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12: "¿Por qué no gritó?"

Sinaí,
martes al mediodía.

Cuando todos llegamos a la casa de María Betania, luego de que los tres comiéramos, ella y yo entramos directo a su habitación.

—Soto —le gritó desde la puerta entrejuntada—, entra al cuarto de mi abuelo y consigue ahí lo que te vas a poner.

—¿Qué estás tramando, María? —pregunté al verla tan traviesa y sonriente.

En ese instante entró alguien más a la habitación. Era una chica morena, sin duda mayor que nosotras, pero no aparentaba más de 25, su cabello castaño estaba recogido en una coleta apretada que me daba dolor de cabeza de solo mirarla, y sus ojos cafés me miraban de arriba abajo con desdén. Sin miedo a parecer maleducada, se dirigió a María sin modificar su cara de asco reprimido.

—¿Y esta? No me digas que tienes amiga nueva.

—¿Algún problema?

—No tienes amigas desde primer grado. —Se encogió de hombros—. Me sorprende, es todo.

—He tenido muchísimas amigas.

—Admiradoras y amigas no es lo mismo, estúpida. —La recién llegada entró y cerró la puerta tras de ella. Se acercó a mí y me sonrió—. Un placer, soy Génesis, la hermana responsable de María.

—Soy Sinaí, compañera de clases de María. Me gusta tu blusa, por cierto —añadí de inmediato al no saber qué más decir. Ni siquiera me había fijado en lo que llevaba: un simple camisón gris con huecos de envejecimiento en una manga.

Como era de esperarse, ella pareció tomarlo como una burla más que como un cumplido, así que cruzó sus brazos y con expresión digna y desinteresada, preguntó a su hermana:

—¿Qué van a jugar?

María sacó un libro de su pequeña estantería incorporada en su tocador donde guardaba algunos libros populares de fantasía juvenil y romance paranormal. Reconocí títulos como El príncipe cruel, Trono de cristal y La selección. Agradecí internamente no ver el lomo de Cincuenta sombras de Grey.

El libro que María tomó tenía una portada dorada con un primer plano de una chica de largo cabello negro, un elegante vestido rojo con constelaciones brillando en su falda y una espada corta anclada a su cinturón. La modelo estaba parada delante de un símbolo de alas doradas muy brillantes.

Nunca había visto el libro, pero por el sello con la W turquesa supe que era uno de los salidos de la plataforma Wattbook a físico.

—Soto se estará arreglando con un esmoquin del abuelo, y nosotras nos tendremos que arreglar también o no estaremos aptas para el baile.

—¿Baile? —pregunté sin comprender nada.

—Jugaremos a Vendida —explicó Génesis—. Nos gustaba hacerlo de pequeñas, jugábamos a Orgullo y prejuicio. Pero llegó Soto, luego María se obsesionó con Vendida, y ahora nos disfrazaremos como ellas.

—Sina, tú serás Aquía, la Vendida y asesina de Aragog —dijo María—. Génesis será Shaula, la princesa escorpión, y yo seré lady Lyra Cygnus, la princesa cisne, por supuesto.

—Hey, hey, hey. Si yo soy Shaula, y tú Lyra, ¿tendremos que bailar juntas?

—Iug, tienes razón. Asco. Mejor sé Andrómeda.

—No me jodas, ¿por qué no puedo yo ser Lyra y tú Andrómeda?

—Lyra es rubia, ¿ves a otra rubia aquí?

—Yo no quiero ser Andrómeda.

—Andrómeda es un personaje poderosísimo de la historia. A pesar de no ser una guerrera de armas, lucha contra el sistema a su manera. Su revolución es la lectura.

—Bla, bla, bla. Si es tan poderosísima te la puedes meter por el... —Hizo la forma de un hoyo con sus dedos—. Yo no jugaré esta vez. Chao.

—Nadie te va a extrañar, de todas formas.

Cuando Génesis salió del cuarto, María procedió a sacar de su armario un vestido púrpura satinado con una flada casi del tamaño de la habitación.

—¿Y eso?

—Es mi vestido de quince años, pero es el único vestido que tengo. ¿Quieres usarlo tú?

—¿Tú qué usarás?

—Improvisaré.

—Entonces mejor improvisa conmigo y usa tú tu vestido.

María procedió a amarrarme en sus sábanas de forma que pareciera la falda de un traje de dama victoriana. Usó un top para simular la parte superior de un vestido con un escote corazón, y un cinturón ajustado para mantener ambas partes unidas a mi cintura. Luego, me hizo un moño ostentoso en la cabeza y me maquilló con sutileza para que pareciera una dama de la época. Repitió el proceso consigo misma, se puso su vestido púrpura, y salimos.

En la sala, Génesis nos recibió con una ceja alzada y las manos en su celular.

—¿Y Soto? –preguntó María de mala gana. No hacía falta ser agente del FBI para darse cuenta que la relación entre las hermanas era cuanto mínimo tensa, y para ser honesta parecía delicada y explosiva.

—En el garaje, fumando.

María y yo nos aproximamos hacia allá, ella rezumando rabia, diciendo que si Soto no se había cambiado lo colgaría de las bolas en el arbolito de navidad que todavía no quitaban de su sala.

Pero la cosa es que Soto sí que se había cambiado. Llevaba unos pantalones marrones, una camisa blanca un poco amarillenta por el tiempo de guardado cuyas mangas largas y holgadas cubrían sus tatuajes. Tirantes que nacían de la cintura del pantalón unían ambas piezas, y un chaleco negro abierto terminaba el atuendo. Despeinado, recostado de la pared con el cigarro en la mano consumiéndose con alevosía, estaba como para hacerle una sesión de fotos y ponerlo en la portada de una revista.

—¡¿Qué coño hiciste?! —María se acercó hacia él y le arrancó el cigarro de las manos—. En Vendida no existían los cigarros.

—Pero sí las pipas, y a falta de una tuve que improvisar.

—No jodas. ¿Y de qué estás vestido? Ni Orión el caballero ni Sargas el príncipe vestirían así. Tenías que tomar los sacos de mi abuelo, no… eso.

—Bueno, juguemos a Mujercitas, y yo soy Laurie.

—Quisieras tú ser Laurie, estúpido. Ya no quiero jugar un coño.

Me quedé mirando el rostro de Soto, cómo contenía una sonrisa de satisfacción al joderle la paciencia a su amiga, cómo sus manos temblaban nerviosas por la falta del cigarrillo. Al descubrirme mirándolo, me guiñó un ojo de manera tan fugaz que consideré la opción de haberlo imaginado.

Se despegó de la pared, recuperó su cigarro y se despidió con una reverencia exagerada.

—Mis ladys, princesas, asesinas… Me voy por donde vine.

—Soto, nooo. —María tiró de su camisa y le puso cara de perrito arrepentido—. Quédate, porfiii.

—Tengo algo que hacer esta tarde, y voy retrasado.

—¿Tus negocios turbios no pueden esperar?

—Si pudieran esperar, esperarían. Pero no se puede. Chao, te amo.

Se acercó a su amiga, le dio un beso en la frente y llevó el cigarro a sus labios antes de caminar hacia afuera del garaje. De mí apenas se despidió con un saludo de su mano.

María le dijo que se fuera, que no le importaba. Lo vio marchar con los brazos cruzados como si esperara que se arrepintiera, o que a mitad de camino se regresara confesando que su intención no era otra que la de joderle la paciencia. Pero él no volvió atrás, y su única pausa en el camino fue para botar la colilla del cigarro y aplastarla con su bota.

¿Cómo lo vería la gente que no conocía el contexto de la situación? Con su vestimenta antigua, inusual, en disonancia con las modas que corrían entonces. Sin embargo, él no parecía pensar en cómo lo percibían los demás, o lo que pudieran o no comentar de su aspecto. ¿Habría algo, además de humo y nicotina, en la mente de Jesús Soto?

María, todavía de brazos cruzados, me dio la espalda y avanzó a su cuarto diciéndome que se iba a cambiar. No obstante, yo vi más allá de aquel gesto enojado y desdeñoso. Pude haberlo imaginado, por supuesto, pero creí notar el brillo de las lágrimas a punto de desbordarse de sus ojos antes de que se girara.

En lo que se alejó, me recosté en el sofá a esperarla. Por desgracia, creo que el sueño llegó primero que ella.

•☆•🎲•☆•

Aparecí en la sala de un tribunal en medio del pasillo entre la audiencia, camino al estrado.

Los asientos de madera estaban vacíos de cuerpos humanos, pero llenos de figuras hechas de un humo espeso y oscuro como la cloaca del alma de algunas personas. Todas estas criaturas carecían de ojos, mas poseían agujeros en sus rostros llenos de una luz verdosa que se intensificaba cuando aquella perversa luminosidad se encontraba con mis ojos. Verde. Veneno. Aquella sustancia parecía meterse en mis venas en cuanto ellos me enfocaban. ¿No podían dejar de mirarme?

«¿Por qué me miran?», pregunté dentro de mi cabeza, escuchando el eco repetirse una y otra vez.

—Porque tú eres el espectáculo de esta función —explicó un hombre de traje del que antes no había advertido su presencia—. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó, y quien respondió no fue la voz de mi cabeza, la que yo dominaba, fueron los labios de la versión de mí que estaba ahí independiente de mis pensamientos.

—Claro que sí, ellos merecen pagar por lo que hicieron.

—Sí, pero es posible que de igual forma no paguen nada. Esto puede ser peor que dejarlo todo como está.

—No, la gente necesita saber la verdad.

—La gente escuchará tu versión, pero también oirá la de ellos. Lo que es verdad y lo que no, lo decide el jurado, no tú.

—Ellos no se atreverán a mentirme a la cara delante de toda esta gente. ¡Yo estuve ahí! Sé lo que hicieron.

—¿Que no se atreverán? Después de lo que me contaste... si todo eso es cierto, tú mejor que nadie debes saber que son capaces de mucho más que mentir.

"¿Si todo es cierto?" ¿Es en serio? ¿Cómo es posible que mi propio abogado ponga en duda mis palabras?

—Solo con eso deberías darte una idea de lo despiadado de este juego. Créeme, no quieres hacerlos. Si pierdes, pasarás de ser una víctima a una mentirosa. Si pierdes, no podrás volver a la escuela sin que te señalen, las redes sociales te destruirán hasta que quieras desaparecer. Si pierdes... y ellos ganan... te habrán agredido dos veces. No quieres hacer esto.

—Lo voy a hacer.

—Qué más da, yo cobro de todas formas.

Todo mi entorno quedó atrapado en una bruma espesa que me hizo toser mientras todo se desvanecía y empezaba a dibujarse un escenario diferente.

Aparecí en una silla en medio del estrado. Julio, Míster Doritos y Jonás estaban sentados juntos con sus mejores trajes de niños buenos, colaboradores y ejemplos de la comunidad que jamás dañarían a nadie. Los típicos mimados de buena familia, con traje caros y peinados impolutos. Frente a mí estaba el fiscal defensor, y a mi lado el juez con los brazos cruzados sobre su atril, mirándonos con suma atención.

Supongo que acababan de escuchar mi declaración, porque el abogado avanzaba hacia mí, arregló su traje a mitad de camino e hizo una seña al juez como si esperara su autorización para interrogarme.

—Prosiga, abogado —dijo el juez.

—Señorita Ferreira, ¿cómo se siente?

—Sin duda cansada. Yo no debería estar aquí reviviendo los horribles sucesos de esa noche.

—Creí que había testificado que la agresión fue durante el día, ¿no?

—Ajá.

¿A qué carajos viene eso?

—Pero acaba de decir “esa noche”. ¿Es posible que estuviera abusando de sustancias que mezclaran…?

—Absolutamente no. No tomo. No fumo. No me inyecto nada.

—Claro —el abogado asintió, aunque la sonrisita en sus labios declaraba que no me creía una sola palabra.

—De todas formas, mi pregunta es otra. Señorita Ferreira, usted dice que mis clientes la apartaron de la calle camino a su casa. ¿No hay autobuses que hagan ese recorrido por usted?

—Por supuesto que los hay, pero a mí me provocaba caminar ese día.

—Justo el día que a mis clientes deben irse caminando para llegar a sus clases de ajedrez. ¿Estaba usted enterada de este hecho?

—En lo absoluto. Encontrarme con ellos ese día fue pura casualidad.

—Y usted alega que por medio de aquella casualidad, y yendo ellos acompañados de sus hermanas, les provocó de repente agredirla a usted, entre todas las mujeres que hay en el mundo, y siendo estos unos muchachos ejemplares de los que jamás se ha registrado ninguna infracción, o imprudencia.

—No entiendo por dónde va…

—No es más sensato creer, tal vez… ¿Qué usted los estaba siguiendo?

—¡Yo no los seguía!

—¿Conocía a sus atacantes, señorita Ferreira?

—No, yo…

—Usted asegura que ellos la sacaron de la calle principal y la llevaron a un rincón desierto y apartado. Me di la tarea de hacer ese recorrido, señorita. No existe tal “lugar desierto” cerca del punto donde usted afirma haber sido emboscada. Solo hay dos calles trasversales, y en ambas hay casas totalmente habitadas.

—¡No había nadie afuera! ¡Estaban desiertas!

—Otra casualidad, ¿no?

—Eso no…

—No había nadie afuera, eso dice usted. Pero sí notó que estaba rodeada de casas, ¿no?

—No entiendo a qué viene…

—Responda la pregunta.

Me mordí la lengua por la impotencia que sentía bajo el dominio de aquel halcón.

—¿Se dio cuenta de que estaba rodeada de casas sí o no?

—Sí, obvio.

—¿Y por qué no gritó?

—¡¿Qué?! —No podía creer lo que me estaba preguntando. Sus palabras con solo salir de su boca fueron como veneno que secando mi alma y marchitando mi piel.

—¿Por qué no gritó? ¿Por qué no pidió ayuda? ¿Lo estaba disfrutando?

—¿Cómo mierda…?

—Responda la pregunta.

—¡No!

—¿No quiere responder o no lo estaba disfrutando?

—Yo… no… no entiendo qué… ¿Puede repetir la pregunta?

—¿Usted se considera atractiva, señorita Ferreira?

—Objeción. Relevancia —exclamó mi abogado hablando por primera vez.

—La tendrá, señoría. Solo déjeme proseguir —pidió el fiscal defensor mirando al juez.

—Lo permitiré, abogado, pero tenga cuidado.

—Muchas gracias. —Se volvió para mirarme—. ¿Usted se considera atractiva?

—Yo… No sé.

—Responda.

—¡No, no, maldita sea! ¡No!

—Y mis clientes… ¿le parecen atractivos?

—¡Jódase!

—Señorita, o se comporta o tendré que acusarla por desacato —expresó el juez dirigiéndose a mí—. Prosiga, abogado.

El abogado asintió y regresó a su interrogatorio.

—¿Mis clientes le parecen atractivos?

A pesar de que mi rostro trataba de no reaccionar, de mantenerse inmóvil, de congelar sus músculos, mis lagrimales estaban fuera de mi control, derramaban mis sentimientos, el producto de la más desgarradora de las humillaciones públicas que había vivido, en forma de líquido por mis mejillas. Aquel hombre tomó toda lo que me hacía humana y lo transformó en esquirlas, usó mis sensibilidades y emociones más íntimas como peones en su tablero para hacerme pasar de victima a… ¿qué? ¿Una zorra? ¿Una mentirosa?

Sabiendo que insistiría en que contestara la pregunta, me limité a asentir. Sabía que mi voz me traicionaría si me atrevía a usarla.

—Necesito una respuesta verbal. ¿Le parecen atractivos mis clientes?

—Sí, así es.

Me sorprendió lo mucho que podían estrangular tres simples palabras.

—Y usted se siente fea.

—Yo jamás…

—¿No existe la posibilidad de que usted deseara lo que le pasó? Un trío de chicos buenmozos, decentes y populares, al fin fijándose en usted. Usted se acerca a ellos, hablan, tontean un rato. Al fin le están prestando atención… —Mientras él hablaba yo solo negaba con la cabeza una y otra vez mientras las lágrimas se hacían cada vez más gruesas, más constantes, más dolorosas—. La invitan a apartarse un poco de la calle, ven que en la trasversal no hay nadie y usted los acompaña. Se besan, se toquetean. Usted no grita ni hace nada porque usted lo desea. Pero, tal vez… usted intentó llegar a más con uno de ellos. Él se detuvo, los demás pararon también. Nadie quiso quitarse el pantalón por usted. Qué rabia, ¿no? Otro rechazo más para su lista. Pero ellos lo pagarían, y muy caro. Entonces… los trajo aquí y los denunció, sabiendo que destruiría su reputación, su vida y la de sus familiares. ¿No es así? —Me quedé callada, aunque mis sollozos me parecieron suficiente respuesta—. Usted es una vergüenza para las victimas reales. Qué pena me da.

Mi último vistazo a su rostro fue su cara de repulsión absoluta a lo que yo presuntamente representaba.

—No más preguntas, señoría.



Lectores, este fue un capítulo bastante difícil de escribir. Aunque no lo crean, esta es la realidad de muchas víctimas. Demasiadas. Sinaí lo puede estar soñando, pero hoy muchas lo están viviendo. Estar en la mente desnuda de Sinaí, cómo su cerebro la convence de lo que pasará si llega a hablar sobre lo que le pasó, también es bastante difícil. Cargar con todos sus sentimientos, sus lágrimas, sus recuerdos, su impotencia.

En fin, de verdad espero que les haya gustado. Se viene nuevo capítulo de Axer 😈.

Les dejo con los memes y unos regalitos que me hicieron por mis 8mil seguidores 😍



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