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Capítulo 18 | La abuela Penny


''Tu nombre a mí me desvela
En la noche y tú ni te enteras
Y si supiera yo
¿Cómo explicártelo?''
Tu Nombre. Cali Y El Dandee, Mike Bahía.

—Yo solo...  —comienzo a decir ruborizándome, mientras Liam me sujeta del brazo con fuerza y clava su mirada en la mía.

En ese momento, una anciana sale de la casa, debido a los ladridos endemoniados del pitbull del vecino.

—¡Liam Alexander Ackerman! ¿Qué modales son esos? Parece que vayas a matarla sujetándola así —advierte exaltada aquella mujer, y yo no puedo evitar soltar una risita nerviosa.

—No me des ideas —gruñe sin apartar sus ojos cargados de furia de los míos.

—¡¿Qué acabas de decir?!

—Nada, abuela, nada —contesta soltándome del brazo con resignación.

¿Abuela?

—Vamos jovencita, entra y toma el té con nosotros —dice con una amplia sonrisa que acentúa las arrugas de su pálida piel.

—Gracias —le devuelvo la sonrisa y entro en la casa bajo la mirada impasible de Ackerman.

La casa es pequeña, pero me sorprende gratamente la decoración. Los muebles son clásicos y un poco anticuados, pero le dan un estilo vintage a la estancia muy particular. La sala de estar es muy acogedora, y a la derecha de ésta, se encuentra ubicada la cocina, de manera que no existe separación entre ambos espacios. Una pequeña chimenea decora el otro extremo de la habitación, junto a una televisión algo antigua y dos sofás verde ocre.

—Vamos, siéntante, no seas tímida —su voz dulce me invita a sentarme una de las sillas de madera que rodean la mesa—. ¿Te gusta el té verde?

—Me encanta, gracias —le agradezco, y me sirve una taza de té hirviendo.

Mientras la anciana vuelve a la cocina para preparar unas pastas, Liam se acerca a mí.

—Tómate el té rápido y vámonos. Tú no deberías estar aquí, no se por qué cojones has tenido que presentarte en mi casa.

—¿Tú vives aquí? —pregunto sorprendida—. Pensé que era la casa de tu abuela.

—Vivo con mi abuela —responde tajante.

—¿Y tu padre? ¿También vive aquí? —inquiero.

—Eso no es asunto tuyo —dice tensando la mandíbula, a punto de perder los nervios—. Tómate el té, ahora —ordena.

Se que su madre murió por la forma en la que me ha hablado de ella algunas veces, pero de su padre no se absolutamente nada. Y por la forma en la que se está comportando en estos momentos, diría a ciencia cierta que tampoco va a contarme nada esta vez.

—Está hirviendo todavía, vas a tener que esperar un poco más —le advierto de la manera más dulce que puedo, intentando no tentar más la poca estabilidad emocional que posee aquel chico de ojos verdes.

—Tienes cinco minutos —afirma, y se deja caer sobre el sofá ubicado en el otro extremo de la habitación, con el móvil entre las manos.

—Traigo pastas para el té —anuncia la señora esbozando una cálida sonrisa—. Por cierto, soy Penny, la abuela de Liam.

—Yo soy Emma, la... amiga de Liam —contesto finalmente.

—Me alegro de que tenga tan buenos amigos —afirma su abuela con ternura—. Espero que le vayan las cosas igual de bien académicamente.

—Gracias —sonrío—. No se preocupe por eso, señora Penny, a su nieto le va genial trabajando en el despacho de abogados de mi padre.

—¿Mi nieto está trabajando en un despacho de abogados? —responde sorprendida—. ¿Cuándo pensabas contármelo, Liam Alexander?

Resulta bastante gracioso que su abuela le llame por su nombre completo cuando se enfada, pero temiendo la reacción de Liam, reprimo con todas mis fuerzas las ganas que tengo de reírme.

—Abuela... Te he lo contado como unas cinco veces en la última semana —dice y suelta un suspiro.

—Yo no sabía nada, me lo has ocultado —responde su abuela mientras empieza a temblarle la mano con la que sujeta la taza de té, provocando que ésta se caiga y se rompa en mil pedazos.

—¿Para qué iba yo a ocultártelo abuela? —grazna perdiendo los papeles.

Penny se agacha para recoger los restos de la taza pero Liam corre hacia ella y se lo impide.

—Ya lo hago yo, abuela —hace una pausa y puedo notar un brillo desolador en sus ojos—. Tienes razón, se me ha olvidado decírtelo, lo siento —se, disculpa, y su abuela le da un beso tierno en la mejilla como respuesta.

Mientras voy a la cocina para traer la escoba y ayudar a Liam a recoger los pedazos de la taza, un grupo de personas llaman a la puerta con fuerza.

—Eh, Ackerman, abre. ¿Estás preparado para que te den una paliza? —chilla una voz masculina al otro lado de la puerta, en un tono más amigable que amenazante.

Liam se dirige a la puerta y la abre rápidamente. Desde mi posición puedo ver a un chico corpulento y con muy malas pintas, y a una chica de piel negra y con el cabello recogido en una cola llena de trenzas minúsculas.

—Lo siento pero hoy no voy a poder jugar el partido —contesta Liam, y no puedo evitar sentir que es culpa mía.

—¿Por qué? ¿Es que tienes miedo? —le reta el mismo chico de antes.

Liam esboza lentamente una sonrisa antes de hablar.

—Para ganarme harían falta al menos tres como tú, Doggy. No te ilusiones, el próximo domingo haré que te tragues tus palabras.

La chica morena se cuela en la casa en un momento de descuido de Ackerman y posa su mirada directamente en mí, mirándome de arriba a abajo y de abajo a arriba.

—¿Quién es ella? —le pregunta a Liam sin apartar los ojos de mí, y el otro chico irrumpe en la salita para ver de quién habla su amiga.

—Nadie que os interese —contesta Liam—. Vámonos, ahora —me ordena, clavando su mirada en mía.

Yo comienzo a andar en su dirección, pero la chica de las trenzas me interrumpe el paso estirando su brazo frente a mí, como si de una frontera infranqueable se tratase.

—¿Cómo te llamas? —espeta.

—Emma... Emma Banks —respondo nerviosa.

—Vaya, así tú que eres la hija del jefe de Liam. Encantada, Yo soy Nathalie —dice dándome la mano.

—Igualmente —respondo estrechándosela.

¿Cómo es que sabe quién soy? ¿Lo ha deducido por el apellido o es que Liam le ha hablado de mí?

—Si habéis acabado ya con las presentaciones... —dice el chico lleno de tatuajes girándose para mirar a Ackerman—. Me debes cincuenta pavos. Ya sabes que si no juegas pierdes la apuesta.

—Yo te los pago —apunto apresuradamente mientras Liam me fulmina con la mirada.

Si él no va a jugar por mi culpa, lo justo es que yo asuma las consecuencias.

—Y una mierda, tú no vas a pagar nada —dice Liam arrebatándome los cincuenta dólares que acabo de sacar de mi cartera—. Apuesto cincuenta más.

—¿Qué demonios haces? —susurro.

—Confía en mí —contesta, y se dirige hacia la chica morena con el dinero en la mano—. Guárdalos hasta que acabe el partido, Nat.

—¿Vas a jugar? No acabas de decir que...

—He cambiado de idea.

Al cabo de media hora llegamos a una cancha de baloncesto en ruinas. El suelo está lleno de restos de basura y los aros de las canastas ni siquiera tienen redes. Todo en ese barrio tenía un aspecto enfermizo. Tres chicos más llegan al minuto en un coche de alta gama y comienzan a formar los equipos, junto con otros dos chicos más que llegan andado. Jugarán tres contra tres. Nathalie, Doggy y yo nos sentamos en los escalones que hay tras la cancha.

—¿Tú no juegas? —le pregunto a Doggy sorprendida.

—No, solo me he apostado con Ackerman a que no es capaz de ganar a aquel grupo de allí —contesta señalando a tres hombres musculosos y más mayores que Liam—. Juegan en un equipo profesional y son bastante buenos, pero Ackerman se ha apostado cien pavos a que podrá con ellos.

—¿Tiene alguna posibilidad?

—Claro que la tiene, les dará una paliza —afirma Nathalie con mucha seguridad—. Si no has visto jugar a Liam, es literalmente el mejor jugador de baloncesto que he visto. Es un desperdicio que no se dedique a ello profesionalmente, como su padre.

—¿Su padre juega al baloncesto profesionalmente? ¿En qué equipo? —inquiero, sorprendida.

—¿Es que no sabes quién es su padre? —pregunta Doggy todavía más sorprendido que yo, mientras abre una petaca que se saca del bolsillo y le da un sorbo.

—Pues no —le digo con toda la naturalidad del mundo.

¿Por qué tendría que saberlo? A Liam no es que le guste mucho hablar de su vida personal precisamente.

—Vamos, deja de agobiarla. Van a empezar a jugar.

En cuanto comienza el partido puedo percatarme de la famosa habilidad de Liam con el balón de baloncesto. Verlo jugar es un completo espectáculo, pero lo mejor llega cuando Liam les gana por veinte puntos. Si Pit hubiera estado aquí, estoy segura de que hubiese alucinado.

Liam se acerca a nosotros completamente envuelto en sudor y llevándose una botella de agua a la boca.

—Mi dinero —le exige a Doggy.

—Está bien cabronazo, aquí tienes —dice resignado mientras le da los cien dólares que le debía.

—Toma, Nat, quédatelos tú.

—No puedo aceptarlos —contesta avergonzada.

—Se que los necesitas. Cógelos —dice a modo de orden y ella finalmente los acepta, dándole a Liam un beso en la mejilla como agradecimiento.

—Gracias —sonríe y se guarda el dinero en el bolsillo trasero del pantalón.

—¿Tienes hambre? —pregunta Liam clavando sus intensos ojos verdes en los míos.

—Mucha —respondo, notando como mis tripas comienzan a rugir con fuerza.

—Pues tendremos que arreglar eso —afirma con una sonrisa, como si después del partido sus ganas de acabar conmigo hubiesen desaparecido.

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