12
A pesar de ser una criatura fuerte, resistente y un monstruo a los ojos de uno de sus acompañantes, su cuerpo no tiene nada que hacer contra una infección causada por las heridas de su brazo.
La fiebre la hace delirar y trata de mantenerse consciente. En ese momento ve como un grupo de hormigas sobre un pan, su comida.
—Eh, ustedes. Eso es mío, pueden comer hojas, yo no —les dice al sentarse. Las hormigas la ignoran, haciendo que gruña—. Les estoy hablando.
—¿Qué tienes? —Izaro se acerca, sintiendo el calor inusual que tiene su cuerpo cuando la sostiene.
—Estos insectos me ignoran —responde al señalar las hormiguitas.
—Ellos no hablan, sus cerebros son muy pequeño... Creo que no tienen cerebro —le explica él sonriendo—. Dame tu brazo —pide y ella lo extiende hacia el canino. Él queda sin aliento al ver que sus heridas están rojas, ella había cosido los cortes profundos y les dijo que estaría bien. Pero ahora se encuentra volando de fiebre.
Mia ve a Izaro salir de la carpa improvisada en dónde pasaron la noche, lo ve colocarse la ropa que había comprado para él y una sonrisa aparece en su rostro.
—¿Al fin volveremos a casa?
—Ella necesita medicinas y un lugar más cómodo para descansar —comenta luego de colocarse una camiseta negra—. Ya vuelvo.
—Espera, ¿está enferma? ¿Y si es contagioso? —Mia se interpone en su camino, pero Izaro la rodea, haciendo que el hombro de ambos choque.
—Cuídala, por favor —le pide antes de marcharse. La gata se cruza de brazos y su cola comienza a moverse violentamente detrás de ella.
Esa cosa... odio esto, ni siquiera sabemos a dónde nos lleva, se cuestiona cuando voltea hacia la carpa. Debido a su enojo las garras de sus patas salen al exterior, dándole una idea acepta rápidamente. Con sigilo da unos pasos hacia allí, encontrando a la horrenda criatura acostada sobre unas mantas.
—Puedo matarla fácilmente, con un corte limpio en su cuello. —Mia acerca lentamente su pata hacia el objetivo, sin embargo unas palabras, cuídala, hacen eco en su cabeza—. No debo molestarme, la fiebre hará el trabajo —piensa para luego salir de allí con la misma discreción.
Luego de eso se acuesta sobre el tronco caído de un árbol, donde los rayos del sol atraviesan el follaje de los árboles. En ese lugar toma sol por un par de horas, hasta que escucha unos pasos acercarse.
—Regresé —anuncia Izaro, aunque ella no ve nada en sus manos.
—¿Y los medicamentos?
—Están en la habitación que alquilé —contesta al caminar hacia la carpa. Él se ocupa de guardar las pocas cosas que tienen, incluso el chaleco con melena de león favorito de la simio—. Ella... despierta —le susurra cuando la sacude suavemente.
Mia frunce el ceño porque le parece el colmo que él deba subirla sobre su espalda para llevarla hacia dicho lugar.
—Tu Ella venció a un maldito león y ahora necesita ayuda para caminar —comenta mientras lleva parte de las cosas.
—¿Qué tienes Mia? No eras así de-
—¡Hasta preguntas! Tú eres el que actúa extraño, no yo —lo interrumpe de manera brusca.
—Ve a casa entonces.
—No, volveremos juntos. —Mia termina con la discusión, una más sobre el mismo asunto y con el mismo final inconcluso. La felina no comprende su cambio de actitud ni su afán por seguir y estar junto a la simio.
El viaje es corto pero sumamente incómodo ya que ninguno se dirige la palabra y Ella sigue dormida. Mia hace una mueca al ver el barrio al cual entraron, los otros animales los miran con curiosidad y desprecio al mismo tiempo. Sin embargo Izaro no se deja intimidar y camina con seguridad, además está confiado y tranquilo ya que cubrió muy bien a Ella con las mantas para no llamar la atención de nadie y cubrir un poco su olor. Además no dejaba de tiritar de frío.
La gata tiene otro disgusto al ver que Izaro la guía hacia un motel barato, aunque no comenta nada y entra después de él con sus orejas agachadas. En el camino hacia la habitación se topan con una pareja, la cual luce recién bañada por obvias razones. Mia siente pena cuando hacen contacto visual con ella, ya los imagina juzgándola por entrar a ese lugar con otros dos acompañantes.
Izaro abre la puerta con la llave que le dieron y deja a Ella en la cama, asegurándose de que esté cómoda.
—Despierta —murmura al sacudirla, con insistir consigue que abra los ojos por un momento.
—¿Qué e-es eso? —pregunta cuando lo ve acercar una cuchara con jarabe.
—Está bien, es para la fiebre —responde mientras ella abre la boca—. Te sentirás mejor luego del baño —agrega antes de ir al cuarto que está en esa misma habitación. Él abre la llave de agua caliente y llena la pequeña bañera.
—¡¿Qué estás haciendo?! —exclama Mia cuando él comienza a desvestirla. Izaro la mira como si la respuesta fuera obvia, pero la gata lo toma de su cola y lo saca a rastar de la habitación.
—Mia, ¿qué haces?
—Eres un macho, entrarás cuando te lo diga —responde para después cerrar la puerta en su cara, golpeando su nariz al mismo tiempo. La gata se acerca a la cama y le quita la ropa, teniendo cuidado de no hacerle daño al tocar las heridas de su brazo—. Que horror, no tiene nada de pelo en todo el cuerpo —murmura para luego levantarla, con dificultad, y llevarla hacia el baño.
Ella la ayuda, dando torpes pasos ya que siente que todo a su alrededor da vueltas. Un fuerte escalofrío se esparce por su cuerpo cuando hace contacto con el agua caliente, una sensación agradable la envuelve y cierra los ojos de nuevo.
—Gracias —susurra en un tono sereno, cosa que irrita a Mia.
—No me interesa que pase contigo. Es más, si mueres ahora podremos regresar a casa.
—Que honesta —suelta un suspiro para luego mirarla—. Puedes irte cuando quieras.
—No sin Izaro.
—Él también hace lo que quiere, ¿por qué quieres controlarlo todo? —cuestiona mientras se sumerge un poco—. Tal vez no quiera regresar por algo... no lo sé... tú lo conoces mejor.
Mia mantiene la mirada abajo mientras Ella hace burbujas de aire al mantener su boca bajo el agua. Sus heridas contrastan mucho con su piel debido a su tono rojo intenso.
Ambas esperan unos minutos, donde la simio casi se duerme en diferentes oportunidades. Entonces la gata considera que ya es suficiente y prepara las toallas, una para su largo cabello y otra para el cuerpo. A duras penas consigue vestirla y Ella se envuelve con las mantas para dormir.
—Mia, ¿ya puedo entrar? —oye al canino del otro lado de la puerta, entonces la abre—. ¿Ya terminaron? —pregunta curioso.
En ese momento una pareja de gatos salen de otra habitación y se los queda viendo por un momento. Mia lo toma de su ropa para hacerlo entrar rápidamente y luego cierra la puerta con fuerza.
—¿Dicen algo de mí? Shh... quiero escuchar —murmura cuando pega su oreja a la puerta.
—Tranquila, no estamos haciendo nada malo —comenta él al subir y bajar los hombros.
—Esto es tu culpa —le dice al señalarlo, su dedo índice toca un par de veces la nariz del Izaro—. Corriendo tras ella como un cachorro. ¿Por qué no quieres volver a casa?
Él desvía la mirada en ese momento, haciendo que la angustia de la gata sea mayor. Insiste en hablar, pero el canino camina hacia la cama para checar la temperatura de Ella.
—Estará bien —susurra, ya más calmado. Entonces siente la presencia de la felina a su lado.
—Izaro... ¿Cuál es la razón? —su mirada es seria, cosa que lo hace tragar saliva.
Él suelta un largo suspiro, entonces se quita la camiseta. Mia rápidamente mira a otro lado, odia cuando corre libre y sin nada de ropa. Pero esta vez Izaro aparta un poco su pelaje para enseñarle unas cicatrices en su costado.
—¿Que? ¿Quién te hizo esto? —pregunta tocando las marcas, son cicatrices de heridas antiguas.
—Papá quería que sea fuerte como él y mis hermanos. Uno más de la jauría, como los lobos —comenta, dejando un profundo silencio alrededor.
Mia quedó sin palabras, con esa simple explicación le encuentra sentido a la mayoría de sus acciones. Pero no puede creer que antes haya actuado tan alegre y feliz a pesar de ser maltratado.
—¿Desde cuándo?
—Desde que tengo memoria —responde, llevando su pata hacia diferentes zonas de su cuerpo. Señala sus costados, estómago, cuello, luego sus brazos y los notables cortes en sus orejas—. También tuve la cola rota de cachorro —agrega al moverla suavemente.
De nuevo silencio, hasta que él comienza a escuchar los quejidos de Mia. Ella cubre su rostro mientras trata de controlar su llanto. Balbucea un par de cosas que Izaro no llega a entender, entonces es abrazado por ella.
—Perdona... N-No lo sabía —dice contra su pecho, hipa un par de veces y debe ser consolada con palabras y palmaditas en la espalda.
—No, perdón por hacerte pasar por todo esto —corrige en un tono bajo al acariciar su cabeza—. Es mi culpa por no habértelo dicho antes.
—¡No! Nada es tu culpa —lo interrumpe—. Yo... Debo hacer algo —dice luego de levantarse. Izaro la ve salir de la habitación, entonces suelta un suspiro, tal vez esa sea la última vez en verla.
—Adiós —susurra para luego acostarse a los pies de la cama. Unos minutos después el ruido de la puerta lo hace levantar la mirada, viendo a Mia cerrar con llave al entrar—. Pensé que...
—Fui a hacer una llamada a mis padre —comenta cuando se sienta al borde de la cama, al ser un motel tiene un gran tamaño para que hasta los animales más grandes puedan usarla—. En un momento hicieron muchas preguntas y tuve que colgar. Pero les dije que estoy bien.
—Gracias Mia, iba a extrañarte si nos dejabas —murmura, entonces ella lo golpea con una almohada.
—Ya duerme —le ordena al estirarse, la gata curva su espalda para luego acostarse también. Esa noche los tres durmieron bastante cómodos y Mia pudo conciliar el sueño en paz.
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