baños, donde una pared nos protegía del campo de alcance de María.
Soto agarró por la cintura, me pasó una mano entre el cabello, accediendo a la parte posterior de mi cuello, y tiró de mí para pegarme a su cuerpo.
—Te lo voy a decir una sola vez, Sina, así que grábatelo —Su rostro me rozaba la mejilla mientras sus labios susurraban sus próximas palabras a mi oído—. Yo no peleo con indirectas ni mal humor.
—No se me ocurre otra manera de pelear, ¿me explicas cómo te gusta hacerlo a ti?
Sus dedos me rozaron el mentón con lentitud, viajaron de ahí a mis labios y se posaron allí en un toque sutil que me hizo rememorar cuando tuve uno de ellos dentro de mi boca.
Soto sonreía, su otra mano acariciando la piel expuesta de mi cintura y sus ojos comunicándome invitaciones que espero haber estado malinterpretando.
—La vida es muy corta para perderla amargándose, Sina. Si no quieres ser mi amiga, no lo seas, pero si en cambio quieres que nos matemos tienes que saber que la única forma en la que sé hacerlo... es a besos.
Era sencillo embriagarme con su perfume teniéndolo así, recordar sus labios en mi boca, los únicos que había besado a parte de los de Vero, recordar sus manos en mi vientre al tenerlas de nuevo ancladas a mi cintura. Era una batalla ardua no necesitar que todo se repitiera, pero esa vez con un final más intenso para ambos.
Sin embargo, también recordaba otras cosas, otras bastante amargas.
—¿En serio? ¿Ahora sí me quieres besar? —inquirí con rabia, tratando de apartarme de él, pero sin lograr otra cosa que afianzar su agarre en mi cintura.
—No —replicó para mi sorpresa—. No voy a besarte ahora.
—Bien.
—Pero eso no significa que no quiera.
Me reí, más irritada que nunca.
—De verdad que estás loco. Pensé que solo fingías pero...
Él me interrumpió. Su acto fue tan abrupto que me aceleró los latidos atrapados en mi pecho. Me pegó a la pared que nos escondía, y llevó ambas manos a mi rostro como si estuviera a nada de robarme el beso del siglo, pero me seguía privando de sus labios. Y a pesar de que él siempre lucía alegre, activo para cualquier nuevo invento e indiferente de cualquier problema, noté un matiz amargo en la manera en que me miraba, como si en ese instante me odiara más que a nadie en el mundo, pero me deseara en la misma medida.
—No te voy a besar, porque la próxima vez que lo hagamos, si es que hay una, será porque estés tan loca por hacerlo como yo, que sea porque te estén matando las ganas al punto en que puedas comparar mi beso con un medio para salvarte la vida, y no para como una jugada para conseguir la atención de otro.
Entonces me soltó. Marcó tanta distancia entre nosotros que entonces me sentí con mareo y un arrebato de desorientación repentino.
—No me molesta que me uses —declaró—, pero cuando lo hagas, que sea por ti, y no para conseguirlo a él.
Después de aquellas palabras, me dejó sola. No vi una mejor solución que entrar corriendo al baño.
Me daba muchísima rabia que todas las palabras de Soto, más que molestarme, me hubiesen encendido más que el alcohol. Necesitaba echarme agua, borrar los tatuajes de sus brazos de mi cabeza, olvidar el odio de su mirada, la diversión en su boca y lo tentativo de su invitación. Necesitaba recordar que él me había rechazado, aunque el recuerdo de sus labios fuera tan persistente. Necesitaba también olvidar que, aunque pareciera imposible al ser él tan inquebrantable, de igual manera yo pude haberlo herido.
Así hice. Entré al baño, me lavé la cara y le hablé a mi reflejo hasta convencerme de que dejaría de pensar en mi amigo de esa manera. Lo que pasó, pasó. Él no tenía ninguna responsabilidad de corresponderme cada vez que se presentara la ocasión y yo no tenía porqué sentirme como una mierda por haberlo herido si no había sido mi intención.
Aunque... siguiendo aquella línea de razonamiento, él también podría defenderse diciendo que lo que yo sentí mientras él se protegía de mi juego, no había sido su intención. Y sería válido.
Tenía que dejar de pensar en eso. Había sido una estupidez de parte de ambos. Eso no habría pasado si no le estuviera dando demasiada importancia a algo de una noche, cuando lo que debía persistir era la amistad.
Solo tenía que conseguir una manera de volver a reírme de sus chistes sin imaginarme pegada a la pared de rodillas con sus manos en mi cabeza.
«Mierda, Sinaí, te prende Soto».
Al salir del baño, choqué con la última persona que deseaba ver en todo el planeta tierra.
—Perdón.
Luego de disculparme, intenté escabullirme pero el chico me agarró por el brazo y me obligó a darme la vuelta.
—¿Te conozco? —preguntó.
—No.
Pero cuando quise volver a escapar, me agarró con más fuerza.
—Por supuesto que te conozco... Oh, vaya... Cómo has cambiado.
—Sí, sí, bueno. Me están esperando así que...
—Así que nada, tú y yo tenemos una conversación pendiente.
¿Conversación? ¿Qué conversación podría tener pendiente yo con alguien que me dejó tirada en medio de una calle desconocida, herida por los golpes y burlas con los que él y sus amigos me atacaron, y trágicamente bañada con el interior de su vejiga.
Jamás pensé en la posibilidad de volverlo a ver. De hecho, creo que había pesado demasiado tiempo ocupando mi mente al punto en que la parte superficial de mí había olvidado que eso pasó. No sé si lo hice intencional o si se dio así por casualidad, pero en definitiva prefería una realidad en la que Julio no viviera en mi cabeza.
—¿Sí me recuerdas, no?
Perfectamente.
—Bueno, por supuesto que me recuerdas. —Me dio su mejor sonrisa de niño rico, y la misma me llevó a aquel día, mientras tirada en el suelo imploraba que detuvieran el daño que me hacían—. El caso es este: aquella vez no... no hiciste todo lo que debías hacer. Y resulta que tengo unos padres muy vengativos. Demasiado, diría yo. Si les cuento lo que le hiciste a mi hermana... —Empezó a negar con la cabeza fingiendo empatía en su mirar—. Lo que hice fue por tu bien, no querrías haber enfrentado la furia de mis padres.
—Muy bien, te lo agradezco, pero en serio debo...
Volvió a atraparme antes de que pudiera escabullirme.
—No hemos terminado. Vamos al baño.
—¿Para qué?
—Para hablar... y negociar. Todavía puedo decirle a mis padres lo que hiciste.
—¡No le hice nada a tu hermana!
—Pero yo no te creo, y sin duda ellos tampoco lo harán. Así que tendrás que hacer lo que yo diga.
Tragué grueso para no empezar a chillar ahí, no podía dejar entrar esa parte de mí de nuevo. Si ella me dominaba, jamás seguiría adelante.
—¿Qué es exactamente lo que quieres?
—Cuando estés en el baño de rodillas, lo sabrás.
—Ni jodiendo.
No, de nuevo no.
—O lo haces conmigo, o tendrás que hacérnoslo a todos. A mis amigos incluidos. Te estoy dando algo bueno, solo seré yo, y no me digas que no lo has deseado.
—¡No!
Mi voz se quebró y tuve que carraspear, pero me ardían los ojos.
Mierda, sí lloraría.
—No te hice nada, y lo que pides es una atrocidad. Ilegal como mínimo, inmoral sin duda. No voy a... —Me puso una mano sobre la boca para callarme, pero la aparté de un manotón—. No me toques.
Dio un par de pasos hacia mí, casi pegándome de la pared del baño. Luego habló con voz baja, de esas que causan escalofríos, las mismas que se cuelan a tus pesadillas y las personifican.
—Puedes usar las pelucas que quieras, pero siempre serás la misma. Y puedes librarte de mí para siempre, justo ahora, pero te faltan los putos ovarios para entrar al baño y luchar por ti. Prefieres que te siga persiguiendo el resto de tu vida. Y lo haré. Tengo los medios, y los contactos. Jamás te librarás de mí, me vas a pagar lo que nos hiciste. Y, en mi familia, cobramos las cosas muy caro.
Sorbí por la nariz mientras mis ojos comenzaban a desbordarse. Las lágrimas se escurrían por mi barbilla, el miedo se alojó en mi estómago, dando paso a la desolación en mi pecho.
—No les hice nada —repetí con la voz estrangulada, sintiendo que si pronunciaba una palabras más explotaría en sollozos.
—A ella le hiciste daño, a mí me hiciste hacértelo. Creo que nos has hecho bastante.
—¿Julio?
Él se volteó a ver quién llamaba a sus espaldas, pero para mí no hizo falta, yo ya había reconocido la voz.
—¡María, mi amor!
Ambos se abrazaron en un saludo amistoso, pero la mirada de mi amiga se ensombreció al verme. Tuve que voltear para evitarla.
—No... no sabía que ustedes se conocieran —empezó a decir ella con cautela.
—Ay, sí. Somos amigos muy íntimos. Y... por cierto, no es por ser maleducado pero estás interrumpiendo una conversación privada.
Mi amiga volvió a mirarme, ahora con más recelo. Tuve que fingir una sonrisa y hacer un gesto despectivo con la mano para que se quedara tranquila.
Pero no funcionó, ella seguía jodiendo con sus preguntas, y al ver que ninguno de los dos le daba la respuesta que buscaba, decidió imponerse.
—Julio, vete, por favor. Si tienen algo que hablar lo hablan otro día.
—¿Y tú quién eres para decirle a ella lo que tiene que hacer, eh?
—Soy la que la va a llevar a su casa.
—Entonces la llevo yo —zanjó Julio con una sonrisa triunfal, y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.
Una parte de mí odiaba a María por presenciar la versión más miserable de mí, por inmiscuirse en mis asuntos, la otra le gritaba auxilio en silencio.
—La voy a llevar yo, Julio. Yo la traje —siguió imponiendo María.
—Pero deja que ella decida —rebatió él señalándome—. Ella quiere venir conmigo.
—Me vale verga lo que ella crea que quiere. Está tomada, no puede consentir.
—¿Pero qué te dio a ti para venir a cagarnos la fiesta? Estamos hablando y ya.
—Está llorando, no puede ni hablar. Y tú hueles a alcohol de aquí al otro lado del club. Sobre mis ovarios la vuelvo a dejar sola contigo, y sobre los huevos de Simón Bolívar te la vas a llevar.
María me agarró del brazo sin hacer más preguntas y tiró de mí para arrastrarme lejos de Julio.
—Nos vamos.
—¡Ven acá, puta!
Julio agarró a María del brazo con el doble de fuerza con el que ella me había agarrado a mí para arrastrarla hasta sí, pero no contaba con la velocidad que tenía mi amiga para quitarse un tacón y estampárselo en la frente.
—Te voy a hacer miserable el resto de tu vida por esto —chilló el agredido con una mano sobre el ojo que no podía abrir.
—Y yo voy a hacer que te expulsen, desgraciado —juró María en respuesta.
•••••
Nota de autor:
¿Habrá maratón por las 100k lecturas? Pues claro que por supuesto que yes. Atentos a mis redes para saber las fechas.
¿Habrá capítulo narrado por Axer ya que el capítulo anterior tiene más de 5k comentarios? OBVIOO. Pero será un extra para cuando la trama esté más avanzada y ya sepan ciertas cositas, porque subirlo ahorita sería hacer mucho spoiler.
Este capítulo está dedicado a las admins de la página Secta Wattpad en Facebook, porque le han estado haciendo mucha promoción al libro, y por una escena muy graciosa que crearon con Soto, María y Sinaí haciendo arepas xD
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