Veintisiete
A veces las cosas se tuercen.
Por mucho que tengas el alma echa de hierro y forjada a fuego... te rompes. Te tienes que romper.
A veces incluso el tío más duro se echa a llorar.
Incluso quien tiene los huevos más grandes acaba pidiendo socorro.
Si no que os lo diga Akira.
Nunca se sintió mejor que en los brazos de su madre, hasta que dejó de ser así.
Y decidió ser él, él mismo y sus consecuencias.
Decidió llorarse a llorar a otrxs.
Decidió pensarse por las noches y echar de menos en silencio.
Todas las noches comenzaron a ser así cuando su figura paternal de evaporó una mañana de primavera.
Ni siquiera le había dado un beso de buenos días cuando escuchó un portazo.
Y del portazo su madre corriendo.
Lo poco que escuchó y vieron esos ojos inocentes se lo llevaron las cenizas y la mirada de su padre.
Fueron así durante muchos años.
Incluso cuando Shiro le acogió. Incluso así.
Incluso cuando llevaban el pecado tatuado hasta en la sangre. Hasta ahí.
Pero ahora ha cambiado todo un poquito.
Se encuentra muchas noches levantándose a mear o beber agua.
Se encuentra saliendo de la trampas humana que son los brazos de Leandro.
De esa trampa pecosa de risa de canela.
De esa trampa de ojos azules y pelo rizada.
De esa trampa despistada que te pregunta dos veces por lo mismo.
Vuelve a la cama y se queda mirando a Leandro. Con cuidado y callado.
No acaba de comprender como alguien como él, casi un desconocido, le deja dormir con él, follar con él, abrazarse a él, hablarle e incluso compartir cigarros.
Si, que él a cambio le deja estar en su piso pero... joder, lo materialista de acaba al final, lo bondadoso no.
Pasa las noches así. Junto a él por miedo.
Se pone de espaldas a él y deja que Leandro sea quien gira de forma involuntaria y diaria. Acaba con su pecho pegado a su espalda, con sus brazos rodeándole y con la nariz pegada a su nuca.
A Akira, la verdad, es que le pone la piel de gallina.
Todo comenzó a ser así de diario.
Eso sí es que Akira no se despertaba entre sudores fríos y escalofríos, con la boca seca y pánico.
El local ya no era igual.
No cuando ni siquiera Shiro salía de su propio cuarto.
Tampoco se le pasaba por la cabeza.
No cuando ya no había nadie con quien pasar las horas.
Ahora sólo tenía una palabra: venganza.
Vale que su vida no era como Romeo y Julieta... pero joder, no era necesario que Romeo tomara el veneno.
No necesitaba que nadie le salvara...
Las misiones se acumulaban en el tablón. Los únicos activos, Pidge, Hunk y Leandro.
-Tienes el café en la mesa. -murmura. Akira sigue en la cama, sentado en los pies, mirando el infinito. -Nos vemos ahora.
-¿Dónde vas? - murmura el coreano en un tono cansado.
-A... eso... ya sabes.
Si hay algo que le dio vergüenza admitir al cubano era que era creyente. No sabe bien como y cuando empezó. Sólo sabe que era algo de casa. Era algo que traía aprendido.
En fin, aquí quieras o no te toman el pelo.
Veía a su madre mover sus dedos entre las cuentas de un collar negro, entre una cruz fina del mismo color que el propio collar.
Veía como recitaba una oración que ahora se sabe de memoria.
-Vale. Ahora nos vemos... -susurra.
-Desayuna anda, que he hecho yo el café. Que he tardado 2 minutos joder. -sale por la puerta tras ponerse la chaqueta verde caqui tan suya y tan querida.
Y con la capucha puesta termina yendo a la Iglesia.
Es costumbre.
Es algo suyo.
Le gusta, en el fondo, saber que alguien en algún punto del mundo oye sus miserias y plegarias. Le gusta pensar que si pide perdón o cuidado para las almas alejadas de él, le harán caso.
Pide que esas almas estén bien y que las cuide, ya que él no puede.
Eso fue de lo primero que hizo cuando la noticia del hospital corrió como pólvora.
Eso tras amansar a un Akira que se comía hasta a su sombra entre gritos, lágrimas y golpes.
Tras haberle relajado entre abrazos y lágrimas de ambos, acaba mirando por la ventana, limpiándose las lágrimas y moviendo sus labios a la vez que susurra cosas en voz bajita.
Susurra una oración por él. Por su alma.
Pide que por favor vaya al cielo. Él era una persona buena...
Siempre lo fue y lo será.
Acaba entrando en la Iglesia entre sonrisas risueñas y juveniles.
Por otro lado Sendak de encuentra sentado junto al más importancia. Al más relevante de todo. Al que si te pega un tiro en la cabeza se la suda si te mueres.
-Has hecho lo que te ha dado la gana. Y ahora tenemos a un capullo danzando por ahí, con una pistola nuestra y con uno de los paladines muerto. Si se enteran Sendak... -Zarkon ríe de forma seca y sádica. -Si se enteran te juro que te partiré las piernas. A ti y a quien más quieras.
-Zarkon, yo sólo planee un plan para que...
-Para que rompamos el puto trato ¿no? -golpea la mesa y mira fijamente sus ojos. Ya le ha matado ocho veces mirándole así. -Lotor hizo un plan. Me lo planteó, lo confirme. Era brillante Sendak. Mejor que está puta porquería que has hecho. -Sendak está mirando el suelo. Le encantaría ahorcar al bocazas de su hijo mimado con su propia polla...
-A partir de ahora, lo que diga Lotor se hará. Y más te vale consultarle las cosas y acordarlas. Por que como se den cuenta de que ha sido cosa nuestra... entonces date por muerto, Sendak.
Mientras otros planean fugas o delitos llenos de sangre con delincuentes vinculados, otros intentan pagar sus penas.
Un hombre que padece ahora del corazón y se encuentra en rehabilitación entra en la iglesia.
Siente aún la sangre chorrear entre sus dedos sin siquiera haberla tocado nunca.
Puede sentir los gritos de agonía de las almas en pena que lloran por su culpa.
Entra y se sienta en una banca cercana a Leandro.
Ya la ha visto muchas veces.
Todas las mañanas que va a rezar por Adam y su familia. Bueno, y por Shiro y Akira.
Leandro gira su cara hacia a él.
-Hey.
Akira, en cambio, continúa sentado en la cama, con lágrimas en los ojos. Coge aire y lo tira.
Se pincharía, lo jura que lo haría, pero es pensar en las convulsiones de Adam en la camilla debido a la esencia que alguien metió y... y se le revuelve el estómago.
Son todas mañanas así, a no ser que esté Leandro. Si está él consigue pensar en otras cosas.
Y más cuando follan.
Por que se vuelve un poquito rutina. Ambos necesitan dejar de pensar, y que mejor que gemir, que te empotren o que te le chupen con una sonrisa de angelito.
Nada mejor.
Se levanta, enciende un cigarro y se acerca a la ventana.
Piensa buscar al hijo o hija de puta que acabo con el corazón de Adam a base de sobredosis.
-Hola. -murmura Slav al castaño que le sonríe de pie.
-Siempre viene a rezar eh. -susurra en voz bajita, sentándose en su banca. Jamás le había visto. Está que da pena. Mucha. Tiene ojeras, los labios cortados y la mirada alerta y nerviosa.
Tiene las venas de las manos marcadas, y en ellas hay un rosario.
-Si. -Leandro sonríe. -Tú también, hijo. Te veo siempre ahí, al fondo de la fila. Que-Que buen chico... -la voz le tiembla.
-¿Pasa algo? -susurra al verle nervioso. -Le tiemblan las manos. -Slav, con la mirada perdida y los ojos llenos de lagrimas, abre sus labios muy lentamente.
Le cuesta decirlo. Mucho.
Pero necesita hablar con alguien que no sea su psicoterapeuta o su doctorx.
Leandro ya le ha saludado alguna vez que otra de forma educada.
Y siempre se preguntaba por que ese tembleque en las manos y esa mirada arrepentida.
Le da pena.
Slav deja que las lágrimas caigan en picado de sus ojos.
-H-he... he matado a alguien. -susurra en voz muy bajita.
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