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Capítulo Uno


Este Fic participó en el reto #6 del grupo de facebook Caldo de Toohtcup para el Alma

Es un Daglegs... me disculpan si cometo algunos errores en cuanto a la descripción pero... no me he leido, desgraciadamente, mas que el primer libro e-e

Todos los personajes pertenencen a Cressida Crowell

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Ne m'attendais pas

Cuando conoció a Fishlegs Ingerman, no era más que un alfeñique, desgarbado, flacucho, asmático, debilucho y patético niño.

Con el rostro lleno de urticaria, el cabello castaño negro mal cortado y revuelto, los ojos hundidos y perdidos tras unas gruesas gafas, o la nariz siempre metida en alguno de los escasos libros existentes.

Era la cosa más tonta y patética que había conocido. Incluso, y para su mayor exasperación y consternación, era alérgico a su propio dragón.

¡¿Qué clase de vikingo, adiestrador de dragones, era alérgico a ellos por amor a Hella?!

Y siempre pegado a las faldas de Haddock III. Lo que, para su mayor exasperación, siempre encendió su sangre desde que le conociere. Una rabia pura y espesa, que le hubiera encantado descargar en el heredero de Berk de haber podido.

Lo peor de Fishlegs Igerman, es que cuando lo vio, años después, era la cosa más hermosa y deseable que había visto jamás y eso le daba asco de si mismo.

¿Cómo el alfeñique se había convertido en ese maravilloso vikingo?

Si, aún era desgarbado. Sí, aún amaba tener la nariz metida en un libro o andar tras Haddock de arriba abajo. Pero había algo diferente en él. En sus ojos.

Y Dagur, siendo quien era, un caprichoso y despiadado vikingo, busco las mil y una formas de hacerse con el bastardo de Ingerman. Tomarlo para si. Un juguete más a su colección.

Vio la oportunidad cuando a Stoick se le ocurrió hacer, de una buena vez por todas, las pases con Bersek.

—Quiero a Ingerman—Había declarado cuando impusieron las condiciones del tratado.

Solo tenía esa petición, que sorprendió a Stoick y a Gobber, que fungía como testigo para el jefe.

—Bien

Era su única condición y por los dioses que Stoick iba a aceptarla aunque tuviera que sacrificar a uno de los suyos. Mejor uno que todos.

Los hombres que acompañaban a Dagur no se atrevieron a decir nada. Según sus leyes, él no podía tomar a un hombre sin haber dejado descendencia, cosa que no había hecho aún ni pensaba hacerlo. Pero sus hombres no eran tan estúpidos o suicidas como para discutir tal hecho, por lo que se limitaron a llevar a Ingerman, atado y amordazado a su drakkar.

Los primeros días, para Dagur, fueron un caos. ¡La pequeña cosa no se quedaba quieta! Le gritaba y lo insultaba con todo lo que se sabía, y vaya que su lengua era bastante filosa y estaba cargada. ¿De dónde carajos aprendió tantos insultos?.

Dagur, muy tentado se vio a darle fin a la vida del vikingo, ni siquiera había podido disfrutar del apetitoso cuerpo del joven. Oh, a veces, cuando el pequeño vikingo hacía de sus rabietas y le lanzaba todo lo que tenía a mano, deseaba fieramente tomar su espada y destrozarlo pedazo por pedazo. ¿Qué diablos había visto en el impetuoso muchacho?

Y sus deseos de matarlo casi se cumplieron, hasta que un día fueron atacados por un drakkar desconocido. Bersek se había sumido en un caos, guerrero peleando con fiereza, y su locura acostumbrada y ni rastros de Fishlegs. Dagur jamás lo dirá en voz alta pero el terror de que algo le hubiera pasado al Hooligan había atenazado su corazón y lo había paralizado.

Pero su consternación había crecido aún más cuando lo divisó, en medio de la batalla, espada en mano y una destreza y fiereza propia de un berseker. Y el deseo creció en su cuerpo hasta niveles insospechados.

Si al ver al Hooligan por segunda vez en su vida lo había hecho quererlo como su juguete, verlo de esa forma, como si estuviera combatiendo contra la misma Hella para salvar su vida, logró que quisiera mantenerlo atado a su cama, por el resto de sus días.

Esa misma noche lo tomó, a la fuerza, pero lo había tomado.

Y se había repetido, una y otra, y otra vez.

La pequeña sabandija gritaba y lo insultaba, lloraba y se quedaba mirando a la nada. Y el recuerdo de la fierecilla hacia que Dagur lo tomara de nuevo, varias veces en una misma noche.

Pero las cosas empezaron a cambiar, de forma sutil, pero Dagur no se dio cuenta hasta mucho, mucho tiempo después. Había empezado con pequeños gemidos por parte de Ingerman al momento de la intimidad.

Dagur no los había notado. Los insultos se convirtieron en jadeos y gemidos, en ruegos de más, en sollozos de placer, en dulce tibia piel restregándose con la propia. Y el, sumido en su propio placer no lo notó hasta la noche en la que el Hooligan se había acurrucado a su lado y había dejado un beso en su pecho.

—Descansa—había susurrado.

—Duerme bien—la segunda vez.

—Te quiero—la quinta o la sexta, y se repitió hasta que...

—Yo igual—susurro Dagur, pensando en que tal vez el vikingo no lo había escuchado.

Pero la sonrisa del Hooligan a la mañana siguiente lo había delatado. Y Dagur no había podido evitar devolvérsela. Ese día y todos los días.

Luego llegaron los besos, primero a escondidas, luego frente a todos. El manoseo, los gemidos y los gruñidos por tener que separarse. Las veladas en todos lados y a todo momento, las risas y las conversaciones civilizadas.

Fishlegs cocinándole, haciéndole pequeños pero tiernos regalos. Y lo mejor de todo, su actitud, aunque un poco más flexible y menos temidos, no había cambiado. Seguía siendo tan despiadado como antes de caer fuerte y duro por el Hooligan.

—Te amo—eran los susurros por parte de su vikingo, y el simplemente le regalaba una pequeña sonrisa. Y un ardiente beso y otra sesión de gemidos y gritos.

Porque tal vez Fishlegs no era, ni remotamente, el epitome de vikingo, pero su fiereza en la batalla lo conquistó. Por supuesto, nunca se lo diría. No se esperaba caer enamorado del 'sacrificio' de los Hooligan por la paz, pero lo hizo, esa es otra cosa que no pretende decirle, nunca si es posible. Pero mientras permanezca a su lado, eso es lo de menos.

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