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Treinta y cuatro

Nunca había sonado tan bien Elvis Presley en su altavoz.
Bueno no es su altavoz... pero como si lo fuese.
Está sentado frente al espejo del baño.
La música choca contra cada azulejo. Suena genial esa canción. Es que le define. Tal vez no sólo a él. A cualquiera con el ánimo subido la identifica.
Tiene en los labios un cigarro que se enciende en cada calada. Tira el aire por la comisura de su boca.
Sus manos están ocupadas tanto forma a esos rizos tan salvajes que poblan esa cabecita suya.
Tiene los ojos clavados en su cabello.
La luz cae en picado hacia él. Le favorece.
Esos pómulos marcados y esas estrellas de color café en su cara se ven contrastadas con el color de su bronceado natural.

Akira continúa en el salón. Cree que sigue dormido. Le ha abandonado mientras dormía.
Hacía mucho de cuando le enseñó lo que era una siesta. Y vaya mundo descubrió de luz y color. Vale que no era algo de su tierra, pero la siesta le pareció el invento más relevante del mundo.
Eso de dormir sin ser de noche unas tres horitas y despertarse como un bebé... una maravilla.
Que pena que pocas veces pudiera dormir... esa cosa suya no le dejaba hacerlo...

Lanza otra calada al aire. Comienza a tener las pupilas ligeramente dilatadas.
Mira el móvil.

Son las ocho menos diez.
Apaga la colilla en el cenicero y la deja con algunas como ella.
Coge su chaqueta y se la pone. Capucha incluida.

Akira no está dormido.
Está despierto.
Tiene en su mano el móvil. Escribe con rapidez. Sus ojos violetas están iluminados por la pantalla de su móvil.

-Me voy. -murmura el castaño una vez está sal lado de la puerta.

-Coge llaves. -murmura Akira. No le queda otro remedio. El castaño mira la hora en su móvil. Son menos cinco. Ojalá llegue allí en tan sólo 5 minutos.
-¿Con quien has quedado?

-Un tío.

-¿Un tío? -Akira se incorpora bruscamente.

-Si, un chico. El de esta mañana que me ha ayudado.

-¿Y para qué? -Akira permanece expectante. Leandro en cambio sólo frunce el ceño.

-Para quedar y hablar. ¿Qué más te da, cotilla? -Leandro ríe mientras guarda en su caja de tabaco algún que otro porro.

-Me extraña viniendo de ti.

-¿Que quede con un tío?

-Si.

-Pues es majo. - el castaño suspira. -Me voy, déjame en paz.

-Que vaya bien... - murmura Akira, tumbándose de nuevo. Cosmo se acerca a él lentamente. Sonríe y acaricia su mentón con sus uñas. Parece que es capaz de oler su soledad.
Leandro sale por la puerta y comienza a andar.
Bueno a correr.
Son las ocho y cinco.
Mierda.

Pasan escasos minutos. Igual es un cuarto de hora.
Akira empieza a darse cuenta de lo dolorosa que es la soledad.
Que no engañen las películas de París, donde un enamorado toca el violín bajo la lluvia a su amada. Eso no es soledad. Eso sólo es dependencia y amor.
Estar en el sofá y sentir como la casa es muy grande. Eso es soledad.

Sienta frío.
Se encoge en el mismo sofá.
Levanta la vista.
Tal vez sea el mono de no probar esencia, pero cree ver a Adam.
Al mismo Adam.
Cree verlo apoyado en el marco de la puerta, en la habitación que parece ser ahora de Leandro.
Está ahí.
Apoyado. Mirándole y juzgándole.
Se incorpora de manera brusca. Cuando se da cuenta ya no hay nadie.
Limpia su rostro con sus dedos, Limpia cada trazo de piel de su cara. Patinan sus dedos por sus ojeras y sus pómulos.
El dolor le está matando por dentro.
Se levanta y con Cosmo al lado se viste.
Va a hablar con Hachiko.

En algún otro lugar de la ciudad, entre el neón y los charcos fluorescentes, Leandro ha encontrado a un chico de cabello largo y blanco, con ropa rebelde y mirada salvaje en un portal.
Han hablado y han acabado en uno de esos pubs que tanto le gustan a él.
Están sentados en un sofá, hablando Tal vez de vidas pasadas o del futuro.
Lotor sonríe y mira su vaso.

-Me voy a pedir otro.

-Yo también. -Lotor sonríe.

-Invito yo.

-No me eches nada. -el albino se echa a reír.

-No iba a hacerlo, ya te vi como ibas esta mañana. Además, si tengo que hacer que caigas, haré que caigas de forma consciente. -Leandro sonríe y muerde su labio. Le da igual que clase de persona y boca digan esas palabras: le ponen. Le pone que le digan que si se lo folla, será por qué él mismo se lo va a pedir, y no va a dudar en concederle el deseo.

Lotor vuelve con dos vasos, dando pasos con esas piernas que Dios le ha dado con tanta gana y gusto. Leandro coge el suyo con una sonrisa en los labios.
Da un largo trago que Lotor no duda en admirar. El vaso acaba por la mitad.

-Como para echarte algo... te acabaría tumbando al primer trago. -Leandro sólo puede reír.

-No te creas, tengo aguante. -Lotor alza una ceja.

-¿Ah si?

-¿No me crees? -Leandro sonríe de manera maliciosa. Y eso, a Lotor, le encanta. Le encanta que un niñato como él, con esas pecas que se pondría a contar y esos ojos tan infinitos como el mar, le plante cara. Le encanta.

-¿Si te digo que no?...

-Te lo demostraría. -dice con la misma sonrisa.

Acaban en la misma pista de baile.
Y claro, si algo tiene Leandro es sangre caliente en las venas. Y con tres vasos de alcohol ya está más que caliente.
La sangre y él.
La sangre, él y Lotor.

La pista se les hace pequeña.
Leandro tiene su espalda en el pecho de Lotor. El albino tiene sus manos en su cintura. No duda en poner su rostro en su sien y sentir el olor a cítrico llegar a su fosa nasal.
Ambos sonríen cuando sus ojos se encuentran.

Akira permanece sentado en la silla que Hachiko tiene delante de la suya.
Tiene los brazos cruzados y la rodilla pegada el borde de la mesa. Su pie está sobre la silla.

-No estaba fumado. -dice cabreado.

-Está muerto, Akira. Fin. Deja el tema. -Hachiko le mira serio.

-¡Le he visto, y no voy a dejar las cosas así, Shiro! -se levanta de manera brusca. -Donde está.

-¿El qué?

- El cementerio. Quiero verle. Hay cuentas pendientes.

-No vas a ir al cementerio. Y aún menos para ir a verle.

-¿¡Por qué!?

-¡Porque si nos pillan nos tiran a nosotros y después a Adam! -Shiro pega un golpe con la palma de la mano sobre la mesa blanca e impoluta. -¡Dejad de hablar de Adam como si estuviese metido en todo esto, nadie va a ir a verle y punto!

-¡¿Es que no tienes remordimientos, no piensas en él?! -Akira respira agitado. -¡La última vez que le vi estabas echandonos una bronca, no le he dicho ni que... -aprieta sus labios. No va a decirlo. No él. No. - ...ni que si estaba bien! -Shiro frunce el ceño. Conoce a Akira. Sabe que no iba a decir eso. -¡Quiero decirle algo, aunque sea estando él bajo tierra!

-¿Crees que yo no quiero decirle nada? -Shiro suena seco y frío. Akira entra en razón. Pero tan sólo diez segundos.

-Todos tenemos que decirle algo. No sólo tú. -Shiro aprieta sus labios y asiente lentamente.

-Pues haz como Leandro: ves a rezarle a ver si te escucha. -Akira gruñe y se acerca a él a pasos furiosos.

-¡No le metas en esto! -Shiro bufa. -¡Haré lo que me salga de los huevos! -coge su chaqueta y hace el afán de irse.

-Si alguien me dice que has estado visitando a Adam, ten por supuesto que vas a tener problemas con todxs nosotrxs, Akira Kogane. -escuchar su apellido le hiela la sangre.

-Genial, Hashi. -ambos pierden los papeles y usan el nombre más doloroso en el contrario.
Uno el apellido de su padre, y el otro el apodo de su ser más querido.

Akira sale rabioso del local.
Nada más salir gruñe y grita de rabia. Coge su casco y se lo pone, no tiene otra.
Se monta en su querido león rojo de dos ruedas y acelera hasta que huele a quemado e histeria.
Acelera hasta llegar a su casa.

No es el único que llega a casa.
Antes de llegar a casa de Lotor, la pista ha sido testigo de l calor de casa uno en cada beso y cada suspiro. De cada caricia y agarrón.

Están llegando a casa de Lotor.

Y ambos tienen hambre y ganas del otro.

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