Capítulo 1 | Lola's
"Siempre con fuego en los dedos
y pólvora en la garganta
vienes repartiendo juego
desde que te levantas."
Cabecita Loca. Mr. Kilombo.
<<Ring ring, ring ring, ring ring, ring ring>>
El despertador no para de sonar, una y otra vez, y yo no paro de posponer la alarma cinco minutos más, hasta que el sonido del móvil vibrando bajo mi almohada me retumba los oídos. Casi sin abrir los ojos, aprieto el botón verde y me pongo al teléfono.
—Em, soy Peter. ¿Estarás camino al aeropuerto, verdad? —pregunta una voz masculina al otro lado del teléfono.
—Eeeh... yo... ¿qué hora es? —contesto medio dormida.
—Emma Banks, son las ocho, ¡¡¡y tu vuelo sale a las nueve!!!
—Oh vaya, mierda.
Automáticamente cuelgo el teléfono. No me lo puedo creer, estoy acostumbrada a llegar tarde a todos los sitios a los que voy, pero esta vez supone perder el avión de vuelta a casa. Me levanto de la cama a toda prisa y casi me caigo de bruces; cojo un par de calcetines, unos vaqueros y un jersey ancho. Después voy directa al espejo del dormitorio y me hago una cola de caballo tan rápido como puedo. Me calzo mis zapatillas, recojo la maleta y salgo de la habitación del hotel. Corro escaleras abajo cuando recuerdo que no he pedido un taxi.
Mierda. Esto va de mal en peor.
Llego a recepción y el empleado del hotel tiene la amabilidad de pedirme uno. Por fin. Mientras espero el taxi, decido llamar a Peter, mi gran amigo de la infancia. Marco los números apresuradamente; no me puedo creer que lo vuelva a ver en tan solo unas horas después de todo un año.
—Hola Em, espero que llegues a tiempo a coger el avión, si no te quedarás sin la sorpresa que te tengo preparada.
—No hacía falta, Pit, pero gracias. Estoy deseando volver y veros a los dos. Todavía no me creo que esté a punto de abrazaros de nuevo.
—Bueno, la verdad es que aquí sigue todo igual, pero ya sabes que no es lo mismo sin ti —tras una breve pausa y un suave carrasqueo, escucho una voz de fondo que me resulta especialmente familiar.
—¡¡¡Oh, dios mío!!! ¡¿Estás hablando con Em?! —grita una voz alterada a unos metros del auricular.
—Eh Sarah, para ya, que no la oigo —le reprime Peter.
—Pit, dale un beso a Sarah de mi parte, que la estoy oyendo de fondo. Soy muy afortunada de teneros.
—Y nosotros a ti, Em.
Sin darme cuenta y como un acto reflejo, cuelgo el teléfono cuando veo al taxi llegar desde lejos. No puedo permitirme perderlo, si no tendré que quedarme en Francia otra semana más y no estoy por la labor de hacerlo.
El taxista, un hombre bajito y bastante delgaducho, agarra mi maleta y la coloca en el maletero de lo que parece un ford fiesta bastante antiguo. Después me abre la puerta del coche para que entre en él. Al tiempo de subir, noto un leve golpe frío en la cabeza.
Genial, está empezando a llover.
Mientras el conductor maneja a toda velocidad para llegar al aeropuerto lo antes posible, yo me concentro en ver las gotas de agua deslizarse por la ventanilla trasera. La lluvia siempre me relaja; el sonido del agua golpeando el suelo y el olor a tierra mojada hacen que mi mente divague hasta prácticamente quedarme dormida. Aunque hoy me produce un sentimiento diferente, porque si hay algo que me de más miedo que volar, es volar en medio de una tormenta.
Parece que nunca vamos a llegar cuando a las nueve menos veinticinco aparezco en el aeropuerto de Charles de Gaulle. Me apresuro a bajar del coche y a pagar al taxista con una generosa propina por haberse saltado casi todos los semáforos en rojo a fin de que yo llegara a tiempo. Tras ello, corro hacia el control y hago la cola en la que hay casi una veintena de personas. Después de un pitido ensordecedor, anuncian por megafonía que en cinco minutos empezará a embarcar el vuelo de las nueve con destino a San Francisco. Paso el control y encuentro la puerta de embarque justo a la derecha. Menos mal que aún quedan dos personas por embarcar y puedo llegar a mi asiento a tiempo.
—Señorita, ¿le apetece alguna bebida o snack del carrito? —me pregunta una azafata de pelo rubio y metro noventa.
—Un té verde, por favor —respondo mientras recuerdo que no he desayunado nada y mis tripas comienzan a rugir con fuerza—. Y un brownie de chocolate, gracias —añado.
La azafata me sirve el té hirviendo y el brownie en una bandeja de plástico, ofreciéndomelo con una amplia sonrisa —aquí tienes, corazón.
Mientras se aleja por el pasillo no puedo evitar pensar en lo alta que es aquella mujer. Yo mido uno cincuenta y siete y soy la más bajita de mi clase y de mis amigos, casi siempre uso botas con un poco de tacón y plataforma para verme más alta. Es bastante incómodo cuando nadie te toma en serio por tu altura, aunque la verdad es que nunca me ha importado demasiado lo que los demás piensen de mí.
Me decido a beber un poco de té, pero está demasiado caliente así que opto por devorar el brownie primero. Qué rico está. Creo que pocas cosas me gustan más en el mundo que el chocolate.
Tras acabarme mi desayuno e intentar beberme el té sin quemarme la lengua, abro mi maleta de mano y saco un ejemplar gastado de Madame Bovary, uno de mis libros favoritos. Me dejo llevar por la novela mientras pasan las diez horas que quedan de vuelo. Tras una pausa de mi lectura para comer y un leve sueño, noto como se me taponan los oídos por el descenso del avión. El piloto se despide de nosotros y nos informa de que hemos de aterrizado en San Francisco media hora antes de lo previsto, por lo que calculo que serán las nueve y media de la mañana. Ya estoy en casa.
Después de perderme por el aeropuerto unas cuatro veces, encuentro la salida. A lo lejos, veo como un guaperas de pelo oscuro me saluda con la mano, pero no logro descifrar quién es. Achino un poco los ojos y entonces le veo con claridad.
Peter. Está irreconocible.
Sin saber muy bien por qué, mi corazón empieza a latir con fuerza. Me deshago de la maleta y voy corriendo hacia él. Prácticamente me tiro encima y por poco no le hago caer hacia atrás. Me sujeta con fuerza y, casi sin darme cuenta, una lluvia de lágrimas me recorren el rostro.
—Cuánto te he echado de menos, Em —me susurra Pit al oído—. No sabes cuánto.
Yo ni siquiera soy capaz de hablar, tengo un nudo en la garganta que no me deja articular palabra, solo sé llorar y llorar. No me he dado cuenta de cuanto le necesito hasta que no le he visto de nuevo.
—Eres un idiota por haberme dejado sola durante todo un año —digo sollozando en su hombro.
—Te lo compensaré, te lo prometo —me responde y, tras ello, me da un beso en la frente.
Cuando me aparto de él puedo ver lo guapo que está; se ha cortado el pelo y parece que se le ha oscurecido. Me fijo en que sus ojos azules ya no se ocultan tras unas gruesas gafas y, además, ha estado yendo al gimnasio. Su aspecto impoluto solo se ve afectado por una diminuta mancha de chocolate en su camisa blanca. Alzo la vista y veo una pequeña bolsa de Lola's justo a nuestro lado.
Oh dios mío. Me ha traído pastelitos de chocolate de la mejor pastelería de la ciudad y yo se los he tirado al suelo.
—No te preocupes, iremos a por otros —afirma Peter cuando se percata de la señal de preocupación que surca mi rostro.
—Sigues siendo el mismo Peter Evans que conocí en primaria, solo que un poco más feo —advierto entre risas, mientras él me propina un leve codazo en el brazo y acto seguido se disculpa por ello. Lo cierto es que está realmente guapo.
—Llamaré a un taxi, a ver si hay alguno disponible, no sabes la que hay montada. Resulta que no están contentos con el precio de las licencias y llevan en huelga desde hace una semana —asegura Peter en tono irritado.
—No te preocupes, llamaré a Óscar para que venga a buscarnos —Peter asiente con la cabeza y esboza una sonrisa.
Óscar es afroamericano, de unos cincuenta años y es nuestro chófer. Lleva en nuestra familia desde mucho antes de que yo naciese. Siempre ha sido un apoyo incondicional para mí, sobre todo desde que murió mi madre. Se ha convertido en alguien muy importante para mí y creo que yo para él también.
Marco el número de Óscar, le cuento nuestro problema y se pone en marcha de inmediato para recogernos en el aeropuerto. Mientras tanto, Peter y yo nos ponemos al día después de un año entero sin vernos. Le pregunto por su carrera en el mundo del baloncesto y él por mis estudios. Me felicita cuando le cuento que he sacado una media de nueve y medio en el internado francés donde me ha enviado mi padre a estudiar este año. Tras unas risas y algún que otro abrazo, me doy cuenta de algo importante.
—Eh Pit, ¿dónde está Sarah? Creí que vendría a buscarme al aeropuerto también.
—Hoy le toca estar con su padre, ¿recuerdas? —alza una ceja, pensativo—. Desde que sus padres se separaron no para de salir con chicas mayores que ella, de las que ya van a la universidad, y de obligarme a ir a fiestas. Creo que es su forma de evadirse de su drama familiar.
Por un momento parece como si siguiera en París. Me he perdido un montón de acontecimientos de la vida de mis amigos y tengo que ponerme al día. Los padres de Sarah se separaron hace seis meses y yo no pude estar con ella cuando pasó, pero espero poder remediarlo ahora que ya estoy aquí. El claxon del todoterreno de mi padre me aleja de mis pensamientos y me hace volver a la realidad. Antes de darme cuenta, ya estoy llorando de nuevo, pero esta vez abrazando a Óscar.
—Tranquila, señorita Banks, ya está en casa —dice Óscar mientras me acaricia el pelo e intenta limpiarme las lágrimas.
Óscar nos abre la puerta del coche, nos ofrece una pequeña botella de agua a cada uno y nos pregunta cuál será nuestro primer destino a mi vuelta de París. A donde siempre, Óscar, le respondo. Él hace una mueca pero evita decir nada.
Nos encanta la pastelería Lola's pero se encuentra en uno de los peores barrios de San Francisco y, aunque la gente que lo frecuenta no es peligrosa, a Óscar no le gusta nada que fuésemos tan a menudo a aquel lugar. Noto como el coche se detiene y, justo cuando voy a abrir la puerta para salir, Óscar acciona el pestillo y tengo que desistir del intento.
—Un momento, señorita —comienza a decir Óscar—, estaré aquí a las doce en punto. Su padre me ha pedido expresamente que la lleve a casa a la una para recibirla. Siente no haber podido recogerla, pero tenía una reunión muy importante hoy. Me pide que le transmita sus disculpas.
—Lo sé, Óscar, no tiene nada de lo que disculparse. Como dice él, los negocios son lo primero.
Se forma una triste sonrisa en la cara de Óscar cuando pronuncio aquellas palabras, pero es la verdad. Estoy acostumbrada a tener un padre ocupado y ausente, pocas veces tiene tiempo para mí. Esa fue una de las razones por las que me envió a aquel internado. Sinceramente, no le culpo por ello. Desde que murió mi madre, se concentró aún más en sus negocios para evadirse, y hasta ahora le ha funcionado.
—Vamos, Em, abre la puerta ya o nos quedaremos sin pasteles —replica Pit mientras se asoma una media sonrisa en su rostro.
—Eso nunca —le sonrío—. Vamos, Óscar, dejanos irnos. Te veo a las doce.
Óscar vuelve a accionar el pestillo y esta vez consigo abrir la puerta. Voy directa al pomo de Lola's, lo giro y entro a su pequeño recibidor. Nada más traspasar la puerta, es como si nunca me hubiese ido. Todo sigue exactamente igual. Mismo decorado ochentero, mismas mesas redondas y sillas celeste chillón y mismos cuadros de Elvis decorando todo el local. El olor a pastel recién hecho me invade por completo, así que me dirijo al mostrador para pedir otra generosa caja de pasteles.
—Una caja de pasteles con extra de chocolate, por favor.
—Estupendo. ¿Algo más? —pregunta la señora de unos cincuenta años al otro lado del mostrador.
La verdad es que tengo mucha hambre y no me he dado cuenta hasta ahora. Decido pedir algo más, aunque no sé muy bien el qué y busco lo que más me apetece. Estoy indecisa, así que pienso en preguntarle a Peter que quiere él cuando noto un pequeño golpe en la espalda.
—Eh, ¿piensas pedir algo?
Me giro y veo a un chico de unos veinte años, bastante alto, rubio y delgado. Me quedo muda por unos segundos, sin saber qué decir. Y eso, raramente me pasa. Nuestros ojos se encuentran y el tiempo se detiene por un instante. Aquel chico aparta la mirada y la dirige al mostrador.
—Ponme cuatro cafés, Lola, y apúntalo en mi cuenta.
La señora hace una mueca, pero se dispone a hacerle los cafés. Está claro que se conocen. Justo cuando ya tengo decidido lo que voy a pedir, aparece Peter detrás de mí y empieza a hablar con el chico rubio.
—Ella iba primero. Deberías tener un poco de educación.
El desconocido coge los cuatro cafés y se marcha con una sonrisa de suficiencia. No le hace ni caso a Peter, lo que provoca que una expresión de ira se dibuje en su cara. Después se aproxima a una mesa cerca de la puerta, ocupada por una chica que va vestida de una forma muy provocativa.
—No merece la pena, Pit —noto como se relaja al oír mi voz.
Le pido a la mujer un té verde y un café para Peter y nos sentamos lo más alejado posible de aquel idiota. Empiezo a devorar los pastelitos y a tomarme el té cuando noto que la cara de Peter vuelve a la misma expresión de antes.
—¿Qué pasa, Pit? —inquiero, alzando una ceja.
—Aquel imbécil no te quita ojo. Llevo observándole un rato y tiene su mirada clavada en ti, ¿qué le pasa a ese tío?
No puedo evitar reírme. Nunca he visto a Pit celoso por nadie, y mucho menos por mí, pero en este momento parece un novio molesto porque miran a su chica.
—¿De qué te ríes? —su cara empeora automáticamente, poniéndose como un tomate.
—Nunca te había visto celoso por nadie —afirmo esbozando una pequeña sonrisa burlona.
Peter enmudece y su expresión cambia por completo.
—No estoy celoso, es solo que me molesta que acosen a mi amiga.
Por un momento desvío los ojos hacia aquel chico y nuestras miradas vuelven a cruzarse. Un escalofrío recorre mi cuerpo y me deja helada. Tengo que reconocer que es realmente guapo, sus ojos son grandes y verdes y su pelo rubio y desordenado. Lleva una sudadera oscura conjuntada con unos vaqueros y unas converse negras y, además, se nota que está bastante fuerte. Sin darme cuenta, mis mejillas comienzan a sonrojarse. Aparto la mirada y sigo conversando con Pit.
Al poco tiempo decidimos levantarnos, ya que solo quedan unos minutos para las doce. Cojo mi bolso y voy directa al mostrador para pagarle a la señora, pero Peter se me adelanta. Le doy las gracias con una sonrisa y me dirijo a la puerta.
—Bonitos calcetines —suelta de manera irónica el chico de ojos verdes, y la chica que parece una prostituta ahoga una risita.
Me miro los pies y allí están, los calcetines rojos de Mafalda. Mierda. Con las prisas no me he dado cuenta de los calcetines que llevo puestos. Me los regaló mi hermana pequeña el año pasado por Navidad y decidí llevármelos porque me recordaban a ella. Sin embargo, no son unos calcetines bonitos precisamente, sino más bien aptos para una niña de ocho años. Vuelvo a sonrojarme y salgo a toda prisa de la pastelería.
*
*
*
Primer capítulo de la primera historia escrita por mí por y para vosotros. Espero que os haya encantado y que os hayáis enamorado ya de Emma. ¿Adivináis quién puede ser el chico rubio que no le quitaba los ojos de encima a Emma?
¡Nos vemos en el siguiente capítulo! ❤️
Atte.:
Wilmanet ✔️✔️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro