Primer fragmento.
Solté por lo bajo un quejido lastimero.
La poca nieve que quedaba se estaba transformando en charcos con la llegada del verano, el sol se asomaba ligeramente dejándose ver si mirabas hacia el horizonte y el mar se mostraba calmo, apenas bamboleando el knarr. Todo anunciaba un buen viaje pero, precisamente en ese momento, no me lo parecía así; mi estómago estaba revuelto y yo me encontraba apoyado en el borde preparado para echar al agua lo que había comido hacía no mucho. Era patético.
—¡Nei!—Escuché una voz a mis espaldas llamándome.
No hice ni amago de voltearme, sabiendo que él pronto llegaría a mi lado. Cuando escuché sus pasos cerca me erguí tratando de lucir un poco mejor, tomando una expresión más seria. No sirvió de nada.
—Qué cara tienes —comentó y pude notar que lo hacía sin ánimos de ofenderme. De todos modos lo miré fijamente para transmitirle que no me había hecho ninguna gracia—. Eh, es la verdad... —Alzó ambas manos, como tratando de zafarse de toda culpa.
—Byrön, déjame —solté con un tono de advertencia. Realmente no estaba de humor para discutirle o soportarle.
—¿Siempre ha sido así? ¿Siempre te ha dado mareos subir a un knarr o un drakkar? —preguntó ignorándome por completo.
—Byrön...—repetí con más dureza.
—¿Entonces?
Suspiré, era imposible hacer que se fuese cuando ya había hecho una pregunta. Simplemente era imposible quitármelo de encima.
—No es el knarr —respondí con un tono que trataba de ser cortante para dar a entender que ahí moría la conversación.
Pareció darle igual la indirecta.
—¿Y qué es?—inquirió.
Me quedé callado pues ciertamente no pensaba responder a esa pregunta, y volví a mirar hacia el mar tomando la opción de ignorarlo hasta que se fuese... Pero, como podrán adivinar a pesar de lo poco que lo conocen, no se movió ni un centímetro o hizo algún gesto indicando que se marcharía. Lo vi otra vez y él seguía esperando a que hablase, con los ojos clavados en mi rostro, cosa que le costaba un poco pues tenía que alzar la cabeza para lograrlo. Yo era mucho más alto que él.
—Nervios.—Me llevé una mano a la cabeza, cediendo por fin. Quería que acabase con eso y se largase.
—¡Ah! Estás emocionado por el viaje a Sæland —concluyó, comprendiendo al fin; o bueno, comprendiendo según él. Le dejaría pensar eso si quería.
Asentí.
—Entiendo, ya yo he hecho dos viajes en knarr y realmente es emocionante, aunque nunca me he mareado como para vomitar... —"¿Y cómo lo harías si eres un hamingja?", pensé con cierta amargura—. El punto es que entiendo el sentimiento —aseguró palmeándome un hombro para animarme, hablando en un tono exageradamente alto.
Miré su mano y luego a su cara, indicando que me la quitase de encima. No lo hizo. Fue cuando entendí que él sabía que no me refería precisamente a la emoción por el viaje y la aventura, sino al miedo por todo lo que podría pasar.
Estaba actuando, tratando de cubrir mi cobardía, y buscaba darme ánimos por medio del contacto. Hice una mueca de desagrado.
—Es normal. Céntrate en que será algo nuevo para ti, ¿eh? Y pídele a Ægir, Njördr y las madres de Heimdall que nos favorezcan, después de todo, son los encargados del mar, los navegantes y las olas. —Alzó las cejas y la cicatriz que tenía en medio de la frente subió un poco también. Quise escupirle que no necesitaba una explicación sobre eso, ya lo sabía—. Esto es una oportunidad de ampliar conocimientos.
Condescendiente. Estaba siendo condescendiente y eso no iba a tolerarlo.
Aparté mi hombro con un movimiento algo brusco para quitar su mano de encima; no necesitaba que me consolase o siquiera tratase de tranquilizarme. Estuvo a punto de responderme con una sonrisa... Pero un mechón de cabello rojo que el viento le metió en la boca lo interrumpió.
"No puede ser".
Empezó a toser y a hacer muecas de asco mientras apartaba el cabello de su cara.
—Cabello tan largo es mala idea, da problemas hasta con el aire —masculló dándose media vuelta para marcharse, probablemente a encontrar otro objetivo al que fastidiar y generándome una sensación de profundo alivio—. A veces desearía acabar como Sif después de que Loki... —Capté que decía mientras terminaba de irse.
Todo encuentro mínimamente serio con él acababa en algo ridículo. Sin embargo, noté que el mareo había disminuido después de hablar con Byrön: distraerme un poco había funcionado, así fuese con él. Miré una vez más hacia el mar y acabé negando ligeramente con la cabeza, preguntándome cómo haría para no matarlo durante el viaje.
No se confundan, realmente no es que tuviera nada en contra de Byrön directamente; de hecho, durante los forstr él se había quedado en la granja de mi familia para aprender sobre el estilo de vida de otros. ¿Mi familia era amiga de la suya? No realmente pero, al vivir en la colonia de Mellembygden, donde había como máximo veinte granjas, no es que se encontrase con mucho para escoger a no ser que se prefiriese trasladarse a Eystribyggð o Vestribyggð, que estaban mucho más pobladas.
El problema se concentraba en un eje: era un hamingja; es decir, bueno haciendo lo que le pusieran. Tenía el favor de los dioses de su lado y, probablemente, su muerte sería como la de Baldr, atreviéndome a blasfemar. Cada ser en la tierra lloraría por él. Y yo hasta hace poco había sido llamado hvers mans hurtr, se me había excluido de toda clase de viajes o actividad que requiriese destreza física.
Nunca suficiente. Era alto, pero muy delgado; tenía un rostro agresivo, pero era torpe en realidad; un temido por el cordero, un inútil al que alimentar como a un animal de granja. La envidia me resultaba inevitable, no es algo que tenga caso negar, haciéndose presente hasta en el más inocente comentario que viniese de él.
Suspiré, antes de girarme hacia donde estaban los demás sobre la cubierta, y pude ver que muchos movían las últimas provisiones. Sacos de piel de morsa con armas eran alzados, cofres con posesiones personales o comida los dejaban en distintos lugares. Sin embargo, no llevábamos nada de ganado o mercancía, no era un viaje comercial, sino que resultaba ser uno para surtirnos de alimentos que escaseaban después del invierno.
Vátn Blár era el que llevaba la voz cantante en esa oportunidad. Había hecho muchos viajes de comercio y de vez en cuando alguno relacionado con guerras; podría considerarse un anciano sabio del que cualquier navegante estaría satisfecho de aprender. Conocía mucho pero pocas veces acogía a algún chico para educarlo. Yo había estado bajo su tutela. No había podido conmigo y mi torpeza. Pero, sin embargo, me apreciaba o eso me gustaba pensar siendo que Vátn no era mucho de apreciar a la gente.
Tal vez no me miraba como su mayor fracaso, sino como su mayor reto.
Entonces, como si supiera que lo estaba mirando, se giró hacia mí y frunció ligeramente el ceño. "¿Ya estás mejor? Si es así, ¿qué haces holgazaneando?", no hacía falta la sabiduría de Odín para adivinar lo que estaba pensando. Tendría que ver quién se atrevería a aceptar mi ayuda.
Ayuda que, en realidad, era más estorbar que otra cosa.
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Zarpamos no mucho tiempo después. Miré hacia la tierra que dejábamos atrás, hacia Goeland, hacia lo que yo conocía y, sin poder evitarlo, volvía sentir náuseas. Miré hacia la relativa seguridad, en busca de algo que con grandes probabilidades no podría darse.
El blanco estaba desapareciendo y hacía honor a su nombre de Tierra Verde, pensé en que pronto el tiempo sería más cálido. Había algunos familiares de los otros: hijos, hermanos o esposas que ayudaron o simplemente fueron a decir adiós. Yo me había despedido de mis padres y hermanas en casa así que no estaban ahí; lo sabía, no tenía que buscarlos.
Negué con la cabeza, intentando no pensar, y dirigí mi mirada hacia el gnomon. No podía distraerme: me habían encargado marcar su sombra en las curvas acorde al verano, en el círculo de madera, para orientarnos en dirección al sureste. Me parecía buena idea, podía con ello, era una tarea fácil; fácil si el círculo se mantenía en el agua y no lo perdía repentinamente. Podía pasar si se trataba de mí.
Sin embargo, eso no me mantendría ocupado todo el día: quedarme mirando la sombra constantemente no ayudaría en nada así que, probablemente, me tocaría cuidar que no chocásemos con ningún iceberg. Era en lo que podían usar mi mejor habilidad, en lo que podían usar mi vista, y estaba bien, evitaba que me sintiese del todo inútil.
Acomodé un poco mi capa, tratando de decidir qué hacer a continuación, siendo lo más probable ir a sentarme sobre el cofre de mis pertenencias mientras los demás se encargaban del resto para, por lo menos, no estorbar en exceso. Eso habría hecho, con seguridad, de no ser porque escuché la voz grave de Vátn gritar mi nombre lo suficientemente cerca para aturdirme. Giré en su dirección intentando no parecer sobresaltado; estaba acariciando su bigote con una ceja enarcada.
—¿Porqué no vas a hacer algo productivo? —inquirió.
No sonreí aunque me hizo gracia. Mi silencio contestó por sí mismo:"¿en serio?".
—En mi knarr no alimento a aquellos que no hagan nada, piénsalo bien.—Entrecerró los ojos.
—No es tuyo —solté sin detenerme a considerar nada. Quise morderme la lengua, fuese como fuese, seguía siendo el superior.
—Buen punto —rió antes de acomodarse el cinturón para que no le apretase la barriga.
Noté que estaba mucho más hinchado, tal vez producto de obtener tanto ganado y tierras como para convertirse en jarl. Me pregunté por el tiempo que había pasado sin subirse en un barco para dirigirlo.
—Pero no planearás quedarte ahí. ¿Por qué no buscas a Tunglski? Se está encargando de las cuerdas de la vela.
Bastó que presentase la idea para que tuviese que esforzarme en no formar una mueca.
Tunglski Góðrmáns. Pensé en el hombretón, tan alto como yo y tan fornido como Byrön, que realmente no me tenía mucha estima por más que hubiese borrado mi antigua reputación. La respuesta era clara: negué con la cabeza.
—Bien, bien... En tal caso sencillamente busca a Byrön y ve si está haciendo algo. —Y lo dijo.
Acababan mandándome siempre con Byrön; probablemente, en parte, de ahí es que salía mi rechazo hacia él, de esa insistencia en vernos como dos personas unidas. Siempre nos habían comparado a los dos, pero a la vez nos clasificaban como los mejores amigos cuando la verdad es que no era así. No hacía falta mucho para saber lo que pasaba por la cabeza del resto: tenía que ir detrás de él.
Yo no conocía a Byrön y él no me conocía a mí, no realmente. Pero desde que se quedó en la granja de mi familia y ocurrió el heróico evento, se suponía que debíamos ser tan inseparables como un Vörðr y su persona protegida. Sin embargo, eso no ocurría y nunca lo haría; por un lado, mi envidia no lo permitiría y las personalidades tan chocantes tampoco: yo no quería ni intentarlo. No quería acercarme a una persona que no haría más que taparme con su sombra.
A pesar de eso, con amargura aunque impasible en expresión, me encogí de hombros resignado: buscaría a Byrön.
—Entonces ve —ordenó Vátn con un asentimiento.
Traté de movilizarme por el knarr sin chocar a nadie que estuviese haciendo algo importante, esquivando a personas e intentando pasar lo suficientemente desapercibido por lo demás. Miraba de un lado a otro, buscando, hasta que pude verlo sentado al lado de Fóavírt, quien estaba en el grupo encargado de remar. Me acerqué y a medida que lo hacía pude captar retazos de la conversación que tenían.
—¿Nuevos dioses? —preguntaba Byrön, confundido.
Mis pasos se fueron haciendo más lentos, a medida que escuchaba. Alguien, no estoy muy seguro de quién, me gruñó que me apartase mientras llevaba un saco de piel echado al hombro.
—Eso dicen, sí. Hasta Goeland no ha llegado nada, pero parece que en Nóreegr hay un rey que está llevando hasta Sæland y otras zonas una... una creencia distinta. —Se pausó y pensé que era porque me habían visto, con un pequeño sobresalto. No fue así.
No se equivoquen, no estaba tratando de escuchar la conversación a escondidas, era que simplemente no sabía cómo interrumpirla. Lo que decía Fóavírt no era un secreto: los rumores corrían de boca en boca.
—Y la tienen que aceptar por las buenas... O por las malas, puesto a que según ellos "las costumbres de los hombres del norte son bárbaras".
—¿Y qué dice...? —Empezó a inquirir Byrön, con los hombros tensos, inclinándose hacia adelante.
Nunca supe quién decía qué, puesto a que de repente se detuvo y abruptamente volteó hacia donde yo estaba, como si sintiese mi presencia entonces. Uh.
—Vátn—dije como toda explicación a mi presencia.
Su mirada no mostraba nada, pero permaneció en silencio un momento, el suficiente para saber que algo había pensado.
—¿Te mandó a remar? —Byrön no lucía extrañado por eso, ni horrorizado por la idea, la pregunta no tenía un tono de burla... pero me irritó. Era obvio que no me mandaría a remar a mí.
—¿O a escuchar sin permiso? —Esa vez fue Fóavírt con un tono de voz que indicaba cierto desagrado mientras enarcaba una ceja castaña.
—Acabo de llegar —mentí—; y no me mandaron a hacer ninguna de las dos cosas precisamente, solo vine a preguntar si podía ayudar en algo.
Fóavírt me miró inexpresivo un momento, pero luego chasqueó la lengua y volteó la cara para concentrarse debidamente en lo que debía estar haciendo. Escuché que mascullaba algo, no supe el qué mas adivinarlo costaba poco. Byrön parecía pensárselo, aunque al final se encogió de hombros.
—Yo tampoco estoy haciendo nada por ahora, luego voy a relevar a Foávírt pero de momento puedes sentarte a hablar con nosotros si te apetece—ofreció.
Lo pensé: la idea era desagradable. Si me rechazaban, ¿qué caso tenía que yo buscase caer en gracia? Evitaba hablar, mas estar en un barco, durante días, con esas personas, me decía que lo mejor era ir cambiando mi actitud. Acabé accediendo a pesar de que sabía que no hablaría, sino que tan solo escucharía, al menos lo haría "invitado". Fóavírt no parecía muy entusiasmado y no podía culparlo.
El viaje sería eterno y, en definitiva, no sería el escenario idílico en el que me aceptarían entre ellos.
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