Capítulo 0 [+18]
Poison.
Ella llegó al cuarto de Parafilia que Aaron destinó para ese encuentro y, con una ligera sonrisa, recordó las palabras del vampiro antes de salir.
—Mi padre me mataría. Tengo a la persona que más desprecia viviendo conmigo y desfilando frente a sus narices, incluso en su negocio. Esto es la verdadera adrenalina.
Tenía razón. Poison sentía la adrenalina con solo respirar el aire infestado de hormonas del lugar.
Se encontró con la respiración pesada y debió hacer un esfuerzo muy consciente para no mostrarse como una presa devorable, lo que no podía era diferenciar si esto era por el efecto del perfume de Parafilia en su sangre o si se debía a la imagen de Sama'el Jesper retorciéndose al enterarse de que la víbora que creía muerta estaba aliada con su heredero, o si era más por la aproximación del encuentro al que se encaminaba.
Tal como había hecho todos los días de su vida para inmunizarse, puso una pastilla con una aleación ínfima de veneno bajo su lengua para que al deshacerse calmara su abstinencia.
Poison vivía, literalmente, destruida por dentro. Y no hay monstruo peor que ese, el que no tiene nada que perder, ni siquiera a sí mismo.
Ella, al entrar a la habitación reservada por Aaron, lo primero que notó fue que la atracción del cuarto no era su cama, ni el aparador repleto de juguetes sexuales: era el jacuzzi iluminado con luces de neón azul, que humeaba hasta abastecer todo el lugar con esa espesa nube de vapor, que parecía hervir la piel del único hombre que hizo a Poison considerar la monogamia y el matrimonio.
Azrel Mortem Frey estaba entre las aguas que hervían, con los brazos fuertes extendidos en el borde. Su rostro mostraba signos de sentir el maltrato por el calor, pero de una manera en que parecía casi un placer. Su piel morena se notaba enrojecida por la tortura, sus músculos tensos hacían de su torso y brazos un paraíso tentador.
El griego salió del jacuzzi al notar su invitada. El agua se arrastró por su piel en una caricia lasciva mientras se levantaba. Solo estaba cubierto por un boxer negro, no dejaba mucho a la imaginación.
Se volteó un momento mientras se secaba el rostro y las manos, y eso hizo que ella pudiera notar su espalda totalmente tatuada por las enredaderas de espinos que subían hasta su cuello y clavículas. Esa espalda, cada músculo y hendidura, la forma exacta de los omóplatos y la curva que descendía hasta la liga del bóxer... Esa era la perdición de la mentirosa que juraba no tener debilidades.
Los cien dólares picaron en su sostén, anticipando la caída.
Pero ella no iba a caer. No sin arrastrarlo.
Él se acercó, su torso todavía húmedo y el paño entre sus manos. Le recordó a ella ese primer encuentro con quién decía ser su verdugo, cuando con las manos llenas de jabón y limpiándolas con un paño de cocina, le dijo:
—Perdona, estaba lavando los platos.
A Poison jamás le había parecido tan sexy un acto tan mundano.
Los ojos grises del griego parecían atravesar el material oscuro de los lentes de Poison. Parecían penetrar incluso el aceituna de sus orbes y acceder a la enorme lista de mentiras en su haber.
Fue demasiado para ella, quien ni siquiera esperó a que él dijese una palabra para clavarle un puñetazo en la mandíbula que resonó en todo el cuarto y le volteó el rostro.
Él, habiéndose mordido el labio durante el impacto, se llevó un par de dedos a este para encontrarlo roto y sangrando, así que procedió a relamerse la herida.
—Tu saludo resultó superar mis fantasías, mi dulce mentirosa —expresó él, su voz, esa que bien podría atribuirse al príncipe de un averno, que provocaba más que cualquier tacto.
Poison temblaba de rabia, y decidió actuar al respecto.
—Tus bajas expectativas me resultan ofensivas, maldito imbécil. Yo no esperé menos de ti.
Ella usó el mismo impulso de rabia en su voz para girar su cuerpo en una patada directo a la cara del griego. Él previó el movimiento y se agachó, justo cuando ella lanzaba su segundo pie al aire hacia su estómago.
Él le tomó el tobillo en el acto y lo retorció hasta hacerla caer de bruces al suelo y taclearla.
Encima de su espalda, el griego le puso una mano en la nuca para mantenerla presionada contra el suelo. Se acercó a su oído y emitió un susurro en su lengua natal, usando ese matiz en su voz que más de una vez hizo a Poison considerar romper sus propias reglas.
—¿A qué viniste? —preguntó en griego, sabiendo que ella entendería—. ¿Me extrañabas?
—Claro que sí —respondió ella también en su idioma—, necesitaba compañía en el infierno.
La daga se clavó en el hombro de Azrel con un ruido seco. Él gruñó, reprimiendo una maldición, y apagó el dolor de su mente levantando la cabeza de Poison por su anclaje en su nuca, y estrellándola contra el suelo con el mismo impulso, tan fuerte que los lentes de sol se quebraron.
Ella recibió el golpe como una nueva inyección de ira. Cuando Azrel se llevó una mano al hombro para arrancar la daga, Poison hizo una maniobra que la dejó encima de él, se arrancó la navaja tras la peluca y la empuñó contra la tráquea del griego.
Él sonrió por primera vez en aquel encuentro. La daga era un deja vù en la controversial historia que compartían: el pecho agitado en su compás favorito y los ojos de ella, como dos onzas de veneno, eran el motivo de todos sus maltratos privados.
—Yo sí te extrañé, mentirosa.
Ella, superada por aquel descaro, le partió el otro extremo de sus labios con un codazo que lo dejó escupiendo sangre.
El semblante de Azrel se ensombreció. La tomó de la cintura y la levantó sin esfuerzo solo para cargarla. Un segundo después la tuvo anclada con las piernas a su torso desnudo, mirándolo con algo entre la ira y el horror.
Él guiñó uno de sus ojos grises en un gesto fugaz, y se lanzó junto a ella al fondo del jacuzzi.
El agua hirviendo lastimó a Poison hasta hacerla gritar sumergida, sus uñas casi atravesaron sus guantes y se aferraron con fuerza a la dura piel de su villano favorito.
Ambos surgieron a la superficie, ella todavía aferrada a él, y el agua teñida por la sangre que brotaba de la puñalada en su hombro.
—¿A qué viniste? —insistió él sin aliento—. Y no, no ha cambiado nada con respecto a mis preferencias: si mientes, te haré daño, Poison. Muchísimo daño. Así que no me digas que estás aquí para matarme.
—Esa es la cosa, hijo de perra —jadeó ella con los brazos alrededor de su cuello—, que todavía no me decido.
Él atajó sus labios a mitad de su respuesta y la besó, agresivo. Siguieron la guerra con sus bocas, lanzando un proyectil tras otro, como si el reto fuera disfrutarlo, como si la muerte significase admitirlo.
Era la primera vez que se besaban, y cuando ella fue consciente de eso, y de cuánto en serio lo había necesitado, y cuánto le encantaba la mano de él aferrada a su cuello, se le escapó un gemido que él castigó arrancándole la peluca de un jalón.
Ella siguió aferrada a su cuello a la vez que su otra mano se deslizaba por todo su torso, y se sumergía a soportar el calor, hasta tomar la dureza por encima del bóxer.
Él dejó de besarla y le tomó el culo, un tirón fuerte con ambas manos bastó para pegarla a su erección como si quisiera atravesarla con ella.
—Tienes demasiada ropa —se quejó él con el tono autoritario que había sido la debilidad de la mentirosa en el pasado.
—No vine aquí a que me la quites —espetó ella y se lanzó a sus labios, pero en lugar de besarlo le mordió fuerte, alejando su rostro en un tirón brusco para lastimarlo.
Azrel la abofeteó para que lo soltara, arrancándole un grito obsceno.
Él la volteó y la maniobró hasta dejarla empotrada contra el borde del jacuzzi, su culo presionado por su cuerpo, su torso pegado al piso por los brazos de él.
—Debiste cogerme cuando tuviste oportunidad —espetó ella con una sonrisa cínica—. Y no hablo de esa última vez, me refiero a todas las anteriores. Desperdiciaste todo eso.
El griego, en lugar de responder, quitó uno de sus brazos de encima de ella y lo usó para arrancarle uno de los zapatos.
No hizo nada con él por un momento mientras decía:
—Debiste casarte conmigo. No te habría hecho feliz, pero habría hecho miserable a cualquiera que siquiera pensara en dañarte.
Ella recordaba sin esfuerzo sus palabras, las miles de veces que le pidió entrega y exclusividad absoluta a cambio de un aliado y una luna de miel eterna. Pero eso fue lo que a él le hicieron decir, y ella lo sabía. Todo había sido mentira, él era el sabueso de Aysel, su único objetivo era vigilarla, castigarla y hacer que se enamorara de él para luego romperle lo que le quedase de corazón.
E incluso así, Poison no pudo evitar hacer la maldita pregunta:
—¿Quieres que crea que tu propuesta era real?
—Mi trabajo no era mentirte, era que te enamoraras de mis medias verdades.
En esa posición, empotrada contra el jacuzzi con él encima, lastimándola tanto como la extasiaba con su presencia, ella casi quiso creerle, pero prefirió aprovechar el momento de escupirle una verdad que no le dejaron expresar en su momento.
—Fracasaron en eso —confesó si aliento por toda la actividad—. Jamás sentí nada por ti más que el hijo de puta deseo de que me cogieras hasta matarme.
—Eso basta para mí. No puedo decir que te rompí el corazón pero sí que te jodí de por vida. Tú frustración será tu pena, dulzura.
—Eres un maldito.
—Si te hace sentir mejor: estamos juntos en esto, Poison. Me masturbaré en tu nombre hasta que me muera.
Era una maldición para ella que todo lo que ese hombre dijera, fuese la más obscenas de las verdades o la más indicada de las mentiras, le encendiera el cuerpo en un deseo que le hacía daño.
Porque lo odiaba. Claro que lo hacía: la amenazó con una pistola en su primera cena, le dio tres reglas que le jodieron la existencia por meses, lo vio bañarse con una enorme serpiente para vencer su miedo a ellas y demostrarle que no había fiera que no pudiese domar, lo vio matar a su mascota de toda la vida para probar que no sentía apego por nada, se enfrentaron con dagas y cuerpo a cuerpo, Poison se tragó y vomitó todas las mentiras con las que él intentó que ella cediera, soportó las ganas de que él la tomara y sufrió sus múltiples negativas hasta ese último encuentro, cuando ella descubrió la traición, y él de alguna forma le perdonó la vida.
Lo odiaba, pero odiaba mucho más que su cuerpo no dejara de pedirlo.
Y entonces la cosa se puso peor, porque él usó el zapato que le había quitado para lanzarlo contra el aparador más cercano. Los juguetes rodaron hasta quedar al alcance de su mano y Azrel se extendió para tomar uno de estos.
Poison seguía sometida bajo el peso de Azrel, sus párpados cerrados con fuerza por el reciente golpe que acababa de oír. No fue hasta que el griego accionó el vibrador cerca de su oído —cuando ella pudo escuchar el zumbido que le recorrió todo el cuerpo— que abrió los ojos.
Su entrepierna recibió esa corriente de sorpresa que provocó aquel sonido como una tortura, las contracciones se hicieron más fuertes y la claridad de la mente de Poison desapareció, solo podía pensar en lo que quería que él...
—Ni siquiera te he lo he acercado, sucia —dijo él, tomándola por la barbilla— y mira cómo te mueves contra mi verga.
Era verdad, y eso la hizo maldecirse avergonzada. No tenía control, no con él. Ni siquiera sentía ya molestia por el calor del agua, pues sus ganas parecían arder más fuerte y por un momento todo en lo que podía pensar era en que él se quitara el maldito bóxer.
—¿Sigue en pie eso de que no viniste a que te quite la ropa?
—No seas arrogante, griego. Estuviste meses pidiéndome exclusividad y nunca cedí, ¿qué mierda te hace creer que en cinco minutos puedes hacerme cambiar de opinión con...?
Azrel le cayó la boca acercando el vibrador a su entrepierna por encima del pantalón. Poison volteó sus ojos hasta blanquearlos y arqueó su espalda hasta que su cadera quedó tan pegada de Azrel que ella podía imaginar perfecta la forma de su erección en su mente.
La sensación era demasiado para fingir que no lo estaba disfrutando, así que ella decidió jugar de otra manera, torciendo la situación a su favor. Empezó a moverse contra la dureza de Azrel, no quería ser la única torturada y eso pareció funcionar, porque él, no satisfecho con la manera en que el culo de ella le estimulaba, le metió un par de dedos profundos en la boca para que se los chupara como tantas veces había fantaseado que hacía en otro lado.
Así siguió mientras presionaba el vibrador en ella, de arriba hacia abajo por todo su clítoris. La tenía tan cerca del orgasmo que Poison escupió sus dedos y se aferró con los dientes a su brazo, tan cerca que...
Él separó juguete, como si hubiese leído en su cuerpo lo cerca que estaba. Ella ni siquiera disimuló su gruñido de frustración.
—¿Esa es tu idea de una tortura? —espetó ella, tan frustrada que se sintió capaz de matarlo.
Él la volteó, teniéndola de nuevo en el jacuzzi de frente a él. La aferró de la cintura y volvió a acercar el aparato, justo en ese punto donde ella quería. Al sentir el contacto y sus vibraciones, Poison se quedó sin palabras. Solo ansiaba que él lo presionara más y más, y...
Él soltó su cintura para acariciar su mejilla, delicado, un gesto casi cariñoso, y le dijo:
—Aguanta, Poison, no vayas a correrte.
Lo irónico de la petición dulce y paciente de Azrel a pesar de la contradicción, fue que la dijo mientras presionaba más el juguete en la entrepierna de Poison, empujándola más cerca del final.
—No puedo... —musitó ella, más débil que nunca.
—Sí, puedes, mi dulce veneno, solo aguanta un poco más.
Eso la hizo gritar, pues su voz la estaba enloqueciendo, y se aferró a su cuello, exhaustiva, mientras la vibración invocaba todas esas contracciones que estaba conteniendo.
—Hazlo por mí —insistió Azrel con sus labios rozando su oído.
Y entonces Poison rio con maldad.
—¿Por ti? —jadeó—. No haría nada por ti.
—Dios, cómo me prenden tus mentiras...
Azrel la agarró por la nuca y en un beso le metió la lengua hasta ahogarla.
Él soltó el juguete e introdujo su mano en el pantalón de ella, directo a ese punto necesitado de atención. Poison se dejó azotar por el orgasmo que él provocaba con sus dedos lubricados con sus propios fluidos. Y lo besó, drogada por el estallido de placer, con los brazos alrededor de su cuello, y por unos segundos se dejó llevar por la fantasía de que esa podía ser su vida, rendirse de placer en los brazos de su verdugo, pero tenía que aterrizar.
—Para —jadeó ella mientras los dedos de él la penetraban.
—Yo no voy a parar, tendrás que matarte.
Ella se mordió los labios sintiendo que todo ese juego de poder y el movimiento de los dedos de Azrel en su interior la encendían de nuevo, como a una insaciable.
—Podría... —ella tragó—. Podría hacerlo.
—¿Tan mal estás que no puedes ni hablar?
—Azrel, maldita sea, ya para y cierra la boca que voy a...
Él sacó los dedos de su interior solo para ir tras la mano de ella. La tomó, le quitó el guante y la guió dentro de su bóxer, estacionando en esa parte de él mismo que parecía a punto de estallar.
Ella lo apretó, fuerte y autoritaria, y lo comenzó a acariciar desde la base hasta la punta, mirando a su dueño a los ojos, disfrutando la manera en que él parecía desequilibrado por eso.
—¿Dónde lo quieres? —preguntó él, y esas palabras hicieron a Poison temblar de hambre.
—No lo quiero en ningún lado, ni siquiera es mi tipo.
Azrel rio y se mordió el labio.
—Podría vivir así, Poison, escuchándote mentir eternamente, jugando a que no te mueres por esto.
«Y yo», pensó ella.
—¿Qué es lo que quiere mi jefe? ¿Quieres que apriete más? —Poison hizo una demostración con su mano, Azrel cerró los ojos con fuerza como reacción—. ¿Quieres que te agarre las bolas...? —Hizo justo lo que dijo, y Azrel se aferró al borde del jacuzzi, una mano a cada lado del cuerpo de Poison, apenas conteniéndose—. ¿O prefieres que me lo mete a la boca? ¿Es eso? ¿Quieres que lo lama y lo chupe hasta que no te quede una maldita gota de semen?
—Cierra la puta boca...
—Tendrás que seguir masturbándote, Azrel, porque yo no te pienso ayudar con eso.
Y a pesar de sus palabras, ella empezó a estimularlo. Su mano en una ligera presión alrededor de su miembro, subiendo y bajando en un ritmo que pronto puso a Azrel a demostrar su sufrimiento en su rostro. El vapor los envolvía casi hasta asfixiarlos, pero no parecía ser ese el motivo de lo pesada que se había tornado la respiración del griego.
—¿Es así como lo haces? —preguntó ella con una sonrisa cínica.
Él no dijo nada, concentrado en la manera en que ella jugaba con su miembro, y entonces ella subió la intensidad con la que lo estimulaba.
—¿O te gusta más rápido? ¿Más fuerte? ¿Cómo, Azrel? ¿Cómo lo haces cuando yo no estoy?
—Poison, creo que deberías parar —expresó él en un hilo de voz—. Tienes una mano muy linda y no me gustaría ensuciarla, pero si sigues hablando y moviéndola de ese modo me temo que no tendré alternativa.
Ella, en lugar de obedecer, se pegó tanto a él que sus labios se rozaron.
—¿Cuando lo haces tú mismo... me imaginas chupándolo?
—Poison.
Ella le dio un beso en la comisura del labio y luego se fue al otro extremo para hacer lo mismo, jugando entonces con los testículos del griego.
—¿Quieres cojerme la boca?
—Poison... —Él le tomó la mejilla y la miró, suplicante—. Por favor.
—¿Me estás haciendo una dócil petición? ¿La misma persona que me dijo que no había fiera que no fuese capaz de domar?
—No te estoy pidiendo nada, Poison, te lo estoy suplicando.
Ella sonrió de oreja a oreja y en ese momento, él dejó un beso en sus labios. Un beso que la lastimó desde sus entrañas, pues fue lento, cauto y reconfortante de una manera casi tierna. Le hizo sentir una especie de complicidad que no tenía con ninguna otra persona, como si fuese posible sentir cariño incluso dentro del caos que era su relación con su ex jefe.
Entonces ella sacó su mano y se apartó para salir del jacuzzi.
Él ni siquiera necesitaba que ella le diera una razón, pues al salir le dijo:
—Tu intento por ser fuerte me revela lo débil que te sientes a mi lado.
—Piensa lo que te de la maldita gana, Azrel, a mí ya me da igual.
Poison empezó a desvertirse, principalmente porque no era agradable estar empapada fuera del jacuzzi. Quedó en ropa interior y se sentó al borde de la cama, cubriéndose con la sábana.
Azrel la siguió y se lanzó a su lado, acostado, sin nada que cubriera la imponencia de su cuerpo, lo atractivo de sus tatuajes, la tentación de su piel morena, cálida y húmeda por el reciente baño.
Poison quería tocarle hasta el último rincón de su cuerpo, y por eso desvió la vista.
«Maldito seas, Aaron, te debo cien dólares».
—¿Vas a decirme a qué viniste?
—Sí. Lo haré.
Él la tomó por la muñeca y guió su mano hacia sus labios. La besó, con una ligera presión a la vez que exhalaba su aliento, y luego la puso sobre su muslo desnudo, dejando su propia mano sobre esta por si a Poison se le ocurría retirarla.
Eso la puso nerviosa. No porque no hubiese pensado en tocarle ahí, en esa zona tan íntima, sino por sus propios impulsos, la ganas que tenía de recorrer el resto del lugar.
—¿Todavía te paga Aysel? —indagó ella. Era la primera pregunta, la más importante para saber cómo proceder.
—Ay, mi dulce veneno...
Azrel se incorporó hasta quedar sentado. Le tomó el rostro, autoritario, pero gentil, y le dio uno de los besos más agónicos que ella recibiría jamás, porque tenía tiempo y espacio a negarse, pero a su pesar no podía hacerlo.
—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó él contra sus labios—. ¿Te preocupa que sea mejor mentiroso que tú? Porque crees que esto es mentira, y tendría que ser mejor que tú para ser capaz de ordenar a mi cuerpo que se ponga como lo hace cuando tú estás cerca.
—Si he de ser honesta... —susurró ella contra sus labios. Se atrevió a alzar la mirada un segundo y el contacto visual pareció estrangularla—. A veces sí, me gustaría saber qué parte fue mentira o... Pudiste matarme tú mismo esa última vez. Te mentí, y tú sabías que te estaba mintiendo. ¿Por qué no lo hiciste?
—Me gusta hacerte daño, Poison, pero no te quiero muerta.
—¿Qué quieres...?
—¿Qué quieres tú?
—Quiero lo que una vez me ofreciste. Y por eso quiero saber qué tanto fue real.
—Cada palabra —respondió él—. Desde que dije que era el peor maldito que jamás conocerías, hasta cuando te dije, a través del auricular, que estaba a tus pies. Y eso hasta Aysel lo sabe.
—¿Y sigue en pie tu oferta?
—No viniste aquí por un anillo de matrimonio.
—Claro que no. Vine por el tatuaje que prometiste hacerme.
Él arqueó una ceja en respuesta.
—¿Mi apellido?
—Sí. Y tú mi nombre.
—¿Cuál de todos?
—Lo mismo te pregunto a ti: ¿de qué apellido hablabas? ¿Mortem o Frey?
Azrel, con la mención de su segundo apellido, soltó el rostro de Poison y miró en otra dirección.
—Hace mucho que no soy Frey. Soy la oveja negra de la familia. Y casi literalmente, si comparas mis características físicas con las de ellos.
—Siempre vas a ser un Frey, y es por eso que te necesito.
Él entornó lo ojos con interés a la vez que volteaba a verla.
—¿Qué mierda tramas, mentirosa?
—Tú sabes lo que quiero.
—Y te volviste definitivamente loca, ¿no? Yo trabajo para Aysel, técnicamente soy aliado de Dain. ¿Por qué me estás diciendo esto?
—Eres la mascota de su esposa, no el aliado de Dain. No me mientas, hace años que no te hablas con tu hermano por lo que le hiciste. Así que solo queda Aysel, y yo puedo ofrecerte más que ella...
—Lo dudo. Aysel paga muy bien.
—No dinero. Quiero que dejes de ser su sabueso...
—¿Y me convierta en el tuyo? —terminó él con una sonrisa perspicaz.
—En mi aliado.
Eso hizo al griego voltear al borde de la risa. Aunque se formó un par de teorías sobre el regreso de la mentirosa, lo último que se le ocurrió fue que volvería pidiendo una alianza. Y eso solo podía significar una cosa: estaba mintiendo.
—Por favor, Poison. No puedes ni besarme sin temblar de pies a cabeza, ¿cómo piensas confiar en mí?
«Buena pregunta», pensó ella.
—Tendré que hacerlo, y será mi problema. Y creo que podré, hasta cierto punto. Podré al menos confiar en que estaremos juntos en esto.
—¿Por qué? ¿Por qué tengo que creer eso y que no vivirás paranoica y me traicionarás?
Poison sabía que tenía que decirlo, no solo era necesario sino indispensable, pero cómo le dolían esas palabras atoradas en su garganta. Casi prefería ser escupida y humillada de forma física que tener que confesarlo.
—Porque tú nunca me traicionaste —expresó ella a regañadientes—. Eras mi jefe, no mi aliado. Sabía que trabajabas para alguien más, que me matarías si llegaba el momento, que serías el tirano en mi historia. Tu mismo me lo advertiste al presentarte. Fuiste un perro leal con Aysel, al menos hasta nuestro último desliz, cuando rompiste todas sus reglas. Quiero creer que alguien como tú, esa bestia que conocí bañándose con una boa para vencer su fobia, no se conformará con ser la oveja negra. Quiero creer que ese fuego que arde en tus ojos junto a los míos es real, que quieres ser el puto villano, y que lo harás conmigo, porque qué mejor manera de joder el mundo, ¿no? Tú me deseas, y de forma insana. Y esta es tu oportunidad para aliarte conmigo, con todo lo que eso implica, y no creo que quieras joderla solo porque la mujer de tu hermano paga bien.
—Eso explica por qué yo podría aceptar, pero no para qué me quieres. Dime, ¿por qué yo? Sabía que buscarías venganza, pero yo debería estar incluida en esta. Entiendo que todo eso que dijiste podría ser una respuesta, pero no te creo. No te creo una puta mierda, y no me voy a arriesgar a ponerte la espalda para que me claves el puñal. Dame un puto motivo convincente. Porque la Poison que yo conocí no vendría a perdonar mi vida y ofrecerme una alianza solo porque quiere un polvo.
—Ya te lo dije, imbécil. Te necesito. Mi venganza es inminente hacia todos los que me jodieron, pero eso empieza por la maldita pelirroja de Frey. Tú eres prescindible en esa venganza, me sirves mucho más vivo y a mi lado. Todo este tiempo de silencio he investigado a los Frey y, mierda, no hay una puta manera de tocarlos. Excepto una.
—¿Cuál?
—Con otro Frey.
Azrel se mordió el labio pero no tuvo caso, su sonrisa era evidente. La chispa de su interés se había vuelto una fogata y es que la mente tiránica y perversa de la mujer a su lado era su maldita perdición. Él se rendiría complacido ante ella, y destruiría a quien hiciera falta, solo por ver sus planes realizados.
Y ella lo supo, con solo una mirada, porque eran el mismo tipo de monstruos, y ella lo conocía lo suficiente para saber que, con solo incentivar su hambre, lo tendría dentro.
—¿Cómo quedamos nosotros? —preguntó Azrel, pues sabía que no tenía caso seguir discutiendo. Él ya era parte de eso.
—¿No te da vergüenza sonar tan ansioso?
—Tú eres la que consigue placer mintiéndose a sí misma, yo siempre he sabido mi puesto cerca de ti, y es a tus putos pies. Así que dime cómo me quieres, y soy tuyo.
—No vamos a hacer esto —dijo ella como un medio para defenderse del efecto de sus palabras, de las ganas inmensas de creerle—. Pero no mezclaré trabajo y... No cometeré ese error de nuevo.
—Me pediste que te tatuara mi apellido.
—Y fue en serio. Como una muestra de respeto, más que nada. Y admiración. Sigues siendo mi villano favorito.
Él la miró a los ojos, solemne, y ella tuvo que fingir que no se le estaba derritiendo el alma con esa mirada.
—No quiero a nadie más, Poison. Si vas a hacer esto no podríamos casarnos, lo descubrirían, pero tú eres mía, y quiero que lo aceptes. Dilo, y lo tomaré como tu voto, y cumpliré lo que una vez te dije, que fragmentaría el mundo solo por verte complacida.
Ella abrió la boca, pero sintió como si el gris de los ojos de él le robara el aliento. Pensó su respuesta, apenas un segundo, y luego la cambió, huyendo al contacto visual.
Ni siquiera entendía por qué tenía ganas de llorar, y quería matarse por eso, por no haber podido asesinar su fragilidad por completo.
—No voy a hacer eso.
—No importa. —Él le agarró el mentón y la volteó. Sus ojos se conectaron una vez más, los de ella parecían amenazarle, los de él tan tranquilos como sus pensamientos. Entonces le depositó una leve caricia en los labios con los suyos—. Me basta con que tardaras un par de segundos en negarte.
«Este hombre me va a matar, maldita sea».
—¿Cómo llegaste hasta aquí? —preguntó Azrel luego de soltarla—. Sama'el cree que estás muerta, ¿cómo te mueves en su zona sin que nadie...? No me jodas... No, por favor, dime que esto de que cree que estás muerta no es una fachada cuando en realidad te lo estás cogiendo...
—¿Qué? No jodas, qué puto asco. A mí lo único que me gusta de Sama'el es su hijo.
Azrel contuvo la respiración, como si Poison le hubiese dicho una obscenidad. A ella no le pasó por alto el modo en que su erección se movió bajo su boxer, como si esperara atención.
—Ojalá me dijeras eso chupándomela —musitó Azrel, sus ojos cerrados y mordiendo sus labios—. Siempre he tenido debilidad por la manera en que haces trizas el ego de hombres poderosos con una sola frase.
—¿Quieres que te haga trizas la verga?
—Mientras le brincas encima.
Poison rio, pero no pudo evitar relamerse. Tenía en serio que considerar esa petición, pero para otra ocasión. Estaban en algo serio en ese momento.
—Respondiendo a tu pregunta, estoy aquí por un hermoso aliado, que ahora compartiremos. Es un cínico chico muy pálido que biológicamente siempre tendrá unos diecinueve años y...
—No.
—Sí.
—¿Aaron?
—Jesper.
—Estoy fuera —zanjó Azrel y se levantó.
«Hombres», pensó Poison poniendo los ojos en blanco.
—No puedes salirte ya —dijo ella.
—Sí puedo, no trabajo con zancudos.
—No seas racista, Azrel. No son tan malos... Bueno, sí lo son, pero Aaron vale la pena. Es mi aliado más útil por mucho.
Azrel rio con amargura y empezó a gesticular con las manos al decir:
—Aaron es un holgazán mimado, un heredero acostumbrado a coger con todo lo que se mueva y a que le lleven la comida a la boca. Es un inútil que, tal como dijiste tú, tendrá la madurez de un puberto eternamente.
—He cazado con Aaron, no es inútil, y nadie le lleva la comida a la boca. De hecho es muy, muy, listo el condenado. Solo que no lo aparenta. No estudia en la universidad donde trabaja su padre, es solo una fachada para que pueda cazar. Y es su heredero, sí, pero también un increíble empresario que sabe llevar sus finanzas y su cochino imperio. ¿Y qué si le gusta coger?
—¿Te lo estás cogiendo?
Entonces Poison fue quien se echó a reír.
—Ese no es tu maldito problema —respondió ella todavía riendo.
—Es mi problema, por supuesto que sí. Suponiendo que fuese a aliarme con el mocoso, ¿crees que podría además compartirte con él? Preferiría que me castres.
—No seas dramático. Sigue sin ser tu puto problema, pero parece que va a darte un soponcio así que no creo que haga daño aclararte que no, no me estoy cogiendo a Aaron Jesper.
—¿Cuánto llevan de aliados?
—Todo este tiempo, supongo. No le hice firmar nada.
—¿Y no te lo estás cogiendo?
—No.
Azrel le sostuvo la mirada a Poison, serio y firme. Ella pensó que él podía ver más allá, leer lo que no decía... Pero era imposible, ¿no?
—Te morías por romper mi regla de «nada de sexo con los Jesper» —argumentó él— y ahora que puedes, ¿lo desperdicias? ¿Así? ¿Sin más?
Poison se encogió de hombros.
—Digamos que ya no andamos en eso. Perdí el interés después de un par de veces.
—No te creo una mierda.
—Nunca me crees nada.
—Al contrario: sé cuándo creerte. Me conozco tus mentiras como mi huella dactilar. Si hubieses empezado algo con Aaron, en esta nueva vida de incógnita que llevas donde probablemente pases algunos días de escasez... No lo habrías dejado, sería tu juguete. ¿Quieres que crea que decidiste de pronto vivir de tus dedos?
—¿Cuál es tu maldito problema? Simplemente el chico no era mi tipo. Es muy malo.
—Malo —repitió Azrel de una manera que hizo creer a Poison que se estaba sometiendo a un polígrafo y no a su ex jefe.
—¿Te cuesta creerlo? Tal vez el que fantasea aquí con el mocoso es otro, ¿no?
—Poison, me estás viendo la cara de poceta. El chico es el hijo del dueño de Parafilia, no hay una manera lógica en que él pueda ser nada como «malo». Si no están cogiendo en este momento es porque nunca has tenido una relación sexual con él, al menos no después de esta estúpida alianza. Y eso solo puede significar que... —El griego parecía estar al borde del vómito—. Qué asco, es tu amigo.
Poison guardó silencio un segundo, lo que hizo que Azrel frunciera el ceño.
—Este era el momento en el que me decías que estoy loco y equivocado. —Poison siguió en silencio así que Azrel abrió los ojos con una sorpresa que rozaba el horror—. ¿Cómo puedes confiar en un Jesper? ¿Cómo puedes confiar en nadie luego de...?
—Aaron fue la única persona en todo el maldito pueblo de Malcolm que no estaba confabulado con la puta pelirroja de Aysel para joderme la existencia. Es un nene, sí, es irreverente y le vale verga todo en la vida, pero me idolatra, lo que significa que me respeta. Y no me dio la espalda, aunque fuese únicamente porque le divirtiera la idea de joder a su propia familia. Es la única persona en la que confío justo ahora.
—O sea que yo estoy por debajo en la lista.
—Ni siquiera estás en la lista.
—Eso me habría halagado hace un segundo, pero ya no. Ahora me preocupa por un motivo que recién asumo.
Poison se calló de golpe. Tenía que hacer la pregunta. Pero no quería, porque creía prever la respuesta.
Pero no valía la pena postergarlo. Se levantó también, avanzó hacia Azrel y una vez frente a él, hizo la pregunta.
—¿Qué motivo?
—Dain.
—¿Qué mierda pasa con tu hermano que siempre lo sacas a...?
—Fue tu amigo, confiaste en él.
—Dain no es más que el maldito que me jodió la vida no una, sino dos veces —cortó Poison sintiendo que vertían ácido por sus cuerdas vocales, una clase de veneno para el que todavía no era inmune. Solo esperaba que no llegara a irritar sus ojos o podría malinterpretarse—. De hacer sido mi amigo, hace años me habría dado la dirección de Vanessa, mi libertad y los medios para vivirla con ella. Dain sabía todo lo que Aysel...
—Eso te lo puedes decir a ti, al espejo y al cura si te place, pero yo te conozco a ti, y a él, aunque todos preferiríamos que no fuese así. Si alguna vez sentiste algo cercano al cariño, si alguna vez te sentiste en íntima confianza con una persona, si alguna vez consideraste en dejar cualquier cosa por el bienestar de otro, fue por él. Y contra eso yo no pude, nunca. Ya era demasiado tarde. Ya él estaba dentro.
—¿Y cuál es el problema? ¿Qué si sentí cariño por él? Da igual, si hubiese sido así ya no es vigente, mira todo lo que hizo...
—Tú lo traicionaste primero.
«Hijo de puta».
—¿Estás de su lado? —espetó Poison mientras sentía la asesina emerger de sus adentros.
—No me interesa estar de ningún lado, Poison, solo escojo en qué bando pelear, independientemente de si es el correcto. Solo quiero que entiendas las cosas como yo las veo. Tú quieres que me una a ti para joder a mi propia familia, y eso va a ser... El jodido apocalipsis. Debo estar preparado para cualquier cosa. ¿Cómo podría confiar en que un día nos tengas a los dos de frente, una daga en tu mano, y la elección de salvar a uno y condenar al otro? ¿Cómo puedo confiar en que me elegirías a mí?
Esa pregunta... Esa era la única pregunta para la que Poison no tenía preparado un guión, y aunque siempre vivió de mentiras, a los ojos de Azrel todavía no aprendía a mentirles con la facilidad con la que respiraba. No podía arriesgarse a abrir la boca y descubrir que no tenía una respuesta, y que él lo adivinara al instante. Porque habría acabado todo. Y ella lo necesitaba.
¿Por qué tenía que ser tan difícil? Ella odiaba a Dain, mucho más que a Azrel. Había una clara respuesta, ¿por qué no podía decirla?
Pero ella a Azrel jamás le dio motivos para traicionarla, a Dain sí. Ella clavó el puñal primero, y luego él le perdonó la vida. Y ni siquiera se vengó él mismo, solo permitió que su esposa lo hiciera.
«Cobarde de mierda».
Poison quería llorar, y se suponía que ya no le quedaban lágrimas desde hacía años. Pero es que Dain era el último de sus recuerdos al que quería acudir. Porque, aunque ella dijera que le destruyó la vida al comprarla, no fue así. La salvó, a ella y a su gemela, del destino que había provocado su inservible padre. Y la trató como una más de sus tiburones. La enseñó a matar, y a sobrevivir a las voces de los cadáveres. La llevó de cacería, y con él creó los mejores momentos casuales dentro y fuera e la brigada. Él destruyó a quien hizo falta todas las veces que ella falló en sus misiones y necesitó de su ayuda. Incluso lloró a su lado, desnudándole su alma el día que ella...
Mierda, Poison no solo sintió mucho con Dain, sino que seguía sintiendo, tanto que prefería esconder sus recuerdos para poder negarlo. Y no, no de la forma en que sintió por Bastian o con la pasión iracunda que ahora sentía por Azrel. Fue algo distinto. Era la sensación de que había conseguido una persona que le agradaba, con la que se sentía segura, con la que quería distraerse, pasar el tiempo, trabajar, con la que se comunicaba fácilmente y sin máscaras...
Era su amigo.
Fue su puto mejor amigo, y se jodió todo por su culpa.
Así que no tenía respuesta a eso, no tenía forma de saber si en esas circunstancias remotas mataría a Dain y salvaría a Azrel, pero tenía que decidirlo. En ese momento, fríamente. Porque lo que sea que hubo entre ella y Dain ya estaba marchito y enterrado, con el ataúd manchado por los crímenes de Aysel. No había nada que hacer ahí.
Pero Azrel...
—Yo mataría por ti —dijo ella, tan convincente que ni siquiera dudó de sus palabras—. Si tú me prometes tu lealtad, así de insana e inflamable como es, yo te pagaría igual. Jamás pondría nada por encima de esta promesa. Y sí, una vez traicioné a tu hermano, pero a estas alturas ya debes saber el por qué. Así que no te preocupes por Dain. Preocúpate por Vanessa. Mientras ella esté bien, y tenerte me garantice su bienestar, jamás habrá nada por encima de este pacto.
Si él le creyó o no sería un misterio, pero en ese momento parecieron bastarle sus palabras, pues adoptó una actitud determinada y le dijo:
—Vamos a hacer esto. Estoy dentro. Pero no bastará con un Frey para desatar el apocalipsis. Vamos a necesitar una reunión familiar ligeramente más amplia.
—Los he vigilado, Azrel. Están todos jodidamente locos pero entregarían todos sus órganos por cualquiera en su familia, no hay ninguna posibilidad de que uno de ellos traicione...
—No creo que los hayas vigilado a todos.
Poison frunció el ceño entre ofendida e interesada.
—¿Viktor tuvo más hermanos? ¿Hay algún primo del que yo no esté enterada?
—Lo que nos importa es que Viktor tuvo más hijos. Y hay uno en particular que dudo que conozcas, pues es la oveja negra de su propio rebaño... De hecho, no. Lo olvidaba, pero ya lo conoces. Y ese es el lado desagradable, al menos para mí. Jamás esperé que llegáramos a esto.
A Poison le brillaron los ojos con diversión por el recuerdo. Vaya que se hacía una idea de quién hablaba Azrel, y del motivo por el que le desagradaba la idea de volver a juntarlos.
—¿Dominik Frey? —preguntó ella.
—Borra esa sonrisita, lo primero que haré será poner reglas que limiten su contacto. Pero sí, Poison, es él. Dominik Frey.
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Nota: AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH
Estoy burda de emocionada por este libro, se los juro. No creo que se esperen nada, les va a volar la cabeza y las pantaletas. Sobre todo, habrá mucho fangirleo, como pueden ver. Es un crossover fuerte y me pican las nalgas de la emoción por tener a todas las piezas del tablero de Parafilia y Nerd juntaaaaaaaaaaaaas.
¿Qué piensan que va a pasar? ¿Qué les pareció este capítulo, el regreso de Azrel, la conversación y no conversación con Poison, los planes que tienen?
Obviamente que van a comentar, ¿no? Si veo que me explotan las notificaciones por sus comentarios les traigo súper pronto el primer capítulo.
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