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Los caballos se encuentran en posiciones, listo para comenzar la carrera de 200 metros. En las gradas sus familiares los apoyan, aplaudiendo con sus cascos. Es un acto deportivo que realizan muy a menudo y otras criaturas se sienten atraídos por la adrenalina y las apuestas. Por ello una zorra se encuentra entre los presentes, aplaudiendo y alentando a una participante.
—¡Tú puedes chica, gana, gana!
—¿Otra vez tú? —pregunta el padre de la competidora. Ha visto un par de veces a la zorra y su comportamiento le resulta muy sospechoso.
—Pa, ella es Red, una amiga de Chara —interviene el hermano menor, haciendo que Red sonría.
—¿De dónde se conocen?
—Hacemos deporte juntas, la conocí mientras entrenaba en el parque —le explica. En eso la carrera comienza y los corredores salen disparados. Sus cascos se entierran en el suelo, creando una gran polvareda detrás de ellos.
—¡Y arrancan! Chara toma la delantera, ella ha tenido una muy buena racha las últimas carreras pero Eclipsa la sigue de cerca. Ambas están llegando a la meta y la ganadora es... ¡Eclipsa! Por unos centímetros, Eclipsa gana la carrera -anuncia una voz femenina por los altavoces, mientras pasan la repetición por las pantallas.
En ese momento Red quedó con la boca abierta y luego una rabia incontrolable la invade.
—¡Maldita yegua! ¡No ganaste por estar gorda! ¡¿Tienes idea de todo lo que me hiciste perder?! —Ya es demasiado tarde para cerrar el hocico y la familia de Chara terminan corriendo a la zorra del lugar.
Sin ningún centavo y con una prohibición de entrar de por vida, Red camina a casa. Los barrios bajos son sucios y su casa pequeña y deshecha combina muy bien con el ambiente. Ella suelta un suspiro al ver el refrigerador, sólo tiene una hoja de lechuga para comer y esto se debe a que apostó todo su dinero al creer que lo triplicaría con la victoria de Chara.
Su estómago ruge, entonces sale a las calles para buscar comida. Tal vez encuentre suculentos huesos que otro depredador a arrojado a la basura. Pero se detiene al ver una tienda al otro lado de la calle, la cual es atendida por una joven gallina.
—Buenas tarde, ¿qué va a querer? —la saluda la ave.
—Oh, yo sólo miraba... —responde vagamente mientras su mirada está fija en unos huevos dentro de una canasta. La tienda es una de hierbas y flores, golosinas perfectas para los herbívoros pero no para Red.
—¿Quieres? Vendo a diez cada uno —comenta la gallina.
—¡¿Que?! ¿Vendes a tus hijos? —dice sorprendida.
—No, estos son huevos comunes. Si no tengo acción no se fecundan y no nacen pollitos —le explica mientras acomoda un par de flores con su pata derecha, como la mayoría de las aves al tener alas debe tomar los objetos con sus patas o pico-. Los seguiré poniendo quiera o no y para no desperdiciarlos pensé en venderlos a las criaturas que se alimentan de huevos.
—Ah, entiendo.
—¿Cuántos vas a llevar? —insiste, haciendo que Red de unos pasos atrás.
—No gracias, tengo que irme —responde haciendo un ademán con las patas. Se siente incómoda y hambrienta, ya no puede estar cerca de esos huevos o la gallina sin salivar.
Mierda, gruñe bajo mientras sostiene su estómago. La noche cae sobre ella mientras está tendida en el césped del parque más cercano. Red intenta aplacar el hambre masticando el pasto pero su cuerpo necesita algo más.
Su mente traen los recientes recuerdos del encuentro con esa gallina, ella podría robar los huevos, pero su imaginación va mucho más allá. Piensa que unas sabrosas piernas de pollo la llenarían más que unos huevos.
—No, es una locura —niega mientras sacude su cabeza. Pero sus entrañas siguen rugiendo, doblegando su voluntad—. Estaba sola y puede que en la noche... mientras cierra la tienda... yo podría...
A las diez de la noche Pía da por terminada su jornada, ha vendido la canasta completa de este día y un par de ramos de flores. La primavera está cerca y los enamorados escogen compartir un delicioso ramo.
La joven ave acaba apagando todas las luces del local pero una figura oscura en la entrada llama su atención.
—Lo siento, ya está cerrado —dice en un tono amable, entonces su voz se quiebra cuando la toman del cuello.
—Lo sé —responde Red para luego sonreír. Ella está confiada de su fuerza y tamaño, pero nunca esperó recibir doloroso arañados en su rostro por parte de esa gallina. Fue obligada a soltarla mientras la sangre comenzó a brotar de las heridas, nublando su vista.
Pía comenzó a cacarear con todas sus fuerzas con la esperanza de que alguien la escuche. Pero antes de que salga a la calle Red la atrapa nuevamente, ahora tomándola de sus patas también.
—¡Cállate maldita! —grita fúrica y abre la boca para acabar con la gallina de un sólo mordisco en la cabeza.
—¡No, por favor!
—¡Suéltala! —unas voces detienen a Red y esta es derribada por dos lagartos grandes. Ellos resultan ser dos hermanos iguanas que oyeron los gritos de la ave.
—¡¿Ibas a comerte a Pía?!
—¡Suéltenme! —ella por más que luche y gruña, no puede quitarse de encima a los reptiles que la igualan en tamaño y peso.
—Estoy bien chicos, fue sólo un susto —habla Pía mientras acomoda sus plumas y se lamenta por las que perdió—. Los dejaré para que puedan-
—¡No, esperen! ¡Lo siento! —exclama la zorra. Está asustada y su respiración se acelera más y más al sentir las garras hundirse en su piel.
—Tú no te hubieras detenido —contesta la gallina al darle la espalda. Un corto silencio se instala en el lugar, Red mantiene sus ojos en Pía, buscando una pizca de compasión, sin embargo ella dirige sus palabras a los reptiles—. Continúen.
Pía sale de la tienda para tomar aire, su corazón poco a poco se va calmando y aprovecha esto para hacer una llamada. Del otro lado una voz grave se oye y ella le dice que ya consiguió mercancía nueva.
En veinte minutos una camioneta se estaciona frente a la tienda y de ella bajan dos coyotes. Uno de ellos saluda alegremente a Pía.
—Buenas noches Yoko —responde mientras él debe agacharse para estar a su altura.
—Aquí está tu paga, suficiente para comprar los mejores granos y gusanos que quieras —comenta, pero aleja el maletín antes de que Pía lo tome—. ¿Nadie sospechará?
—Por supuesto que no, quedó grabado en la cámaras que una zorra salvaje intentó asesinarme. Me salvé gracias a que unos vecinos me escucharon y sólo seguimos las reglas —habla y el coyote termina por entregarle su dinero.
—Un placer hacer negocios contigo —se despide una vez que las iguanas colocan una bolsa negra detrás de la camioneta.
—Lo mismo digo, no olvides darle su parte a Chara.
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