CAPITULO XXXII
La soleada mañana invitaba a la paz y la alegría a la mayoría de las personas, cruzándose, chocándose, algunos con celulares en las manos aislados del mundo exterior, otros caminando al ritmo de las melodías que llevaban en sus oídos. Autos, luces, sonidos intermitentes que podrían abstraer a cualquier a un mundo totalmente diferente. Miles de historias en un pequeño lugar y entre ellas la historia de una persona quien se creía marcada por, llamémosle, destino, karma o lo que sea aquello a lo que ella culpaba por la vida frustrada que llevaba. Allí iba ella, con sus cabellos marrones al viento y sus ojos color miel brillante al sol, su menudo cuerpo cubierto por un largo abrigo debido al frío y sus rojos labios simulando una sonrisa que escondía tantos secretos y sentimientos imposibles de explicar.
Los tacos que usaba parecieron cansarle y decidió hacer una pausa, inconsciente o conscientemente se halló frente al hospital en el que había estado días antes luchando con Mía, aquel encuentro la había dejado aún más frustrada de lo que jamás se había sentido.
—Maldito insecto, mira que tenerme pensando en ti tanto tiempo, nadie jamás había logrado eso, salvo Eric, ah, ¡Que molesta!— Dijo enojada sentándose en el parque que había frente al hospital.
—Ni siquiera mi abuelo y mi tía me dieron tanto problema como esta maldita— suspiró riendo irónicamente.
Y tenía razón, luego de aquel accidente su madre y su padre quedaron atrapados en el coche, la ambulancia tardaba en llegar, el camión había prácticamente pasado por encima de aquel diminuto coche, el padre de Kaoru con lo último de fuerza que tenía se zafó del cinturón de seguridad para intentar alcanzar a su esposa quien seguía con vida pero muy lastimada y atrapada entre los hierros del coche.
—Sólo un poco más Lucy, sólo un poco más mi amor, sé que pronto llegarán— decía Key con vos entrecortada tomando la mano de Lucy con toda la fuerza que tenía.
—¿Llegarán pronto? Me siento muy débil, me cuesta res... pirar... Key... qué— decía mientras veía una parte de la puerta atravesando el costado de su pecho.
—Tengo miedo Key, no me dejes, Kaoru, ella.— suplicaba llorando por ayuda.
—Ella está bien, estaremos bien...— dijo Key cerrando los ojos. —Sabes que te amo ¿no? Más allá de la muerte, más allá de todo, te amo...—
—¡No! ¡No cierres los ojos! ¡No me dejes! ¡Key! ¡Key!— gritó Lucy al sentir que la mano de Key soltaba la suya.
Poco a poco su respiración fue cesando, sólo abrazaba fuertemente su vientre, su precioso tesoro, no quería dejarlo pero la debilidad la había apoderado, no podía esperar más.
—¡Señora! me escucha, señora, ¡oye! está embarazada, ¡a punto de dar a luz! de prisa— decía un doctor bajo la lluvia intensa de la madrugada.
—Sálvenla, mi Kaoru, sálvenla— fueron las últimas palabras de Lucy.
—Tan molesta como siempre fuiste mamá, para que salvarme, estaríamos mejor todos juntos ahora y me hubiera salvado realmente de esto en lo que me convertí— refunfuñaba Kaoru sentada con un cigarrillo en la mano. —Al fin y al cabo el abuelo y la tía completaron su venganza contra ti conmigo, ¡malditos! pues bien y así les fue— dijo riendo tétricamente y fijando su mirada hacia donde estaba la habitación de Mía. —Al igual que tú, así te irá, me las pagarás maldita— susurró mientras se levantaba y volvía a caminar hacia su hotel.
En su mente los recuerdos no dejaban de fluir uno tras otro, como si no quisieran dejarla tranquila jamás, una casa grande, muchos árboles al igual que la tristeza y oscuridad que la rodeaban, allí pasó los primeros años de su vida, tras la muerte de sus padres quedó bajo la tutela de su abuelo Hatori y su tía Miho.
—Déjame salir ¡por favor! ¡Prometo no volver a hacerlo! ¡Tía! ¡Abuelo! ¡Tengo miedo!— gritaba Kaoru a los seis años de edad encerrada en el sótano de aquella mansión. —¿Por qué?—
—¡Porque estás maldita! ¡Tus padres te maldijeron! ¡Aquel maldito amor destruyó nuestra familia! ¡No lo entiendes!— Gritaba del otro de la puerta Miho. —¡Tus padres han destruido todo por lo que mamá y papá lucharon durante tanto tiempo!—
Kaoru aprendió de pequeña a pagar culpas ajenas, todo ese odio y resentimiento volcado en ella a causa de sus padres hizo que comenzara a albergar el mismo sentimiento hacia su tía y abuelo. Desde pequeña fue prácticamente aislada de todos. El único que siempre estaba a su lado era Hiro. Era una manera de calmar su conciencia por no haber salvado a su pequeña Lucy, siempre protegía a Kaoru y trataba de darle el cariño que los demás le negaban.
Los años pasaban y el corazón de Kaoru se iba volviendo más y más oscuro y frío, en su celda de castigo los días pasaban tan lento que aquellos seis años que pasaron hasta llegar a entrar en la preparatoria le parecieron eternos, ya en la primaria había conocido a quien sería su primer amor, su primera obsesión, Eric.
—¡Qué cansancio!— dijo llegando a la habitación, dejando sus ropas camino a la ducha iba contorneándose como si quisiera conquistar a aquel invisible amor frente a ella. —Nunca quisiste verme así ¿no? Siempre buscaste esas patéticas existencias humanas, débiles e insignificantes— murmuraba mientras abría el grifo de la ducha.
—Maldición, ya volvió a abrirse, este cuerpo no me gusta, no me sirve, deberías de ser eterno e indestructible— refunfuñó quitando las vendas de su pie cortado.
—Aunque no es tan malo, un poco de sangre nunca es tan malo, o ¿no? ¿Qué opinan abuelo y tía?— decía cerrando los ojos sintiendo caer el agua sobre su cuerpo.
Aquello había traído el último recuerdo más molesto de todos a su mente, el recuerdo de aquella noche en que su cuerpo y mente habían sido completamente poseídos por oído, la venganza y el rencor. Muchos años de soportar castigos sin sentido, de hacer todo lo que debía y aún más y mejor sin tener ningún reconocimiento ni muestra de cariño siquiera.
—¡Kaoru! ¡Dónde estás!— Gritaba su abuelo. —¡Hiro!—
—¿Señor? ¿Qué desea?— Contestó.
—¿Dónde está? Tú sabes ¿no?— Siguió gritando.
—Pero Dana Sama ¿qué pasa?— Preguntó Hiro.
—¡Esa pequeña bastarda! ¡me cansó! ¡me hartó!— Dijo él.
—Señor, tiene doce años! es una niña aún, no cree que ya ha pagado bastante por nada, ella no fue culpable de nada— dijo Hiro tratando de tranquilizar a Hatori.
—¿Quién demonios te crees para venir a decirme que y como controlar ese pequeño engendro? Ve y búscala ¡Ahora!— Sentenció.
Hiro se retiró a buscarla, su lugar favorito era el mismo que el de su abuela, el jardín interno rodeada de lilas, siempre que escapaba la encontraban allí, sentada con sus pensamientos, a pesar de su corta edad, todo lo vivido había conseguido que la niña no existiera, sólo la persona, sin más remedio que luchar por sobrevivir, aún si ello significara eliminar a cualquier cosa o persona que esté en su camino.
—Señorita, su abuelo la está buscando, acompáñeme por favor— dijo Hiro tocando el hombro de Kaoru.
—No es cierto Hiro-san, no es cierto que mi padre y mi madre se amaban y me concibieron con amor, sí es así, ¿por qué tanto odio de ellos hacia mí? ¿Por qué tanto odio siento yo en mi corazón? No es cierto Hiro-s...— decía llorando Kaoru completamente mojada.
—No llene su corazón de esos sentimientos señorita, no deje que ellos la consuman, no deje que pequeño y delicado corazón sea capaz de albergar sentimientos tan oscuros como esos, su abuela y su madre estarían muy tristes de verla así— decía Hiro abrazándola.
—Entonces ¿por qué me dejaron? si querían que sea feliz por qué me dieron todo este dolor por soportar y sola, ¿por qué?— susurraba ahogada por su llanto hundida en los brazos de Hiro.
—No está sola señorita, yo siempre estaré aquí, con usted a su lado, puede gritar, llorar y mostrarse como quiere conmigo, descargue todo su dolor en mí, descanse señorita— decía recostando a Kaoru en sus piernas acariciando su cabello.
—Te dije que la trajeras a mí no que la consolaras, ¡ven aquí pequeña bastarda! ¡Este no es ni será nunca tu lugar! ¡Miho! ¡Al sótano!— dijo estirando de la ropa a Kaoru y lanzándola a los pies de su tía.
—¡Basta! Suficiente Dana-Sama, ¿Qué pretende haciéndola sufrir así? Si usted es el culpable castíguese usted pero ya es suficiente, ¡déjela en paz!— Gritó Hiro ante la mirada sorprendida de Hatori.
—Tú, ¡maldito insecto! ¡No eres más que un simple mayordomo! ¿Quién te crees para decirme que hacer? ¡Miho! ¡Llévala!— Repitió Hatori.
—¡NO!— dijo Hiro avalanzándose sobre Hatori.
Aquel jardín era el único sitio que quedaba sin ningún rastro de tristeza y dolor, Hiro se había encargado siempre de ello, hasta ese día, hasta el final.
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