
𝟛𝟚. 𝔼𝕤𝕠𝕤 𝕠𝕛𝕠𝕤 𝕘𝕣𝕚𝕤𝕖𝕤
📅 DOMINGO 26 DE JULIO DE 2015
📅 DOS MESES DESPUÉS
📍 GRAN PREMIO DE HUNGRÍA
Carlos bebía de su botella de agua moviendo su cuello de un lado a otro. Hoy era la última carrera antes del parón de verano y estaba deseando que terminara todo y desaparecer. Habían sido dos putos meses infernales. En los que tuvo que dar todo y más de sí mismo para ganar. Y lo hizo. Ahora tenía una motivación más para salir al asfalto. Ganar y que no lo mataran. Se rumoreaba que de seguir así, el paso a una escudería de primer nivel estaría al alcance de su mano. Todo dependía de él.
Su móvil vibró en su bolsillo y aunque no quería cogerlo, estaba esperando esa llamada. Tomo aire antes de contestar y mordió su labio superior conteniendo los nervios.
- Rosana –contestó nada más descolgar el teléfono. Escuchar su voz aún le afectaba, aunque la coraza que se había puesto encima le imposibilitaba sentir algo más.
- Te he dejado en casa de tus padres las cosas que tenías en la mía –al otro lado del teléfono, Carlos podía percibir como la chica sollozaba, rompiendo también su corazón.
- Gracias, pero ya no vivo allí, Rosana. Me he mudado a un piso en el centro.
- Lo sé, me lo han dicho. Según tu padre, hemos echado al desagradecido de nuestro hijo. No sabía que ya no vivías con ellos, pero bueno, es que ya no sé nada de ti –le reprochó ella con algo de resentimiento en su voz.
- Lo siento, Rosana. De verdad lo siento si te he hecho daño, pero, quiero centrarme en mi carrera y tú ahora mismo, no estás dentro de mis planes.
Estaba siendo cruel con ella. Mintiéndole. La estaba haciendo sufrir. Y era consciente de lo que hacía. Amaba a Rosana. Pero, por eso mismo, no quería perderla y que un día a causa de sus errores, fueran a por ella y algo malo le sucediera. Mejor cortar ahora y que ella le odiara que lamentarlo después.
- Eres un hijo de putam, Carlos. Ojalá ardas en el infierno.
La chica le colgó el teléfono y Carlos tuvo que reprimir las lágrimas que querían caer por sus mejillas. Llevó sus manos al pelo y se lo revolvió mientras se dejaba caer en el suelo. Estaba en una de las zonas vetadas para el público. Una explanada al aire libre por donde casi no pasaba nadie. O eso creía él.
- Si hoy quedas entre los tres primeros, habrás saldado tu deuda, bueno, la de tu padre –la voz de Nikolai le hizo alzar los ojos y ver al ruso delante de él, esbozando una pequeña sonrisa.
- Estoy deseando perder de vista tu puta cara –le respondió el piloto con bastante resentimiento en su voz- me has destrozado la vida.
- ¿Qué vida, Carlos? Un padre que trafica con drogas. Una madre que se las proporciona a sus amigas ricas. Y una novia o ex-novia que se está follando a uno de tus mejores amigos, ¿te suena el nombre de Hugo Sierra?
Carlos no podía casi creer lo que el ruso le decía. Pero si algo había aprendido del puto jefe de la Bratvá rusa, es que nunca mentía. No perdió tiempo en tonterías. Nikolai sacó su teléfono y se lo puso delante a Carlos mostrándole imágenes de Rosana en situaciones bastantes comprometidas, con el que creía que era su mejor amigo, que le hicieron revolver el estómago.
- ¿Qué vas a hacer durante el parón? –le preguntó Nikolai una vez guardado su teléfono móvil en el bolsillo.
- Largarme bien lejos donde nadie me toque los cojones –le contestó aún furioso después de las imágenes que acababa de ver.
- Tengo una pequeña villa en Sochi, a orillas del Mar Negro. Si te apetece conocer como trabajamos, estás invitado. Y no sé...tal vez decidas unirte, y así cuando corras lo harás también para ti.
Nikolai palmeó su rodilla, dejando a Carlos sumido en sus pensamientos. El español alzó sus ojos y llamó la atención del ruso antes de que se fuera.
- ¿Cuánto dinero gana la Bratvá gracias a mi? –Nikolai esbozó una sonrisa y chasqueó su lengua.
- Esa no es la pregunta Carlos. La pregunta es, ¿Cuánto dinero vas a ganar tú?
📅 UNA SEMANA DESPUÉS
📍 SOCHI, A 1622 KM. DE MOSCÚ
El hombre de ojos claros agudizó su mirada al verlo descender de su coche. Ocultó una sonrisa de satisfacción y se acercó a recibirlo.
- Me has hecho ganar 200 euros –le dijo alargando su mano, la cual fue apretada con determinación.
- Parece que es lo único que sé hacer. La gente gana dinero a mi costa –le respondió Carlos guardando las llaves de su coche en su bolsillo- ¿y qué ha sido ésta vez?
- Hemos apostado si acabarías viniendo.
- Espero que apostaras por mi –le señaló el madrileño con uno de sus dedos.
- Lo hice. De las pocas personas que pensábamos que vendrías.
- ¿Y qué te llevó a apostar por mi?
- Que no tienes nada que perder y si mucho que ganar.
El castaño le hizo un gesto con su mano guiándolo hacia dentro de la imponente mansión. A Carlos aún le sorprendía el haber tomado la decisión de venir hacia aquí, pero, el hombre al que seguía tenía toda la razón. Todo lo que quería lo había perdido. Sus padres renegaban de él por el simple hecho de que Carlos no había intercedido por su padre ante la Bratvá. Se ve que perder su mayor fuente de ingresos era más importante que su hijo, el cual había pagado con sudor y lágrimas la deuda de su padre. Su progenitor se había encargado de alardear en la prensa que la relación con su hijo estaba rota a causa de la actitud prepotente y arrogante de Carlos. Algo que le dolió pero, que asumió como el acto de un hombre resentido.
Y luego estaba su ex novia. No había negado que le estuviera engañando con su mejor amigo. Es más, presumió de ello en una revista consiguiendo que la imagen de Carlos estuviera aún más deteriorada.
Así que lo único que le quedaba para alejarse de todo, era esto. Aceptar la invitación de Nikolai y conocer de primera mano a lo que se uniría, en caso de que lo hiciera, claro. Porque él no estaba seguro de nada. Ni de si mismo.
- Le diré al jefe que estás aquí –le anunció el castaño- mientras tanto te mandaré a alguien que te enseñe donde dormirás.
- De acuerdo. Y gracias...
- Karolo, me llamo Karolo.
📅 DOS SEMANAS DESPUÉS
Carlos no fue persona durante esas dos primeras semanas en la Bratvá. Se había unido al resto de personas que postulaban por entrar en la organización. Haciendo lo mismo que ellos. Aguantando humillaciones, malos modos, entrenamientos extremos, así como situaciones límite. Y no sólo físicas. También estaba la parte mental que era la más agotadora. A cualquier momento. A cualquier hora del día, podían venir a por él y llevarlo lejos para continuar con su entrenamiento. Y ni una sola vez se quejó. Acató las órdenes intentando sobrevivir en este ambiente tan hóstil.
En la Bratvá había una jerarquía. Estaba el líder, que era Nikolai, el cual se rodeaba de algunos consejeros y jefes de las distintas facciones que la organización mafiosa tenía por toda Rusia. Los llamados Vor. Hombres que eran temidos, pues se habían ganado su posición en la Bratvá haciéndose respetar por el resto de los miembros más bajos. Luego estaban los que se encargaban de las Kasa, o lugares donde se entrenaban a futuros miembros de la Bratvá, así como a chicas para que desempeñaran diferentes labores dentro de la gran familia que componía la organización mafiosa. El resto de personas eran de lo más variopintas. Socios colaboradores. Su propio ejército privado. Y un sinfín más de variadas profesiones, todas a servicio de su líder.
El joven piloto llevó sus manos a las rodillas después de haber corrido unos 10 kilómetros esa mañana. Y poco era para lo que estaba acostumbrado a correr, pero, esa mañana tenía una reunión a la que no podía faltar.
Karolo se encontraba bebiendo su segundo café de la mañana cuando lo recibió en las escaleras. El español había sorprendido a muchos de los miembros de la organización por su destreza en la lucha y otras cualidades que le hicieron ponerse al frente de los que ansiaban entrar en la organización.
- No sé por qué te gusta tanto correr –le dijo Karolo ofreciéndole el otro vaso de café que le había estado guardando.
- Una forma más de descargar adrenalina –le contestó el español tomando entre sus manos el líquido oscuro.
- Dicen que fuiste de los pocos que lograste salir del bosque.
- Salí el primero del bosque, amigo. Dormí en mi cama mientras los demás lo hacían a la intemperie.
- ¿Y cómo lo hiciste?
- Pues en eso tengo que darle las gracias a mi puto padre. De pequeño me llevaba de acampada y a veces lo acompañábamos en los rallys. Lo único bueno que parece ser que ha hecho el señor Sainz por mi.
El ruso chasqueó su lengua y le hizo un gesto para que entraran dentro. Carlos apuró el café de un trago y tiró el vaso en una de las papeleras de la entrada. Entraron en la mansión y nada más hacerlo, unos gritos llamaron su atención.
- Deben ser las nuevas chicas –le contó Karolo dándole una explicación a lo que escuchaba.
- ¿Chicas? –preguntó con sorpresa.
- Si, la Bratvá tiene muchos negocios, como ya irás aprendiendo, si es que decides quedarte... y uno de ellos es ofrecer "diversos placeres" a sus socios.
- ¿Pero ellas...?
- Mejor no preguntes, Carlos. Y tampoco soy yo nadie para decirte nada.
Cruzaron un pasillo para subir unas escaleras que había en la parte derecha. En cuanto subió el primer escalón, un grito llamó su atención y giró su cabeza para fijarse en quien lo había dado.
- ¡Soltadme! ¡No podéis retenerme aquí!
Una chica. Bueno, no, una niña gritaba mientras unos fuertes brazos la llevaban a rastras casi por el suelo. A Carlos se le hizo un nudo en el estómago al ver como obligaban a la pequeña a andar. Alzó sus ojos y entonces la chica se fijó en el piloto, el cual la miraba a los pies de esa escalera.
La castaña tenía unos hermosos ojos grises que parecían querer traspasar su alma con solo mirarlo. Eran preciosos. Coronados por largas pestañas que se movían al compás de su parpadeo. Ambos se miraron lo que parecieron horas cuando en realidad, solo fueron unos segundos. Pero ese tiempo hizo que no existiera nadie a su alrededor y que el mundo ni giraba mientras ellos se miraban. Ese fue el momento en el que el destino movió sus hilos para Carlos y Karisa.
- ¿A ella también la van a prostituir? –le preguntó Carlos a Karolo una vez repuesto de ese momento con la chica.
- Es una cría. Hasta que no son mayores de edad no suelen pasar a los salones. Pero bueno, ya te he dicho que yo de eso no sé nada. Ni quiero saberlo.
El ruso lo guió escaleras arriba a la reunión que mantendría con el jefe. Le dio un último vistazo a la chica y odió verla así, tan desprotegida y a merced de su suerte. Pero como decía Karolo, no era asunto suyo.
Encontró a Nikolai en su despacho detrás de una enorme mesa rodeado de papeles. En cuanto Carlos entró, lo dejó todo para recibirlo y le hizo un gesto a su acompañante para que lo dejaran a solas con él.
- Pensé que te costaría más adaptarte a esto y resulta que tienes más cojones que algunos que llevan meses aquí –le dijo Nikolai con algo de orgullo en su voz.
- Supongo que cuando no esperas nada, lo das todo sabiendo que puedes perder, pero, que tienes mucho que ganar –le admitió el castaño encogiendo sus hombros.
- Te queda aún mucho entrenamiento Carlos. No sólo físico. También mental. Y no quiero seguir perdiendo mi tiempo. Así qué, te lo preguntaré ahora. Y respetaré tu respuesta pues fui yo quien te lo propuso, ¿te unes a nosotros?
Se unió a ellos. No porque no tuviera alternativa, sino porque pensaba que de esta forma siempre tendría controlado a su padre, el cual, volvía a las andadas una y otra vez y siempre tenía que ser él quien ocultara sus negocios. Durante meses, Carlos se curtió en el manejo de armas, en estrategia militar, en la lucha y en supervivencia. Destacaba por encima de los demás, escalando con una facilidad pasmosa puesto por puesto dentro de la Bratvá.
Cuando terminó la temporada de Fórmula Uno, se fue a Nusa, la sede de la organización. Esa sería ahora su casa hasta que volviera a la competición el año que viene.
Aún recordaba la primera vez que visitó a una familia, la cual debía una gran suma de dinero a la Bratvá. Sintió arcadas cuando descargó sus puños con el cabeza de familia. Pero, según le advirtieron, o lo hacía o sería su cuerpo el que sufriría esos golpes. Y pegar a alguien fue lo de menos. Aún temblaba cuando se le venía a la cabeza la primera vez que apretó el gatillo de un arma. Él no quería matar a nadie. Nunca lo hizo por mandato. Aunque en una ocasión tuvo que llevar tal desafortunada empresa. Y fue en defensa propia. Un delincuente de poca monta, hasta arriba de pastillas, le apuntó titubeante con su arma en la sien. Carlos fue más rápido y se la arrebató, pero, en el forcejeo, tuvo que dispararle para salvar su propia vida.
Nunca había matado a nadie. Pero, mal heridos si que había dejado a unos cuantos. O eras ellos, o él. Y la elección estaba muy clara.
Tuvo que jurar defender y proteger a la organización por encima del bien y del mal, y un par de tatuajes en su cuerpo, así confirmaban su pertenencia y su posición en la Bratvá. Como también tuvo que asumir que jamás podría dejar la organización, pues si lo hacía, él y sus secretos acabarían en una puta fosa común.
Le cambió el carácter y ya no se fiaba de absolutamente nadie. Las personas que más amaba le habían traicionado y juró que jamás volvería a pasarle. Era respetado y temido dentro de la organización rusa, algo que se había ganado a pulso. No le faltaba el dinero ni las mujeres dispuestas a calentar su cama. Pasó a convertirse en un Vor de la mafia en muy poco espacio de tiempo.
Pero, no tenía lo importante. El calor de una familia. Hasta que apareció él. Charles Lecler. Piloto de Sauber y una de las mejores personas que acababa de conocer.
Un día de un año cualquiera, cuando se celebraba el último Gran Premio, el monegasco se encontró al español sentado en el suelo mirando al infinito. Se sentó a su lado y le dio una palmada en sus rodillas.
- Mi madre quiere conocerte –le soltó el piloto del principado. Pocas veces habían hablado y por eso a Carlos le extrañaba la familiaridad con la que Charles lo trataba.
- ¿Porqué querría hacerlo?
- Dice que te mereces una buena azotaina por estar por encima de su hijo en la clasificación. Y también porqué le gustan tus ojos –Charles soltó una carcajada que contagió al madrileño. No tenía muchos amigos en el circuito. No se fiaba de nadie. Pero, algo en él le llevó a hacerlo. Y si, a dejarse llevar por primera vez en tantos años.
- Dile que cuando quiera. La verdad es que mi agenda está libre hasta Febrero –le admitió Carlos con melancolía. Hacía poco se había comprado una casa en las afueras de Madrid y volver a esa solitaria mansión se le antojaba cada vez más duro.
- ¿Qué harás en Navidad?
- Nada –le admitió sin querer ocultarle la verdad. Nunca la pasaba con sus padres pues una vez que lo intentaron, el reproche del mayor de los Sainz le hizo largarse de su casa sin haber cenado siquiera- casi no me hablo con mis padres, Charles.
- Bueno, pues eso acaba de cambiar, Carlos. Te espero en Navidad en mi casa, y no admito un no por respuesta o te mandaré a mi madre a convencerte, y créeme, será peor.
Una sonrisa salió de los labios del madrileño dirigida al monegasco. Y así fue como Carlos pasó a formar parte de la vida de la familia Leclerc. Él estaba allí cuando Charles le confesó a su familia que era gay y les presento a Pierre. Fue el hombro en el que lloró cuando su padre lo despreció y falleció sin haber hecho las paces con su hijo. Siempre se sintió parte de ellos, y a día de hoy, Pascale era más una madre para él que la suya propia.
Intentó no perder de vista a Karisa durante estos años. Ella fue otra de las razones por las que aceptó esta mísera vida. Quería estar lo más cerca posible de ella, o por lo menos, intentarlo. La trasladaron a una de las Kasa, y supo poco de ella. De vez en cuando, y cuando había un evento de la Bratvá, ella estaba allí atendiendo a los invitados, los cuales babeaban mirándola. Dejó de ser una niña demasiado pronto. Y perdió la inocencia cuando no le tocaba.
Dejó de pensar en ella cuando admitió que seguramente habría sido vendida a alguien más poderoso. Por eso aquella noche que la vio, decidió que ya era hora de que su destino y el de ella estuvieran unidos.
Jamás dejaría que nadie volviera a hacerle daño a su chiquita.
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