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11

En los hospitales diariamente nacen muchos animales, las instalaciones están adecuadas a las necesidades de cada especie. Por ejemplo hay incubadoras donde se guardan los huevos de las aves y reptiles ya que sus padres deben trabajar y no pueden realizar esta acción, pero una vez que las crías nacen pasan a estar completamente al cuidado de sus padres.     

Caso contrario es el de un pequeño ciervo rojo que acaba de nacer, los médicos le colocaron un pañal y lo dejaron sobre una manta dentro de un corral. En media hora ya estaba en sus cuatro patas, aunque temblando, fue capaz de dar sus primeros pasos. 

—Aww, es adorable —comenta una enfermera cuando el cervatillo choca un par de veces contra el corral debido a sus torpes movimientos.

—Shh, no me dejas escuchar —murmura su compañera, quien mira cómo los padres discuten.

El recién nacido mira a su alrededor con curiosidad, las luces, los objetos, todo es nuevo e incluso observa su propio cuerpo, sus largas patas y pezuñas le resultan muy extrañas. En ese momento levanta sus orejas al oír unos pasos a acercarse, entonces se acuesta sobre la manta y queda completamente quieto. A esa edad son los instintos los que dictan sus acciones, así es para todos los recién nacidos, entonces ve a dos grandes seres que desconoce por completo. Lo que lo alertó también fue el olor de ambos depredadores.

—¿Están seguros con su decisión? —pregunta uno de ellos cuando voltea hacia los padres, mientras que su compañero envuelve a cervatillo con la manta para luego colocarlo dentro de un bolso.

—Si —responde ella—. Pueden llevárselo. 

El pequeño siente movimiento a su alrededor, no entiende lo que sucede, sin embargo sus instintos sólo le dicen que se quede quieto. Ambos jaguares salen del hospital tranquilamente, deben disimular que todo está bien hasta llegar a su auto. 

—Jefe, tenemos una cría de venado —dice el que está en el asiento del copiloto—. Completamente gratis... Si, entiendo.

—¿Qué haremos con él? —pregunta el conductor.

—Quiere que lo llevemos a un criadero, es muy pequeño y no tiene nada de carne aún.

El cervatillo permanece en la bolsa mucho tiempo, como era de esperarse comenzó a tener hambre y su estómago empezó a rugir. En eso es sacudido violentamente ya que la bolsa fue arrojada a las puertas de una casa, en donde la propietaria sale para su encuentro.

—¿Qué es esta vez? —se pregunta luego de soltar un suspiro. Entonces abre la bolsa con su cola lentamente, descubriendo al asustado cervatillo—. Oh no —murmura al mirar a un lado, no quiere ocuparse del pequeño. Pero de todos modos hace entrar al recién nacido a su hogar—. Te llamaré... no, no necesitas un nombre —dice luego de pensarlo un momento.

Ella se deshace de la bolsa, tomándolo con delicadeza sólo con la manta. Al examinarlo un poco concluye que acaba de nacer y rápidamente lo lleva a su cocina para prepararle un biberón con el sustituto de leche. 

—Veamos —susurra mientras acerca el biberón al cervatillo, quien desconfiado mira a un lado y al otro para evitarlo—. Quieto, pequeño —dice seria, pero cuando unas gotas de la leche llegan a su boca, él desesperadamente comienza a alimentarse.

Con el paso del tiempo la pequeña cría ya deja sus instintos de lado para preguntarse por qué no se parece para nada a su madre. Él tiene pezuñas, orejas y pelo, en cambio ella carece de todo eso.

—Mamá, ¿porqué me veo diferente? —le pregunta curioso cuando están almorzando.

—Eh, bueno... —esta parte siempre llega en algún momento y es igualmente dolorosa—. No soy tu madre, no nos parecemos porque somos de diferente especie —contesta para luego pasar a explicarle que él es un ciervo mientras que ella es una anaconda. A pesar de ser pequeño, ella sabe que puede entenderlo.

—¿Un ciervo? —murmura al mirarse completamente, sus ojos se mantienen un momento en sus pezuñas para luego mirarla—. No me importa, eres mi mamá —dice para luego abrazarla. 

Ella queda paralizada por un momento, entonces envuelve al ciervo con sus anillos para corresponder el abrazo. Por un momento pasa por su mente apretar más, lo suficiente como para que él ya no vuelva a despertar y así librarlo del cruel destino que le espera. Aunque no tiene la fuerza suficiente y acaba por separarse lentamente.

—No estés triste —le pide—. Ya sé, vamos a nadar —propone mientras camina hacia el jardín. 

—Bien —acepta teniendo una sonrisa en su rostro. Mientras se desliza a su lado recuerda la vez que le enseñó a caminar en dos patas, fue muy difícil hasta que usó un frasco de galletas. El pequeño sólo podía alcanzarlas si se levantaba con sus patas traseras y en cuestión de días él ya estaba corriendo por toda la casa.

Ambos se encuentran apartados del contacto con otros animales, por ello se tienen sólo el uno al otro.

—Sostente —le ordena mientras entran al gran lago que se encuentra en el jardín. El cervatillo se sostiene del grueso cuerpo de la anaconda para no separarse de ella, apenas sabe mantenerse a flote por sí mismo pero disfruta mucho el paseo por todo el lago.

—Mamá.

—¿Si?

—¿Qué hay del otro lado? —pregunta al señalar las montañas, más allá del lago.

—No lo sé, no me gusta viajar —contesta simplemente.

—¿Por qué?

—Bueno... hay muchos animales y la vida fuera de aquí es muy vertiginosa para mí —le explica para luego sumergirse en el agua para pasar bajo de un gran tronco caído. Él toma aire y cierra los ojos, entonces vuelven a la superficie.

—¿Hay más como tú o como yo? —cuestiona pensativo.

—Si, además hay muchas especies diferentes. —Ella rápidamente se arrepiente de hablar sobre ello, porque las siguientes semanas debió explicarle de forma general las diferentes especies.

 —Ya entendí, son un ciervo y ella una serpiente. Mamífero y reptil —murmura mientras observa un libro de biología que tomó de la biblioteca de la anaconda—. Entonces no nací de un huevo —dice para sí mismo.

El cervatillo, ya siendo casi un adolescente, aprendió que cada cosa tiene un nombre. Pero él no, además comenzó a tener curiosidad acerca de su madre. Esto lo llevó a hacer preguntas incómodas acerca de dónde viene, porqué lo adoptó y quiénes son sus verdaderos padres. 

La anaconda sólo cambió de tema cada vez que él intentaba hablar sobre el asunto, hasta que no volvió volvió a dirigirle la palabra durante un día entero. La ley de hielo no le agrada para nada a la serpiente, por lo que, al servirle la cena aprovecha para tratar de charlar.

—¿Qué tienes? —le pregunta.

—No quieres hablar conmigo, entonces no vamos a hablar —contesta serio mientras se cruza de brazos.

—Lo siento. Hay cosas que no deberías saber.

—¿Qué cosas? ¿Por qué no quieres responder? No sé por qué vivimos apartados —él da una pausa al notar que le levantó la voz—. No sé tu nombre o por qué no tengo uno —susurra al bajar la mirada.

—Alba, ese es mi nombre. —Él levanta la vista hacia ella y nota las lágrimas bajar por sus ojos. Aunque las seca rápidamente con un pañuelo, el cual sostiene con su cola—. Llegaste a mí porque yo-

Ella se interrumpe debido a los golpes de la puerta de entrada. Al acercarse reconoce a los jaguares, le resulta muy extraño su visita, teniendo en cuenta que el ciervo todavía es pequeño para sus estándares. Aun así abre la puerta y les da una sonrisa.

—¿En qué puedo ayudarlos?

—Buenas noticias —comenta uno de ellos al entrar, su compañero lo sigue y cierran la puerta—. Tenemos un cliente que quiere específicamente un ciervo joven, venimos por él.

—Tan pronto... —susurra para sí misma mientras comienza a deslizar su cuerpo hacia la cocina—. Lo prepararé.

Ella mira al ciervo comer su almuerzo, aun malhumorado, entonces lo envuelve con sus anillos para llevarlo rápidamente afuera.

—¿Qué pasa? ¿A dónde vamos?

—Cruza el lago rápido, corre y atraviesa las montañas. No mires atrás —le ordena mientras lo deja dentro del agua.

—¿Que? ¿Qué está pasando, mamá? ¿Quién tocó la puerta?

—Alba, ¿qué haces? —pregunta uno de los felinos al estar a unos metros de ambos—. Te ablandaste con el tiempo.

—Puedes irte, nosotros nos encargaremos.

—Mamá... ¿De qué hablan?

—¡Nada ahora! ¡Vete!

—No eres el primero al que la anaconda cuidó. Fuiste criado para ser comida —habla el jaguar mientras da unos pasos hacia ellos, con sus garras por fuerza.

—Que...

—Ahora quiere ser moralista, incluso le dimos carne de uno de sus antiguos hijos y ni siquiera lo notó —comenta el otro, haciendo que el interior de Alba se revuelva. El ciervo se aleja lentamente de ella, cosa que le rompe el corazón sin embargo utiliza la rabia, ira e impotencia para moverse rápidamente y atacar a los jaguares.

Su boca se abre frente el rostro del primer felino, atrapando la cabeza de este y perforándola con sus hileras de colmillos. Ella recibe arañazos en el cuello de parte de su víctima, entonces lo arroja a un lado, golpeándolo fuertemente contra unas rocas.

El segundo jaguar gruñe, confiado por estar en tierra ataca a la lenta serpiente, sin embargo ella consigue envolverlo con sus anillos.

—¡Maldita! —exclama para luego morderla un par de veces, sus colmillos la desgarran pero no es nada comparado al daño que recibe. Los músculos de Alba rompen sus huesos poco a poco al mismo tiempo que lo hace gritar de dolor. En minutos consigue matarlo, entonces lo suelta.

Cansada y herida mira hacia el ciervo, el cual presenció todo. Lentamente se mueve hacia él, sintiendo partes de su cuerpo colgados de ella sólo por unos cuantos nervios. Él retrocede al mismo tiempo mientras niega una y otra vez. Sus ojos llenos de lágrimas y terror.

—Nenú, es tu nombre si lo quieres —le dice. Poco a poco las fuerzas la abandonan y se acuesta cerca de la orilla—. Como el nombre de las flores blancas del lago.

—¡Mamá! —él tiene el impulso de acercarse cuando la vio cerrar los ojos, aun respirando. Pero, de repente, el jaguar que había mordido salta sobre ella para desgarrar su cuello.

—E-Esta maldita... ¡Mató a mi hermano! —exclama luego de soltarla. Entonces su mirada va hacia el ciervo, quien traga saliva e intenta escapar.

El jaguar ensangrentado lo atrapa, haciendo unas profundas y dolorosas marcas en el rostro del herbívoro. Él se libera al sacudirse rápidamente y las garras del felino también corta una de sus orejas, dejándola dividida.

—No hagas esto más difícil pequeño idiota —gruñe mientras va tras él.

El ciervo recibe daño en una de sus patas, por lo cual debe arrastrarse para escapar, en eso nota unas ramas puntiagudas, ocultas por unos arbustos.

El jaguar da una pausa a su persecución, ya que tiene graves heridas interiores que lo hace toser un poco de sangre. Cuando alcanza al ciervo lo ve sostener una patética rama mientras está agazapado contra unos arbustos.

—¿Vas a atacarme? —dice para luego soltar una risa. Él deja de jugar y salta sobre el herbívoro, sin embargo éste se aparta al último momento y acaba incrustándose contra las ramas, una de ellas entró por su cuenca, matándolo al instante.

El ciervo se incorpora lentamente, sus heridas arden pero no es nada comparado a lo que siente. Él suelta un grito desgarrador y muerde al felino, se traga trozos de carne y pelo para, un segundo después, vomitarlos a la orilla del lago.

Cuando la adrenalina se disipa un poco en su cuerpo, se levanta y limpia su boca. Al regresar ve a Alba y al otro jaguar, entonces entra a la casa para tomar una pala.

Las horas pasan, el atardecer le da paso a la noche lentamente mientras el ciervo hace un último esfuerzo para colocar parte del cuerpo de la anaconda dentro del hueco que cavó. Rápidamente la entierra para luego dejar un pequeño ramo de flores blancas sobre la tumba. En eso levanta la mirada mientras limpia su rostro con la manga su camiseta, entonces en silencio se adentra al lago y es abrazado por las aguas cálidas.

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