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the secret garden.

Su segunda cita fue un excito. Al igual que la tercera, y la cuarta, y la quinta.

Y de pronto Yeonjun olvidó el principio de todo, el por qué estaba llevando a Beomgyu a todos esos lugares maravillosos y llenos de magia. Empezó a cuestionarse por qué le empezaban a gustar tanto como a él, y eso lo distrajo del que se suponía era su plan inicial.

Tuvieron una ajetreada semana llena de exámenes y estudios en los que los dos tomaron un poco de distancia y no conversaron. Porque no tenían el tiempo para ir al jardín de la universidad, y porque Beomgyu no tenía un celular al que Yeonjun pudiera llamar o enviar un mensaje.

Aunque le pusiera ansioso, Yeonjun admitía que le gustaba el desinterés de Beomgyu por la tecnología. Apático a lo que a muchos les interesa, centrado en lo verdaderamente valioso que había a su alrededor.

Tuvieron que aguardar cinco días enteros para poder verse de nuevo.

Para su sexta cita, Yeonjun decidió llevarlo a un invernadero. El único de la ciudad, que era gratis y aún así tenía muy pocos visitantes.

A la salida del viernes, ambos se encontraron en la entrada de la universidad con caras agotadas y se tomaron de la mano, siendo esta la primera vez en todo el tiempo que llevaban "saliendo" en que el resto de alumnos los vio juntos.

Ellos a penas escucharon la palabrería, simplemente se marcharon a su cita con sus manos entrelazadas. Una costumbre que agarraron después de que Yeonjun se resbalara tratando de escalar una montaña en su cita numero tres y Beomgyu tuvo que sostenerlo.

Sobra decir que en todo el camino a la cima no se soltaron. Ni en el descenso, ni camino a la casa del menor, donde Yeonjun lo despidió y Beomgyu le dio un beso de despedida en la mejilla.

Se sentía muy bien estar de esa forma, Yeonjun ya podía aceptarlo. Se sintió bien cada vez que Beomgyu le sonrió y agradeció cualquier pequeña cosa. O simplemente cada vez que extendió sus brazos al mundo y cerró sus ojos para escuchar a la naturaleza.

Yeonjun empezó a imitarlo desde su cita numero cuatro, cuando fueron a la playa a ver un atardecer y Beomgyu metió sus pies descalzos en la orilla del mar.

Yeonjun se quitó los suyos y se unió a él en silencio, escuchando cómo las olas chocaban y se desvanecían volviéndose espuma. Observando como en el horizonte el naranja del cielo contrastaba con el azul oscuro del mar, hasta que el sol se ocultaba y ese azul era igualado de principio a fin. Se volvían uno solo, reflejado en el otro.

Algo así empezaba a sentir —o llevaba tiempo sintiendo— Yeonjun por Beomgyu.

Sentía que cada vez que estaban juntos sus mundos tan diferentes se mezclaban tanto, que ya podía saber lo que él pensaba sin tener que esforzarse. Podía ver lo que él veía, sentir como él sentía.

Y era fantástico, sentirse despierto después de pasar tanto tiempo dormido.

—¿El invernadero cierra a las siete? —le preguntó el castaño, sacándolo de su remolino de recuerdos y devolviéndolo a la realidad.

Que no dejaba de ser tan bella como sus fantasías.

—Sí —afirmó.

—Van a ser las seis —alzó su mirada al cielo. Porque así es como Beomgyu comprobaba la hora; con la posición del sol.

—No te preocupes, no necesitamos tanto tiempo.

—P-pero —Beomgyu apretó su mano— yo quiero pasar más tiempo contigo.

Yeonjun le dio una caricia en la mejilla, para luego acomodar la espiga enredada en su cabello.

—Yo también —concordó— después podemos ir a otro lado si quieres.

Beomgyu asintió ilusionado y siguieron su camino a pie. Porque Beomgyu jamas usaba el metro o el auto de sus padres, o siquiera una bicicleta. Lo último no porque no quisiera, sino porque no tenía una.

Y obviamente Yeonjun anotó regalarle una en su cumpleaños.

Joder, es que ya ansiaba por esa fecha. Quería acaparar a Beomgyu ese día y festejar que esa persona especial, extraña, y verdadera, estuviera un año más en el mundo, volviéndolo un mejor lugar. A la vez que volvía de su vida un paraíso inimaginable.

Yeonjun se había enamorado del niño raro, sí, y no le importaba en lo absoluto que fuera un poco una locura. Empezaba a amar esas sensaciones cálidas en su corazón que remplazaban como un tornado sus viejas creencias de que todo en la vida debe disfrutarse a lo bestia, sin de verdad disfrutarlo, porque eso no era cierto.

Comprendió, sin necesidad de acostarse con Beomgyu de nuevo, que haberse emborrachado y olvidado su primer encuentro, había sido un error.

Un error que no volvería a cometer.

Aprender tanto en tan poco tiempo, en unas semanas, le estaba sentando bien.

Al llegar al invernadero un señor les abrió las puertas de cristal y les dijo las reglas del lugar.

—No se les permite arrancar ninguna planta, al final de la jornada podrán obtener un ramo de cortesía. De resto, pueden mirar y tomar las fotos que quieran.

Beomgyu asintió con mucho entusiasmo a las palabras del agradable señor y corrió jalando a Yeonjun adentro.

Todo parecía un cuento de hadas propio de Beomgyu. La luz daba en todas direcciones, haciendo que todas las flores brillaran y se destacaran, incluso las más pequeñas.

El cristal rodeándolos las protegía de cualquier peligro. No del sol ni la lluvia, sino del humo, del egoísmo, de la soberbia y de la crueldad. De aquellas enfermades del alma que los humanos no deberían pegarle a seres tan puros como ellas.

Ese discurso, claramente, fue recitado por Beomgyu mientras se paseaban por todo el recinto. El menor no supo si rompió las reglas acariciándolas cuidadosamente cada cuanto, y le hizo a Yeonjun un ademán para que guardara el secreto.

Durante un momento, Yeonjun dejó a Beomgyu a solas con una planta colorida y con forma del pico de un ave. Pero fueron solo unos minutos. Para cuando Beomgyu dejó de cuestionarse las mil y un maneras en las que la naturaleza representaba la belleza, Yeonjun estaba volviendo a tomarle de la mano.

—Quedan diez minutos para el cierre —informó al castaño—. ¿Me dejas tomarte una foto?

Beomgyu fruncio su boca.

—Sabes lo que opino al respecto.

—Lo sé, es como violar el momento.

—Más como arrancar una flor porque es bonita —pasó a explicar con sentimiento—. Con el tiempo perderá su belleza, y te arrepentirás de no haberla apreciado cuando estaba viva.

Yeonjun ya lo sabía, incluso ya llegaba a sentir pena por las flores siendo arrancadas.

Pero todavía quería una foto de Beomgyu.

—Lo sé, cariño. Pero piensa en lo feliz que voy a ser por las noches viendo esa foto —quiso explicar sus razones—. ¿Me dejas?

Y Beomgyu no pudo seguir poniendo excusas cuando Yeonjun se lo pedía con tanta devoción. Con tanto amor en sus ojos.

Porque Beomgyu lo sabía.

Y no solo eso. Beomgyu lo sentía también.

Aceptó, dejando que Yeonjun lo colocara frente a un arbusto de puras hojas verdes.

—¿Debo sonreír?

—Puedes hacer lo que quieras —dijo alejándose un poco y abriendo la aplicación de cámara en su celular—. Solo quería tu permiso.

Beomgyu hizo su pose favorita; extendió sus brazos al mundo y cerró sus ojos.

Y justo en ese momento el techó del invernadero se abrió. La lluvia que había empezado afuera empezó a caer sobre las plantas, a la vez que sobre el cuerpo de Beomgyu, mojando su cara y haciéndolo sonreír feliz.

Yeonjun tomó la foto, capturando el momento sin necesidad de "arrancarlo", porque Beomgyu lo estaba viviendo al 100% sin darse cuenta.

Guardó su celular para que no se mojara y extendió sus brazos también. Fueron los únicos en quedarse, mientras el resto de personas corrieron a cubrirse de la lluvia.

El agua regó a las plantas de manera natural, y ellos también fueron purificados de manera simbólica, tomando sus manos y saltando sobre las charcos como dos pequeños niños.

Así, dando saltitos y riendo, llegaron a la entrada.

—Esto es para ustedes —el señor de la entrada les entregó su ramo de regalo.

Beomgyu jadeo por la sorpresa.

—¡Son...!

Yeo njun se apresuró a nombrar—: Margaritas, girasoles y nomeolvides.

—¡Sí!

Beomgyu abrazó el ramo y revisó cada una, asegurándose de que esas flores podían ser trasplantadas y no tendrían por qué morir, ya que llevaban un pedacito del tallo.

—Las margaritas y los nomeolvides son mis favoritas —musitó mirando a Yeonjun con brillo en sus ojos— y los girasoles son hermosos, pero ¿por qué?

Yeonjun estaba esperando que preguntara.

—Son las flores del sol —expuso— para mi, tu eres como el sol. Sin ti las flores se marchitan, sin ti no hay día, y sin ti no se forma un arcoiris después de las lluvias como esta —con cuidado tomó el girasol más pequeño del ramo y lo colocó detrás de la oreja de Beomgyu que portaba la ramita de trigo—. Tu eres el sol que da luz y calor a mi vida, Beom.

Con las lágrimas arremolinándose en sus ojos, Beomgyu saltó y rodeó a Yeonjun con sus brazos, aplastando el ramo entre sus cuerpos y uniéndolos en un beso.

Mientras llovía gris y los demás transeúntes corrían a esconderse de la belleza del mundo, ellos dos se fundían con él.

Porque aunque Beomgyu no se hubiera dado cuenta, Yeonjun se había quitado los zapatos antes de entrar al invernadero.

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Si alguien está leyendo esto...

PERDÓN POR NO ACTUALIZAR ;W;

Y también perdón si hay algún error, no está corregido el cap, pero me dije "ya bAsta publica esa vAina"

y bueno

Les amo <3

perd0n otra vez ay


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