Capítulo 22 [+18]
No confiaba en Aarón. No confiaba en Aaron al igual en que no confiaba en mí misma. Si tenía los medios para organizar un secuestro como ese, tenía el alcance para hacernos la vida pedazos. Tenía que cuidarme mucho de él.
Además, seguía la duda con respecto a su participación en el asesinato de Álex Divario.
Si Aarón quería mantenerme lejos de su padre solo era un incentivo para que yo misma me le acercara por mi cuenta. No podía esperar a que el mocoso le llevara mi mensaje.
Estaba tranquila, de cierta forma, con el hecho de haberle lamido hasta la ingle. No me preocupaba Azrel porque me había quitado los lentes de contacto luego de escapar de Terrazas al perder esa chispa irracional de esperanza que me llevaba a pensar que él encontraría un indicio de mi paradero y me rescataría.
Por supuesto, Azrel era mi jefe, no mi niñera. Si yo me metía en problemas en mi trabajo, era mi responsabilidad salirme del mismo, no la suya.
Sin embargo, mentiría con descaro si negara mi paranoia. Aunque técnicamente no había forma humana de que Azrel descubriera la maldad que le hice a Aaron a mitad del cementerio, había una leve vocecita en mi cabeza que me decía «él lo sabrá». Era un parásito que se alimentaba de mi tranquilidad mental y dejaba huevos de ansiedad en mi cerebro.
Azrel de verdad fue capaz de sembrarme angustia e incertidumbre en la piel; todas sus reglas y métodos eran un terror psicológico para mí, y eso solo me hacía admirarlo más.
Era un villano a mi nivel.
Cuando llegué al caserón de las Lugo y abrí la puerta, no me conseguí con una sala de estar silenciosa. Aysel acaparaba el televisor de la sala para ella sola, acostada en el mueble como si se tratara de un colchón.
Había puesto Disney Plus y veía Violetta a todo volumen. Y aunque ella no cantaba, era suficiente tormento las voces de los actores chillando con maldad contra los altavoces de la sala.
No me molesté en pedirle que bajara el volumen, solo torcí los ojos y caminé a todo marcha para la cocina mientras decía:
—Necesito un cigarro.
—¡Aquí no se fuma! —gritó Aysel desde el sofá.
—¡Jódete!
—¡Te estoy hablando en serio! ¡Si me llega el olor a humo lanzo tus cosas por el balcón!
Como necesitaba de Aysel para completar mi misión, evité incordiarla más de la cuenta desafiando sus reglas y me comencé a preparar un café tan negro como mi alma.
La cafeína por sí solo no surgía gran efecto en mí, hacía que tendría que subir a la habitación por unas gotas de cianuro para relajarme.
Pero mientras pasaba el agua caliente por el colador con el café en polvo, escuché que la puerta se abría sin que nadie tocara.
Desde la cocina me llegó el sonido del respingo que dio Aysel de sorpresa. La interrupción la sobresaltó, y pude imaginar su corazón desbocado reviviendo los efectos del trauma recién vivido.
El primer secuestro siempre sería el peor.
—¡Tía! —escuché gritar a Aysel y puse los ojos en blanco. Lo último que quería era conocer más de sus asfixiantes familiares—. ¿Qué haces aquí? Debiste haber devuelto esa llave cuando...
—Y tú deberías dejar de hacerte la virgen pura y casta cuando sabes que le obsequias sexo oral a tus huéspedes.
—No fue sexo oral, fue una paja, y no volvió a suceder —se defendió Aysel.
—Claro que no, porque te conseguí y echamos al tipo de la propiedad.
Luego de aquel debate revelador, cambié de opinión sobre toparme con más familiares de Aysel. El chisme sonaba demasiado jugoso como para darme el lujo de ignorarlo.
Así que con mi todavía inofensivo café humeando en la taza sobre mi mano, me acerqué al marco de la puerta solo para asomarme a la sala.
Desde que dijo sus primeras palabras, la tía de Aysel me pareció una mujer rígida e implacable, acostumbrada al control y la cima de la autoridad. Y solo ver su postura con mis ojos confirmaba mi primera impresión. Era alguien a la que le gustaba dar muchas órdenes, y que no toleraba que fuesen desobedecidas.
Era rubia, a diferencia de su sobrina, y llevaba el cabello corto hasta las clavículas. Además, iba vestida con un traje de chaqueta y pantalón que, pese a ser bastante decoroso, mantenía una elegancia difícil de imitar.
—¿Y a qué vino mi tía favorita? —interrogó Aysel al cruzarse de brazos con gesto digno—. ¿A rememorar los recorridos de mi mano? El Señor ya ha borrado de mí aquellas huellas impías, no quieras envenenar mi paz con su recuerdo.
—¿Está mi mamá?
—Está en el hospital.
—Mejor, porque no querrás que ella escuche lo que voy a decirte.
Aysel apretó más sus brazos sobre su pecho y movió su cabeza en mi dirección, sin duda para buscarme. Cuando sus ojos me encontraron, tragó en seco. Le desbordaba el nerviosismo.
—Pues... —dijo al volverse a ver a su pariente—. Suelta lo que quieres decir.
—Te voy a hacer la pregunta sin rodeos, y quiero toda la verdad. Toda la jodida verdad, ¿me escuchaste?
—¡Que sí, coño! Habla ya.
—¿Tuviste algo que ver en el asesino del hijo del gobernador?
Aysel bufó y volteó la cara, negando mientras reía como si no pudiera creer que le estuviesen haciendo esa pregunta.
No tenía mucho tiempo conociéndola, pero no me parecía una reacción demasiado ofendida o escandalizada por aquella idea.
Si yo fuese una mujer inocente e incapaz de lastimar a nadie, habría enloquecido por aquella acusación, y más si viene de la boca de alguien de mi familia.
—Responde —presionó su tía, implacable.
—¿Pero qué pregunta es esa?
—¡Responde, Aysel Alejandra!
—¡Que no! No tuve nada que ver en la muerte de Álex. Ni siquiera es posible. Yo estuve sentada en el comedor con mi prima todo el tiempo y luego... Nos enteramos. Nunca estuve cerca de los baños.
Mentirosa.
—Ya. —La tía se cruzó de brazos—. Si en serio eres inocente, me estás mintiendo en algo más. O alguien te odia mucho.
—¿Por qué? ¿Por qué me preguntas esto?
—Porque estás en la lista de sospechosos.
—¿Cómo...? —Ahí Aysel sí tuvo una reacción mucho más humana y sensible, temblando y vacilando—. ¿Mi tío te lo dijo? ¿Qué tienen en mi contra?
—Guillermo no me dijo mucho, sabes que no puede hablar de una investigación abierta. Pero esto está muy feo, Aysel. Incluso si no fuiste tú, si los rumores se esparcen...
—¡No! La prensa, la prensa destruye vidas por falsas acusaciones y falsos indicios... No pueden dejar que esto se filtre, mi tío tiene que ayudarme... ¿Me ayudará? ¿Destruirá la evidencia?
—¡¿Estás loca?! Si lo descubren perderá más que su trabajo. Esas evidencias ya existen, si se destruyen o desaparecen inmediatamente lo culparán a él.
—¿Y ahora qué...?
—Es evidencia circunstancial. No tienen suficiente para arrestarte ni llevar a juicio. Pero sí te pueden investigar. Y, peor, te interrogarán. Y si te interrogan...
La mujer tomó a Aysel por los hombros, batiéndola para que la mirada y saliera de esa estupefacción que la tenía en otro plano, visualizando posibles horrores futuros.
—Escúchame bien, Aysel. Tienes que prestarme mucha atención. No hay que dejar que eso pase. A toda costa. Mancharías el nombre de toda esta familia y las generaciones venideras.
—¿Y qué podemos hacer?
La mujer soltó a su sobrina y se acomodó el traje, recuperando su compostura.
—Guillermo no puede ahuyentar las sospechas por sí mismo, pero hay... métodos, métodos que puede utilizar para convencer a otros de que convenzan al resto de que la evidencia en tu contra no vale el daño que te harían si te interrogaran y la gente en Malcom se entera. Pero, para ayudar a esto, y para hacernos un respaldo infalible en caso de que pase lo peor... tendrás que hacer un pequeño sacrificio.
—¿Qué tan sacrificado?
—Te haremos una fiesta a lo grande por tus 22 años. Grande, elegante y prestigiosa. Y haremos que vaya todo el mundo que importe en Malcom. Y me temo que tendrás que hacer hasta lo imposible para ganarte al hermano del gobernador. Y más que su corazón, es necesario que te proponga matrimonio.
—¡¿Matrimonio?!
—Eres hermosa, rica, joven, un miembro activo de la iglesia, intachable y no has tenido una verga entre las piernas. No hay mejor partido.
—Pero... ¡¿matrimonio?!
—¿Alguna objeción?
—¡Sí! Tengo novio, y libre albedrío.
—Lo que tendrás dentro de poco serán esposas y barrotes, así que, dadas las terribles circunstancias, me imagino que podrás comprender que ese noviazgo tiene que terminar y que esta situación no está abierta a negociaciones.
Aunque el café no tuviese ni una gota de veneno, ya me había tomado la mitad como espectadora de aquella función gratuita.
—Pero... ¿por qué matrimonio? ¿Qué arregla eso?
—¿Por qué? ¡Lo arregla todo! La familia del gobernador es estrechamente unida, motivo por el cual van a quemar Malcom hasta hallar el culpable de la muerte de su hijo. Pero, si te metes en la piel del hermano del gobernar, si haces que ese hombre te ame y te venere, que confíe en ti... Vamos, que te hagas la víctima que necesita rescate de una opresiva familia religiosa o qué sé yo. Ese hombre ama las causas perdidas. Te amará. Y cuando te ame... no dejará que nadie diga nada de ti. Abogará por tu inocencia y el gobernador no podrá tocarte ni un pelo sin generar una guerra interna familiar. Eso, claro está, si luego no aparece nada más que te inculpe, nada que te conecte con Álex o su asesinato. Pero, como eres inocente... ¿no?
—¡Por supuesto que lo soy!
—Entonces no hay nada que temer y asunto zanjado. Tu cumpleaños número 22 será el día de tu redención y absolución.
—¿Y dónde pretendes hacer la fiesta?
—Pues, justo aquí.
—No, mi abuela aborrece ese tipo de even...
—Pueden alquilar Parafilia —Me inmiscuí, caminando hacia ellas—. Ya que es un evento importante con personas importantes, y ya que escuché que tienen mucho dinero...
—No el suficiente —interrumpió Aysel—. Alquilar Parafilia debe ser...
—Tú tío se encargará —cortó la mujer, mirándome por encima del hombro—. Tú debes ser Mailyn, la niña de la familia de los padres biológicos de Aysel.
«Biológicos».
Miré a Aysel con una expresión que revelaba todo mi desconcierto, pero me recompuse al momento, coincidiendo en que teníamos muchas, muchísimas cosas de qué hablar.
—Esa misma soy —saludé, extendiendo mi mano para presentarme—. Y usted debe ser...
—Soshana Lugo. O Soshana Arellán, de casada.
—Hija de la señora Celina —calculé.
—Y su miserable y difunto esposo.
Aunque no compartiera sangre con Aysel, se notaba que eran familia, esas dos mujeres me daban las mismas vibras, con frases controversiales que nunca sabes si tomar como cruda honestidad o humor negro.
—Me quedaré unos días —anunció, mirando a su sobrina—. Hasta que me des tu respuesta.
—Bien —accedió Aysel a regañadientes.
☠🖤☠
Esa noche, luego de echarme un baño de resurrección, me puse una de las pijamas que escogió Azrel para mi equipaje. No me puse mi ropa interior porque me rehusaba a sentirme como anciana, al menos por esa noche.
Necesitaba ir de compras con urgencia.
Cuando pasé por la habitación que compartía con Aysel, ella justo se estaba terminando de abrochar su sostén blanco de encaje a la espalda. Sus senos se le veían sonrosados y voluminosos en contraste, y por la sobriedad de los colores que usaba, su melena rojiza resaltaba mucho más.
Por suerte yo tenía que dormir en el balcón y no con esa tentación servida a mi lado.
—Tenemos que hablar —escuché que dijo apenas sus ojos me encontraron en el vidrio del espejo en su aparador.
—Evidentemente —concedí, sentándome al borde de su cama mientras ella echaba dos puntos de perfume detrás de sus orejas y bañaba su cabellera en un splash aromático.
—Por tu tono, imagino que tú tienes tus propias cosas que decirme. Y que quieres respuestas.
—No mucho, solo... ¿Mataste a ese chico?
—No es tu problema, y tampoco importa. Si soy inocente o no, igual tengo que hacer hasta lo imposible por limpiar mi nombre.
Al sentarse en la cama a mi lado con sus manos de manicura delicada sobre sus piernas desnudas... Se me hacía demasiado forzoso mirarla a los ojos, y más con sus senos tan al alcance de mi lujuria, apretujados por el sostén. Me imaginé que muchos hombres enloquecerían con la idea de que esas tetas los masturbaran, y por primera vez en mi delictiva vida deseé ser hombre.
Ella me atrapó mirándola, y su fruncido me arrastró de vuelta a la realidad como una bofetada.
—¿Qué haces viéndome las tetas?
—Ya te las toqué, ¿qué más da? —minimicé sin vergüenza.
—¿Puedes intentar concentrarte?
—¿Masturbaste a uno de tus viejos inquilinos? —pregunté, recordando lo que había dicho Soshana, su tía.
—Y él a mí. Es lo que hago para mantenerme virgen.
—A mí no me creas, no soy religiosa, pero no creo que el Señor se refiriera a eso cuando dijo que hay que mantenerse casto hasta el matrimonio.
—Es que no me mantengo virgen por el Señor. O sí, pero no por ese señor.
—Pues... —Crucé las piernas, echando mis manos hacia atrás, apoyadas en el colchón, para mirar a Aysel con una sonrisa muy interesada—. Acabas de acaparar todo mi interés, primita, echa el chisme.
—Es por eso que no puedo casarme. No con el tipo que mi tía pretende que lo haga.
—¿Por...?
Aysel tomó una profunda inhalación que subió sus pechos casi a sus clavículas, y con los ojos cerrados parecía buscar una manera de abordar el siguiente tema.
Cuando abrió los ojos, lo soltó todo sin rodeos.
—El marido de mi tía es sargento del cuerpo policial de Malcom. Y su hermano, un cirujano que me idolatra.
—¿Y...?
—Que es mi otro novio. Bueno, otro de mis novios.
—¡¿Qué?! No es familia tuya, claro, pero... ¿no es el cuñado de tu tía? Escuché que le dices tío al marido de Soshana, así que... Está algo turbio, señorita.
—Sí. —Ella redujo todas mis preguntas a esa sola y simple respuesta tan indiferente y carente de remordimiento como solo podía ser una persona que asesina a su gato—. Y me ofrece una fortuna por mi primera vez. Tiene un fetiche con eso. Salimos, de alguna forma, desde que tengo 18. Y no ha «cobrado» lo que le debo porque está en el extranjero en un seminario intensivo para su ascenso a director de la clínica en la que trabajaba aquí.
—¿Lo que le debes?
Enarqué una ceja con total confusión.
—Mis tíos tienen dinero, y asumen que recibo una pensión estudiantil porque soy un cerebrito y la uni es prestigiosa. Y porque eso les dije. Que la universidad me paga una beca con la que podemos vivir bien mi abuela y yo. Pero es una mentira. Yo pago la matrícula de la universidad, que es muy cara. Adivina cómo.
—No me jodas...
—Pues sí. Él me mantiene, Poison. A mí y a mi abuela. Económicamente y con todo y lujos. Lo hace desde que empezamos nuestra relación. Si no le doy por lo que ha estado pagando todo este tiempo...
—¿Cómo sabrá que no eres virgen? El himen se rompe de muchas maneras y tú...
—Me hago chequeos mensuales con su doctor y él le envía los informes. Sabe que me masturbo, no es imbécil. Lo hago para él en algunas videollamadas. Pero he investigado y hay doctores que... que pueden corroborar esas cosas. Mi vagina podría no ser igual después de tener sexo, y él pagará lo que haga falta para que me hagan todos esos estudios. Y aunque no fuera así, aunque no haya ninguna diferencia en mí si me meto un pene, ¿cómo le explico que me voy a casar con otro?
—Aysel, espera... ¿Te vendiste?
—De cierta forma, sí. Pero no está mal, lo juro. El hombre me encanta y además me paga. Yo quería.
Apreté los labios para contener la carcajada que me reptaba por las entrañas, arañando mi garganta en su ascenso.
—¿Qué? —espetó Aysel con cara de que quería asesinarme.
—«La lengua es el castigo del cuerpo». ¿No es así como dice tu biblia?
—Deja las indirectas y di lo que piensas sin maquillarlo.
—Antes me habías dicho «yo no le pertenezco a nadie, tú sí», pero ahora no parece muy cierto, ¿verdad? Al menos yo no soy una esclava sexual.
—No soy esclava sexual, soy... —Se tapó la cara, frustrada, y cuando volvió a mirarme estaba tan roja que sus pecas desaparecieron a la vista—. Cuando accedí jamás imaginé lo difícil que puede llegar a ser mantenerse intacta con los años. Si él estuviera aquí sería todo más fácil.
—¿Y qué si le fallas? No te va a mandar a matar ni nada por el estilo. Es cirujano no mafioso.
—¿Crees que es imbécil? Me hizo firmar un contrato notariado. Me va a caer una demanda del tamaño de Japón, y luego, ¿cómo le explico a mi esposo que me demandan porque no quise pagar al cuñado de mi tía la virginidad que le vendí cuando apenas me hice mayor para firmar?
—La puta madre que te parió, estás más jodida que yo —exploté a mitad de una carcajada—. Sin ofender.
Ella me pegó en el brazo, pero ya apenas podía contenerme.
—¡Esto es serio, Poison! ¿Qué hago?
—Ya mataste a tu gato, y probablemente a Álex, ¿qué más da si le vas a dar una visita a tu segundo novio y lo matas también?
—Hablo en serio, perra sucia. Y yo no maté a...
—Ajá, sí, sí. Por cierto... Aaron es un Jesper, el cirujano te mantiene atada sexualmente a él por contrato... ¿quién es tu tercer novio? ¿Viktor Frey?
—Deja de jugar ya, por favor. ¡Necesito ayuda!
—Está bien, relájate. Sé qué podemos hacer, pero lo que te voy a sugerir que hagas también es ilegal.
Ella me miró con el muy fruncido, cautelosa y muy reacia a bajar la guardia.
—¿Qué cosa?
—Primero respóndeme unas cositas más.
Aysel rodó los ojos, pero acabó por suspirar sin poner objeciones.
—A ver.
—Eres adoptada.
—Sí, ¿y?
—¿Y tus padres? No los biológicos, los adoptivos.
—Murieron de inexistencia.
—¿Qué?
—Mi abuela me adoptó, aunque hizo que mis tíos firmaran porque una anciana viuda no puede adoptar. Pero ni Soshana ni Guillermo querían ser padres, así que solo firmaron para que pudieran aprobar la adopción. Luego mi abuela me inventó padres, y luego su muerte. Y me crio como su nieta a ojos de Malcom.
—¿Y yo...? ¿Qué ganas tú de todo esto? ¿Qué te dijo Azrel? ¿Qué le dijiste a tu abuela?
—Muchas preguntas y ninguna que me apetezca responder, o que te importe. Solo tienes que saber que no debes decir nada que haga pensar a nadie que no somos familia. Eres hija de mis difuntos tíos, y ya está.
No podía exigirle más cuando toda mi identidad y mi procedencia era un completo misterio envuelto en mentiras.
—Bien, me parece justo. Pero solo quiero que sepas que ahora me agradas mucho menos.
—¿Y eso?
—Eres adoptada, no confío en las personas adoptadas.
Aysel reaccionó sin disimular lo ofendida que estaba.
—¡¿Qué te pasa, loca?!
—Deja muchos cabos sueltos. En lo que a mí respecta, podrías ser hija del criminal más buscado o la princesa perdida de alguna nación. Siempre es mejor conocer la procedencia de una persona.
—Yo no sé de dónde coño tu vienes.
—Exacto. Y no deberías confiar en mí. Jamás. —Me levanté—. Bueno, mañana te enterarás de mi plan. No va a gustarte, y prefiero que duermas a gusto esta noche.
—¿A dónde vas?
Fruncí el ceño ante la estupidez de su pregunta.
—Al balcón.
—¿Por qué? Duerme conmigo.
—¿Tienes problemas de memoria? Si tú misma...
Ella se levantó y caminó hacia mí, tomándome las manos con amabilidad por primera vez desde que nos conocimos.
—Me salvaste la vida. Me da mucho miedo que quienes nos hicieron esto vuelvan por nosotras, no podemos dormir con los ventanales abiertos y yo definitivamente no podré dormir si no estás a mi lado.
—¿Lo dices por el secuestro?
—¡Sí!
Abrí mucho los ojos, todavía desconcertada, pero pronto me puse en su lugar. La paranoia de los primeros días del trauma es insuperable. Nadie debería pasar noches como esas sola.
—Bien —accedí, y me metí a la cama, esperando que Aysel se acostara de su lado para arroparme con el frío edredón.
—Pero tienes que saber algo —dije, volteándome para recostarme sobre mi costado y quedar de frente a ella—. Ya que vamos a compartir cama, espero que no te molesten mis gemidos.
—¿Gemidos? —Aysel también se giró hacia mí al escuchar eso—. La gente normal ronca dormida, no gime.
—No mientras duermo, loca, antes. Siempre me toco antes de dormir —inventé para molestarla.
—¡No te vas a masturbar en mi cama!
—¿Por qué no?
—¡Porque estoy yo aquí!
—Cierto. Ahora que lo pienso... —Bajé la voz y me acerqué más a ella. Mis dedos traviesos aterrizaron en su brazo desnudo, y los deslicé desde su hombro hasta la tierna piel de su muñeca—. Deberías echarme una mano.
—Púdrete.
Ella me apartó de un manotazo y volvió a acostarse boca arriba.
—Prima, creí que la etapa de vergüenza ya la habíamos dejado atrás.
—No es vergüenza, es que no quiero y ya está.
—No sería la primera vez —insistí con picardía.
—Dije que no.
—Bien. Solo observarás, entonces.
Me acomodé, con la vista en el techo, como si tuviera intensiones de empezar a tocarme de inmediato.
—Ni se te ocurra.
—No seas aguafiestas, Aysel, lo necesito. Es una cuestión de salud.
—Salud —escupió ella riendo.
—Sí, me quita el estrés. Deberías intentarlo algún día.
—¿Por qué no dejas de tocarte pensando en el griego y te lo coges? —preguntó ella, sorprendiéndome. Luego de esa pregunta, volvió a voltear en mi dirección—. ¿Es que no quiere contigo?
—Pero... ¿qué? Somos compañeros de trabajo, tenemos que mantenernos profesionales.
—Pues no me pareció muy profesional el orgasmo que le dedicaste en los baños de Parafilia.
—Lo había olvidado. —Me reí y negué con la cabeza ante la sombra de aquel recuerdo—. Tienes razón, quiero que ese tipo me embista y me lastime de todas las formas que se le ocurra. Pero no es posible. Él es muy posesivo y yo una promiscua sin cura.
—Entonces... piensas vivir con esa frustración sexual para siempre —opinó Aysel como si se tratara de una psicoanalista.
—No eres la más indicada para hablar de frustración sexual, ¿o sí?
—Me gusta cómo besas.
—¿Qué?
Me incorporé de lado para mirarla mejor. No estaba segura de haber escuchado bien y necesitaba conseguir alguna pista en su lenguaje corporal.
—Que podemos ser esa clase de amigas —insistió—. Las dos estamos frustradas, ¿no? Y tú no dejas de verme las tetas y yo no dejo de pensar en cómo se siente tener tu lengua penetrándome.
—¿Estás diciendo lo que creo que...?
Ella se me acercó y se me montó encima con las piernas abiertas.
—No estoy diciendo nada, solo que es más divertido llevarnos mal si en las noches podemos descargar toda esa tensión... de distintas formas. A menos que prefieras seguir masturbándote sola.
—Aysel...
Pero cuando sus pechos se pegaron contra los míos y sus manos se deslizaron por mi cuello... olvidé hasta las bases de nuestro idioma. No tuve tiempo de nada, más que de ponerme nerviosa para mi propio desconcierto, cuando sus labios se abrieron camino en mi boca para besarla con la maestría de una perra lujuriosa. Su brillo de labio sabor a cereza me anestesió, despojándome de cualquier rastro de autonomía, permitiendo que sus brazos apresaran los míos sobre mi cabeza.
Y cuando el beso se ralentizó con movimientos de labio suaves y agónicos que pude sentir segundo a segundo, mientras ella me metía la lengua como si quisiera explorarme entera con ella..., comencé a mojarme con la vergonzosa facilidad de un adolescente.
—Aysel, maldita puta, besas tan bien —jadeé mientras ella me lamía la piel desde la clavícula con mi tatuaje hasta el cuello, como si quisiera grabarme el recuerdo de su saliva en los poros.
—Te diría que no maldigas pero eso suena mejor cuando me llamas puta.
Cansada de mi inactividad, deslicé mi mano por su espalda hasta introducirla en su braga, aferrándome a su culo, bajando mis dedos hasta sentir lo mucho que ella también se estaba mojando.
—O te gusto mucho o eres muy fácil —conjeturé con una sonrisa maliciosa.
—Estoy mojada desde que empezaste a hablar de echarte una mano —dijo y la volteé para quedar yo encima de ella.
Y cuando la vi riendo como a mitad de una travesura, me di cuenta de que iba a gozar muchísimo de usarla como a juguete sexual, y de que ella hiciera lo mismo conmigo.
—Quítate el sostén —le dije.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Reí—. Porque te voy a chupar las tetas, Aysel. Ya me cansé de solo mirarlas.
Mientras Aysel se incorporaba para quitarse el sostén, yo todavía sentada sobre su regazo, la agarré del cabello para impedir que volviera a acostarse y encerré uno de sus senos en mi mano, deleitada porque no podía abarcarlo entero por su delicioso volumen; y mientras Aysel contenía la respiración, comencé a meterlo en mi boca a medida que lo chupaba con lentitud.
—Ay, mierda —masculló ella, echando la cabeza hacia atrás, dejando caer toda su melena luego de que yo me aferrara a su cintura.
Era demasiado sensual, excitaba con solo mirarla. No tenía que tocarme y ya me tenía débil de necesidad, y húmeda como nunca. Entendí por qué alguien pagaría por verla así, entendí por qué cualquiera daría su fortuna por ser el primero en tocarla.
Pero esa noche, mientras mordisqueaba sus pezones y metía y sacaba su seno de mi boca, al tenerla mordiendo su brazo para no hacer un escándalo, ella era mía. Sin importar que a la mañana siguiente volviéramos a nuestra intolerancia mutua.
Aysel me agarró por el cuello y me acercó a su boca, pero no me besó, solo susurró sus siguientes palabras.
—¿Estás mojada?
—Puedes tocar sin pena y averiguarlo—bromeé.
Ella se mordió el labio, y entendí que era porque se estaba cohibiendo.
—Vamos, no tenemos nada. Ninguna responsabilidad emocional o de ningún otro tipo la una con la otra. Solo buscamos un orgasmo mutuo. Creo que podemos decirnos con franqueza... —Me acerqué a ella y lamí detrás de su oreja, haciéndola cerrar los ojos y apretar los labios—. Lo que queremos y cómo lo que queremos.
—Yo...
—¿Ujum? —le rocé con mi dedo la punta de su pezón erecto y enrojecido por el tiempo que estuvo en mi boca y entre mis dientes.
—Quiero frotarme en tu coño.
Me mordí los labios y contuve la respiración apenas la oí pedirlo. Tenía un deseo irracional por complacerla, y mi entrepierna palpitó por la suciedad de su petición.
—Como pida mi putita —accedí, bajándome de su regazo para comenzar a quitarme la ropa interior.
Me acosté y le abrí las piernas a Aysel, para que ella pudiera ver con libertad lo que estaba a punto de convertirse en su juguete.
Pero, para mi sorpresa, lo que acercó a mí no fue su entrepierna, sino sus manos, aferrando mis muslos, abriéndome más.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunté, pues ella no dejaba de mirarme.
—No me gusta juzgar un libro por su portada.
Llevé mi mano a mi entrepierna, cansada de la manera en que mi centro lloraba de necesidad sin alivio. Al contacto con mis dedos, sentí que todo mi cuerpo se estremecía en una onda de placer abrasador.
Estaba demasiado excitada.
—¿Vas a leerlo, entonces? —pregunté, acariciando mi entrepierna, lubricándome con mi propia humedad.
—Mejor. Voy a probarlo.
Cuando Aysel acercó su cabeza a mi centro, creí que me desmayaría por la anticipación. Me torturó con sus labios a centímetros de mi sensible y húmeda piel, rozándome apenas con su respiración curiosa. Cuando apretó mis muslos, con maldad y sin consuelo, hundiendo sus dedos en mi piel como si le perteneciera, arqueé la espalda y contuve la respiración para no gemir.
Entonces, la punta de su lengua usó su hechizo sobre mis labios inferiores, llenándose de todo mi jugo como si lo recolectara.
Se apartó, solo lo justo para que la mirara, y comenzó a saborearme dentro de su boca, lamiendo de sus labios todo lo que quedaba de mi humedad.
Era de las escenas más erógenas que había tenido frente a mí, y me negaba a perderme ni uno solo de sus gestos. Quería grabar su postura erguida, la curvatura de su espalda y la silueta que se formaba subiendo por su cintura hasta llegar a sus voluminosos senos de pezones sonrosados. Quería grabar en mi retina el modo en que su cuello se hundía con cada respiración, la manera en que sus labios jugosos se retorcían, cómo fruncía su pequeña nariz bañada de pecas, o cómo sus cejas se expresaban por el gusto de mi sabor.
Quería recordar cada pequeño detalle, para revivir cuando me tocara masturbarme sola.
La chica me frustraba, sin duda tenía un desequilibrio mental, pero era tan malditamente sexy que quería manosearla y frotarme en ella hasta que nos llegara el día del juicio.
Había algo en su ficticia rectitud, en su retorcida inocencia, que me hacía desearla. Cada momento de perversión entre nosotras que le robábamos a la vida, era adrenalina líquida para mí. No era un mísero polvo casual. Ella era mi jodida fantasía.
Después de asegurarse de que no le quedaban rastros de mi jugo en sus labios o barbilla, Aysel volvió a mi entrepierna sin preguntar, y esta vez lamió desde abajo hacia arriba, rozando mi patético clítoris que lloraba por ella.
No me resistí y gemí de placer y sorpresa, rindiéndome, y deseando con fuerza que me comiera toda.
Aysel besaba mi vagina con la misma maestría con la que me hizo mojar cuando lo hacía en mi boca. No hacía falta decirle qué hacer porque ella sabía todo lo necesario. Era la ventaja en las experiencias lésbicas, y por eso siempre he creído que es algo que toda mujer debería vivir al menos una vez.
Llevé mi mano a su melena roja, solo porque necesitaba algo de control. Estaba a su merced, y aunque eso me fascinaba había una parte de mí que se avergonzaba. Y eso solo me calentaba más. Las contradicciones siempre son afrodisíacas.
Ella estaba moviendo su cabeza, frotando la delicada y húmeda piel de sus labios con la presión justa sobre el punto exacto que me hacía arquear la espalda y poner los ojos en blanco.
Esa puta me iba a hacer acabar, y esa vez sin pensar en nada más que en ella.
—¿Habías hecho esto antes? —jodeé.
Ella negó con la cabeza y se alejó de mi centro solo lo justo para poder hablar.
—Debe ser por eso que te veo y quiero probarlo todo contigo —confesó, mordiéndose los labios—. Pareces alguien buena para enseñar.
—No creo que haya nada que enseñarte, créeme.
—Yo sí. Tu culo, por ejemplo. Ponte en cuatro que quiero verte así.
Me mordí la boca a mitad de un gemido, y sonreí a su merced.
—Tus deseos son órdenes.
Tal como me lo pidió, me posé sobre mis rodillas con mi trasero desnudo y expuesto en su dirección, y apoyé mi cara y mis brazos en las almohadas para que espalda quedara arqueada y mi culo en una mejor posición.
—Goteas, Poison —suspiró Aysel como una chica inocente que recién empezaba a descubrir cosas.
—Lo que me sorprende es que no chorree.
Entonces sentí cómo sus dedos rozaban mis labios, abriéndome con dificultad por el charco que ella había hecho de mí. Metió su mano más hacia arriba, y cuando rozó mi clítoris tuve que morderme la boca para no gritar.
—Eso te gusta, eh —susurró, y al notar mi silencio lo tomó como permiso para empezar a frotarme con una ligera presión. Más y más conforme veía que me desesperaba.
—Mierda, Aysel —gemí cuando sus mano comenzó a frotarme con más velocidad y entonces comencé a mover mis caderas, restregándome con movimientos circulares que subían su aceleración.
Y cuando pensaba que no podía sentirse mejor, la cara de Aysel se acercó a mi trasero, su mano libre apretó mis nalgas mientras su dulce lengua me lamía el culo como si fuese su dulce favorito del que no quería desperdiciar nada.
La combinación de todas esas sensaciones, las caricias de su lengua, el efecto de su saliva, la presión de su mano en mi trasero y fricción de sus dedos en mi clítoris... Pronto tuve que enterrar la cabeza en la almohada para jadear y gemir mientras mis caderas descontroladas pedían más.
Aysel me dio todo lo que estaba pidiendo y más, hasta hacer que me corriera con mis dientes enterrados en su almohada.
—Esto... —dijo pasando su mano por el charco de líquido que salía de mi vagina—. Esto es lo que buscaba.
Me acosté boca arriba, jadeando y riendo, y me deleité con la visión de Aysel quitándose la ropa íntima.
—¿Qué más planeas, putita? —le pregunté. En lo que a mí respecta, ella podía utilizarme toda la noche y yo no me iba quejar.
—Depende. ¿Qué tan flexible eres?
—Tendrás que averiguarlo.
—Eso pretendo.
Aysel agarró mis piernas y las separó al máximo. Tomó una de ellas para alzarla y subirla a su hombro, y se acercó más a mí, abriéndose, para lentamente sentarse sobre mi vagina mojada.
Al contacto gimió y cerró los ojos con fuerza. Y esa imagen, esa maldita imagen de la pelirroja montándome y gimiendo, me encendió cada terminación nerviosa en el cuerpo.
Ella comenzó lento, explorando el terreno y sus sensaciones, acarició mi coño con el suyo en un roce lento y resbaloso por la mezcla de nuestros jugos. Y, de a poco, casi con timidez, ella comenzó a mover sus caderas en ligeros círculos. Tenía que estar disfrutando demasiado, porque estaba a punto de abrirse los labios a mordiscos.
Así que la ayudé. Llevé mi mano a su trasero y acaricié su piel suave antes de apretarla más contra mí. Me bebí su gemido a través de los poros y me arqueé de placer por las sensaciones que despertó en mí.
—Vamos, Aysel —dije acelerando el ritmo de sus caderas con mi mano—. Sin pena.
Con más confianza ella comenzó a restregarse en mi clítoris con mi pierna abrazada a su cuerpo desnudo, embistiéndome con un ritmo necesitado in crescendo.
Y yo quería gritar, maldecir y a la vez alabar todo lo sagrado en la vida, por permitirme ese momento con ella, por crear una delicia como sus movimientos sobre mi vagina.
Ella se estaba mojando tanto que me empapaba a mí, y no paraba de frotarse encima de mí y yo no podía soltarle el culo por lo glorioso que se veía desde mi posición.
Necesitaba un centenar de noches como esas para saciarme de ella.
Me recliné, incorporándome un poco, solo lo suficiente para alcanzarla y meterle mis dedos a su boca. La penetré con ellos, y gocé con la manera en que me los chupaba como una puta casi hasta ahogarse.
Me excitó tanto que en sus últimas embestidas, las más rápidas y violentas, acabé por segunda vez mientras ella me gemía en los dedos.
Unos segundos más tarde ella se desplomaba a mi lado, tan derrotada como yo.
—Aysel —llamé sin aliento.
—¿Humm?
—Ningún hombre me ha hecho terminar dos veces en un mismo round.
—¿Y...?
Me volteé para mirarla. Ella respiraba como si estuviese a punto de que le diera un ataque, y su corazón parecía querer salirse de su pecho.
—Tú acabas de hacerlo.
—Me merezco un premio, ¿no?
—Por supuesto. Considérame tu esclava. Úsame cuando quieras.
—Eso no es nuevo, tontita —dijo ella y me dio un beso en la frente, volteándose a su lado de la cama y dándome la espalda.
Rodando los ojos, estaba lista para irme a dormir después de una de las mejores experiencias sexuales de mi vida, justo cuando la tía de Aysel entraba en la habitación.
—¿Qué pasa? —gruñó Aysel por debajo de la sábana, como si acabara de ser despertada.
—Un hombre vino a dejar esto. Es para ti, Mailyn.
Me entregó una caja con un lazo de regalo.
—Gracias, Soshana —dije al recibir el paquete, cuidando de que no se me cayera la sábana y se revelara mi desnudez.
Ella terminó de abrir la puerta al máximo antes de salir.
—La puerta abierta, niñas —dijo.
Tarde, tía. Dos orgasmos tarde.
Abrí la caja de regalo y me conseguí con un nuevo celular y una nota escrita a computadora.
Tenía que ser del griego.
«Trata de no perder este, por favor. Y necesito un par de explicaciones, pero ya tendremos tiempo para eso.
Pd: todavía me debes una salida, y pienso cobrarla ahora más que nunca».
~~~
Nota:
La Biblia, niñas, piensen en la Biblia.
Pd: si alguien vio mi heterosexualidad, que me avise.
Pd2: ¿qué tal el capítulo? ¿Qué piensan de Aysel y Poison juntas?
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