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Capítulo 2: Llévalos

Mía
Abrazo a mi hijo sintiendo la angustia al verlo esforzarse por respirar, rezo en el interior mientras le susurro que todo está bien y hablo con calma para relajarlo en lo que llegamos al hospital. A mi lado Daenerys se asida con las manos a mi ropa, Tobías (el empleado al que le pedí ayuda) va rápido mirando de vez en cuando por el retrovisor. Sé que está en pánico dado que ha accedido a sacarme de la fortaleza de Walter, pero juro que le ayudaré a que él entienda y lo perdone, porque esto es por mi hijo. Daemon tiene asma, suele darle cuando se estresa mucho o se asusta, lo cual no es difícil que se le provoque.

Entramos por la sala de emergencias teniendo a Tobías flaqueando el frente, no tardó para que una enfermera me ayudara a llevar a Daemon a un cubículo en el que un doctor me atendió de inmediato. Mi deseo de quedarme con él no es posible por unos minutos, me alejan y no puedo hacer otra cosa más que abrazar a mi hija. La espera es infernal hasta que me informan que está estable y deben llevarlo a una habitación en la que reposa durmiendo tranquilo. Tobías por supuesto entra controlando sus nervios, le informo que me comunique con Walter. La conversación es avasalladora, él ya estaba iracundo por haber sido informado por nuestra salida.

Ese maldito mayordomo debió haberle dicho. Me odia tanto.

—Mi hijo necesitaba ayuda, ¿no lo puedes entender? —digo severa, discutiendo fuera de la habitación— ¿Acaso esperabas que lo dejara ahogarse? Tu puto médico está fuera de la ciudad.

Me importa un bledo, Mía. ¡Tú y tus hijos tienen prohibido salir de la mansión! —brama enardecido, puedo escuchar su respiración de animal— Voy a llegar en unos minutos, y te arrastraré del maldito cabello de vuelta.

—No voy a sacar a mi hijo sin que el médico me diga que está bien.

No te lo estoy preguntando, estúpida —aprieto los ojos con fuerza por su insensatez—. Si digo algo, lo haces, de lo contrario, sabes las consecuencias. Y ese maldito que te llevó no se salva tampoco.

—Escúchame bien, imbécil —hago un gran control para no gritar, deseo tanto maldecirlo hasta que mi garganta duela—, yo soy la única responsable, acepto toda la culpa y las consecuencias porque se tratan de mis hijos, y no me importa ganarme tus maldecidos castigos con tal de que ellos estén bien.

Pronto estaré ahí, esposa mía —cuelga. Al final me hizo casarme con él, firmar papeles e ir a una luna de miel en el caribe. Vaya farsa.

Aprieto el teléfono, deseo aventarlo contra la pared, gritar, portarme como una demente, pero sigo aguardando la calma. Walter está loco, eso no es un secreto ni se duda, soy consiente de eso y aunque sé de qué es capaz, aunque sé lo que me hará, una parte de mí no se acostumbra por completo porque teme que salga de sus límites conmigo y quiera pasar a mis hijos, eso sí es lo que me aterra, lo que me hace soltar lágrimas mientras contengo mi llanto.

Seco mis lágrimas. No puedo dejar que mis niños me vean así. Finjo estar bien para volver a la habitación, pero mi mano se detiene en el pomo al escuchar mi nombre en un hilo de voz anonadado, nervioso y emocionado. Una voz que jamás se me va a olvidar, una voz que rememoro con deleite y tristeza. Voz que me hace soltar lágrimas de nuevo y mirarlo incrédula, con una presión en mi pecho, sintiéndolo un milagro.

Dante
Mi mano estaba en el teléfono, usaba solo una al tener la otra vendada. Me comunicaba con mi madre y Lisa, ambas bastante insistentes en saber sobre mi salud. Jazmín le comentó mi situación a mi madre, y Gabriela seguramente se lo hizo saber a Lisa solo para divertirse. Ninguna respeta mi autoridad.

Ya había sido atendido, Jazmín se fue con el médico a tratar el papeleo. La chica es pasante en la empresa, me apoya como asistente auxiliar de Gabriela, se llevan bien, es amable, inteligente, y versátil, también se esfuerza en sus labores. A Mia seguramente le hubiera agradado…

Mis ojos se abrieron como platos al haber desviado la vista del teléfono por casualidad. Mi respiración se detuvo un momento, pero mi corazón se aceleró como loco, mi cabeza dolía y me sentí mareado. No puede ser, me dije en un musitar inaudible sentado en la cama del ala de emergencias. Desabotoné unos botones de la camisa y quité mi corbata por pensar que aluciné, que mi cabeza me pasaba una mala broma como otras veces. Marqué a mi psicóloga, tuve que ir con ella a regañadientes por orden de mi madre, pero estoy agradecido porque en verdad me perdía. Exterioricé algunas cosas, comprendí muchas y supe encontrar la concentración para no volverme tan loco para poder encontrar a Mía, pero creí verla, corriendo con un joven y teniendo una niña en brazos, tras el medico y enfermeros que llevaban a un niño en la camilla.

—Estoy teniendo un ataque de pánico —dije apenas respondió.

Tranquilo, respira hondo y lento —trataba, y poco funcionaba. Me empezó a dar ánimos y un discurso motivacional. Dejé de escucharla enfocándome en esa ilusión.

Estaba cambiada, con el cabello corto, cuando a ella le encantaba su cabello largo, y la ropa parecía demasiado formal. No podía ser ella. Mi psicóloga seguía hablando y no le prestaba atención. Le dije que le llamaría después y colgué. Fui tras esa mujer, sintiéndome cada vez más desfallecido. Caminé lento, queriendo tranquilizarme para no desmoronarme. Me quedé recostado al otro lado del pasillo, oculto, respirando con dificultad.

Me negaba a creer que fuese mi Mía, porque ya en otras ocasiones la confundía con otras mujeres, y el dolor de que no fuera ella era cada vez más grande. Me quedé ahí, controlándome, esperando hasta que saliera el doctor y luego ella. Tenía puesta una falda tubular con tiro hasta el abdomen, una blusa blanca de mangas largas hasta las muñecas, y tacones rojos. Ella habló por teléfono, la discusión era acalorada y difícil para ella, dijo unas palabras que no lograba entender del todo; su furia la contenía de una manera impresionante hasta que terminó, lloró en silencio y se compuso fingiendo estar bien. Daba la espalda al pasillo en donde me escondía, es entonces que decidí salir, caminar nervioso con el corazón como una locomotora, rezando ferozmente con que no sea otra cruel ilusión. Estaba por entrar cuando me obligué a pronunciar su nombre, mi voz salió patética, fue trémula y asustada. Se giró, vi sus ojos, y lo supe.

—Mía —repito su nombre lastimero, como si fuese el conjuro para que no se esfume. Avanzo, ella, dudosa, me analiza dejando correr sus lágrimas. También avanza, ambos lo hacemos temiendo que sea un sueño.

Estamos cerca, mis manos toman su rostro, la miro grabando todo en ella una vez más. Reescribo sus facciones y gestos y cicatrices, unas que antes no estaban. Ella, por su parte, hace lo mismo, sintiendo que soy de carne y huesos, que no soy un espejismo, que soy real. Y es por eso que no me controlo para besarla con urgencia, como un adicto que se funde en sus labios saboreándola. También la abrazo con fuerza siendo correspondiendo, pero yo tiemblo a horrores, escondiendo mi rostro en su cuello, escapándoseme los sollozos y las lágrimas.

—Eres tú —mi voz está quebrada—. Eres tú, eres real.

En un aludido Mía dice mi nombre. Ninguno suelta el llanto, yo porque no puedo, mi garganta tiene un nudo que me es imposible desatorar, pero ella, a pesar que gemiquea se esfuerza en quedarse callada.

—Te amo —le digo en un chillido, vuelvo a besarla, ella pareciera pelear por tomar control mientras se aferra a mi cuerpo, mientras la estrujo como queriendo introducirla en mí.

Nos falta el aliento, mas nos conformamos con escasos momentos de separación para acarrear oxígeno. Me siento perdido en el espacio, pero seguro de mi lugar, no quiero apartarme de su boca, ni de su cuerpo, ni su aroma. Mi deseo incluso es efervescente, sin embargo es Mía la que detiene nuestra pasión para mirarme aterrada.

—Walter viene en camino —alcanza a decir en un dejo de lamento. Escucharla así me inunda de ira.

—No voy a dejar que te lleve con él —la beso decidido, la tomo de la mano dispuesto a llevármela, pero ella no avanza—. Mía, no temas, te voy a proteger.

—No entiendes, no puedo irme sola, no lo estoy —en mi confusión estoy por preguntar por sus palabras, pero alguien más se adelanta.

—Mami, Dae ya despertó —tras Mía y en la puerta, hay una pequeña, de cabello azabache y unos ojos aceitunados claros.

Mi cabeza se siente desconectada, como si no pudiera procesar correctamente. Veo desconcertado a Mía, que sonríe indulgente sin separarse de mí. En su mirada se ve la tristeza y cierta culpa. Mi boca se abre pero no sale sonido alguno.

—Ya voy, cariño —dice sin dejar de verme—. Ve con él, en un momento voy. Y por favor dile a Tobías que me espere dentro también —la menor asiente y regresa, la veo y luego miro a Mía, que no deja de darme esos ojos de dolor—. Mi hija, se llama Daenerys.

—¿Hija? —musito sin poder procesarlo todavía.

—Tengo también un hijo, se llama Daemon, y son gemelos.

—Gemelos… —veo a la puerta cerrada, la respiración se me acelera y la veo sintiendo… No sé qué siento— Son… ¿Son míos?

Aprieta los labios, cierra los ojos y solloza. Sus manos prensan mi camisa por el pecho, me mira soltando un sonoro suspiro entrecortado. Niega con la cabeza, y siento una gran devastación.

—No lo sé. No sé si son tuyos o de Walter —se esfuerza en no llorar más—. Perdóname.

Niego vehemente, la abrazo fuerte y delicado siendo protector. —Está bien, olvídate de esto. Tráelos, míos o no, no deben estar con un maldito como él.

Inhala aire profundamente, aliviada y agradecida. Toma mi mano repitiendo gracias una y otra vez, aunque no tiene que darlas. Juntos y sin soltarnos entramos a la habitación, hay un hombre que está dormido en un sillón. Nos acercamos a la cama, donde hay un niño de igual cabello azabache y ojos aceitunados claros, como su hermana. Gemelos a fin de cuentas. Mía les pide que guarden silencio en un gesto con el dedo en la boca. Ambos niños no rechistan y la obedecen. Mía me da a la niña en brazos, que me mira desconfiada, con una ceja alzada, escaneándome de arriba hacia debajo la cara. Luego frunce las cejas y hace una mueca con la boca, como si estuviera disgustada. Es demasiado expresiva. Ve a su mamá, como preguntando quién soy, a lo que Mía le sonríe con su hermanito en brazos, abrazado a su cuello y con la cabeza acunada.

Vamos así, sigilosos, saliendo de la habitación y luego por el pasillo para salir por detrás del hospital, busco en mis bolsillo mi teléfono, marco a Oliver para que esté al tanto y sea él quien se comunique con las autoridades, como medida de prevención. Luego hablo con Jazmín para indicarle sin darle explicaciones, de que se vaya a la empresa, y que no hable con nadie, que no diga mi relación con ella, que solo tome un taxi y se vaya. Llegamos al estacionamiento, mi chófer está afuera fumando un cigarrillo y lo apaga tan pronto me ve, lo cual hace confundido al verme llegar con dos niños y la madre. Metemos a los pequeños atrás poniendo los cinturones, indico a mi chófer que solo va a conducir, ya después le diré la dirección que tomar.

—¡Señora Beckley! —oímos a alguien atrás, Mía respiró profundo por la nariz apretando los párpados. Giramos, vemos a ese tipo que antes dormía en el cuarto de hospital, ahora apuntando con un arma hacia nosotros— ¿Qué está haciendo?

—Nos estamos yendo —tomo la palabra poniéndome frente a ella, para protegerla—. Ella y sus hijos van a ser libres.

—¡Déjese de bromas! ¡Señora Beckley, vuelva aquí ahora mismo! —lo noto, el temor en sus ojos es fácilmente visto— El señor Beckley no tardará en llegar y usted tiene que estar aquí.

—Tobías, por favor —menciona Mía queriendo salir de mi protección, pero lo evito—. Ven con nosotros, trae a tu familia y vámonos.

—No puedo hacerlo, sabe perfectamente que no puedo traicionar a ese tipo, así que por favor, traiga a sus hijos y regresamos, se lo ruego. No quiero más problemas —el sujeto implora en cada gesto y postura que toma.

—Deja que al menos mis hijos se vayan —la observo de inmediato, incrédulo—. Yo me quedo, pero deja a mis hijos ser libres.

La veo aterrado de su idea, la tomo del rostro negando con la cabeza de forma incesante, sus hijos salen del automóvil para aferrarse a sus piernas, llorando. Ella les trata de calmar, explicarle de forma rápida que deben irse conmigo, que soy un caballero que vino a salvarlos. Con ayuda de mi chófer los lleva de nuevo al auto, pero a la fuerza (y a costa de las órdenes del sujeto que pide que no se los lleve), y les pone el seguro a las puertas para que se queden dentro, mientras ellos golpean el vidrio con sus pequeñas manos. Les dice que los ama, que siempre estará con ellos.

—¡Por favor, señora Beckley! No puedo estar aquí sin sus hijos —el hombre ya está más que asustado.

—Solo mis hijos. Ten compasión de ellos —el sujeto tiembla, sus ojos se ven cristalizados y a pesar de que hace frío, suda. Gruñe aceptando, exigiendo que ella regrese.

—Mía, no puedes quedarte —le ruego por que recapacite. Acuna mi mejilla de forma grácil y me besa. Sabe triste.

—Tú lo dijiste, son niños que no deben estar con él, sin importar de quiénes sean —sonríe. La abrazo pidiendo que nos vayamos—. Me arriesgaría a irme si solo fuera yo, pero ahora son ellos.

—¿Por qué no puede ser un nosotros? Nosotros cuatro —lloro. Últimamente lo he hecho muy seguido.

—Samanta una vez me dijo que eras un hombre muy bueno, y no mintió —se aleja y no quiero soltar nuestras manos, repito en voz baja No, y a la fuerza se zafa de mí corriendo al lado del guardaespaldas, que me apunta cuando intento acercarme—. Daemon tiene asma, dejé su inhalador en su chamarra, en el bolsillo con la estampa de Spiderman. Y Daenerys odia las zanahorias, pero le encanta todo lo demás, en especial los pimientos —se iba, pero volteó—. Ah, y Daemon le tiene miedo a los perros, ten cuidado cuando vea a Max.

Mi chófer agarra mi brazo cuando el hombre amenaza con que nos vayamos. Pero cómo puedo hacerlo, si ella está aquí, tan cerca y ahora parece distante. Me doy la vuelta, saco mi teléfono y lo pongo en silencio. Corro hacia ella haciendo que el otro no vea el aparato y la abrazo, la beso y le susurro que le dejo mi teléfono, que lo mantenga en silencio.

—Juro que iré por ti.

—¡Largo ya! —brama el sujeto, iracundo, con el arma en mi sien.

—Recuérdalo, y espérame.

Sonríe, quizá porque quiere creer, pero también no quiere una falsa esperanza. Al fin me voy, subo al copiloto y mi chófer emprende la huida. Los niños lloran desconsolados por su madre, gritan por volver por ella, la niña furiosa patea los asientos, especialmente el mío, me llama imbécil e idiota mientras que el niño solo llama a su madre. Y yo me desmorono, lloró también cohibido de terror por no saber qué hará aquel que por desgracia llevo su sangre, incluso a mi mente viene esa muchacha cinco años mayor que yo, una de piel pálida porque no recibía suficiente luz del sol, una que era amorosa y me llenaba de besos, se inventaba historias y cuentos que me contaba en secreto durante las escapadas a mi habitación en la noche, chica que era la más valiente por su hermano y por su madre. Una mujer que tenía tanto que vivir y que no pudo por culpa de un hombre enfermo y controlador.

¿Dana? —recuerdo el olor de los lirios, y el sonido de las campanas de ese viejo reloj del no sé cuántos años. La recuerdo a ella al final de las escaleras, con los brazos extendidos, mechones de su precioso cabello negro y brillante por la cara, y sus ojos aceitunados claros, como si me mirara, y su boca entreabierta, con una línea de sangre, y también recuerdo la mancha roja que se esparcía en la madera debajo de su cabeza. Y lo recuerdo a él, arriba de las escaleras, con una expresión inmutable. Cuando lo vi todo había perdido el sonido, ni siquiera los llantos de mi madre me llegaban a los tímpanos.

—¡Regresa por mi mamá, IMBÉCIL! —esa pequeña suena a que se está desgarrando la garganta.

Me giro para ver su rostro enardecido entre un mar de lágrimas, el otro no deja de llorar desconsolado. Ya no se trata solo de ella. Me acomodo controlando mi respiración, tomo mi cabeza emitiendo un grito con el que siento que me lastimo.

—Señor… —dice mi chófer— ¿Qué hago?

Lo medito, veo a esos niños rotos y pienso. Pienso y pienso. —Ve a casa de mi madre —pido su teléfono y marco. Veo a la niña que me fulmina con la mirada—. La voy a traer de vuelta.

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