Treinta y nueve
Pasaron semanas.
Unas cuantas.
Las misiones eran tediosas.
Mucho.
Que si roba, que si ponte capucha y máscara, que si ponte pasamontañas y lleva el arma cerca, que si Hazte coleta por el pelo...
Y el pelo.
Que coñazo el pelo.
Akira estaba hasta la punta del rabo.
-Deberías teñirte de blanco. - murmura un cubano desde el salón, jugando con un dulce animalito peludo.
- 당신의 엉덩이를 하얗게 ... ( dangsin-ui eongdeong-ileul hayahge... // Blanco tu culo...)
-Yo también se jugar a eso. - murmura el cubano en su lengua natal.
Quería cambios en su vida, pero no en el pelo.
Akira quería otra vida.
Quería fumarse un piti enfrente de la comisaría, sin temer a que le lleven de cabeza al calabozo.
Quería y quiere sentarse en un banco y tallar en la madera del banco el apellido de su padre.
Quiere ser él mismo sin sentirse un asesino o un depredador.
Casi igual que Leandro.
Casi.
Y pasan.
Pasan los meses.
Pasaron meses largos y fríos. Duros.
Bueno, más para unos que para otros.
La libreta de Akira está llena de sumas.
Lleva sin pisar el despacho de Hachiko dos meses. Y lo que le queda.
No piensa hacer de tripas corazón.
No.
No es así de simple todo.
Para ninguno de los dos.
Tiene cuentas pendientes con él a nivel económico y emocional. Y no quiere encararse con él. Aún sabiendo sus puntos débiles.
Él sabe los suyos. Los sabe bien.
Tanto como para haberlos visto cara a cara.
Sabe como huelen.
A cenizas.
A fuego.
A incendio.
Lleva meses con el mono.
Los nervios están acabando con él.
Los nervios y el miedo.
Sólo fuma.
Fuma y se maldice. ¿Por qué no le ha tocado otra vida? Tatuados habría estado que flipas, o príncipe pijo de la realeza, la autoridad, o yo que sé, alguien feliz.
Sólo quiere vivir en paz con sus demonios y no se lo están facilitando.
Es al cuarto piti cuando gruñe y clava sus dedos en su densa melena oscura.
Le encantaría hablar con alguien.
Quiere irse a un mirador, tumbarse en el césped y mirar el cielo.
Le gustan las estrellas.
Es su sueño robado.
Le habría gustado ser una. O vivir en una.
Es como si viviese de ellas. Le gusta ver como brillan. Le gusta saber que, aún estando lejos, continúan en lo más oscuro. Que aún siendo viejas y eternas, siguen ahí. No están solas.
Le gustaría ver el cielo con alguien con quien poder reír y hablar de eso, de que no están solos.
Ese alguien no está ahora en su piso.
Ese alguien está apoyando su pecho en la madera fría de una mesa. Tiene las manos esposadas en la espalda y la cara pegada a la misma tabla que se pega a su pecho.
Tiene el pelo pegado a la frente. Está empapado y con ellos se le riza aún más.
El terciopelo de las muñecas hace cosquillas a la piel de su espalda.
Pero no son risas lo que salen de su boca.
Salen gemidos.
El cubano está ocupado follando con una bestia como es Lotor.
Está ocupado gimiendo su nombre en distintos tonos de voz y diferentes súplicas.
Ha estado ocupado bastante tiempo.
Las visitas al albino comenzaron a hacerse frecuentes.
De repente una albina había sido sustituida por otro de la misma calaña.
Curvas de escándalo pero en el culo.
Cuerpo de infarto.
Brazos que ya quisiera Adonis.
Sonrisas que podrían matar a los ciegos.
Ojos como la tormenta.
Era la versión contraria de Allura, pero siendo Eros su padre y no Afrodita.
Y esa melena... no le gusta mucho el pelo largo en tíos pero... puede ser una excepción. A veces le recuerda a Akira su pelo, no puede evitarlo.
No deja de gemir hasta que se corre por segunda o tercera vez, depende de como se de la tarde.
Acaban tumbados, a no ser que sea en lugares como mesas, entonces sólo se miran y se comen a besos.
El caso es que terminan tumbados, mirándose, dándose besitos y sonriendo.
El albino no puede resistirse a peinarle el pelo de la frente.
Acaban durmiendo juntos.
Comienza a hacerse muy diario.
Mucho.
La cosa es que suele pasar las tardes con él.
Acaba las misiones, pasa un rato con Akira y tras varios mensajes, el cubano sale del piso del asiático.
-¿Otra vez?
-Si. -murmura el cubano, guardando esa pistola que se encontró que tanto le gusta curiosear.
-¿A qué hora vendrás?
-¿Eres mi madre? -murmura riendo el moreno.
-No pero... -bufa. -Mira, que te jodan. -Leandro ríe y tras lanzarle un beso de forma boba, sale por la puerta con una sonrisa.
Tal vez sea que no folla, pero... le da rabia. Mucha.
Era con él con quien pasaba las tardes y ratos tontos.
Tal vez... también haya decepcionado al despistado de Leandro.
Tal vez sea un fracaso como persona.
El mono le martiriza.
Mucho.
Lo peor no es no follar. Eso aún puede arreglarlo.
El problema ahora son las pesadillas.
Tiene muchas.
Y todas son iguales.
Todo acaba igual.
Termina en el suelo, en el baño frente a un espejo o simplemente sintiendo como su ropa o su calzado se vuelve más húmedo.
Comienza a sentir como un líquido caliente fluye por su cara y perfila el pómulo desde la zona del ojo. Y siempre es el mismo. Su ojo derecho.
Cuando se da cuenta tiene un ojo herido y una herida el la cara.
A veces el accidente está planeado.
A veces hay alguien que con una navaja se acerca su rostro.
Pretende pararla pero... una sonrisa afilada y unos ojos chispeantes acaban con sus fuerzas.
Trata de gritar en el sueño pero no puede. Y duele. Siente como duele.
Y siente como conoce a esa persona...
Siempre sueña con accidentes, sangre y su ojo.
Siempre.
Se despierta cogiendo mucho aire.
Acaba hiperventilando, mirando a su alrededor con miedo.
Se palpa todo el cuerpo.
Está en su cama.
Son las tres y cuarto de la mañana.
Está sólo.
Sólo.
Está todo bien... si... seguro que si...
Coge aire y pasa su mano por su rostro.
Por si ojo derecho exactamente.
Está ahí.
Perfecto.
Y no hay sangre en su cara.
Menos en su lado derecho.
Mira a su alrededor.
Siente que las paredes se me echan encima.
No le gusta.
No quiere estar ahí.
Coge la caja de tabaco y el mechero y se dirige al comedor.
Está vacío.
Leandro no está.
No le gusta que no esté.
Sabe que está ocupado con ese chico que tanta ilusión y sonrisas le provoca.
Se sienta en un taburete de la cocina donde pueda controlar el salón entero y se enciende el primer cigarro de la noche.
Va a ser larga.
Muy larga.
Y por las noches, cuando no duermes, piensas.
Y se pone a pensar.
Y piensa en su padre.
¿Por qué alguien como era él tuvo que traicionarles? ¿Por qué alguien como él dejó que todo acabara así? ¿Por que su madre no pegó un puñetazo a la mesa y dijo las cosas claras?
Sólo el fuego y la lluvia saben las respuestas.
Tira el humo por la boca y limpia la lágrima que le cae por la mejilla.
Bueno, las lágrimas.
Ya son varias las que se suicidan en los bordes de su piel de porcelana.
Coge aire y peina con fuerza el pelo que cae por su frente.
No puede llorar.
No él.
Después de una larga media hora de frío en una noche como esa, la puerta suena.
Akira teme lo peor.
Bueno, ya no tanto.
Un cubano con intentos de sigilo entra con cuidado.
Siente como le arden las cuerdas vocales Y las cachas del culo. Si, ha sido un chico muy malo, y lo orgulloso que está de serlo. Si tiene que serlo para gozar como ha hecho, no dudará en serlo.
Y casi padece un infarto al ver a Akira en un taburete, con su ropa de chándal oscuro y su pelo suelto y revuelto, con una cigarro en los dedos.
-Aki, ¿qué haces aquí? Son las tres y pico de la mañana - susurra en voz baja, como si fuera a despertar a alguien.
-¿Me lo dices tú? -murmura serio. Leandro ríe en voz baja.
-Es que... estábamos echando uno y me he dado cuenta de la hora...
-Tu no te duermes hasta las cinco. - murmura antes de dar una calada al cigarro. Leandro se quita la chaqueta y se sienta en el taburete que da cara a Akira.
-Pero lo mío es costumbre. -se apoya en sus brazos y permanece callado. Akira no piensa decir nada.
El humo les separa.
Casi es como un cristal.
Las ilusiones de Leandro al darle el último beso a Lotor se desvanecen al ver como Akira apaga el cigarro en el cenicero y limpia sus ojos con el perfil de su mano.
-No te acuestes tarde. Mañana hay curro. -murmura.
Es en ese momento. En la cara de Akira al esfumarse del salón cuando Leandro sabe que pasa algo.
Joder, y él que venía ilusionado del polvazo que había echado...
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