
𝟟. ℙ𝕣𝕠𝕥𝕖𝕘𝕖 𝕞𝕚 𝕒𝕝𝕞𝕒 𝕕𝕖 𝕝𝕒 𝕥𝕖𝕟𝕥𝕒𝕔𝕚ó𝕟
📅 A LA MAÑANA SIGUIENTE
📅 1 DE ENERO DE 2022
Cuando Carlos se despertó esa mañana descubrió dos cosas. La primera, que se había despertado mucho más tarde de lo que era habitual en él. Y la segunda, que la culpa era de la castaña que se aferraba a su pecho como si de un salvavidas se tratara. Se permitió observarla durante unos buenos minutos. Su boca se abría y cerraba de vez en cuando moviendo su nariz al compás de su pausada respiración. Se había fijado que tenía unas pequeñas pecas en las mejillas dándole un aspecto aún más adorable.
Estaba relajada. Tranquila. Durmiendo profundamente. Algo a lo que él dio las gracias pues no podría lidiar de nuevo con más pesadillas, pues estas eran como un puto cuchillo que se clavaba en su corazón.
Salió de la cama a regañadientes, pues el caliente cuerpo de Karisa y la calidez de los cobertores, invitaban a quedarse ahí toda la mañana. Pero él era un hombre de costumbres. Y minuto que perdiera en estos menesteres, era un minuto que tendría que recuperar doblemente.
Lo primero que hizo fue ir al gimnasio y machacarse un buen rato en él. Hizo ejercicios de cardio y luego algo de boxeo para quemar la adrenalina que aún fluía por su cuerpo. Pronto tendría que organizarlo todo y volver a Maranello. La preparación para la nueva temporada comenzaría pronto y este año, la Bratva había invertido mucho dinero, deseando doblar sus ganancias.
Una llamada en su móvil le hizo desistir de levantar aún más peso. Dejo el aparato en el suelo y después de coger una toalla para secarse el sudor de su frente, descolgó el teléfono saludando a su hombre más leal.
- Averiguaste la filtración del video -le preguntó a Karolo, el castaño musculoso que dejó en Nusa hacía solo unos días.
- No ha costado mucho. Uno de los informáticos siguió el rastro de la VPN, y bingo. ¿Te suena Román Hidalgo?
Carlos chasqueó su lengua con desagrado. Era el hijo de la mujer de profundo escote que casi se le había insinuado en la fiesta.
- Si, sé quién es, ¿fue él? -preguntó Carlos mordiendo su labio inferior.
- Así es. ¿Lo de siempre Vor? -Carlos solo lo pensó dos segundos. Ese niñato de mierda se merecía un buen susto, o por lo menos, que se le quitaran las ganas de subir videos privados a las redes sociales.
- Asustarlo, Karolo. Que no sepa de donde le viene. Lo dejo en tus manos.
- Gracias jefe, ¿todo bien por ahí?
- Perfecto. Necesito que me hagas otro favor, y ésta vez quiero que seas discreto -le pidió bajando el tono de voz. Karisa estaba en la planta de arriba, pero, por si acaso, no quería que ella se llevara una desagradable sorpresa.
- Usted dirá jefe.
Minutos después, Carlos colgó el teléfono casi sin despedirse. Él no se fiaba de nadie en Nusa, o bueno, de casi nadie, excepto de Karolo, un ruso leal a él que daría la vida por Carlos. Pero, la vida le había enseñado a no confiar, y es lo que hacía. Decidió dar por terminado el entrenamiento y salió del gimnasio. Atravesó el largo pasillo que le llevaba a la cocina cuando escuchó ruido proveniente de ella.
Casi sonrió. Bueno no, sonrió del todo. Karisa estaba frente a la vitrocerámica, espátula en mano, vistiendo una larga sudadera que le llegaba hasta la mitad del muslo. Sudadera que era suya, pero que en el cuerpo de la chica, le sentaba de puta madre.
La castaña se dio la vuelta para coger otro ingrediente del desayuno que estaba haciendo, cuando sus ojos se cruzaron con la curiosa mirada de Carlos. Tragó saliva y se puso nerviosa. No por miedo, sino por lo que tenía delante. Ella nunca se había interesado en un chico tanto como lo hacía ahora. Pero es que Carlos no dejaba indiferente a nadie. Y verlo delante de ella, con sus musculosos brazos desnudos y con algo de sudor en su cuello, la excitó haciéndola sentir un agradable cosquilleo en todo su cuerpo. Sobre todo en su vientre, el cual palpitaba con dolorosos espasmos.
- Espero que no te importe que esté haciendo el desayuno .-le dijo Karisa en un perfecto español- la cocina es una de las pocas cosas que se me dan bien.
- Y dar besos también se te da bien -le dijo Carlos más por verla como se ruborizaba que por incomodarla.
Que eso fue lo que le pasó a Karisa. Sintió sus mejillas acaloradas y se dio la vuelta inmersa de nuevo en lo que preparaba. Sintió los pasos de Carlos acercarse y musitó una oración que le enseñó su bisabuela Anaitat, esperando que calmara sus nervios.
- "Protege mi alma de la tentación" -le dijo Carlos esbozando una pequeña sonrisa pues había traducido las palabras en ruso que ella pronunciara- ¿soy yo esa tentación, chiquita?
La voz de Carlos le hizo cerrar los ojos y abrirlos despacio. Mordió su labio superior y procuró no mirarlo, pues sabía que el color rojizo de sus mejillas no se iría nunca. Siguió moviendo el contenido de la sartén intentando no prestar atención a su cercanía. Él levantó una de sus manos y enroscó un mechón del pelo de Karisa entre sus dedos aspirando el aroma afrutado de su cabello.
- Lo eres -le contesto ella sin atreverse a mirarlo.
Durante unos segundos ninguno habló. Ella se limitó a intentar terminar el desayuno y él a mirar como lo hacía. Era hipnótico el movimiento de sus manos con esa paleta y como lo repartía todo en dos platos. Hacía mucho tiempo que nadie se tomaba las molestias en prepararle una comida decente, sin tener que pagarle, claro.
- Ya está, ¿nos sentamos? -le dijo ella intentando poner espacio entre ellos. Aunque sabía que eso era imposible. Porque una cosa era lo que su cabeza le decía y otra lo que su cuerpo le pedía.
- Claro -le respondió él soltando ese mechón.
La ayudó a llevar el plato a la mesa y se dio cuenta de que también había hecho café. Ambos se sentaron cerca de uno de los grandes ventanales que daban al jardín, dispuestos a compartir una comida juntos, por primera vez desde que Karisa estaba aquí.
En cuanto Carlos probó el contenido de su plato sintió miles de sensaciones en sus papilas gustativas. Lo que tenía en su boca era delicioso y temía que no tendría bastante con lo que estaba comiendo.
- ¡Dios Karisa! Esto está buenísimo .-dijo en voz alta sin poder evitar un gemido de satisfacción con cada nuevo bocado que probaban sus labios.
- Me alegro que te guste -le dijo ella algo azorada.
- ¿Estuviste mucho tiempo en las cocinas? -le preguntó él distraídamente.
- Bastante -le confesó ella sintiendo como de nuevo la tristeza invadía su cuerpo hasta el punto de quitarle las ganas de comer. Carlos lo notó al instante. Como se tensaba y como abandonaba el tenedor en el plato sin querer probar bocado.
- Karisa. Si no quieres hablar de eso, lo dices y punto -le dijo él limpiándose la boca con una servilleta- no te voy a forzar a hacerlo. Si hasta yo odio hablar de mi pasado.
- Ya, pero supongo que ambos no hemos vivido lo mismo.
- Te sorprenderías -le respondió él apretando uno de sus puños. Recordando la primera vez que vio a Nikolai y como selló su destino cuando lo siguió a Nusa- come Karisa.
- No tengo muchas ganas -le dijo ella esbozando una débil sonrisa.
- Si te comes el plato, te enseñaré una cosa -le dijo Carlos con un deje de diversión en su voz.
- ¿Me estáis chantajeando señor Sainz? -le preguntó alzando una de sus cejas a la vez que volvía tomar el tenedor entre sus dedos.
- Totalmente. Y no me llames Señor Sainz, así llaman a mi padre y lo odio.
- Oh, lo siento -le dijo ella intentando disculparse. Siempre metía la pata. Fuera como fuera siempre acababa hablando de más.
- No tienes por qué saberlo Karisa. Y ahora, come.
La castaña decidió hacerle caso y comer. Más por la intriga de lo que tendría que enseñarle que por ánimo de llenar su estómago. No hablaron casi durante el resto del desayuno. Concentrados cada uno en sus cosas.
- Solo una cosa Karisa -le dijo Carlos después de haber vaciado su plato- cuando no estemos solos, no hables en español.
- Oh, ¿por qué? -le preguntó ella sorprendida por su petición.
- Porque quiero que tengas una ventaja sobre los demás -le dijo él dejándola aún más descolocada- todos pensarán que solo sabes ruso e inglés y nada más. Sé más lista, y guárdate para ti lo que sabes hacer, por si algúndía tienes que usarlo.
- Pero...ayer en la fiesta me escucharon hablar en español -le recordó ella aún pensando en el horrible encuentro con esas mujeres.
- Créeme, mi madre y sus amigas estaban tan borrachas que seguro que lo olvidaron.
Carlos se puso en pie dejando su servilleta en la mesa. Recogió su plato y lo llevó al fregadero donde quitó los restos de comida. Después, lo puso en el lavavajillas y se encontró con la mirada azorada de Karisa que parecía no haberse perdido ni uno solo de sus movimientos.
- ¿Con media hora tienes? -le preguntó él cogiendo una manzana de la fuente donde estaba la fruta.
- ¿Media hora? -le repitió ella sin tener ni idea de lo que él le hablaba.
- Para vestirte. Te he dicho que si comías te iba a enseñar una cosa. Ponte unos vaqueros y esas botas marrones que te compraste, para que vayas cómoda.
- Está bien -le dijo ella levantándose para recogerlo todo- con media hora tendré. ¿Y dónde vamos?
- Es una sorpresa -le dijo él guiñándole un ojo para seguidamente, salir de la cocina dejando a la castaña con el corazón latiéndole un poco más deprisa de lo normal.
Karisa cogió la cadenita que tenía en su cuello, la que le regaló la bisabuela y repitió de nuevo la oración, pero esta vez, sin mucho convencimiento
"Protege mi alma de la tentación"
"Protege mi alma de la tentación"
"Protege mi alma de la tentación"
El problema era, que ella quería caer en esa tentación.
📅 MÁS TARDE
Carlos no olvidaría en la vida, la cara de Karisa cuando vio la motocicleta que descansaba en el garaje de su casa. El entusiasmo era más que evidente en su cara y la emoción que reflejaba en su rostro era genuina.
- Vamos -le dijo él tendiéndole uno de los cascos. Karisa se mordió el labio inferior dudando entre si debía montarse o no en esa máquina infernal, como la llamaba su padre- si no quieres...
- Si, si, si que quiero. Perdona, pero es que nunca he montado en una -le confesó ella cogiendo la protección que él le ofrecía.
- Tú relájate. Solo agárrate fuerte a mi y si crees que corro demasiado, me lo dices. Los cascos llevan un intercomunicador incorporado.
El madrileño arrancó la moto y le tendió la mano a la castaña para que se subiera. Le indicó donde poner los pies y ella se abrazó a su cintura sintiendo como la adrenalina invadía todo su cuerpo. Carlos pulsó el mando a distancia del garaje, y cuando éste se abrió, salió quemando rueda dispuesto a darle a la chica el mejor paseo de su vida.
Pronto dejaron atrás la urbanización donde vivía Carlos rumbo a un destino desconocido para Karisa. La chica se agarró bien fuerte a su cintura sintiendo bajo sus muslos la vibración de la motocicleta. Carlos la aceleró aún más bordeando el límite de velocidad permitida.
Para ella era toda una experiencia ir montada en esa moto. La velocidad y la adrenalina causada por ella, penetraron en cada poro de su piel. Sus manos se deslizaron por la cintura de Carlos agarrándose aún más a él.
- ¿Todo bien Karisa? -le preguntó Carlos a través del intercomunicador.
- Si, bien.
- ¿Demasiado rápido?
- No, está perfecto así.
Las casas y edificios se veían lejanos. Ya no había aceras, ni parques alrededor. En su lugar, todo fue sustituido por un camino medio asfaltado con árboles alrededor, llegando minutos después al destino que él le tenía reservado a la chica.
Carlos estacionó su motocicleta en un pequeño prado. Ayudó a bajarse a Karisa y ambos se quitaron los cascos casi a la vez. Las mejillas de la castaña estaban sonrojadas, a causa del frío y temblaba ligeramente por el paseo.
- ¿Y bien? -le preguntó Carlos preocupado por si todo esto había sido demasiado para ella.
- ¡Ha sido increíble! -le contestó emocionada- es como si volará.
- Bueno, a veces la velocidad te da esa sensación, si.
Carlos apoyó todo su peso en la moto mirando con curiosidad a la chica. Para él, Karisa Belikov era todo un misterio. Si es cierto que conocía las circunstancias de como acabó en la Kasa, pero, lo que hizo o dejó de hacer allí aún era un secreto. Aunque estaba claro que para ella, todos estos años habían sido un infierno.
- En cuanto pasen las Navidades nos iremos a Maranello -le dijo él confesándole sus planes. Ella torció un poco el gesto frunciendo su boca.
- ¿Eso está en Italia, no?
- Así es. La sede central de mi escudería está ahí. Tengo que empezar a preparar la temporada, ponerme en forma y probar mi nuevo coche.
- ¿Y yo tengo que ir? -pronunció esa pregunta más como una afirmación.
- Eres mi prometida, claro que tienes que venir -la lengua de Carlos asomó por su boca recorriendo sus labios de una forma muy lenta. No le pasó desapercibida como Karisa seguía ese movimiento y retiraba la mirada algo nerviosa.
- ¿Y qué haré yo allí todo el día? -preguntó ella.
- Algo se me ocurrirá -le dijo a la vez que su mirada se volvía más intensa- ven aquí Karisa.
Carlos tendió su mano esperando que ella no vacilara y la cogiera. Karisa extendió sus dedos y los entrelazó con los suyos. En cuanto sus manos hicieron contacto, Carlos tiró de ella hasta que su cuerpo chocó con el de él. Tuvo que poner una de sus manos en su hombro para no ser aplastada por su musculoso pecho.
- ¿Te gustaron mis besos, Karisa?
Cada vez que él pronunciaba su nombre, un torbellino de sensaciones atropellaba su cuerpo. Alzó sus ojos para encontrarse con su peligrosa mirada. El color dorado de los suyos, parecían refulgir como fuego. Se mojó los labios sin saber que contestar.
- No me gusta que me beses -mintió ella con descaro. La nariz de Carlos bajó hasta su cuello rozándola muy despacio.
- Mientes, chiquita, y yo odio que me mientan, ¿sabes lo que les hago a los que me mienten? -la boca de Carlos estaba a pocos centímetros de la suya. Su aliento se mezclaba con el suyo y con el frío de la mañana.
- Algo he oído -le desafió ella con la voz entrecortada. Y no era por miedo, era por algo más, por ese deseo que estaba empezando a nacer en su vientre y que amenazaba con devorarla entera, como parecía que él quisiera hacerle.
- No tienes ni idea Karisa -Carlos subió una de las manos que tenía libre hasta agarrar sus caderas. La afianzó aún más a su cuerpo y escuchó un pequeño jadeo salir de su garganta- te lo preguntaré otra vez, ¿te gustaron mis besos?
- No -negó Karisa. Carlos sabía que mentía y que ella quería provocarlo de alguna manera.
- Pues tú lo has querido, chiquita, tendré que castigarte.
Ni siquiera contestó. No le dio tiempo a abrir la boca cuando la suya fue tomada por la de Carlos. Esta vez la estaba besando diferente a las otras veces. Era un beso hambriento, cargado de deseo y de las ganas que le tenía a ella. La mano que él tenía en su cadera, se deslizó hasta agarrarle el trasero. Le dio un buen apretón y recibió en respuesta, un pequeño gemido que lo enloqueció.
Porque la pequeña Belikov despertaba en él los instintos más primitivos. Quería protegerla, darle esa seguridad que nunca tuvo, pero, a la vez, la deseaba. Y ese deseo tenía que controlarlo para no asustarla. Algo difícil cuando ella le buscaba la lengua y se la acariciaba una y otra vez.
Los dedos de ella se perdieron en su nuca. Enredó los mechones de su cabello y tiró de Carlos para profundizar más el beso. Sus bocas se movían en sincronía tomando todo el uno del otro. Pequeños espasmos recorrían el cuerpo de Karisa. Y un ardiente fuego empezó a nacer en su vientre a la vez que los besos se volvían más urgentes.
Se separaron al faltarles el aire. Carlos vió en sus ojos ese brillo del deseo y se sintió satisfecho. Su cama aún la esperaba. Él la esperaba.
- Si todos mis castigos van a ser así -le confesó Karisa con una tímida sonrisa- creo que no me voy a portar bien.
*** Algunos de los acontecimientos que estoy narrando no han sucedido ni sucederán, así como las fechas reales de los Grandes Premios o las situaciones familiares.
Espero que os esté gustado esta historia porque a mi me encanta **
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