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4

Un nuevo día comienza para Teodoro, como todas las mañanas despierta muy temprano para ir a cortar leña. Su cabaña se encuentra alejada del pueblo que vive en la montaña, aunque de vez en cuando baja con su jeep para venderle leña a sus vecinos.

—Su pedido señor. —Él deja en la entrada una montón de troncos cortados y envueltos con una bolsa grande de plástico por las astillas. En eso una joven alce abre la puerta lentamente, no disimula para nada el miedo que siente, hasta su mano comienza a temblar al momento de darle su paga.

—Gracias.

—No es nada, ¿dónde está el señor alce? —pregunta curioso y trata de ver dentro de la casa.

—¡Está enfermo, adiós! —Ella cierra con fuerza la puerta en su cara, golpeando la gran nariz de Teodoro.

—Que falta de respeto —murmura él mientras soba su rostro.

—Lo siento Teo —se disculpa el viejo alce mientras asoma su cabeza por la ventana—. Ella es mi sobrina, no ve muchos carnívoros en la ciudad donde vive.

—Pensé qué le había pasado algo, ¿cómo se siente? —Teo se acerca a él rápidamente.

—Sólo son mis articulaciones y la edad —contesta el mayor—. Bueno, muchas gracias por la leña.

—No es nada. —Él se despide y se propone a regresar al trabajo, así hace todas sus entregas y con el dinero va a la gran tienda del pueblo. Allí es atendido por Dan, un mapache amigo de su padre.

—Hey Teo, ¿lo mismo de siempre?

—Lo mismo —responde y espera en la caja a que Dan regrese. Mientras tanto ve unas revistar a su derecha y comienza a hojear unas cuantas, si el mapache lo viera le diría que su tienda no es biblioteca.

El joven oso nota unas miradas sobre él que lo incomodan, entonces levanta la vista y ve a una pareja de ciervos. Ella toma con fuerza el brazo de él, mientras este lo mantiene vigilado, listo para defenderse con su cornamentas. Por su parte Teo sólo roda los ojos y regresa las revistas a su lugar. Hay muchas caras nuevas, pensó.

—Listo. Brotes, bayas y un gran tarro de miel —comenta Dan mientras guarda cada cosa dentro dentro de unas bolsas de papel extra grandes—. ¿Algo más?

—No, es todo. —Él toma sus compras y deja la tienda, sin saber que la pareja está hablando de él a sus espaldas con el mapache.

—¿De dónde salió ese carnívoro? Debemos avisar a alguien, puede ser peligroso.

—¿Peligroso? ¿Teo? No, no —responde Dan mientras ríe.

—¿Lo conoces?

—Él vive más arriba, vende leña, compra en mi tienda, luego vuelve a subir y regresa semanas después. Es así desde... que perdió a sus padres en un incendio.

—Otro día productivo —comenta Teo mientras arroja unos troncos dentro de su chimenea. Enciende la televisión luego de sentarse en su sillón y busca algo interesante que ver. A su lado tiene pan tostado con mucha miel para comer y no podría pedir algo más.

—Conejitas, que asco —murmura al ver una película para adultos protagonizada por éstas—. Son muy pequeñas y raquíticas, necesito más cuerpo —agrega y continúa apretando el botón hasta encontrarse con otra de esas películas y lleva por título "Ositas leñadoras se divierten en el bosque".

La noche cae rápidamente y Teo se quedó dormido en el sillón, sin embargo una fuerte sacudida lo despierta. Con un solo ojo abierto toma su abrigo y sale de la cabaña con una linterna para ver de qué se trata.

—Tal vez sea un desprendimiento de la montaña o la caída de un gran árbol —se dice antes de soltar un gran bostezo, sin embargo logra ver un resplandor en toda esa negrura nocturno—. Fuego.

Él corre rápidamente a la fuente el fuego, desesperado para sofocarlo antes de que se esparza, aunque al llegar se encuentra con un pequeño cráter y dentro del mismo se halla una roca del tamaño de su pata.

—Un meteorito —susurra ya más tranquilo porque logró apagar los pequeños focos de incendio que había alrededor del cráter.

Teo suspira y se da media vuelta para regresar a casa, sin embargo ve pasar una roca mucho más grande, la cual cae sobre la cabaña y lo lanza unos metros debido a la onda expansiva. Él tose y siente todo el cuerpo adolorido, aun así se incorpora y corre para tratar de salvar lo que pueda. Pero ya no hay nada que salvar, la roca destrozó su casa y el depósito de leña.

—¡Maldita roca! —aclama al tomar un pico, el mismo estaba en el depósito pero salió volando junto con otras herramientas. Con toda su furia y enojo comienza a golpear el meteorito, bastan con cinco de sus poderosos golpes para agrietarse y al sexto el pico termina quebrando completamente la roca. Un extraño aire gélido se libera en ese momento, apagando el fuego de su alrededor.

Teo retrocede cuando el meteorito comienza a caer en pedazos, entonces nota algo en su interior, una cápsula de un tono negro. Ésta se abre un momento después y ve salir a alguien, la criatura tiene cabello largo, un traje oscuro a medida y nada de pelo en su rostro.

—Genial, estos simios locos y sus viajes al espacio —murmura Teo mientras apoya el pico por su hombro—. ¡Hey, alguien debe pagar por mi cabaña! —exclama, llamando la atención de la viajera.

Ella fija su mira en él y se acerca lentamente, no con miedo, sino con curiosidad. La simio da unas vueltas a su alrededor, poniéndolo bastante incómodo.

—Escucha, no debe ser tu culpa sino de los idiotas que te pusieron en ese cohete. Necesito hablar con ellos para llegar a una solución a este problema —le explica con suma calma, porque es así como un adulto solucionaría las cosas, eso siempre le había dicho su padre.

—¿Qué problema? —pregunta luego de detenerse frente al joven oso.

—¡Mira mi casa, ya no está! —exclama al señalar las ruinas—. Ustedes se creen los dueños del mundo pero nosotros también vivimos en él.

—Te ayudaré a reparar tu hogar. —Ella toma unas tablas quemadas que estaban en el suelo y se acerca al cráter.

—¿Que? Mejor llama a tus superiores y que ellos lo arreglen.

—Estoy demasiado lejos para llamarlos, es imposible.

—Deja eso, lo haremos mañana cuando sea de día —Teo la detiene y suspira—. Más te vale despertar cuando el sol salga —murmura para luego caminar hacia el jeep. Es la única cosa que quedó intacta al tener el garaje retirado de la cabaña.

Él entra al auto y se acuesta en los asientos traseros mientras le ordena a la simio quedarse en el asiento del copiloto. Antes de dormir otra vez, le advierte que no trate de huir porque conoce el bosque tan bien como la palma de su pata y que la rastreará hasta encontrarla. Unos minutos después Teo ya se encuentra roncando mientras ella lo observa fijamente.

Luego de asegurarse que esté profundamente dormido, sale del jeep. El impacto parece no haber llamado la atención de nadie, es una buena noticia porque quiere evitarse muchos problemas. Con dar una mirada a su alrededor encuentra una gran hacha a metros del cráter y restos quemados.

Con los primeros rayos de luz acariciando la montaña, Teo abre los ojos de golpe y se levanta. Como temía, la simio se fue, pero puede olfatearla claramente.

—No vas a escapar —gruñe al tomar una posición cuadrúpeda y clavar sus garras en la tierra.

El joven oso comienza con la persecución mientras sigue el olor de su objetivo, sin embargo no pasa ni cinco minutos y logra encontrarla. La ve levantar su hacha y golpear un gran árbol, Teo se tranquiliza y sonríe para sí mismo porque es imposible que un animal tan débil pueda cortar un tronco de ese tamaño. Pero, en ese momento, el árbol cede y se precipita al suelo, creando un gran estruendo.

Teo queda con la boca abierta y se acerca lentamente a ella.

—¿Cómo hiciste eso?

—Modificaciones, más resistente, más veloz, más fuerte —contesta para luego levantar el hacha y caminar hacia otro árbol.

—¡Espera! —Él la detiene antes de que comience a cortarlo. Ahora nota que hay varios troncos a su alrededor, perfectamente cortados para comenzar a construir su nueva cabaña, sin mencionar que ha despejado una gran parte del bosque—. ¿Estuviste toda la noche haciendo esto?

—Debo ayudarte con tu hogar, ya dormí demasiado.

—Estás loca —él niega con la cabeza para luego sonreír—. Con estos troncos será suficiente, cuando acabemos regresaremos a plantar.

—¿Por qué?

—Debemos reponer los árboles que ocupamos, así lo hacemos los osos.

Una semana después...
—Luego de ayudarme con mi cabaña desapareció —Teo termina con su relato y mira a Dan, él y otro cliente cruzan miradas por un momento.

—¿Dices que conociste a una simio igual de fuerte que un oso o tal vez más? —cuestiona el viejo mapache para luego soltar una risa—. Seguro la falta de oxígeno de la montaña te está afectando.

—No, Efer es real.

—¿Quién?

—Así la llamé, su verdadero nombre es F2741. —En eso Teo es empujado por los otros clientes, quienes ya están impacientes por su demora.

—Mira, puedes quedarte en casa si quieres hasta que te sientas bien. Además podemos conseguirte una novia, una real.

—Gracias Dan, pero no —responde él al tomar sus compras. En el camino de regreso a casa se pregunta si realmente pasó lo que pasó, les preguntó a los del pueblo si vieron el meteorito pero nadie lo hizo ni tampoco vieron a una simio por los alrededores.

—No, todo pasó de verdad —murmura cuando detiene el jeep frente a su hogar. Sin duda esa no es la cabaña que levantaron sus padres hace años.

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