32: FINAL
Luego de dejar a Aysel con Aaron volví a incorporarme a la fiesta que al comienzo parecía tranquila —o todo lo tranquila que puede estar una fiesta con personas teniendo sexo en cada esquina—, hasta que se oyó la explosión. La maldita explosión que lo jodió todo.
Una parte de barco detonó haciendo que este comenzara a inclinarse, desnivelado, mientras se hundía.
Todos corrían, asustados por sus vidas. Me puse alerta, pensando en a quién debía buscar primero, si a Azrel, para ver qué mierda me inventaba para trabajar juntos, o a Aysel, para salvarla. Y entonces, antes de que me pusiera en marcha alguien tomó mi brazo.
Era Sama'el.
—Tu vienes conmigo —me dijo mientras me arrastraba con autoridad.
Después de todo l que me me había contado su hijo sobre él y su clan, sabía que acompañarle no era una buena idea.
Él quería que yo fuera su ofrenda. Su alimento. Y la verdad es que Dain no me protegía. Ya no.
Pero actué natural para no alarmarlo ni obligarle a aplicar más fuerza, siguiéndolo, como si colaborara. Hasta que un mesero pasó corriendo a nuestro lado. Le robé la botella y se la estrelle en la cabeza a Sama'el. Lo hice con tal fuerza que el vidrio estalló en mil pedazos, esparciendo el alcohol en una lluvia que me sirvió como distracción para escapar.
Aproveché y pasé por debajo de una mesa rumbo al otro lado del salón, el pico de la botella en mano como un arma.
Corrí, pero me paralicé al escuchar el disparo a una de las lámparas que hizo llover los escombros del vidrio sobre mí. Sama'el me localizó así, y cuando lo vi apuntarme desde el otro lado interpuse el cuerpo de uno de los hombres de su clan, haciendo que reciba las balas por mí, convirtiéndolo en un cadáver.
Arrastré su cuerpo inerte como un escudo frente al mío, recibiendo los disparos de Sama'el, quién avanzaba a cuestas en la avalancha de gente. Me movilicé así hasta alcanzar una de las puertas de salida del salón.
No tenía que preocuparme porque el barco se hundiera. Iba lento y comenzaría por inundarse los pisos de abajo. Mi preocupación era escapar sin que me asesinaran, teniendo en cuenta que me rodeaban leguas de viaje marino para llegar a cualquier puerto seguro.
Pero una vez en la salida, mientras me concentraba en el Sama'el a distancia que me apuntaba a duras penas, dos de sus hombres me interceptaron.
Me agaché para esquivar el mandoble de uno con la culata de su pistola mientras las personas salían a raudales por las puertas, desesperadas. Me escabullí de la única manera que supe que mi atacante no esperaría: lanzándome a sus brazos y forcejeando para mantener la mano con la pistola lejos de mí.
El segundo hombre vestido de vampiro apuntó, por lo que me giré de forma que el abrazo del primero me sirviera de pared protectora. Cuando mi escudo humano me escupió con sangre su último en mi cara, aflojó el agarre de la pistola que usé para disparar al cráneo del segundo hombre al instante en que él terminaba de vaciar el cargador en los omóplatos de su compañero, intentando alcanzarme.
Los disparos crearon histeria, la sangre y la pólvora una nube de muerte en un lugar donde la desesperación ya era masiva.
Aproveché el momento, tirándome al suelo sin importar las caídas que provoqué y los pisotones que recibí, arrastrándome hasta al fin cruzar la maldita puerta para luego levantarme y sumarme al río de gente.
Ir a cubierta habría sido una misión suicida, así que me desvié de la muchedumbre desesperada, torciendo hacia unas escaleras descendentes.
Mientras bajaba, dos hombres uniformados subían. Sin duda les habían avisado de mí por algún auricular, porque enseguida desenfundaron sus armas.
Ellos tenían chalecos, lo cual era una ventaja sobre mí, por lo que no podía gastarme mis únicos cartuchos en un duelo que estaba destinado a terminar conmigo desangrada al primer disparo.
Así que, mientras ellos apenas se armaban, ya yo había tomado la decisión de volverme loca. Salté por encima del barandal hacia los escalones de abajo donde estaban los hombres, cayendo sobre uno de ellos a la vez que lanzaba el pico de botella al otro cuando estuve a centímetros en mi caída, clavándoselo en el cuello.
El hombre sobre el que salté quedó aplastado bajo mi peso y los escalones, todavía sin haber alcanzado su arma por la sorpresa de mi grito al lanzarme. Rodamos escaleras abajo, forcejeando por quedar uno arriba del otro.
Jamás ganaría un duelo de fuerza dada su masa y musculatura. Él me golpeaba la cabeza contra los escalones, me pateaba a la pared, me propinaba puñetazos en el rostro, todo mientras seguíamos cayendo, arrastrados el uno por el otro.
Así que me robé las técnicas del clan de Sama'el, abrazándome con fuerza al uniformado hasta alcanzar su cuello con mis dientes y morder como si la vida me dependiera de ello.
Arranqué tajos de carne, sintiendo la explosión de sangre en mi boca, escupiendo para volver a morder a pesar de los gritos, a pesar de los dedos del hombre en mis ojos y mandíbula, intentando apartarme con todas sus fuerzas. Hasta que se relajaron, porque ya había mordido lo suficiente.
Desde arriba se escuchaban pasos, y solo podían ser más hombres detrás de mí rastro, ninguna persona racional bajaría con el barco a punto de hundirse.
Excepto yo, que tuve que bajar corriendo los escalones de tres en tres hasta encerrarme en la primera puerta, consciente del agua que me alcanzaba los tobillos, nerviosa dentro de mí, pero a sabiendas de que debía esconderme ahí hasta idear un plan mejor.
Pero entonces, cuando pretendía voltearme para conseguir un escondite, o algún atajo a los pisos de arriba, un golpe seco me impactó desde atrás y me sacó del juego.
Debí esperar que me estuviesen esperando.
Cuando desperté, estaba en la misma habitación que antes, el agua hasta mis rodillas y subiendo mis piernas y manos atadas con cadena a una silla igualmente atada a un poste.
Y Sama'el estaba sentado frente a mí, tranquilo con los pies hundidos, consciente de que él sí podría escapar cuando quisiera.
—Qué gran ironía es esta —saludó.
—Sorpresa —ironicé—. Ahora, si me disculpa, tengo una vida muy larga que vivir. ¿Podría soltarme?
—No, te quedarás ahí, y te hundirás con tu barco de mentiras.
—Ah, sí, sobre eso... —Moví la cabeza de forma dubitativa—. Creo que no se va a poder. Tengo toda su información y la de sus negocios a salvo. Si no vuelvo al amanecer, un tercero tiene la orden de divulgarla. Así que... ¿Por qué no me suelta y lo discutimos en mejores términos?
—¿Crees que me importa algo mi información? Ay, niña, divulga lo que te plazca. Para empezar: nadie va a creerlo. Suena demasiado fantasioso para ser verdad. Las personas lo tomarán como una más de esas teorías conspirativas de internet. Además, de mí prefieren creer que soy un proxeneta, un mafioso, la policía no se conformará con menos.
—Veamos si piensa igual luego de que divulgue mis pruebas.
—A mí no me engañas. No sé qué es lo que crees que haces, pero jamás te permitirían sacar eso a la luz. No cuando el mismo que te ordena es el primer interesado en que esto sea secreto.
—¿Dain? —Solté una fría carcajada, el agua la me cubría el regazo—. No tengo nada que ver con Dain.
—Todos tenemos algo que ver con Dain.
—Tal vez, pero no le rindo cuentas. Trabajo para otra persona, yo...
Entonces fue él quien rio.
—No lo sabes —concluyó, todavía muerto de la risa—. En serio no lo sabes.
—¿Qué mierda...?
—Cuando me dijeron quién eres, pensé que Dain te había dicho "eso" para que me odiaras. Pero... Wao. No lo sabes. En serio me intriga lo que te habrá dicho para que me persiguieras de esta forma tan patética, con todos sabiendo que fracasarías. Menos tú.
«Conseguirás el arma para destruir a Sama'el, pero una vez la tengas no la usarás».
¿Por qué?
¿Qué haría que yo odiara tanto a ese hombre como para que tuviesen que poner esa cláusula entre mis reglas?
El barco se hundía cada vez más, inclinándose hacia mi lado. Estábamos a minutos de quedar por completos sumergidos en esa habitación, y Sama'el lo sabía, puesto que se levantó para irse.
Con los dientes apretados y el alma ardiendo a pesar del agua que me cubría hasta los hombros, escalando por mi cuello con la intención de ahogarme, le dije a Sama'el:
—¿Qué? ¿Qué es lo que no sé? Dímelo.
—No sabes nada.
—Dime qué hiciste, maldito. DÍMELO.
Él se giró en la puerta antes de salir. Se veía un claro vistazo de las escaleras casi inundadas. Me miró, sonriendo con malicia, y dio la estocada que me mató antes de que el agua llenara mis pulmones:
—Tengo buen gusto en regalos de cumpleaños, ¿no?
~~~
Desperté en la camilla de una clínica con un único pensamiento en mente: Bastian.
No se suicidó. Lo asesinaron, y el culpable fue Sama'el. El hijo de perra me regaló su cuerpo en mi cumpleaños con una nota que me haría sentirme culpable por el resto de mis malditos días.
Bastian al final resultó sí tener sonrisas ilimitadas. No se quitó la vida. Pero tampoco pudo compartirla conmigo.
El daño que me hizo Sama'el con su treta fue más allá del duelo, la apatía o el desamor. Ese hombre me quebró, hebra por hebra, en mente y alma, cada minuto de mi vida desde aquel cumpleaños.
Y mientras entendía esto, alguien entró en la clínica.
Mi visión estaba muy borrosa, solo distinguí el rojo al principio. Pero no tardé en enfocar cuando ella se sentó a mi lado.
—¿Qué tal sigues, Gabriela? Tres días en coma son suficientes para preocuparme incluso a mí.
Su voz... Era diferente. No sólo porque pronunciar mi nombre real le daba cierto poderío inquebrantable, sino que su tono era menos aniñado, animoso y agudo que de costumbre. No era ni la sombra de la desquiciada personalidad que solía mostrarme.
Incluso me hizo cuestionarme el estar alucinando.
Pero no.
Era ella.
—Tú —concluí en un hilo de voz.
—Tu boss.
—Tienes que estar jodiéndome. —Me llevé la mano a la cabeza, me dolía más que nunca en mi puta vida—. Te creí loca, no una maldita y perfecta mentirosa.
—Una maldita genio —corrigió.
—Eso lo dudo.
Quise tragar, pero tenía reseca la boca y la garganta. Me dolía todo. Cada músculo, cada resquicio de piel. Sentía cada inyección en mi cuerpo, la debilidad inminente y una pesadez dolorosa en mis párpados. No sabía a cuántos medicamentos había sido sometida, pero sin duda uno de ellos me tenía lo suficientemente controlada para no lanzarme hacia Aysel para arrancarle el cabello hebra por hebra.
Debían ser un montón, dada mi resistencia creada por mis constantes sesiones de envenenamiento.
—¿Por qué? —pregunté mareada—. ¿Por qué enviarme tras Sama'el de esa forma cuando tenías acceso a su hijo? No me necesitabas, podías acceder a sus secretos con solo cogerte a Aaron.
—Ya. Es que sus secretos no me interesaban.
«Porque ya los conoces todos», entendí.
—Entonces vas a tener que explicarme el objetivo de la misión —dije—, porque no entiendo... Nada.
—Olvida la misión, Poison. A nadie le importa.
—No...
—Azrel no te matará por mentirle. Tampoco por cogerte a Aaron. No porque no hayan sido reales esas reglas, sino porque considero que ya estás lo suficientemente muerta, y espero que pases así el resto del tiempo que tu cadáver soporte transitando esta tierra.
—Tienes a Vanessa —concluí, entendiendo que ella era la maldita voz del teléfono, y la de los mensajes.
—No. Pero bastó con que tú creyeras que sí. Quien la tiene es mi marido, al alcance de una llamada. Pero no me deja tocarla. Es leal a sus tratos, sin importar el tiempo, sin importar que sean con monstruos como tú.
—El tercer novio.
—El único, imbécil. No existe ningún cirujano haciendo postgrado en el extranjero que compró mi virginidad. Mi relación con Aaron es falsa, solo está ahí por el mismo motivo por el que Sama'el está obligado a dar clases en el instituto de Malcom: para que yo los pueda supervisar. Claro, que ellos no tienen idea de quién es el topo, pero saber que hay uno los ayuda a mantenerse limpios por defecto.
—¿Es Azrel, no? Tu marido.
Aysel sonrió con ternura, ladeando la cabeza. Pude ver ahí, en ese gesto, el brillo de locura con el que había convivido tantos días.
—Sé que es tu cómplice en esto —continué—. Él sabía que le estuve mintiendo, y solo podría saberlo si supiera a ciencia cierta lo que pasó en esa llamada. Algo que solo tú y yo debíamos saber. Porque fuiste tú la de los mensajes, ¿no?
—Sí. También maté a Álex y te inculpé. Sabía que tenías la navaja en el muslo porque te vi cambiarte. Ah, y yo te envié ese mensaje para que te alejaras de Aaron. Obviamente siempre tuve acceso a tus números porque yo era quien le proporcionaba los teléfonos a Azrel. Sí, obviamente él estaba al tanto de todo. Pero no como mi cómplice, sino como mi subordinado. Siempre cumpliendo mis órdenes. Pero no, no es mi marido.
—¿Y quién es?
—Su hermano —explicó.
Sabía que Azrel tenía un hermano mayor, y que no se hablaban desde que Azrel asesinó su mascota. Al menos eso me había dicho, pero no tenía idea de quién podría ser.
—No sé quién...
—Dain, imbécil.
Dain.
«Todos tenemos algo que ver con Dain», había dicho Sama'el.
Así que, indirectamente, jamás escapé de su sombra.
—¿Él sigue siendo mi dueño? —musité en un hilo de voz.
—Te dije que no. Tu jefe soy yo. Necesito que lo entiendas, que entiendas quién te está haciendo esto, cuál es la mente detrás de todo. No dejaré que le des el crédito a él solo porque no puedes concebir que yo sea capaz de esto.
—Esto es por...
—Sí.
—Querían que investigara a Sama'el para que descubriera lo que le hizo a Bastian...
—Y volverte loca en el proceso —finalizó ella con una de esas sonrisas desquiciadas suyas.
—Entonces Azrel...
—Jamás le interesaste. Ese detalle fue mi idea. Supuse que te dolería más todo luego de formar un vínculo con alguno de los involucrados en esta función. —Una sonrisa le iluminó la cara de extremo a extremo—. Juro que jamás ideé algo tan milimétricamente perfecto. Estoy muy orgullosa.
—Eres una maldita perra...
—Si te alteras, voy a cancelar tu seguro. Y, ocasionalmente, morirás. Tu ahogamiento necesita un seguimiento minucioso. Tienes suerte de que Dain tenga un primo tan eficaz con sus resurrecciones.
—No me importa una puta mierda, te puedes atragantar con tu maldito seguro. Pero te juro que cuando...
—Vamos, Gabriela, todavía tengo a tu hermana. Contra esa carta no puedes jugar. Al final, traicionaste a Dain por ella, ¿no? Vendiste a la información de Dain, poniendo un blanco sobre él y nuestra familia, a cambio de unas malditas horas con ella.
Era cierto.
Luego de que Dain me dijera del funeral de su madre, no me costó descubrir quién fue ella. Solo tuve que averiguar qué mujer de mediana edad había muerto recientemente que hubiese sido enterrada ese mismo día en la ciudad.
Porque si Dain hubiese tomado un avión o el helicóptero privado, los de Dengus nos habríamos enterado. Y no fue así. Así que tuvo que ser un evento cercano.
Vendí la identidad de la madre de Dain a un miembro de una organización enemiga que seguía su rastro desde hacía mucho. Que hiciera lo que se le antojara con esa información, que tirara del hilo y llegara a donde quisiera, solo me importó el pago. Su investigador privado localizó a Vannesa, y esa misma noche la fui a visitar.
Tenía diez años sin ver a mi hermana gemela. Habría vendido mis pulmones, y vivido el resto del tiempo con algún aparato artificial en el pecho, solo por la oportunidad de volverla abrazar.
Al volver de ese reencuentro me encerraron por mi traición. Al parecer el hombre al que le vendí los datos era un doble agente.
—Habían pasado diez años, maldita perra. Es mi gemela. Vi cómo los tiburones de tu marido la secuestraban para presionar a mi padre, me vendí para salvarla, ni siquiera pude despedirme... ¿Qué habrías hecho tú? Es más, no me interesa tu respuesta. Sé lo que habrías hecho: lo que te saliera del coño. Es lo que hiciste con mi vida estas semanas. Sin ningún maldito remordimiento. Pero da igual. No compro tus amenazas. Ya me dijiste que Dain jamás te dejaría tocar a Vannesa.
—Ya. Pero hay otro motivo por el que te vas a quedar tranquilita durante tu rehabilitación.
—¿Cuál?
—Respuestas.
Sí. En eso tenía razón.
—¿Quién eres? —quise saber.
—Aysel Mortem. Esposa de Dain Mortem Frey y cuñada de tu muy querido domador de bestias, Azrel Mortem Frey.
—Tu abuela...
—Lo sabe todo. Por cierto, bonita tu actuación para que se quedara en el médico. Al final si fuiste útil para algo, ya que ella, aunque sea para mantener las apariencias, sí se quedó en el hospital. Pero sí. Lo sabe todo. Así la mantengo a ella, el caserón y a su bonita iglesia. ¿La historia que te conté del cirujano que pagó por mi virginidad? Es casi cierta, solo que Dain y yo ya hemos tenido nuestra luna de miel. Simplemente tengo prohibido intimar con ningún otro durante mi trabajo encubierta, por ello no podía acostarme con Aaron. Él se enteraría.
Abrí la boca para hacer otra pregunta, pero luego de analizar sus palabras entendí que ahí estaba la respuesta: conmigo sí se acostó porque pensó que Dain no se enteraría.
—Pero tu tía...
—Ella no sabe nada. Casi se jode todo con el tema del asesinato del hijo del gobernador. Pero tu idea fue buena, y la tomaré. De hecho, Azrel debe estar justo ahora plantando evidencia mucho más sólida en tu contra. Mi tío la tomará con los ojos cerrados y caso resuelto. Quedaré limpia para seguir trabajando en Malcom como vigía de los Jesper. Pero tú... Bueno, tienes que desaparecer si no quieres ir presa.
—En serio pensaste en todo —reconocí con un sabor amargo en la boca.
—Tuve que hacerlo. Dain jamás te habría castigo como te mereces. Le falta visión. ¿Encerrarte? Tal vez te haga daño, pero un trago de tu propia medicina es la mejor venganza, dadas las circunstancias.
«No tienes idea de lo que te espera, puta de mierda...».
—¿Cómo supiste lo de Bastian? —pregunté manteniendo la calma para que no dejara de responderme.
—En una misión en Terrazas se saltó varias leyes de los Jesper, y por nuestro acuerdo, Dain tuvo que dejar que Sama'el se lo cobrara. Le pedimos que lo hiciera parecer suicidio para no generar una guerra interna en dengus. El detalle de la carta... A Sama'el no le bastante con cobrarse la vida de Bastian, necesitaba destruir la de alguien que le hubiese querido. Dain no tuvo opción, por eso nunca te lo dijo. Pero yo... Siento que el karma metió su mano en esa situación, aunque fuese antes de tu cagada.
Dain. Aysel. Azrel. Sama'el.
Al final la unión de ellos resultó ser lo que me hacía falta para quebrarme, hueso por hueso, y dejarme aparentemente fuera de juego.
Dain se cobró con creces lo que le hice.
Aysel me sedujo y enloqueció a la vez que en las sombras movía los hilos de un plan que me llevaba voluntariamente a la última bala.
Azrel jugó conmigo el único juego en el que me creía experta, y se creyó vencedor.
Y Sama'el... En mi lista de nombres, el suyo estaría por siempre en letras rojas.
Es lo que pasa cuando asesinan a un monstruo: el demonio despierta.
Continuará...
~~~
Nota:
Suponiendo que leyeron el último capítulo de Nerd (el de antes del epílogo), ¿juzgan a Poison por hacer lo que se describe en ese capítulo, ahora que tienen todo este contexto?
Igual, la historia no acaba aquí. Ahora es que falta guerra entre estos personajes, pero lo verán en otro libro. Estén pendiente a mis redes para tener esa información.
Dejen sus opiniones del final por aquí, y díganme cuál es su personaje favorito definitivo por ahora
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