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Sexto día.

Mirrey está sentado en el sofá de la sala, se ve muy tranquilo y Teo no puede soportar verlo. También le importa lo que suceda con Efer, es una tortura ver cómo el tiempo se agota sin poder hacer nada al respecto.

 —¡Hey tú! —lo llama y de una patada voltea el mueble con todo y león —Queda un día, si de verdad quieres a Efer harías algo para detenerla.

—Ese oso idiota —gruñe mientras se levanta del suelo—. Estás buscando que te dé una paliza, ¿así te tranquilizarás?

—Ya, veremos quién le da la paliza a quien —lo desafía mientras le hace una seña con sus garras para que se acerque.

—¡No sabes quién soy, pardo! —exclama para luego saltar sobre él, sin embargo algo lo detiene, haciendo que golpee su rostro contra el suelo.

—Ustedes dos, basta —ordena Efer mientras sostiene la cola del león.

—¿A dónde vas? —pregunta Teo al verla caminar hacia la puerta.

—Ustedes dos tienen que resolver sus diferencias como adultos, ¿verdad Teo? —pregunta hacia el oso, quien baja la cabeza y pronuncia un "si" muy bajo—. No se preocupen, iré a caminar y volveré en unas horas.

Ambos la ven salir y el departamento se sumerge en un silencio incómodo. Mirrey se levanta y acomoda el sillón, entonces voltea hacia el otro para enseñarle sus colmillos.

—Efer ya no está para salvarte osito de peluche —comenta mientras prepara sus garras. 

—Olvídalo, no estoy enojado contigo sino con la situación. No puedo creer que sólo viviera con ella por un par de días y luego... todo debe terminar —murmura el grisly para luego golpear el suelo con todas sus fuerzas.

—Eres muy maduro para tu edad. Pero... ¿Por qué ese interés en Efer? —cuestiona el león, ya más tranquilo.

—Ahora que puedo la protegeré, no perderé a nadie más.

—¿A quienes perdiste? 

—Mis padres... era muy pequeño y me protegieron de un incendio —responde al cambiar su tono a uno más serio—. Desde entonces estaba solo hasta que un meteorito destrozó mi cabaña. Efer lo cambió todo, no temblaba al estar cerca de mí, no tenía miedo de acercarse a pesar de ser pequeña y jamás me trató como un monstruo. Una criatura así no debería morir.

—Ya llegamos —le dice la gran tortuga que la trajo en taxi. 

—Gracias por el viaje —responde y le entrega unos billetes. Antes de bajarse del auto él le dice que tenga mucho cuidado, irá a la playa y allí se han reportado ataques de orcas a los bañistas, como si el ataque frecuente de los tiburones no fuera suficiente.

Efer le agradece por la advertencia mientras camina hacia la playa. Sus pies se hunden un poco en la arena al mismo tiempo que la brisa fresca del océano hace bailar los mechones sueltos de su cabello. 

Ella da una profunda respiración para llenar sus pulmones con el aire puro, mientras más se acerca a la costa consigue distinguir pequeñas caracolas entre la fina arena. Sus colores blancos o cremas las hacen resaltar.

—Me llevaré esta —murmura la tomar la primera que encuentra—. No, mejor esta —dice al tomar una más grande, aunque en poco tiempo nota que ha juntando más de 10 caracolas de diferentes tamaños. Lo que al principio le pareció una tarea fácil, ahora le resulta bastante complicado ya que no puede decidir qué caracola tomar.

Todas se ven diferentes pero... Al estar estar observándolas con más detalle encuentra que todas son el mismo tono. 

Efer deja esas caracolas para seguir buscando, es entonces, luego de una larga caminata que logra ver algo que llama su atención. Esta caracola es pequeña, aunque tiene un bonito color, diferente al de las demás. 

Ya satisfecha con su descubrimiento regresa a casa, donde encuentra a ambos machos midiendo sus fuerzas. Ellos sostienen sus patas y el primero que venza ganará en la pulseada. Al menos ya no se están peleando, piensa al cerrar la puerta.

—¡Efer! —exclama el felino al verla y corre a su encuentro. Él la derriba, terminando ambos sobre la alfombra—. Hueles a sal y tus zapatos están húmedos, ¿fuiste a la playa?  

—Basta, invades su espacio personal. —Teo lo aparta de un rápido movimiento para luego poner a la chica de pie.

—Siempre hacemos esto —habla al fruncir el ceño. Efer roda los ojos al verlos discutir de nuevo, luego se quita los zapatos mojados y siente la suavidad de la alfombra bajo sus pies.

—Mirrey, tengo algo para ti —murmura cuando se acerca, su mano derecha hecha un puño.

—¿P-Para mí? —Ella toma su pata derecha para entregarle la caracola, esta es mediana y de un bello color azul—. Entonces fuiste a buscar esto —comenta al recibirla.

—Te gusta el mar y las caracolas vienen de allí, además el color es parecido a las profundidades del océano —le explica teniendo una sonrisa en su rostro. El felino la rodea con sus brazos y comienza a ronronear, al mismo tiempo que ella lo acaricia. 

—Me gusta mucho, gracias —susurra mientras frota su cabeza contra la de ella.

—No pelees con Teo —le pide, entonces detiene sus manos—. No volveré a tocarte si no prometes llevarte bien con él.

—Ya nos llevamos bien, por favor continúa —suplica al colocar esa pequeña mano sobre su cabeza.

—¿En serio?

—Él me contó lo que sucedió con sus padres y yo le comenté qué pasó con los míos —responde Teo al desviar la mirada—. A pesar de todo lo que hiciste por nosotros, todavía no entiendes porqué nos oponemos a tu decisión.

—Se dejan llevar por sentimientos, los eligen por sobre el razonamiento. Deberían preocuparse por la Tierra y por lo suyos —Efer ya no tiene más que decir y deja la sala para ir a buscar algo de comer.

Teo y Mirrey de nuevo se quedan en silencio, más debilitados que antes. El felino baja la mirada para observar la caracola. Por su parte el oso gruñe por lo bajo mientras rasga las paredes en busca de aliviar su frustración.

—Es tan terca, cabeza dura.

—Si, lo es —murmura para luego palmear su hombro—. No te preocupes, ella trata de dejar buenos recuerdos.

—Yo no puedo aceptarlo. No puedo —balbucea Teo para luego quebrarse y llorar.

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