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Capítulo 21 [+18]

—Estamos vivas, la puta madre.

—Imagino que no dices esas cosas en la iglesia –—comento mientras abro la puerta de entrada del caserón de las Lugo.

Luego de que nuestro rehén nos sacara del edificio de Terrazas, a Aysel y a mí no nos costó nada robar un auto entre los estacionados, solo para salir de la urbanización. Luego lo dejamos varado y fuimos por otro que nos llevara más cerca del caserón.

Pero estábamos vivas, sí. Y más confundidas que nunca.

—Acabo de salir viva de un secuestro, creo que el Señor sabrá perdonar mis malas palabras —repuso Aysel, empujándome para pasar ella primero.

—Como diga mi loca menos infavorita —suspiré.

—¿Y eso qué demonios significa?

—Que me caes menos mal que ayer, y sin duda no más que mañana.

Cuando ambas llegamos al interior de la construcción, nos dimos cuenta del silencio inusual a pesar de la hora. Lo primero que se me ocurrió pensar fue que la señora Celina habría salido, pero de todo modos fuimos a asegurarnos a la cocina. Y el alma se nos cayó a los pies.

Me percaté de que el cuerpo de la señora Celina estaba desplomado, por completo inerte, sobre las baldosas sucias de azúcar y harina que debió haberse caído al momento del desmayo.

—No otra vez —musitó Aysel, quien se tiró junto a su abuela para tomarle el pulso—. Llama a un taxi, tengo que llevarla al hospital.

—Te acompaño…

—Ni se te ocurra. Voy yo sola, estoy acostumbrada a esto.

—¿Es frecuente? –pregunté mientras tomaba el teléfono de la sala para marcar el número de la agencia de taxis.

Al volver con el teléfono, le pregunté:

—¿Tu abuela sufre de algo?

—Sí, de fe.

—¿Qué?

—Que tiene un montón de cosas, Poison, pero no se trata ninguna porque el Señor la va a sanar.

☠☠☠

A pesar de que respeté la decisión de Aysel de llevar sola a su abuela al hospital, hice honor a mi reputación de mentirosa al tomar un segundo taxi detrás de ellas.

Solo un par de minutos más tarde ya estaba acompañando a la pelirroja fuera de la habitación donde atendían a la señora Celina.

Al parecer su abuela tenía múltiples enfermedades sin tratar, cosas que ya sabía, pero además ese día le dio una trombosis en la pierna que debía ser tratada con urgencia. Y ni siquiera le había mencionado nada a Aysel.

Ofrecieron internarla, al menos el tiempo suficiente para que estuviese estable, pero Aysel y los doctores comenzaron una discusión acalorada porque la pelirroja estaba segura de que su abuela no accedería.

Mientras esperábamos a que le dieran el alta a su abuela, Aysel temblaba de pies a cabeza de ansiedad. Más de una vez se levantó a caminar de un lado a otro, o salió a recorrer el pasillo mientras se comía las uñas.

Así que la perseguí.

—No debiste venir, puedo hacer esto sola —spetó la pelirroja al verme alcanzarla por el pasillo.

—No vine para ayudarte, vine para entender cómo viven.

—Ya viste suficiente, ahora lárgate.

—¿Hace cuánto que tú cuidas a tu abuela en lugar de ella a ti?

—Así es como debe ser. Ya soy mayor de edad, de todos modos.

—Yo lo veo como una situación muy jodida, Aysel, esa mujer es una carga física y emocional para ti y no hace nada al respecto. Tienes que convencerla de que se tome las medicaciones, de que se deje tratar.

La pelirroja se detuvo, el tacón de sus botas resonando, y me miró como si quisiera arrancarme las entrañas con los dedos.

—Gracias, extraña, por decirme lo que tengo que hacer con mi familia. Fíjate que, si tu no hubieses sugerido esa idea, jamás se me habría ocurrido.

—Entonces no le pidas nada, oblígala, ponle un ultimátum. Esto es grave tanto para ti como para ella, y lo pueden resolver con una sola decisión.

—Ella no quiere interferir en la voluntad del Señor, y no espero que tú lo entiendas. Pero vamos, mentirosa, haz tu magia. Si puedes hacer que el Señor descienda y le hable a mi abuela para que se deje internar con tal de salvar su vida, entonces no volveré a cuestionar nada de lo que digas, pero hasta entonces…

—Hasta entonces, me tocará seguir mintiendo.

Entré en la habitación en la que atendían a lo señora Celina. De inmediato me di cuenta de la humedad en los ojos desenfocados de la mujer, en cómo apenas respiraba al contener el llanto, con el pecho agitado y la boca entreabierta para dejar que la máscara de oxígeno hiciera su trabajo.

Se veía demacrada y miserable, un contraste abismal con la alegre mujer que me recibió en cuanto llegué a Malcom.

—No voy a dejar que me internen —escuché decir a la testaruda abuela de Aysel.

—No vine aquí a hablar de eso —mentí, sentándome junto a ella y tomando su mano arrugada, atravesada por la vía que le suministraba el suero—. Creo que no hemos tenido demasiado tiempo para hablar desde mi regreso.

—Tienes… —La mujer tomó una fuerte y trabajosa respiración antes de continuar—. Tienes razón, pero no creo que este sea el mejor momento.

—¿Porque te estás muriendo?

—Eso es precisamente lo que evito al salir de aquí: la muerte. ¿Crees que no sé lo que piensan? Pero no me importa. No soy una mujer ciega, he investigado. Hay estudios que confirman el poder de la mente, la eficacia de la fe. Aceptar la enfermedad es perder contra ella. Soy una mujer que siempre está en movimiento, ayudando en la iglesia, sembrando en la casa, visitando a los vecinos, trabajando duro, cocinando… El que se interna, muere. O pierde las ganas de vivir, lo que es peor.

—¿Y las personas que amas?

—Las personas que amo deberían apoyarme sin cuestionar, no hacerlo más difícil.

—¿Difícil? Difícil es perder a tus padres en un accidente, mudarte en busca de una razón para seguir viviendo, y pasar una tarde en el hospital tomándole la mano a tu abuela sabiendo que un día, no muy lejano, podrías ya no tenerla porque se rehúsa a recibir ayuda.

La señora Celina volteó hacia otro lado para escapar de mi contacto visual. Si ella sabía de mi actuación, no dio ni la más mínima muestra de ello; al contrario, mis palabras parecieron afectarle en serio.

Me intrigaba descubrir qué le habían dicho para convencerla de que éramos familia, y cómo podía Aysel mentirle así a su abuela.

—Déjame descansar. Vengan mañana a verme y discutiremos mejor el tema.

Eso era un gran avance, al menos se quedaría toda la noche.

☠☠☠

Aysel se fue por su lado de vuelta al caserón. Si de alguna forma se sentía aliviada o agradecida, no lo demostró. No demostró más que desprecio hacia mí, lo cual me era indiferente.

Aproveché la oportunidad para volver sola, y caminé por las calles a las afueras del hospital para conseguir un taxi...

Fue entonces cuando sentí el impacto a mi espalda.

Y luego nada.

      Más tarde desperté en el asiento trasero de un auto, adolorida como si acabara de salir de un rin de boxeo, y lo único que reconocí fue el rostro que lentamente fui enfocando frente a mí. El rostro de Aaron.

—¿Cómo escaparon? —espetó mientras me sentaba sin pasar el mareo ni la conmoción.

—¿Cómo escapamos de dónde? ¿Dónde carajos estoy?

—En mi auto.

Sí, eso ya lo había concluido yo sola. La pregunta era qué hacía ahí, por qué Aaron estaba a mi lado sin camisa, solo con un pantalón de dormir negro. Y aunque estaba desorientada, era capaz de contar con mi mirada cada hendidura en su abdomen, la curva de su ingle y la manera en que parecía conducirme a esa zona secreta debajo de su pantalón.

¿Cómo podía Aysel resistirse a comer de lo que había en su mesa, cuando el platillo lucía así?

—Como comprenderás, esta es una conversación delicada y no podía hablarle contigo a mitad de una calle concurrida —explicó Aaron tras mi silencio.

—¿Y no podías pedirme que me subiera al maldito auto en lugar de raptarme?

—¿Habrías aceptado a venir al cementerio conmigo?

Entonces me alcé para mirar por encima de la ventanilla abierta, y en efecto confirmé que estábamos rodeados de lápidas, árboles raquíticos y el silbido de un viento tétrico.

—¿Qué hiciste, imbécil? —Lo miré con los ojos entornados—. Esto cuenta como secuestro.

—Me alegro, porque me debías uno, y uno muy caro, por cierto.

Entonces lo miré, lo hice como si por primera vez lo viera realmente, y mis ojos se expandieron en comprensión.

—Fuiste tú.

—La pregunta aquí es cómo mierda escaparon.

Bufé, y me acomodé en el asiento a pesar del dolor en mis músculos. Todavía llevaba la ropa de Aysel que intercambiamos al intentar escapar, y su falda apenas cubría la mitad de mis muslos.

—Tendremos que intercambiar la información —le dije al muchacho—. Empieza a hablar tú. ¿Por qué nos secuestraste?

—No pensaba a hacerles daño, era un puto servicio del club, y muy caro. Y me costará más del doble por compensación a los hombres que dejaron heridos e inconscientes, no se supone que esas cosas pasen. No se supone que las rehenes se defiendan y mucho menos que logren escapar.

—Le dijiste a Aysel que tu primera vez con ella sería a tu modo...

—No puedes entrar a un lugar llamado Parafilia y esperar coger como en un mundano hotel, ¿o sí? —dijo Aaron, riendo.

Y esa risa decía más que mil palabras. Me estaba llamando estúpida.

—O peor —añadió—, salir con tu virginidad intacta. Son unas avaras ustedes.

—Mira, loco de mierda, si tenías algún tipo de fetiche con los roles de secuestro podías habernos dicho. Esas mierdas tienen que ser consensuadas.

—Entrar a Parafilia ya cuenta como consenso a todos sus servicios, para efectos legales. ¿No leyeron el contrato que firman al entrar? No podrían habernos denunciado. Pero no hizo falta, porque escaparon. ¿Cómo mierda escaparon?

—¿Qué pretendías? —insistí—. ¿Qué habría pasado si siguiéramos ahí?

—Las intentarían trasladar, y yo las habría rescatado. La idea del servicio es que parezca tan real como sea posible, que ustedes de verdad sientan ese horror... para que luego puedan sentir la gratitud y el alivio. ¿Has escuchado del sexo de reconciliación? Tienes que probar el sexo luego de una experiencia cercana a la muerte. No hay orgasmo como ese.

Me lamí los labios, porque de hecho yo había vivido eso. Más de una vez. Bastian y yo solíamos coger antes, durante y después de nuestras misiones, incluidas las fallidas. Nuestra relación fue una orgía de éxtasis y emociones nocivas.

Y cuando tragué en seco, Aaron se acostó sobre mis piernas, dejando a mi vista toda la tentación de su torso, presionando su espalda contra la piel desnuda de mis piernas.

—¿Por qué llevabas un auricular? —interrogó, mirándome desde abajo.

—Tú lo sabes —minimicé y me encogí de hombros

—De hecho, no.

Aunque seguía acostado en mi regazo, se ladeó lo justo para empezar a acariciar con sus dedos mi costado, esa zona de mi piel que el top de Aysel no cubría.

—Pero me intriga la respuesta. Espero que sea una historia interesante.

—Cuando te la cuente, vas a querer bajarte de mi regazo.

—No lo creo, pero te dejaré intentarlo.

Mientras explicaba, lo tomé por su muñeca para que no pudiera seguir jugueteando por mi piel como si tuviese licencia para ello.

—Mi novio es sobreprotector. Y peligroso. Me vigila, me monitorea... Apenas perdí el auricular, me rastreó y fue así como escapamos de tu juego perverso.

—Aguafiestas tu novio.

—De haber podido, le habría pedido que no me rescatara. O, mejor dicho, de haber sabido el premio que esperaba al final del juego.

Entonces Aaron se sentó, inclinándose para quedar más cerca de mi rostro, y vi en el brillo de su mirada lo que él acababa de descubrir en mí: una posibilidad de desahogo, una igual, una puerta a la liberación.

Él quería dar rienda suelta a todas sus perversiones, y si Azrel no me preocupara tanto yo encantada lo habría dejado.

—Podemos dejar a Aysel fuera de esto, ya que las cosas se nos salieron de las manos —propuso en voz tan baja, casi sin mover sus labios, que parecía solo un aliento.

Se acercó a mi rostro, sus labios rozando mi quijada, su voz alborotando mis terminaciones nerviosas.

—Ni yo le digo lo que hice, que el secuestro fue mi plan —añadió—, ni tú le cuentas lo que estamos por hacer.

Entonces su lengua me recorrió de forma descendente, bajando por mi cuello con besos lentos, deteniéndose en mi clavícula.

—No estamos por hacer nada —contesté, a pesar de que no me entusiasmaban mis palabras.

—¿Tu novio te pega? —bromeó Aaron con cara de burla.

—Ojalá. Es un hombre peligroso, te lo dije, pero está lejos. No me ha tocado desde que me mudé a Malcom.

Entonces sentí la mano de Aaron en mi pierna, posándose sobre mi piel desnuda un segundo, como si me diera tiempo a detenerlo, y luego subiendo con una caricia lenta al interior de mi falda por la cara interior de mi muslo.

—Sí —reconoció—, hasta yo he notado que hace mucho que no te tocan.

—Aleja tus manos, pequeño demonio.

—Dame una razón que pueda creerme.

—Porque si él lo descubre, me matará —confesé con tranquilidad.

—¿A cuántas personas guardas secretos? A tu prima, a tu abuela, a mí, sin duda... Es lo único en lo que se te podría catalogar como buena. ¿No crees que puedas guardar un secreto más?

—Los secretos consumen, Aaron, mentir puede ser agotador, y no sé si esto vale la pena.

—La alternativa es preguntarte el resto de tus noches, mientras te toques en la cama de mi novia, qué habría pasado si... —Aaron sacó la mano de mi falda—. Si hubiese subido la mano.

Dejé salir mi respiración mientras él se alejaba hasta recostarse de la puerta cerrada del auto.

—A mi padre no le gusta sentirse amenazado —dijo, para mi sorpresa—. Si se entera de mi fallida noche de pasión, sabrá que alguien pudo burlarse de él y su seguridad. Si mi padre descubre que tienes un angel de la guarda peligroso, y que ese angelito puede interferir en Parafilia como una mosca... lo aplastará. Es mejor que siga creyendo que tu único novio es el Señor.

—¿Por qué tendría que hablarle de mi vida amorosa a mi profesor?

—Ese es el punto de la conversación que quería dejar para después. Preferiblemente para nunca.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—Mi padre me pidió que te ofrezca otro pase a Parafilia, pero no como invitada de nadie. Quiere que des un espectáculo, el que quieras. Y te pagará, mucho dinero, por supuesto.

—¿Por qué tu padre quiere...?

—No lo sé, espero que tú tampoco tengas que averiguarlo. Tienes que decirle que no.

Apreté los labios para contener la risa.

—¿Por qué haría eso?

—Estos son indicios de que te quiere como juguete, y mi padre nunca suelta un juguete hasta que está roto e inservible.

—Suena como algo que me interesa.

—¡¿Qué?! No, Mailyn, no seas estúpida. No sé qué tipo de hombre sea tu novio, pero no creas que su «peligro» te hace capaz de lidiar con mi padre. Sama'el Jesper es una bestia inhumana.

—Ay, bombón —fingí una expresión de pena—, solo multiplicas mi intriga.

—Tienes que decirle que no, no sabes en lo que te estás metiendo.

—Ssshhhh...

Para callarle la boca, me arrastré hacia su lado del asiento. Pero no me senté, sino que me lancé en el piso, postrándome de rodillas por debajo de él. Y tomé sus piernas, solo para abrirlas y acomodarlas de forma que mi cuerpo quedara en medio de ellas.

Me gustaba verlo así, y sé que para él era mucho peor. Sabía el efecto que tenía mi humillación en los hombres, la mayoría soñaba con tenerme a sus pies, y estar cerca de un vistazo de esa fantasía los enloquecía al no saber manejarla.

—¿Qué haces?

—Tú tenías razón. No puedo quedarme con la duda. Al menos no con todas.

Tomé sus caderas con mis manos e incliné mi cabeza hacia su torso... Olía tan bien, y el calor de su piel contra mis manos solo me hacía palpitar en la anticipación de lo que mi lengua quería probar.

Así que llevé mis labios a su abdomen, primero dejándolos ahí para que la cercanía de mi aliento lo lastimara de deseo... y entonces saqué la lengua, y comencé a lamer. Arriba... hacia su pecho, y abajo... hacia ese abdomen duro que no dejaba de provocarme desde que lo vi descubierto y servido en la mesa de Parafilia.

Lamí y chupé hasta dejar las marcas violáceas de mi crimen por toda su pálida piel, y le mordí los costados mientras él se aferraba al asiento y se retorcía de placer debajo de mí.

Al llegar a la ingle que tanto me intrigaba, que recorría con mi lengua hasta el borde de su pantalón, donde él, salvaje y necesitado, me restregó la cara contra su peligrosa erección.

Pero no hizo diferencia alguna, ya que luego de saciar la curiosidad de mi lengua en toda su zona visible piel, lo dejé por segunda vez erecto e insatisfecho.

—Eres una maldita sucia —gruñó al ver que me levantaba.

Pobre, casi no tenía respiración.

—Espero que en un futuro puedas gritarme eso mientras me penetras la boca.

Ante mis palabras, el pobre quedó como si nadie en la vida le hubiese hablado así, todavía sin recuperarse de lo que acababa de hacerle.

—Llévame al caserón, por favor, que si tardamos más mi novio se hará películas pornográficas que me pueden perjudicar. Y dile a tu padre que yo le avisaré cuando me dé la maldita gana de aceptar su oferta. Pero obvia la grosería, concuerdo contigo en eso de mantener mi imagen de castidad.

~~~

Nota:

Cuéntenme sus reacciones y teorías, pecadoras.

¿Qué piensan de Aaron a estas alturas?

¿Y de Poison?

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