Cómo le conocí.
Primer día de las vacaciones de verano.
Mis padres nos habían mandado a mi hermana pequeña y a mí a casa de mis abuelos, en la playa, en la zona sur del país. Tenían una pequeña casa en la montaña, no demasiado lejos del pueblo, ni tampoco de la playa, y no hacía tanto calor como se podría imaginar debido al tiempo que era, más bien todo lo contrario, en las habitaciones se estaba muy a gusto, teniendo, claro está, que usar un ventilador de vez en cuando.
Mi hermana estaba encantada de que hubiéramos venido al pueblo, ella tenía cantidad de amigas con las que estaba deseando verse para poder jugar y contarse sus cosas. No era mi caso. Todos mis colegas ese año habían decidido viajar a otro país, a saber por qué razón, y no iba a poder verlos. No era agradable para un chico de 22 años estar solo en su pueblo, y tener que verse obligado a pasar la mayor parte del tiempo en compañía de gente mayor porque de su edad no había nadie. Ese era el motivo por el que se me veía tan apático, al menos era lo que me había contado mi abuela. Dejé mi mochila en mi habitación y corrí las puertas de la terraza para que entrase un poco el aire y la luz en esta. Suspiré hondo. Frente a mí se extendía el mar de Japón, tan azul y tranquilo como lo recordaba años atrás. La verdad es que llevaba sin ir al pueblo bastante, quizás desde que era un crío. Me senté en el borde de la terraza, dejando mis pies colgar sobre el pequeño jardín trasero que tenía la casa, y acerqué mi mochila a mí para poder sacar de esta un cuaderno, me coloqué los cascos, y encendí el teléfono para poner alguna de las bases que había compuesto en casa. Ese ambiente tan relajado, tan tranquilo, sin todo el alboroto de la gran ciudad, siempre me ayudaba a la hora de componer. Era una de mis aficiones, el rap era parte de mi vida, no podía salir de casa sin mi cuaderno, ahí apuntaba siempre todo lo que se me podía ir ocurriendo, daba igual el momento que fuera, o dónde estuviera.
ㅡ ¡Oppa! ㅡ La voz de mi hermana me hizo salir de la ensoñación en la que me hallaba sumido, y fue entonces cuando me di cuenta de que habían pasado al menos dos horas desde que había empezado con aquello.
ㅡ ¿Qué ocurre, pequeña?
ㅡ Voy a bajar a la playa un rato, he quedado con mis amigas. ¿Quieres venirte? Te hará bien despejarte un poco. Puedes jugar con nosotras si quieres.
ㅡ ¿Qué interés voy a tener yo en ir con unas crías como vosotras? ㅡ Me eché a reír, y mientras hacía ese comentario, le revolví el pelo, a sabiendas lo mucho que le molestaba ese gesto. Su reacción de histeria propia de la niña que aún era no se hizo esperar, y ello me provocó una risa aún más fuerte, con sus consecuentes golpes. Enfadada, salió de mi habitación bufando, como si de un gato se tratara, mientras yo seguía riendo a mandíbula batiente a su costa. Fue después de unos instantes cuando me di cuenta de que no debía dejarla ir sola a la playa. Mi cometido como su hermano mayor, además de reírme y jugar con ella, era protegerla, ser su guardaespaldas, de ahí que cogiera lo primero que pillé de la maleta y saliese pitando tras ella.
Ya que le había dicho que no iría con ella, procuré mantener la distancia entre ella y yo, de tal forma que no notase que la estaba siguiendo, aunque solo estábamos los dos caminando por esa calle. Parecía la típica escena de drama. Ella andaba sin preocupación cuesta abajo hacia la playa, mientras que yo iba por detrás, a un par de metros, de puntillas, temiendo que me escuchara, y siempre atento por si se daba la vuelta, momento en el cual corría para esconderme tras un arbusto o una farola, lo primero que tuviese cerca. De todas formas, mi hermana era demasiado lista, se daría cuenta enseguida de que estaba allí, sobre todo por mi pelo, se veía claramente que era yo. Nadie más en aquel pueblo podía llevar el pelo de esa forma, tan azulado, como el color del cielo en una mañana despejada, como el color del mar Caribe. Con ese pensamiento en mente, continué con mi misión de espionaje hasta que finalmente llegamos al paseo marítimo. Para mi sorpresa, mi hermana no se había dado cuenta de que estaba allí, o estaba fingiendo demasiado bien que no me había visto, pero no le di más importancia, sobre todo en cuando la vi reunirse con sus amigas, después de estar todo un año sin verse. Al menos ya estaba a salvo.
Observé cómo el grupo de niñas se alejaba de mi posición charlando animadamente, y yo tomé asiento en la barandilla del paseo, mirando directamente en dirección a la ancha y larga playa que se extendía a mis pies, de blanca arena. Cerré por unos momentos los ojos, con una sonrisa en la cara, provocada por la suave brisa salada proveniente del mar, el ruido de las olas rompiendo en la arena y el calor de los rayos del sol chocando directamente contra mi piel. Era un calor diferente al que podrías recibir en la ciudad, era más tranquilo y más relajante. Estaba en medio de un nuevo momento de paz cuando mi hermana volvió a sacarme de este de nuevo. Pero esta vez fue un grito suyo el que me despertó. Del susto, casi caí de cara contra la arena bajo mis pies, pero por suerte, tan solo fueron mis rodillas y las manos las que tocaron el suelo, pero no tuve tiempo de comprobar si me había hecho algo o no, pues ya estaba corriendo en la dirección de la que provenía el grito de mi hermana, llamándola, ansioso y preocupado por si había ocurrido algo grave.
Cuando llegué donde estaba ella, resoplé, bastante decepcionado con lo que encontré. No había pasado nada, al menos en lo que a accidentes se refiere, porque sí que era malo lo que mis ojos contemplaban. Tanto ella como sus amigas se había reunido alrededor de un grupito de chicos que tenían toda la pinta de ser surfistas. Eran cuatro: Todos eran bastante altos; el que se situaba más a la izquierda, según lo miraba de frente, era más bajito que yo, de pelo castaño oscuro, sonrisa brillante y una ancha nariz que lo caracterizaba. Llevaba el mono de neopreno abrochado hasta arriba, pero no por ello se escondía su buena figura. El segundo, situado a su derecha, era el más alto de los cuatro, tenía el pelo rapado por los laterales de un tono rojizo que, debido a que estaba mojado, parecía más oscuro de lo que seguramente sería. Su sonrisa era ancha e inocente, al igual que el aura que desprendía. Su mono estaba suelto hasta la altura de la cadera, dejando que las mangas colgaran, rozando peligrosamente la arena, pero sin llegar a mancharse, dejando al descubierto su trabajado cuerpo, motivo por el cual seguramente atraía todas las miradas de las chicas de la playa (y de más de un chico). A su lado, siguiendo el orden, estaba un chico delgado, de tez blanca, casi parecía estar muerto de lo pálido que era, ligeramente más bajito que el chico de su izquierda, y con pelo también rojo oscuro. Su rasgo más característico, a mi parecer, era ese semblante serio que tenía, y que no parecía inmutarse con nada. Aunque su mirada decía todo lo contrario que su rostro, en ella se podía ver que estaba animado con la conversación que sus compañeros y las chicas estaban manteniendo. El último de los guapos chicos era el más bajito de los cuatro, había una clara diferencia entre ellos, lo que resultaba bastante curioso y tierno al mismo tiempo. Tenía el pelo castaño claro, y una ancha y dulce sonrisa que era capaz de hacer suspirar hasta a la muchacha más dura de corazón. Al igual que el segundo chico, llevaba el mono desabrochado hasta el hueso de la cadera, dejando visible el mejor de los cuatro cuerpos. Si tuviese que elegir algo característico del chico, sería que cuando sonreía, en sus mejillas se formaban dos sendos hoyuelos. Ese fue el detalle que me hizo explotar y acercarme al grupo de chicos.
En un par de zancadas ya me encontraba entre mi hermana, sus amigas y los surfistas, que se me quedaron mirando con cara de sorpresa y desconcierto.
ㅡ Hongbin, ¿no te dije que no podías acercarte a mi hermana? ㅡ A pesar de que mis palabras podían sonar amenazantes, nada más decirlas, por mucho que traté de mantener una expresión seria, terminé riendo y tirándome encima del contrario, dándole un fuerte abrazo. El chico, durante unos instantes, se quedó quieto, sin saber qué hacer, bloqueado por la sorpresa, pero terminó por corresponder mi abrazo, dándome una serie de cariñosos golpes (algunos más fuertes que otros) en la espalda, en señal de amistad.
ㅡ ¿Es tu hermana? Vaya... Parece que toda la guapura se la llevó ella, porque lo que a ti respecta... ㅡ El golpe no se hizo esperar, y tampoco la risa en respuesta del contrario.
A pesar de que habían pasado ya varios años desde que lo había visto, había cambiado muchísimo. Al verle sonreír de esa forma tan común suya no podía evitar recordar todos esos veranos que pasamos juntos cuando éramos unos críos. Hongbin me presentó a sus compañeros. Eran todos de edades diferentes, el mayor de todos, el "cara de poker" como mi hermana empezó a llamarlo, era Taekwoon, seguido de Jaehwan, el de la nariz, luego yo, Hongbin, y en último lugar, el más alto, Sanghyuk, que acabó siendo apodado el bebé dinosaurio. También me explicó que su hobbie desde hacía un par de años había sido el surf, detalle que yo desconocía, pero teniendo en cuenta que habían pasado tantos años, era normal que para mí ese chico fuera ahora un completo desconocido. A pesar de que habíamos sido los mejores amigos, y lo seguíamos siendo yo, estoico y cabezota como era, seguía manteniendo mi posición de guardián, siendo un muro intraspasable entre mi hermana y el grupo de guapos surfistas, lo que causaba los gritos y las continuas quejas de las chicas, que me golpeaban y empujaban para que me moviese.
Continué hablando con mi amigo, sabiendo más de su vida, de todo lo que había estado haciendo todos esos años, hasta que Taekwoon se acercó a él y le susurró algo al oído, que hizo que el menor rápidamente se diese la vuelta sobre sí mismo y corriese a por su tabla de surf, no sin antes despedirse de mí y hacerme la promesa de que volveríamos a vernos para tomar algo y contarnos la vida. No sólo fue Hongbin el que salió corriendo, sino también los otros tres, siendo Jaehwan el último en hacerlo, pues estaba demasiado ocupado hablando aún con las chicas, y creando entre ellas un sentimiento de agitación cercano al fanatismo que me estaba asustando bastante. ¿Era capaz de eso un simple chico con tan solo una sonrisa? Y si era así, ¿por qué yo no podía? Cantidad de preguntas se paseaban por mi cabeza, pero todas quedaron apartadas a un lado en cuanto vi cuál era el destino final de la carrera de los chicos.
En la orilla había parado un chico de mi misma estatura, o al menos eso parecía, pues al estar lejos de mí, no estaba tan seguro. Su piel era morena, seguramente producto de largas horas expuesto al sol. Tenía toda la pinta de ser un profesional del surf, por la pose que tenía, por la forma de agarrar y sujetar la tabla, por esa manera de analizar las olas del mar, como si estuviese calculando lo que tenía que hacer y cuánto tiempo tenía que esperar hasta que llegase la ola perfecta. Su pelo era de un tono azul oscuro, como el del fondo del mar, haciendo juego con el conjunto de neopreno que llevaba, al igual que Hongbin, desabrochado y colgando. No pude evitar que mis ojos se pasearan por su ancha espalda, perlada de gotas de agua salada. Cuando me quise dar cuenta, mientras lo miraba, me estaba relamiendo, lo que me hizo carraspear al ser consciente. Como si me hubiese notado mirarlo, el chico desconocido, giró la cabeza en mi dirección, y a pesar de la distancia, pude notar sus ojos clavarse en los míos, algo que provocó que mi corazón diese un vuelco y empezase a latir lo más rápido que lo había notado yo latir. En verdad no era la primera vez que me sentía ansioso frente a alguien, pero sí que lo era estando en presencia de un chico, que ni siquiera tenía en frente, sino que estaba a varios metros de distancia.
Tuve que apartar la vista y clavarla en la caliente arena en la que escondían mis pies, y pensé que, si pasaban unos instantes, ya habría dejado de mirarme, pero me sorprendió que, cuando hube esperado lo que consideré oportuno, ese misterioso chico de pelo azul oscuro seguía mirándome, como si no hubiese pasado nada, y esa vez de una manera más profunda que al principio. Tragué saliva, nervioso, sin ser capaz de apartar la mirada esa vez, como si sus dos ojos fuesen dos fuertes imanes. Sólo dejó de mirarme cuando Hongbin reclamó su atención y los cinco juntos entraron al agua para coger las olas que crecían. En ese momento pude respirar tranquilo, pero aún así no podía dejar de mirarlo. Era, con diferencia, el mejor de los cinco. Aunque no tuviera ni idea de surf, era algo que saltaba a la vista solo con verlos.
ㅡ Eh, Gremling...ㅡ Estaba claro que me refería a mi hermana. Podía a veces llamarla de las formas más cariñosas y pastelosas del mundo, y cambiar al segundo siguiente, llamándola con palabras totalmente contrarias. Ante esa segunda forma, ella siempre reaccionaba frunciendo el ceño y dándome una patada, que yo siempre esquivaba debido a tantos años viviendo juntos. ㅡ ¿Quién es ese chico? El moreno de pelo azul.
ㅡ Oh... ¿También te has fijado en él? Es Hakyeon... Es el profesor de surf de oppa. ㅡ Giré la cabeza tan rápido cuando la escuché decir aquella palabra, que no habría sido de extrañar que me hubiese provocado una lesión o algo peor. Mi hermana ya era mayor de edad, pero aún así no iba a dejar de ser mi pequeña princesita, esa bolita que un día llegó a mi vida y la puso patas arriba. Por eso aún me costaba la vida verla ligar con chicos.
Por otra parte, en esos momentos no podía pararme a pensar en cuidar y preservar la virtud de mi hermana, había otra cosa que ocupaba mi mente. "Así que... Hakyeon" me dije a mí mismo mientras observaba con detenimiento al chico surcar las olas como quien va caminando por la calle. Cada pirueta que hacía, cada giro, esa forma de mantenerse sobre la tabla sin caerse durante largos minutos, sin que cualquier ola lo perturbase, era como el rey del mar.
ㅡ Wonsik... ¿Te encuentras bien? ㅡ La capacidad que tenía mi hermana pequeña para saber los momentos justos en los que debía hablarme era asombrosa. ㅡ Te noto un poco ido desde que hemos llegado... ¿Estás enfermo? ¿Debería llamar a la abuela? Ve a casa y descansa un poco...
ㅡ Oh... No te preocupes, peque. Estoy bien. Será cosa del viaje. Sabes que esto está muy lejos de casa y que a oppa no le hace bien dormir en el tren. ㅡ La verdad es que necesito descansar, sí... Te avisaré cuando esté la cena lista, ¿mh? Y vosotras...ㅡ Con esas palabras me dirigí directamente a sus amigas, que me miraban con una mezcla de temor y curiosidad, queriendo saber qué era lo que las iba a decir. ㅡ Cuidad bien de ella, que no se acerque a ningún tipo raro, y si pasa algo, avisadme rápidamente.
Tras eso, me despedí de la cuadrilla, y cuando me di la vuelta hacia el mar, me sorprendí a mí mismo buscándolo con la mirada. Pero ya no estaba. Me golpeé un par de veces en un lateral de la cabeza, como si eso me hiciese entrar en razón, y refunfuñando algunas palabras, regañándome a mí mismo, regresé a la casa de mis abuelos por la cuesta.
Mientras, en mi cabeza, su nombre seguía resonando.
Yo no me daba cuenta, pero ahí estaba.
Hakyeon...
Hakyeon...
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