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Cuarenta y uno

Fuera está lloviendo.

Hace bastante frío.
Al menos Akira tiene frío.
Ha dormido un poco mal, no va a engañar.
Tiene pesadillas.
Son incontrolables. Pueden con él.
Entre eso y los remordimientos...

Pero... ¿donde está?
Levanta el peso de su cuerpo y rasca sus ojos.
Sus piernas se encogen y con ello la sabana que tiene encima.

Está en su cama.
Pero el recuerda estar en una mesa...

Recuerda estar en una mesa.
Recuerda estar en un cuadrilátero de madera donde ha fumado cigarros, contado billetes y jugado a las cartas con un moreno de ojos azules.
Recuerda estar en un campo de batalla donde dos manos se han encontrado en la frontera y una le ha dado un beso a la otra en el tierno y crudo idioma que son las caricias.
Recuerda como su mano acaricia la suya en silencio, recorriendo cada centímetro de piel, cada trocito. Recuerda como el anillo recorre su dedo anular, y como le viene grande. Pero como aún así se lo queda.
Bosteza y esconde la cara en sus brazos.
Está abrazando sus piernas.

A su lado no hay nadie.
De echo la cama no parece deshecha.
Mira a su alrededor.
En el espejo que hay sobre el armario hay un post-it:

-He ido a la Iglesia. No tardo. Hay café en la cocina.

Akira bufa y mira a su alrededor.
Y otra vez sólo.
Y tiene tentaciones de dejar de estarlo.

Leandro permanece en esa edificación de mármol blanco.
Huele a incienso y velas apagadas.
Lleva la capucha y el pelo chafado, muy a su pesar.
Pero en sitios así no puede jugársela.
Ya lo hace pero... tiene que jugar un poker, mínimo.
Cierra sus ojos y pega su frente en sus manos.
Reza.
Reza por su madre y su padre, que estén bien. Por sus hermanas y hermanos, sobrinos y sobrinas, y tíos y tías.
Reza por Adam, que por favor esté bien allí donde este. Que no le pase nada malo. Que esté bien donde acojan su alma.
Y reza por Akira.
Ay Akira...
Recuerda aún su mirada vacía.
Estaba perdida.
Le conoce de hace ya un tiempo y... pocas veces le había visto así de ido.
Demasiado ensimismado.
Sabe que algo va mal.
Y sabe que si intenta sonsacarlo, el mismo Akira le responderá con garras y dientes.

El mismo Akira tiene el móvil en la mano.
Bufa y con la voz aún ronca, espera el tono de llamada y acto seguido, a la respuesta del receptor.

-¿Si?

-Hola. - murmura el azabache.

-¿Hola... quién es? -Akira ríe por no llorar. Bufa.

-Soy yo, JG.

-¿Eh... -después de unos segundos, vuelve su voz. - ...Akira?

- Si. Pensaba que me habías olvidado.

-No... como hacerlo.

-¿Tienes tarde libre?

Leandro mira a su alrededor.
El hombre delgaducho de manos temblorosas no está.
Y tiene curiosidad por saber si le va bien.
Haré un adelanto: no se ha suicidado.
No por nada, no ha tenido tiempo.
Ahora se le pasa por la cabeza.
Si tuviera un ratito lo haría.
Vete tu a saber como le han vuelto a coger. Tampoco es difícil encontrar a alguien de quien tienes toda información. Hogar, familia, gustos, rolletes de páginas de ligar, la compra de la semana pasada...
Todo.
Le tienen atado a una silla, con la cara una vez más llena de moratones.
La nariz está tirando sangre. No siente ya la cara.
El líquido escarlata resbala por su rostro, llega a su barbilla y se suicida de la manera rápida que puede.
Tiene la cara ladeada, casi mirando al techo.
No puede moverse.
Está hecho mierda.

Leandro reza por él.
Estará bien.

En un cuartito hay un albino, frente una libreta llena de números y nombres, con el móvil pegado a la oreja y las piernas cruzadas.
Por la puerta donde se encuentra Slav entra un hombre que ya conoce de algo. Aún estando medio inconsciente y con los oídos a punto de estallar por un pitido del infierno, conoce el hombre que tiene delante suya.
Es alto, muy alto.
Fuerte.
Es Sendak.
Y lo primero que hace nada más llegar es ponerle a Slav una bolsa en la cabeza y asfixiarle con ella.

Akira sin embargo no está disfrutando la mañana.
El café que ha dejado el lindo Leandro no llevaba azúcar, y para él eso sin azúcar es auténtico veneno. Además de que no llevaba demasiada leche...
Un asco.
Un asco como es la llamada.

-¿A que hora?

-Pues... libro a las siete.

-Te espero allí. -murmura el coreano, saboreando la victoria y la piel de ese castaño civilizado.

-Vale.

-¿Vamos a tu casa o...? -el silencio se hace en ambas líneas.

-Eh... no.

-¿No qué?

-Que paso.

-De qué.

-De líos y tal. Podemos quedar un rato y hablar y eso...

-¿No quieres echar un polvo? -aún el rostro de Akira presenta una sonrisa. Tarda poco en ir esfumándose.

-Es que... paso. La última vez casi me violas. -y Akira siente como le hierve la sangre.

-¿Perdón?

-Que me dijiste que si iba a gozar yo y no se que. Una polla, tío. Yo no soy de esos.

-¿Y eso es violar?

-Hombre, tenías que verte...

-¡No te iba a violar! -el azabache salta.

-¿Y que vas diciendo de ser tu el de arriba?

-¡Lo dejé caer, imbécil!

-¡Pues vas y follas con otro, puto salido!

-¡Salido tú, imbécil, no vuelvas a mencionar mi nombre en tu puta vida! ¡Y como oiga algo de violar te juro que te parto la cara!

-¡Chupapollas! ¡Estas enfermo! - Akira gruñe y cuelga.
Tira el móvil en la mesa y pasa sus manos por su frente. Sus dedos de cuelan en su cabello.

El móvil vuelve a sonar.
Gruñe y lo coge. Descuelga con rabia y va con todo de nuevo:

-¿¡Que coño quieres!? ¡Olvídate de mi y de mi número, pedazo de capullo! - la otra línea no dice nada. Akira tira el aire y mira un punto fijo.
Nadie dice nada.
-¿Hola? -murmura al darse cuenta de que no hay respuestas.
Separa el móvil de su oido y mira la pantalla.

Número privado.

-Te vas a reír de tu puta madre. - murmura. Cuelga y tira el móvil.


Leandro decide como va a organizar su día.
Sale de la Iglesia y se encuentra a Akira en el sofá, moviendo la pierna de manera histérica y nerviosa. En el cenicero hay 3 colillas y entre sus dedos uno entero.
No es ni la una y ya lleva 4 cigarros.

Pregunta.

-¿Que te pasa?

-Nada. Me están mareando en el teléfono. -gruñe el azabache. Leandro sólo frunciría el ceño y miraría de reojo al azabache mientras saca una cerveza de la nevera.

Hasta que son las siete pasadas.

Lotor: ¿Te espero en mi casa?

Leandro: Si, no??
Lotor: Si. ¿Tú quieres ir a algún
lado?
Leandro: No no que va
Lotor: Te espero aquí ;)

El cubano sonríe y muerde su labio.
Le encanta leer esos mensajes.
Siente... no se. Siente que le aprecian.
Siente que el tiempo que invierte en esa persona no lo está malgastando.
Siente que por una vez en la vida, tal vez puede salir algo bien.
Igual está empezando a volverse un blando... pero en brazos de Lotor todo va bien.
Todo fluye.
Su cabecita, ese armario lleno de locuras, despistes y preocupaciones pudorosas, no padece.
Está tranquilo.
Ese mar embravecido que es él se vuelve un río que simplemente fluye.

Le gusta ver como con el paso de las horas, cada palabra que suelta provoca una sonrisa en Lotor.
Le gusta sentir su mano por su piel, le gusta sentir como acaricia su piel.
Se siente algo así como... querido.
No sabe bien que pasa pero... yo que se. Le gusta sentirse así.
Y no duda en gastar el tiempo en esa sensación.

Pero detrás de eso hay un pequeño gran problema que en algún momento saldrá a flote: quien es él.
Él no es Leandro, el morenazo de pecas y risa de niñato.
Él es Leandro, el ricitos que tiene sangre seca en ropa, moratones y pistolas guardadas en los cajones.
Es el chico que adora el método cartesiano, que quedó en un intento de ingeniero.
Es el chico que se pasa media vida bebiendo y la otra echando de menos Cuba y su familia.
El chico que gana dinero en la calle.

Pero da igual.
En los brazos de Lotor no es esa su vida.
En brazos de Lotor hace calor, dan ganas de besos, de reírse, de gemir y de sonreír.


Sale de su casa sobre las doce de la noche.
Aún le duelen las piernas.
Claro, eso de estar a cuatro y con las manos inmovilizadas...
Y el culo le escuece. No, corrijo, sus nalgas. Le duele la piel. La tiene roja. Lo dejo a la imaginación...
Aún siente el aliento de Lotor en su mandíbula, cerca de su oreja.
Es que subiría y... y... y follaria hasta que se hicieran las tres de la mañana.

Pero tiene otra cosa que hacer.
Aún recuerda a Akira.
Aún recuerda como miraba la nada.
Incluso sus ojeras.
Tenía mala cara...

Y a paso ligero, con la capucha y las manos dentro de sus bolsillos, cogiendo sus duales, corre al piso de Akira.
Se ha asegurado de llevar las llaves.
A veces siente que al salir de esas calles le observan, que le siguen.
Pero también lo siente llegando al piso de Akira.
Lo siente siempre.
Cosas suyas.

Llega al piso.

Akira se incorpora al sentir las llaves contra la puerta.
Comienza a acostumbrarse.
Asoma su cabeza, con la mano en el bolsillo.
Igual llevar su precioso filo ahí no es lo más aconsejable...
La puerta se abre.
Leandro entra por ella y ahora es él quien asoma la cabeza.

-Hey. -murmura el castaño.
Akira sólo desvía su mirada.

-Hola. -murmura.

El coreano, en cambio, sigue dándole vueltas a todo.
Además de Adam, ahora JG se cuela en su consciencia.
Le susurra cosas como que él no es un maricón de esos. Él folla, no se deja follar.
Siente que el mundo se le echa encima.
El mono es una putisima mierda y los cigarros no pueden cubrirlo.
Y no, ni se va a meter heroína ni cocaína. Eso se lo deja a los empresarios y los pijos "bohemios".

-¿Que tal? Esta mañana estabas echo una fiera. -Akira bufa.

-Paso del tema... -murmura, jugando con las uñas en la mesa.

-¿No puedes dormir? -niega mirando un punto fijo.

-¿No parece obvio? -el cubano suspira y se sienta frente a él.

-Si... no te voy a mentir... -murmura. Y vuelven al campo de batalla.

-Vete a dormir. -murmura el azabache en voz baja.
Cosmos si está durmiendo.

-No. -dice como si no le apeteciera.

-No hagas el imbécil...

-No estoy haciendo nada... -Akira bufa. Apaga la colilla que hay en el cenicero y vuelve a apoyar su cara en sus brazos.
Hace eso.
Todas las noches.
Y en las últimas Leandro es testigo de ello.
El cubano apoya su cara en la palma de su mano.
Mira, no va a mentir: tiene sueño.
Después de los polvos que ha echado sólo quiere dormir como un bebé.
Pero tampoco va a engañarse, ver a Akira así le parte en dos.
Suspira y observa al azabache detenidamente.
Si, le da pena. Bastante.
Extiende la mano hasta llegar a la de Akira. Un brillo dorado asoma entre las telas de la ropa.
Acaricia su piel y mira un punto fijo.

Así un cuarto de hora.
Hasta que siente que no puede más.
Que nadie puede continuar en ese campo de batalla.
JG y Adam son victoriosos.
Consiguen echarle de allí.

Leandro se levanta y estira su mano.
Akira frunce el ceño.

-Que coño haces... - susurra.

-Vamos. A la cama. -no quiero follar, piensa. Pero entonces recuerda donde ha estado Leandro. No, no cree que quiera echar otro polvo a estas alturas de la noche.

-No voy a...

-No, si no puedes elegir... -murmura en voz baja, en un tono de voz que ya apenas recordaba. Leandro coge su mano entre la ropa.
Akira no quiere ponerse a discutir.
Es tarde y no quiere.
Se pone en pie y con el suave agarre de Leandro, llega a su cuarto.
Todas las luces del piso están encendidas, todas, y Leandro va apagando una a una. Cada rincón de la casa, una bombilla menos.

-¿Por qué has encendido todas?... - Akira bufa y trata de zafarse del agarre y volver al salón. -Vale, perdón. -susurra.
Detrás de Akira, a sus espaldas hay oscuridad, y no le gusta. Le da miedo.
Tiene a Leandro cogiendo su mano, le podría defender...

Llegan al cuarto.
Leandro apaga la luz y se sienta en el colchón.
Akira se queda un rato mirándolo.
No va a servir de nada.
Esperará a que el cubano se duerma para volver al salón y fumarse otros 4 cigarros más.
Se tumba.
Se tumban.
Leandro el primero.
Akira el segundo. Le da la espalda a Leandro.
El cubano sigue mirándole.
Conoce a Akira. Lo suficiente como para saber que necesita su espacio, y que no va a ceder.
Y no hay problema.

Pasan diez minutos así.
Akira comienza a tener miedo.
La oscuridad delante suya se le echa encima.
Quiere ir al salón.
Se gira y se encuentra a Leandro, mirándole, aún despierto.
Le habría asustado de no ser por que su mirada es un mar manso.
Es tranquila.
Puede ver su reflejo.
Es como si hubiera una veka encendida en la oscuridad.
Y lo más bonito es que no se ha dormido.
Es que sigue ahí.
Sigue protegiendole, ahora las espaldas.
Justo cuando se estaba ahogando en la oscuridad.
Tal vez sea el cansancio pero... le parece lo más bonito del planeta.

Leandro sólo puede mirar sus ojos.
Akira frunce el ceño y pestañea de manera seguida.
Traga saliva y baja la mirada.
Leandro sube una mano a su cara.
Acaricia su piel.
Todo en silencio. No necesitan decirse nada.
Akira tira el aire y cierra los ojos.
Cuando los abre, una lágrima resbala por sus ojos.
Leandro valora eso.
Valora esa gotita minúscula de agua. Esa mínima cantidad que acumula rabia, dolor, angustia y melancolía.
Eso sin siquiera saber que pasa.
Limpia su mejilla y mira su rostro detenidamente.
Por feo que suene, las sombras de la noche me favorecen. Por muy feo que suene para él.
Akira tuerce sus labios y tira el aire.
Le cae otra lágrima.
No pasa nada, Leandro se la limpia.
En cada lágrima hay un susurro de miedo en el oído de Leandro.
Por cada lágrima hay un secreto de Akira. El cubano abre suavemente los brazos.
Akira acerca su cuerpo al ajeno.
No va a dudar en taparse en ellos.
No duda en esconder si cara en su cuello y de cerrar sus ojos.
No va a llorar más. Él no llora.
Coge aire y cierra los ojos con más fuerza.
Ya había olvidado lo bien que olía Leandro...
Le abrazaría de vuelta, pero le da tanta vergüenza y rabia que no puede.
Leandro en cambio si le abraza. No le da reparo hacerlo. Esconde su rostro en su cabello y cierra sus ojos.
No va a dormirse.
Aunque sea la una y media de la mañana.
Da igual. Han habido noches peores. Y mejores.

Akira se separa en silencio tras largos minutos en su cuerpo y brazos.
Se queda mirándole.
Le daría las gracias. Y le diría mil cosas más.
Como que tiene miedo de morir como ha muerto Adam, como que quiere hablar con Shiro y darle un abrazo enorme, que quiere hablar con su madre y que... que no quiere que él, Leandro, se vaya más.
Quiere que esté con él todas las noches.
Y no quiere decírselo.
Tampoco puede. Sus ojos le están tragando. Esos ojos azules... mierda. Son preciosos.
Leandro también está mirando su carita.
Si, hacia mucho que no se veían así, a los ojos. Al alma.
Y hacia mucho que no sentían ambos miedo y cuidado a la vez.
Y calor. Ese calor tan dulce que da miedo perderlo...
Y hacia mucho que no se acercaban lentamente, que quien comienza esto es Akira.
Hace mucho rato que Akira quiere plantar el dulce beso que está plantando en su boca, cogiendo sus mejillas con cuidado, con el mismo cuidado que le ha abrazado.
Hace mucho que no le ha visto como le ve ahora, sin querer follar, sólo queriendo... estar así. Queriendo... eso. Queriendo sólo eso. Sí... Queriendo.

Hace mucho que Leandro no siente ese cosquilleo.
Un cosquilleo que le hace seguir ese lento y temoroso beso. Es igual que cuando lloraba. El mismo miedo.
Devuelve el beso con lentitud. Mucha.
Sin segundas.

Con una batalla ahora en su cabeza y en su corazón.

Que pena no tener las pistolas en la mano...

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