7
Todo se había complicado, eso me decía. Luego ponía esa escusa cada vez que estaba con él.
Era una excusa absurda. Las inquietudes me llenaban y las ignoraba como una niña con tarea de matemáticas, tendría que irme pronto, él parecía tan vulnerable y solitario. No quería fallarle, dejarle.
Conocía el dolor de las puñaladas y no quería blandir la daga.
Siguiendo para rellenar la copa caótica, actúe con imprudencia y mi incompetencia no permitió llegar al objetivo. Arrastrando el pie lesionado, mordí con desespero mis uñas.
«¿Qué diablos haría?». Me intrigaba, me gustaba, hasta podría llegar a considerarlo, considerar lo que prohibieron.
Interferir con habitantes de Alba.
Es que su actitud fría no coincidía, era una armadura, después de lo que vi sabía que necesitaba una. Conocía el sentimiento, me crie sola en base de reglas, así era mi mundo, ya que nada era fácil, fuera no era una ilusión como en Alba. Estaba a prueba, justo ahora, el lapso de tiempo se terminaba. Y el problema se alargaba ya que no me quería ir.
La puerta que ya había arreglado —apenas— rechino, y él... Alev Petrov cruzó caminando débil y apagado, su mirada demacrada que me pedía a gritos ayuda, su ropa usual negra y sus ojos brillantes y oscuros al mismo tiempo. Algo era distinto, no estaba su frialdad ni su indiferencia usual, ahora solo estaba la debilidad de alguien desganado y derrotado. Se tiró en el camastro boca abajo y cerró sus ojos.
—¿Qué pasó? —pregunte inquieta a su lado—. ¿Alev?
—Silencio, me gusta el silencio.
No se movía, apenas respiraba y algo no estaba bien.
—Alev, dime que pasa —me senté a un lado tocando sus rizos oscuros y de repente tomo mi mano poniéndola en su mejilla, lo sentí estaba caliente, no solo caliente él hervía como lava de un volcán, corrí buscando unos paños húmedos y se los puse en la frente, al querer voltear su cuerpo el quejido me indico que estaba más que herido, lo deje en su lugar buscando el botiquín y descubriendo la espalda—. ¡¿Qué diablos te hicieron?! —su piel la cual nunca quise reparar en detalle era un mapa, líneas sangrantes que dejaban ver músculos ya abiertos con un aspecto preocupante—. ¡Alev, por favor!
Sus ojos se cerraban y abrían luchando por la conciencia.
—Es mi puto primo —balbuceo atormentado—. Me da asco él y su puta familia.
Estaba furiosa asumiendo lo que significaba, seguí cosiendo y cerrando cada herida tratando de parar el sangrado e implementando los primeros auxilios que sabía. Todo se detuvo, su fiebre, la sangre y las heridas que parecían casi matarlo ahora se cerraban poco a poco con cada hora, dejándome atónita y haciendo quitar con una pinza cada puntada de hilo, hasta que no quedó más que una línea rojiza.
Y Alev ya estaba recuperando la conciencia. Cogí su mano para ponerla en mi pecho el cual latía rítmicamente. Él me sostuvo mi cintura nuestros cuerpos estaban cerca con respiraciones compartidas cerré los ojos oliendo su aliento que no olía a nada más que a él mismo, lo deseaba; deseaba probar el sabor de sus labios, tanto o más que completar la misión.
No sé que haría si algo le pasará. Era muy frágil y el mundo muy cruel.
—¿Qué haces aquí, me lo dirás? —negué perdida, me acerco sosteniendo mi cintura, estaba sobre él—. Muerde, se que quieres.
Mordí. Nuestro encuentro nuestros momentos no eran normales, quería pensar que solo éramos dos adolescentes hormonales descubriendo la intensidad de los deseos, pero no.
Algo cambió desde que vi su mano en su pene, desde que él ignoró mis coqueteos descuidados, desde que miraba su cuerpo disimuladamente, algo cambió porque lo deseaba como nunca había deseado algo.
Y casi éramos dos simples adolescentes descubriéndose.
La piel salada cubierta de sudor me hizo sacar su lengua cubriendo la zona en una leve lamida, en todo el proceso solo cerré los ojos.
Me perdí como un adicto, con una droga que lo mataría y lo disfrutaría.
—Alzó de nuevo —lo hice, tenía algo con el dolor, Alev me sostenía con fuerza—. ¿Eres tan adictiva, lo sabes?
No contesté mientras mordía y chupaba la piel dejando otra lamida suave, el gemido de ambos fue genuino, igual la palma que golpeó mi muslo apretándolo.
—Lo siento —susurro sobre mi piel mientras me acariciaba la nalga.
Inocente y caliente Alev.
Tonta e impulsiva.
Todo era un lío de piel y sudor.
Su rostro me decía que no estaba descontrolado, estaba perdido igual y peor que yo porque buscaba algo en el encuentro; olvidar. Y lo ayudaría.
—¿Y eso es malo? —llegue a decir.
—Muy, porque quiero más.
—Tal vez, también quiera más.
—Dime tu nombre —me pidió frotando su cara contra en la mía, parecía un cachorro que buscaba cariño—. Solo tu nombre y entonces...
—Alev, por favor —le dije, confundida.
—Está bien, está bien. —Beso mi frente caliente—. Descansa.
Mi cuerpo era un tambor, cerré y abrí los ojos. Consecuencias, eso tendría a futuro.
Y me dormí, acurrucada confiada en los brazos del chico brillante de ojos oscuros y a veces casi dorados. Sintiendo que él desbloqueo un nivel oculto: el anhelo.
Soñé:
Era un entrenamiento duro, el teniente se empecinó conmigo, arrastrándome en fango sobre los codos y puntas de los pies sin que el abdomen toque el lodo, respirando pesadamente contenía debilidades, seguía y seguía, usando la técnica:
Sin fallar.
Sin llegar a tocar las púas de alambre y vidrio que rodeaban el túnel.
No bajar el abdomen, no tocar el lodo.
No fallar.
Seguía y seguía, no existían los límites, no en mi cuerpo. Podría aguantar para siempre si lo deseara, porque cada músculo se movía por algo tan fuerte como: la determinación.
Hija, única mujer y débil. Creían que eso me definía, pero no.
Todo y todos tienen dos caras.
—Quieta, sin titubear.
Entonces... Patadas de botas laterales golpearon mis costillas, era crudo y doloroso, tanto que el alambre y vidrio llegaba a perforar carne derritiendo la sangre en lo marrón, y aún no me movía.
Una orden que tenía que acatar, pasase lo que pasase.
—Cerda débil.
Patada.
—Cerda insignificante.
Patada.
—¿Tu orden?
—¡No fallar, no titubear, señor!
—¡Cerda!
—¡NO FALLAR, NO TITUBEAR, SEÑOR!
El cielo ya gris anunciaba la hora cero, el sudor escurría entre mis senos y frente, solo eso sentía, lo demás se durmió y me concentré solo en esa gota que también terminó cayendo en el lodo.
El uniforme negro cubierto de marrón se había endurecido de suciedad y sangre, la postura firme no flaqueó.
Una orden, no importaba nada más, ni el hambre, ni las horas que pasaron, ni el dolor. No importaba nada más que la orden.
Me gane mi lugar, nadie me lo podía quitar, no si yo no lo permitía.
—Descansa —ordena el Teniente—. No existe el miedo.
—No existe.
Podría ser duro, sanguinario y hasta cruel, pero me enseñó lo más importante, me enseñó el porqué de mi existencia, era fuerte y el Teniente me lo recordaba a diario.
El teniente y el blindaje.
Padre e hija.
No podría ser peor, bueno si podía. Solo estaba siendo exageradamente dramática. Me sentía aceptablemente mejor a pesar del asalto fallido llegue a sondear el área y ya estaba preparada.
—Hice algo —anuncie mordiendo su dedo para despertarlo—. ¿Petrov? Que ya se que estas despierto te veo tu puta erección.
—Es normal —masculla con sus ojos cerrados.
Era lindo, en el sentido de que aunque se hallaba visiblemente delgado sus músculos se le marcaban sutilmente.
Lo volví a morder, y su otra mano me alcanzó a estrujar un seno.
—¡Imbécil! ¿Qué te sucede? —salte del camastro.
—¡Que ruidosa eres, solo quería quitar tu cara!
—Me tocaste mi seno —le reproche.
Me lo estrujó, realmente.
—Ya te vi desnuda —señala ya completamente despierto—, no entiendo tu enfado.
—Pues, pues... no me gusta que invadan mi espacio personal.
—Viste mi pene —me acusó.
—¡Fue sin querer!
—Te quedaste a verme tocarlo —debatió—. Ya ven, descansemos y deja tu teatro.
—¿No tendrás problemas? —hable mientras me ubicaba cómodamente de nuevo.
Luego de nuestra siesta el lugar se hallaba reconfortante y calentito.
—No, saben que estoy herido.
—¿Qué pasó? —le pregunte intrigada.
—¿Tú me dirás la verdad?
—No —admití en un suspiro—. ¿Salimos?
—¿Ya te sientes mejor?
—Si, hice algo —dije sacando el artilugio de debajo del camastro—. Se llama trineo, es de metal, no es perfecto pero sirve.
Miro meticulosamente el objeto, sabía que aquí no había esto a pesar de la nieve. No era un trabajo perfecto pero estaba orgullosa, descifre el uso de la soldadura y uní todo estratégicamente creando lo ligero y manejable de la estructura.
—¿Para qué sirve? —pregunto curioso.
—Vamos, te enseñaré.
Si su sonrisa pudiera curar su hambruna ya no parecería el vacío en mi estómago. Porque era simplemente, mucho. Me puse roja cuando me tomo de la mano caminando a mi lado.
—Pareces una adolescente hormonal.
—Soy una adolescente —me defendí—. Me pareces dulce, eso es todo.
—¿Eso es todo? —tantea intrigado.
—Eso es todo.
Los finos copos helados golpearon mi cara volviéndola roja al sentir la sensación fría, me estaba congelando —parecía una anciana arrugada—. Y él, allí, se encontraba desplazándose en el trineo como un niño con solo una camiseta térmica sin perder nada de estilo.
Asquerosamente injusto.
—Me gustan los amaneceres, los veía a diario —me dijo de repente.
—Está bien.
—Los deje de observar —dijo en tono serio—, desde que llegaste realmente, ¿sabes por qué?
Quería saber y no al mismo tiempo, contra pronóstico le pregunté:
—¿Por qué?
—El amanecer era un manto cálido momentáneo y hermoso —me tocó la mandíbula—. Pero tú... malditamente eres deslumbrante todo el puto tiempo y cuando te vi con tus tetas raras dije: Eso es todo.
Me tomó desprevenida con la guardia baja y los francotiradores dormidos. Sus dos manos en mi cara, su aliento en mis labios, sus labios ya tocando sin tocar, respirando, solo respirando. Toque su mano cerré los ojos, sus dedos estaban helados.
«No podía y lo deseaba más que nada». Así que me alejé.
—Yo, me tengo que ir —pronuncie segura—. Me tengo que ir inmediatamente.
Tengo que huir de ti. Me das miedo, me da miedo lo que me sucede.
—Entiendo —Alev, se expresó tranquilo—. Te ayudaré con provisiones, ¿Vamos?
Me sacudí la nieve mientras él arrastraba el trineo despacio, parecía cuestionar cada paso, sabiendo que se acercaba el adiós.
—Odio mi nombre.
Otra vez.
—Detente, solo detente, por favor. —Mire el cielo buscando algo, aquí las nubes no eran grises, casi parecía normal.
—Lo odio, tal vez algún día te diré el por qué.
No respondí, no creía en los tal vez.
La nieve estaba dura y cada paso era un logro de energía, ya en el búnker busqué abrigarme y preparar algunas cosas, pero antes que me volteara sentí un pinchazo en el cuello. Y vi la cara tranquila de Alev transformada en la locura misma.
—¿Qué hiciste? —hable desorientada.
—¡No puedes irte, no puedes!
Y la luz se apagó.
***
Capítulo liviano ¿Verdad?
Besitos 😽
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